Despertar y tener
una sola pierna
El libro que siguió
a Migraña fue Despertares y es la crónica
de un grupo de pacientes que contrajeron encefalitis letárgica
en la epidemia ocurrida durante la I Guerra
Mundial. Estos pacientes fueron tomados como un caso perdido,
por décadas abandonados a un largo sueño sin esperanzas
de recuperación. En 1969 el Dr. Sacks les prescribió
una nueva droga, llamada
L-Dopa (una dopamina sintética
que se les recetaba a los enfermos de Parkinson) con notables resultados.
En su libro el Dr. Sacks
cuenta las conmovedoras historias de estos individuos y las notables
transformaciones que sufrieron luego del tratamiento, pero también
continúa sus reflexiones sobre la salud y la enfermedad,
el sufrimiento y la atención a los enfermos y, sobre todo,
la condición humana en todo su patetismo y toda su piedad.
Despertares tuvo varias adaptaciones dramáticas,
entre ella la obra de Harold Pinter A Kind of Alaska y
la citada versión cinematográfica protagonizada
por Robin Williams y Robert de Niro.
Sacks se quedó maravillado con las interpretaciones de
Williams y de Niro, en especial con la de éste último:
"Las cosas más elementales no pueden ser descriptas.
El dolor no puede ser descripto. El color no puede ser descripto.
Parte de mi trabajo es tratar de describir lo indescriptible
o incomunicable. Creo que con la rabia o los celos o la suspicacia
o el gozo uno puede contar con la experiencia del lector. Pero
tener Parkinson no es algo que uno pueda imaginar. Esta es la
razón por la cual me pregunto como hicieron Robert de
Niro y los otros actores en la película Despertares.
Puedes simular algunas cosas pues puedes sentir las usuales emociones
que son parte de la condición humana. Pero el mal de Parkinson
no es una experiencia universal, en ese sentido." Sin
embargo, el Dr. Sacks sintió que en otros aspectos, el
filme fue en exceso sentimental y simplificado.
Una de las críticas que más a menudo recibe Oliver
Sacks está justamente emparentada con esto. A Sacks se
le acusa a menudo de que, tras el manto de sensibilidad (que el director de Despertares transformó
en sensiblería) con que cubre sus escritos, lo que en realidad
hay no es más que un voyeur, una especie de dueño
de circo que monta un show de freaks
para la diversión de las masas apelando a su costado más
morboso. La cómica y maliciosa parodia que Will Self hace
de Sacks en Grandes simios va claramente en ese sentido.
Sin embargo habría que comenzar por decir que, si esto
fuera así, el dueño del circo sería a la
vez parte del elenco: en Con una sola pierna Sacks se
convierte en paciente y en uno bastante extraño.
Convengamos que Sacks es algo excéntrico. En su entrevista
con Dwight Garner para Salon Magazine, confiesa no saber
combinar muy bien su ropa por lo que cada día elige un
color predominante: un día casi todo gris, el otro casi
todo azul, el otro predominantemente rojo y -mientras enguye
la casi totalidad de las pastillas para la tos de su entrevistador
cual si fueran caramelos- lo conduce hacia la cocina para demostrar
las bondades de la monotonía: una serie de tupperwares
que contienen su invariable cena (pescado
con arroz) marcados
con los días de la semana en que serán consumidos.
También su desayuno es invariable (bananas
con cereal), así
como los lockers que usa en los clubs donde nada por las
mañanas. Es que Sacks está convencido que la monotonía
en ciertas cosas permite una mayor libertad en otras, cosa que
suena bastante razonable.
Lo que no suena en absoluto razonable es que Sacks, luego de
un accidente en una montaña de Noruega, haya comenzado
a sentir que su pierna izquierda no le pertenecía.
En este libro, Sacks definitivamente introduce la idea de que
hay algo (o mucho) de literario en su escritura,
describiendo Con una sola pierna como un "relato o
novela neurológica" y se confiesa (no por primera vez) seguidor y discípulo del neuropsicólogo
ruso Alexandr Romanovitch Luria, y continuador de la línea
marcada por sus neurografías, en especial El hombre
con un mundo destrozado.
El Sacks paciente de Con una sola pierna, relata sus desventuras
que derivan en el horror
creciente de advertir el desconocimiento más absoluto de
su pierna: "Era absolutamente extraña, no mía,
desconocida. La contemplé con una falta absoluta de reconocimiento.
Yo había tenido (todos
hemos tenido) momentos
esporádicos y súbitos de no reconocimiento, de jamais
vu; son misteriosos mientras duran, pero pasan muy rápido
y nos vemos de nuevo en el mundo conocido y familiar. Pero esto
no pasaba, se hacía más y más profundo, y
más fuerte y más extraño. Cuanto más
miraba aquel cilindro de yeso, más ajeno e incomprensible
me parecía. Ya no podía sentirlo como 'mío',
como parte de mí. No parecía tener relación
alguna conmigo. Era absolutamente no yo..., y sin embargo, estaba
unido a mí..., y, más extraño aún,
entre aquello y yo había una 'continuidad'"
La "novela neurológica" de Sacks no va a diferir
mucho de sus posteriores libros. Tal vez el elemento literario
vuelva a ser tímido en Veo una voz, su libro
siguiente. Pero a partir del éxito de El hombre que
confundió a su mujer con un sombrero, libro que seguirá
a Veo una voz, Sacks se convencerá de sus cualidades
de narrador y no tendrá ningún problema en hacer
lo que hace mejor: divulgar y entretener.
Los más extraños
casos clínicos
Es entonces con El
hombre que confundió a su mujer con un sombrero que
Sacks asume de una vez por todas su condición de narrador
de historias que nacieron como historiales. Así claramente
lo indica uno de los epígrafes escogidos para presidir
el texto:
"Hablar de enfermedades es una especie de entretenimiento
de Las mil y una noches"(William
Osler).
Para Sacks, narrar es la única forma de devolverle al sujeto
su condición de individuo, de persona, que los historiales
clínicos se empeñan en desterrar: "[los
historiales clínicos] nada nos cuentan del individuo y
de su historia; nada transmiten de la persona y de la experiencia
de la persona, mientras afronta su enfermedad y lucha por sobrevivir
a ella. En un historial clínico riguroso no hay 'sujeto';
los historiales clínicos modernos aluden al sujeto
con una frase rápida ('hembra
albina trisómica de 21') que
podría aplicarse igual a una rata que a un ser humano.
Para situar de nuevo en el centro al sujeto (el
ser humano que se aflige y que lucha y padece) hemos de profundizar en un historial clínico
hasta hacerlo narración o cuento;
sólo así tendremos un 'quién' además de un 'qué',
un individuo real, un paciente, en relación con la enfermedad...
en relación con el reconocimiento médico físico."
Sacks entiende que, en el caso específico de la neurología,
el yo del paciente es fundamental
para estudiar la enfermedad, ya que es la propia personalidad
del enfermo la que está implicada y no puede pretenderse
separarlas como entidades autónomas, o ignorar la identidad como algo superfluo que debe
ser desterrado como referencia contaminante y no-científica.
Es así que el Dr. Sacks, en cada una de las historias que
componen El hombre que confundió a su mujer con un sombrero,
se acerca a su paciente como "viajeros
que viajan por tierras inconcebibles... tierras de las que si
no fuese por ellos no tendríamos idea ni concepción
alguna". Y, cómo se sabe, el viaje
siempre va a depender del viajero.
¿Cómo describir en pócas líneas lo
que allí se relata? No es posible, pues en verdad se trata
de los casos clínicos más extraños de la
tierra. Agrupados bajo los subtítulos genéricos
de 'Pérdidas', 'Arrebatos', 'Excesos' y 'El mundo de los
simples' Sacks presenta veinticuatro pacientes y sus extraños
mundos:
El Dr. P. puede describir lo que tiene entre sus manos como "una
forma enrollada con un añadido lineal verde"
pero es incapaz de decir que es una rosa hasta que la huele.
Es perfectamente capaz de describir a un guante como "una
superficie contínua plegada sobre sí misma de la
que sobresalen cinco bolsitas", pero no se imagina qué
puede ser. Jimmie G., sin embargo, no recuerda nada posterior
a 1945 y, a pesar de tener cuarenta y nueve años, jura
que tiene diecinueve. No es capaz de retener en su memoria nada
por más de cinco minutos, pero toda su vida anterior a
esa fecha la recuerda con una claridad abrumadora.
Christina, por su parte, puede parecer normal, pero ha perdido
el sentido de la propiocepción, es decir que no siente
su propio cuerpo
por lo que sólo puede moverse coordinadamente si está
mirando sus miembros. Pero Christina no está sola, aunque
su caso sea mucho más grave que el del Sr. MacGregor, que
simplemente se inclina hacia un lado sin darse cuenta siquiera.
MacGregor, a quien no le falta ingenio, decidió agregar
un nivel en la montura de sus lentes, de manera que pudiera controlar
constantemente su postura. Por si esto no fuera suficientemente
extraño, también está el caso de la Sra.
S. quien carece de la noción de "izquierda",
por lo que ve sólo lo que está a la derecha en su
campo visual. Esto la lleva a maquillarse solamente la mitad derecha
de su cara, o a comer la mitad derecha de su comida. Tampoco es
capaz de girar a la izquierda, por lo que cada vez que necesita
algo que se encuentra en ese sector, debe realizar un giro completo
hacia la derecha hasta que lo que busca entra en su campo visual.
También está el caso de la Sra. O'C. quien escucha
ciertas canciones que resuenan claramente dentro de su cabeza,
a un volúmen tan extraordinario que es incapaz de dormir
o escuchar a quien le habla.
Así van sucediendose las historias/historiales, una más
rara que la otra, hasta que el lector ya de nada se asombra y
agradece, en secreto, que su cuerpo
sea todavía tan obediente y su cerebro
tan standard.
Entre El hombre que confundió a su mujer con un
sombrero y Un antropólogo en Marte, medió
Veo una voz, pero la contigüidad de los dos primeros
es innegable y esto se puede comprobar simplemente comparando
epígrafes: si en El hombre... Sacks usaba uno de
ellos para destacar lo fascinante que puede ser hablar de enfermedades,
en Un antropólogo en Marte, lo usa para señalar
-una vez más- el encantamiento de lo raro y -por qué
no- para proponer que lo raro es, al fin y al cabo, normal:
"El universo no sólo es más raro de lo
que imaginamos, sino más raro de lo que podemos imaginar"(J.B.S. Haldane)
Pero en Un antropólogo... el enfoque es levemente
diferente: a pesar de que se trata de extraños casos clínicos,
el acento no está puesto en lo extraño de la patología
y su descripción, sino en cómo una enfermedad puede
sacar a la luz capacidades, adecuaciones y desarrollos latentes
que podrían no haberse visto nunca de no ser por la existencia
de tales anomalías.
Es por ello que Un antropólogo... lleva el subtítulo
"Siete historias paradójicas": "es la
paradoja de la enfermedad, en este sentido, su potencial 'creativo',
lo que constituye el tema central de este libro", explica
Sacks desde el prefacio. "De este modo, mientras que
uno puede quedar horrorizado ante los estragos que causa el desarrollo
de una enfermedad o trastorno, algunas veces podemos verlos como
algo creativo, pues si ellos destruyen unos procedimientos particulares,
una manera particular de hacer las cosas, puede que obliguen
al sistema nervioso a crear otros procedimientos y maneras, que
lo obligue a un desarrollo y a una evolución inesperados."
Frente a esta capacidad de adaptación del cerebro, Sacks
va a preguntarse si no habría que manejar un nuevo concepto
de salud y enfermedad, cambiando la referencia, es decir que la
salud no se describa
de acuerdo a su identidad con un estado rígido de normalidad,
sino usando un criterio más flexible, respecto a la capacidad
de adecuarse y funcionar en armonía y de acuerdo a las
condiciones individuales.
* Publicado
originalmente en Insomnia Nº 144
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