Los materiales plásticos alcanzaron un siglo de existencia,
aunque las investigaciones que permitieron su producción
datan de mucho tiempo atrás. Como el automóvil,
el avión y la informática, son elementos sin los
cuales la humanidad vivió todos sus milenios anteriores,
pero siente hoy en día que no podría vivir sin
ellos.
Al igual que en otros procesos productivos, los plásticos
reconocen dos momentos diferenciados: la elaboración de
productos plásticos a partir de fibras existentes en la
naturaleza y la elaboración de productos sintéticos
propiamente dichos, es decir no existentes en la
naturaleza.
En el último tercio del siglo XIX en Alemania y en Inglaterra
se llegan a establecer, casi simultáneamente, procesos
para sustituir el carey y el marfil, productos naturales de origen
animal y consiguientemente escasos. Hacia 1865, el inglés
E. Parkes culmina sus investigaciones con celulosa (proveniente de la semilla de algodón)
dando surgimiento
al celuloide, que se constituiría en el material básico
para las películas de lo que a partir de 1895 sería
la gran revolución cultural moderna: el cine.
En 1887, investigaciones con resinas culminan con la elaboración
de los discos de pasta (de
78 r. p. m., no sustituidos por los "de larga duración"
hasta mediados del siglo XX),
creados por el alemán E. Berliner a base de ebonita (goma vulcanizada dura y negra, y pizarra). Por otra parte, en la primera
década de este siglo, el químico belga L. H. Baekeland
logra el primer plástico rígido, que se bautizará
en su honor, la baquelita.
Con este producto, la industria eléctrica en expansión
tiene un desarrollo formidable, porque la baquelita -como todos
los plásticos- es un pésimo conductor y por lo
tanto un aislante excelente. Enchufes, manijas, interruptores
se empezarán a hacer de este material.
La Primera Guerra Mundial (1914-1918) intensificó el uso
del celuloide y sus derivados, como el acetato de celulosa, que
permitió aplicaciones a los vehículos aéreos
militares del momento (dirigibles
y la incipiente aviación).
El fin de la guerra permitió volcar tales investigaciones
en la llamada seda artificial, o rayón. En 1929 aparecen
nuevos plásticos rígidos o termoestables, todavía
basados en materia prima de origen natural como la urea, que
constituyen una revolución estética, porque este
material permite una diversidad de colores que la baquelita o
la ebonita no permitían. Será el momento de los
amarillos, los rojos, en la elaboración de artefactos
y utensilios de la vida cotidiana.
La edad de oro: el crecimiento
No será sino en la década del 30 -con la creación
del nailon- que la historia de los plásticos toma otro
vuelo. El nailon es un producto sintético en toda su extensión,
ya que no proviene de otros cuerpos hallados en la naturaleza
sino que está constituido por elementos creados sintéticamente:
las amidas.
La lista aumenta con el acrílico, un plástico termorígido
de enorme proyección por su dureza y por su transparencia,
y el polivinilcloruro [PVC]. La década del 40 se
abre con el poliéster y el plástico de mayor uso
en la actualidad, el polietileno. En 1943, se crean los clorofluorocarbonados
[CFC] -que logran una serie de éxitos
tecnológicos en la refrigeración, los aerosoles
y otras aplicaciones- y las siliconas.
Desde el punto de vista de una historia del material plástico,
se podría decir que el período que se abre hacia
1930 y va hasta mediados de los 40 constituye su "edad de
oro juvenil".
Es en ese período precisamente donde surge la mayor cantidad
de materiales plásticos que se conocen hoy en día.
En su proceso de elaboración todos los plásticos
cuentan con un momento de calentamiento de la materia prima (generalmente a cientos de grados centígrados), a partir del cual los cuerpos,
presionados, toman su forma y consistencia. Una vez pasado ese
momento y comenzado el enfriamiento, los plásticos se
dividen en dos grandes grupos: el de los termoestables y el de
los termoplásticos. Los primeros, también llamados
termorígidos, son los que fraguan y todo otro proceso
de calentamiento solamente los arruina o destruye; los segundos
se caracterizan porque todo nuevo calentamiento los retorna a
un estado de plasticidad tal que se los puede reconstruir, reelaborar.
En estos últimos, es decisiva la presencia de plastificantes,
como los ftalatos (derivados
de un ácido del petróleo), sustancia que se ablandan con suma
facilidad. Veremos más adelante consecuencias inesperadas
de su presencia.
La clave para la elaboración de materiales plásticos
es la
polimerización, un proceso mediante el cual se unen moléculas
-monómeros- estableciendo larguísimas cadenas intermoleculares
que son las que resultan especialmente sensibles al calor para
su configuración como objetos diversos (de
allí los nombres, como poliamida, poliestireno, etcétera).
El proceso más común para la fabricación
de productos con el material polimerizado es el de extrusión,
que consiste en la inyección de material plástico
en estado pastoso, casi líquido, dentro de moldes que
luego se enfrían y retiran y dejan así constituido
el objeto.
Lo que hemos llamado "edad de oro" ha configurado de
tal modo la industria de materiales plásticos que al día
de hoy, finalizando el siglo, hay un único material plástico
de primera línea posterior: el polipropileno, ideado a
fines de los 50, cuya característica más notable
es su resistencia al calor, que como veremos, representa a su
vez el talón de Aquiles de este tipo de material.
La edad de oro: la expansión
A partir del fin de la Segunda Guerra Mundial se produce una
expansión formidable de la industria de los plásticos.
En el Reino Unido, entre 1950 y 1961 se cuadruplica la producción:
pasa de 150 mil toneladas anuales a 600 mil.
El volumen de la producción mundial anual de plásticos
en los 90 se está equiparando al de la producción
mundial total de metales. La época de expansión
más acelerada (con
tasas de crecimiento superiores al 20% anual), los 50 y 60, se caracteriza por dos
elementos disímiles pero significativamente simultáneos:
un optimismo tecnológico radical, que permitía
hablar, por ejemplo, de la "impar resistencia" de los
CFC "a casi todos los productos químicos y solventes",
y la materia prima extraordinariamente barata.
Este segundo aspecto del momento "glorioso" de la industria
-que a esta altura del proceso tecnológico ya se puede
llamar petroquímica- se explica por el precio irrisorio
del petróleo -un producto usado como combustible desde
la antigüedad-. Su producción desde los inicios de
su explotación industrial, a fines del siglo XIX hasta
1945, no sobrepasó nunca de las 300 mil toneladas anuales.
Desde 1945 hasta 1973 en cambio, se multiplicó por siete
su uso, pasando de constituir un cuarto del suministro energético
mundial al finalizar la guerra (momento
de baja demanda),
a la mitad en 1973 (momento
de altísima demanda energética).
¿A qué se debía la disponibilidad tan generosa
del petróleo (del
que la petroquímica insume aproximadamente un décimo)? Las empresas del ramo, casi
todas de origen estadounidense, británico y holandés,
se fueron emplazando, mediante concesiones más o menos
generosas, en los más remotos puntos del planeta donde
se verificara la existencia de yacimientos. Y la extracción
se hizo durante todas esas décadas con costos mínimos,
puesto que los países en donde se asentaban esos yacimientos
apenas percibían ingresos por ellos. Los principales países
productores estaban alojados en el Tercer Mundo: México,
Venezuela, Irak, Irán, Arabia Saudita, Libia, Kuwait,
a los que había que agregar Estados Unidos y la ex-URSS,
pero estos últimos no eran exportadores de petróleo,
con lo cual su situación era radicalmente distinta.
Así se explica la expansión colosal en las ramas
de actividad que el plástico "conquista" en
los 50 y los 60: caños y tubos, recipientes del más
diverso tipo, objetos de uso doméstico como baldes, palas
o peines, la industria automotriz (carrocerías,
tableros, engranajes),
expansión hacia la industria de la construcción
e ingreso arrollador en la industria del envase. En 1973, los
países exportadores de petróleo, deciden no mantener
más un precio congelado del petróleo ya que durante
décadas han visto incrementar los precios de los productos
que importaban con la "exportación" de petróleo.
Lo que se ha llamado "el deterioro de los términos
del intercambio" había llegado a un punto crítico.
Ese año marca una freno relativo en el uso del petróleo;
los productos plásticos dejan de "costar una bagatela".
Toda esa etapa "gloriosa" se movió exclusivamente
por el lucro y la retribución económica altísima,
para diseñadores de nuevos compuestos y artículos.
Todavía en la década de los sesenta se podía
escribir, sin problemas de conciencia: "entre todos los
factores que han de incidir para que se puedan aplicar los materiales
de que se dispone a campos más amplios, el precio de venta
es el más importante".
Con el tiempo, el cálculo puramente monetario de los costos
a corto plazo, cede el lugar a otras consideraciones, como el
del "producido final" de desecho o basura. Y simultáneamente,
la industria petroquímica se ve sometida a un análisis
crítico de todas las virtudes que hasta entonces se le
habían asignado. El año de 1974 es a este respecto
un año clave: en EE.UU. se acepta por fin, que decenas
de obreros muertos, todos ellos vinculados a las cadenas productivas
de polimerización de PVC, habían fallecido por
intoxicación en los mismos procesos productivos; en ese
año aparece
el primer informe de investigadores que vinculan el "agujero
de ozono" con la acción deletérea de los CFC
en la estratósfera, que por lo visto no sólo eran
"extraordinariamente resistentes a los productos químicos"
sino que a su vez atacaban a algunos de ellos, en este caso al
vital ozono.
La basura: una perversión
La basura
humana había sido hasta entrado el siglo XX una basura
principalmente biodegradable y reciclable
y daba lugar a una serie de actividades económicas anexas
dedicadas a la recuperación.
La incorporación del plástico a la vida cotidiana
crea un fenómeno nuevo: la presencia indefinida, siempre
creciente, de basura. La mezcla de plásticos y desechos
orgánicos (amén
de otros) es un
derroche que grava al planeta de un modo tal que cada vez más
científicos y otras personalidades consideran suicida.
El plástico no se biodegrada y tampoco desaparece fácilmente
por erosión. Jacques Yves-Cousteau nos ha legado impresionantes
relatos sobre los mares del planeta contaminados con moléculas
plásticas.
Y el reciclado, última consigna de la industria petroquímica,
tiene un valor meramente propagandístico: en Estados Unidos
se recicla el 1,5% del total del plástico producido (datos de 1995). El 98,5 % restante es desecho inutilizable.
La toxicidad
Los plásticos habían revelado cualidades estimadísimas
en el momento del optimismo tecnológico: adaptabilidad,
liviandad, poca fragilidad.
Con la experiencia y las investigaciones de los últimos
años, se conocen los efectos indeseados: contaminación,
toxicidad, el desecho incontrolable y, en lo que tiene que ver
con los envases, las migraciones. Los envases plásticos
contienen ablandadores que con el tiempo y el calor se pasan
a los productos por ellos contenidos. Este fenómeno que
podría ser considerado de secundaria importancia en el
caso de envases para contenidos no alimentarios, pasa a ser
fundamental en el de alimentos. Sobre todo, porque las migraciones
se registran a temperaturas no altas (apenas
40 centígrados alcanzan para una marcada migración) y porque son generalmente
tóxicas, incluso cancerígenas.
En la alegre ignorancia de los 60, se podía escribir que
el PVC ofrecía "alta resistencia a los ácidos,
los álcalis y el alcohol". Hoy en día, existen
muchas investigaciones concluyentes acerca de que el PVC es soluble
en alcoholes y grasas -por su contenido de cloro-, por lo cual
se desaconseja su uso para envases de alimentos grasos o
alcohólicos.
A principios de los 80, la Dirección Nacional de Alimentos
sueca, por ejemplo, ante la verificación de migración
de los plásticos laminados (PVC) a alimentos en ellos envueltos
como el queso (que contiene
grasa) llega a
publicar "recomendaciones a la población" de
prescindir de la primera rebanada de queso, en tanto se procura
ensayar sustitutos de esta forma de envasado. Veinte años
no habían pasado en vano.
El plástico como expresión cultural
En rigor, cada régimen social y económico y cada
opción tecnológica es una expresión de toda
la sociedad. El material plástico es así una manifestación
de la red cultural en que vivimos, como lo son los medios cada
vez más rápidos de comunicación y de transporte.
El plástico parece cumplir el sueño del polimorfismo
creador, de la capacidad ilimitada del hombre para modelar la
realidad.
Una corriente del pensamiento
contemporáneo, vinculada al conductismo, cuyo epicentro
ha estado a lo largo del siglo XX en Estados Unidos, sostiene
"la plasticidad humana" como fundamento para una sociedad
moderna, no atada a las tradiciones, que presenta al ser humano
ilimitadamente plástico como el mayor logro de la humanidad.
Del mismo modo, el desarrollo tecnológico ha imbuido a
la cultura dominante de la idea de que la
naturaleza es infinitamente maleable. Pero esta creencia
habla más de un sentimiento de omnipotencia que de lo
que los científicos responsables estarían dispuestos
a conceder.
La producción y el consumo de material plástico
de modo
indiscriminado puede estar causando más problemas que
soluciones. Hay que aprender a reformular costos, no de acuerdo
con los precios de venta (con
la ley de la oferta y la demanda)
sino incluyendo factores ambientales, los costos a futuro. No
es tarea fácil, porque el plástico es una de las
pocas ramas industriales en donde el sector privado ha sido mayoritario
o, para decirlo de otro modo, donde el Estado, las dimensiones
públicas de la economía, han estado menos
presentes (baste compararla
con la industria ferrocarrilera, el
desarrollo médico o la actividad pesquera).
*Publicado
en La Guía del Mundo 1999-2000
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