El más grande
Visto desde nuestra época amojonada por museos,
Tiziano es, para la mayor parte de los visitantes de esos recintos
que forman una vía láctea que conduce a la satisfacción del
turista, uno más de aquellos pintores de lejanos temas religiosos,
oscuras escenas mitológicas, y retratos de señoritas entradas en
carnes. Para el bachiller un poco más informado (aunque con
frecuencia igualmente falto de interés), Tiziano fue un pintor
veneciano, esto es, “colorista”, en oposición a los florentinos,
más afectos a “dibujar” y parcos en colores. Algunas de sus pinturas, sin embargo, tocan
directamente la sensibilidad de cualquier observador: la
Venus de Urbino, donde una mujer recostada en un diván,
desnuda, mira a los ojos al observador, en una composición que
parte en dos el encuadre y lo abre a interpretaciones sin fin por
el contraste de los dos fondos que yuxtapone; el Retrato del
Dux Andrea Gritti, líder político de Venecia, cuya
poderosa personalidad es implacablemente desnudada por el cuadro;
la Dánae del Museo del Prado, en cuya actitud de
abandono sensual es posible reconocer el inicio de una larga
tradición de representación del desnudo femenino en Occidente.
Pero aun cuando sea posible para cualquiera
reconocer la maestría del viejo pintor, la mayor parte de su obra
probablemente nos resulte, hoy, difícil de entender, artificiosa e
inocente. Tiziano ha sido considerado, desde su propia época,
por sus colegas y por los amantes del arte de la pintura, como uno
de los más grandes pintores desde los tiempos de Apeles, el pintor
de la corte de Alejandro de Macedonia cuya maestría era legendaria
en tiempos del Renacimiento. Artistas como Rubens, Velázquez, van
Dyck, Rembrandt, Turner o Manet (su Olympia es una
reelaboración explícita de la Venus de Urbino), son
seguidores del maestro, y a través de ellos toda la pintura al
óleo europea posterior al siglo XVI puede considerarse su
heredera. Esa maestría reconocida unánimemente no hace sino
problematizar la cuestión del valor de la obra de arte. La
pregunta por el valor del arte es relativamente fácil de contestar
si uno se mueve en el mundo del comercio de obras.
Pero lo interesante del estudio de los grandes
maestros del pasado, como Tiziano, es que resulta muy difícil
mirarlo hoy como un artista, debido a que la concepción del
arte
que defendió y ayudó a construir ha caducado. La facilidad con que
puede valorarse la obra de Tiziano (como la de muchos otros) desde
un punto de vista monetario tiene que ver con la defensa del
patrimonio material de los estados e instituciones que poseen
objetos antiguos. Los cuadros de Tiziano valen por unas pocas
razones: son originales, antiguas, bien conservadas, reflejan una
época y un lugar, y sobre todo, son escasas. Su valor actual no
puede ser artístico, porque la estética no puede otorgarles valor
sin encuadrarse históricamente, tal como podía valorar esa obra un
contemporáneo del artista. El
arte del pasado está condenado a ser
examinado a través de puntos de vista sociológicos, antropológicos
o iconológicos. En todo caso, modos de ver reductores de lo que
los creadores de las obras y sus destinatarios primeros
consideraban su esencia.
Nuevas clases sociales, nuevos modos de ver
Tiziano nació en un pueblito montañés cercano a
Venecia, Pieve di Cadore. Él y su hermano Marco fueron enviados a
estudiar pintura a la ciudad, y allí se quedaron. El trabajo de
Tiziano en el taller del pintor Giorgone, de quien tomó su estilo
primero, lo preparó para postularse a encargos de mayor
envergadura. Tiziano confiaba temerariamente en sus habilidades,
de manera que aceptó encargos difíciles, que algunos pintores más
conocidos habían rechazado, debido a que, por ejemplo, las obras
no serían muy vistas por encontrase en sitios oscuros o de difícil
acceso. No tenía una cultura clásica muy sólida (cosa por lo demás
bastante frecuente entre los pintores), y fue famoso su
desconocimiento del latín. Pero su espíritu audaz lo llevó a
proponer interpretaciones compositivas para temas mitológicos y
religiosos que resultaron innovadoras. Pese a esa ignorancia de
las letras clásicas, trató a grandes poetas y escritores de su
tiempo, como el temible Aretino, perseguido y desterrado por las
víctimas de su sarcasmo, o el grandioso Ariosto, de quienes hizo
extraordinarios retratos, y con quienes compartió una larga
amistad.
Un retrato que se creyó durante mucho tiempo que
representa a Ariosto es un cuadro especialmente notable, porque es
el primero en el que emplea una innovación compositiva luego muy
imitada: el cuadro dentro del cuadro. Ese “autoenmarcado” y la
posición del cuerpo del retratado, en torsión —que preanuncia otro
cambio, esta vez reducido al ámbito de los estilos pictóricos, el
manierismo—, impuso una modalidad dinámica que desde entonces ha
sido la norma: la cara mira hacia un lado, el torso hacia el otro,
los ojos se desvían del eje frontal para mirar al espectador, y el
antebrazo descansa casi sobre el borde inferior, generando la
sensación de que constituye un marco dentro del cuadro.
La modernidad que se inauguraba con el nacimiento
del capitalismo fue trascendida por Cervantes en su segunda parte
de Don Quijote (quizá la primera manifestación de la
posmodernidad), cuando hace intervenir en la trama algunos
personajes que han leído el primer libro. De modo menos explícito, Tiziano pone en discusión el meollo filosófico de la pintura de
caballete: el marco, razón de ser, organizador, creador de un
universo autónomo. Este universo, que a mayor escala está
constituido por lo que John Berger llama “la pintura al óleo
europea”, para evidenciar que esa técnica, que permite representar
con hiperrealismo y sensualidad las superficies de las
pertenencias de los poderosos (oro, joyas, tejidos y mujeres), fue
el sistema de signos que se construyó para representar al
capitalismo naciente.
Tiziano fue protagonista de la construcción de un
sistema pictórico capaz de servir a las nuevas clases dominantes.
En el norte de Europa,
pintores como Jan van Eyck habían iniciado
un poco antes ese camino
ya que
el capitalismo nórdico fue más precoz que el italiano en la
usurpación de los medios de representación hasta entonces usados
por la nobleza.
El pasado es un país extranjero
La mayor parte de las pinturas que se conservan en
los museos y otros recintos son meramente antigüedades. Las obras
que definimos como “arte” fueron construidas mediante procesos
distintos a los que los artistas de hoy emplean para crear sus
obras, y para satisfacer necesidades sociales diferentes a las de
hoy. En la actualidad la principal función de un Tiziano es servir
de medio para entender una época, para comprender la evolución del
arte europeo, y también de las relaciones de poder, económicas y
políticas de aquellos tiempos. Otra de sus funciones (esta mucho
menos específica, ya que la comparte con infinidad de otros
artistas del pasado) es la de constituir un fondo de capital de
ciertas instituciones.
Los historiadores del arte pueden detenerse en el
análisis de la maestría de Tiziano para resolver la transición de
color y claroscuro que define, en Flora, el asomo de
la aréola
del pezón izquierdo de la muchacha, y cualquiera,
ciertamente, a medias sugestionado y un poco entendiendo las
dificultades técnicas del asunto, puede llegar a admirar el
fenómeno, pero esa cuestión, que era un rasgo que definía el arte
del pintor, hoy parece sólo una huella antropológica. Podemos
admirar la maestría, pero esa maestría no constituye arte. Nuestra
valoración, hoy, se funda en otras concepciones.
El origen de muchos malentendidos acerca de lo que
vale y lo que no vale en arte tiene su origen en la defensa
cerrada que algunos tratan de hacer del “valor eterno” de obras
como las de Tiziano, contra el ataque cerrado de otros que
decretan la caducidad indefectible de los estilos del pasado. Una de las dificultades que tienen los legos a la
hora de tratar de generar sus propios criterios de valoración, es
que cuando se acercan a las obras reciben una andanada de elogios
y una sentencia previa de la grandiosidad del objeto de estudio. Lo peor es que en la misma bolsa que Tiziano se
colocan una gran cantidad de otros pintores, cuyas obras quizá
nunca fueron valiosas, pero que por motivos económicos y
financieros entran en el cofre de los tesoros del arte universal.
La conexión con la actualidad
El proceso de aceptación de la tabla La
Asunción ilustra a la perfección algo que sí ha seguido
funcionando de manera idéntica desde el Renacimiento hasta
nuestros días: la imposición de un nombre, la creación de fama
artística.
Tiziano fue un hábil comerciante, un amable
servidor público, y también un atrevido empresario. Su taller
producía una gran cantidad de trabajo, y su vida larga e intensa
lo convirtió en uno de los más prolíficos pintores de todos los
tiempos. Esas características, sumadas al éxito económico casi
instantáneo que tuvo cuando comenzó su carrera profesional, lo
emparentan fuertemente con Pablo Picasso, igualmente longevo,
renovador, exitoso, prolífico y amabilísimo con sus clientes.
Los frailes franciscanos de la más grande iglesia
de Venecia, Santa Maria Gloriosa dei Frari, le encargaron al
pintor un gran retablo para colocar en el altar mayor. La tabla
fue terminada en 1518. Las innovaciones del pintor son
compositivas pero especialmente conceptuales: el dinamismo de la
escena pide una participación del observador radicalmente
diferente a la actitud de adoración que reclamaban las obras
destinadas a las iglesias hasta ese momento. Los personajes están
completamente absorbidos por la situación representada, lo cual
generó, cuando la obra se inauguró, un fuerte rechazo. Los
franciscanos dudaron si debían pagar por la obra lo que habían
prometido, porque les resultaba tan extraña que no sabían si podía
siquiera calificarse de obra de arte sacro.
El personaje de un
apóstol, que ocupa una parte central y es la figura más grande de
la obra, aparte de la Virgen, está completamente de espaldas, lo
cual era, para el público de aquel momento, una espectacular
transgresión. Para los clientes, el hecho de que el apóstol no
pudiera ser visto les parecía una tomadura de pelo, ya que una de
las funciones tradicionales de la pintura sagrada era la de
permitir una actitud adoratriz por parte de los fieles. Colocar
una figura de espaldas al observador marcó un cambio filosófico
importante. La pintura renunció a su función mágica de invocar la
presencia de un personaje sagrado, y se convirtió en
representación de una escena o situación que tiene una existencia
dentro de un ciclo narrativo, sea histórico o mítico.
Los monjes no pecaron de ignorantes cuando se
sintieron molestos por el cuadro, sino que entendieron
perfectamente el cambio que introducía Tiziano, y justamente eso
los inquietaba. Fueron los colegas de Tiziano y el público de la
iglesia quienes zanjaron el asunto. Los artistas reconocieron la
maestría técnica y la audacia compositiva; el público quedaba
absorbido de inmediato por la enorme tabla que podía ser
perfectamente comprendida —tan claro es su planteo compositivo—
desde el momento mismo de entrada a la gran iglesia gótica. Y la
espalda del apóstol convertía el cuadro en una representación
vívida, dramáticamente realista de la asunción, que tocaba
intensamente las emociones de los feligreses.
Un asunto no menor en la aceptación de la obra por
parte de los frailes radica en que el valor comercial de la obra
del pintor no cesaba de aumentar. Cuando la tabla estaba casi
terminada, el embajador alemán ofreció a los frailes, que estaban
aun indecisos, molestos y desconcertados por el trabajo,
comprársela por un precio mucho mayor al que ellos iban a pagar;
eso les permitiría resarcirse del costo que debían pagar a Tiziano,
y además disponer de dinero para hacer el encargo a un pintor que
los dejara conformes. Pero cuando los frailes vieron que se ofrecía tanto
dinero por un trabajo del pintor, la codicia hizo su trabajo y los
empujó a aceptar el cuadro. Hace 500 años que está allí, en el
ábside de la iglesia.
Una cierta tristeza
Durante el siglo de Tiziano se produjeron tantos
cambios y revoluciones que no es posible exagerar su importancia
en el curso de la cultura mundial. Se descubrió América, se
produjo el cisma de la Iglesia, Copérnico explicó el universo,
trabajaron Cervantes, Ariosto, y
Shakespeare,
Leonardo, Miguel Angel y Rafael, nació el capitalismo, la modernidad y la
globalización, se inventó la inflación, el cambio de los estilos
se aceleró desde el clasicismo hasta el
barroco, Maquiavelo,
Erasmo, Moro y Montaigne mostraron nuevos modos de usar el
cerebro, y se inventó la perspectiva cónica, manera civilizada y
elegante de imponer a los demás el propio punto de vista.
Todo decae, y aunque Tiziano perduró medio milenio
como el moderno Apeles, su gloria no será eterna. Su maestría ya
no es percibida de inmediato por cualquiera: cada vez se hace
necesaria más información previa, más preparación del observador.
La comprensión del significado del
artista nos hace más sabios,
quizá, pero al mismo tiempo nos obliga a una extenuante mediación
de largos repertorios de razones que nos alejan irremediablemente
de la intensidad del goce que sus contemporáneos eran capaces de
experimentar ante sus obras.
* Publicado
originalmente en El país Cultural
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