Y así, lo que yo llamaría el cuerpo -me alegro de
hablar sobre el cuerpo desde este punto de vista- no es una
presencia. El cuerpo es, cómo decirlo, una experiencia en el sentido
de la palabra más móvil [voyageur]. Es una experiencia de
contexto, de disociación, de dislocaciones.
Las artes del espacio,
Jacques Derrida
No cuerpos producidos por la autoproducción del
espíritu y su reproducción -que por lo demás sólo puede producir un
cuerpo, una sola imagen visible de lo invisible…Sí, en cambio un
cuerpo que se da multiplicado, multisexuado, multifigurado,
multizonal, falo y áfalo, céfalo y acéfalo, organizado inorgánico,
cuerpos así creados, es decir, viniendo y cuya venida
espacia cada
vez el aquí, el ahí.”
Techne de los cuerpos,
Jean Luc Nancy
Centro y periferia. Instalación Juan Carlos España. 2007s España. 2007
I:
Queremos
empezar este texto con un agradecimiento, un pequeño agradecimiento
a quienes de
alguna una manera hacen que
escriba desde esta otra senda de voces en el movimiento del arte.
(ahí, márgenes y hospitalidades)
Aquello que llamaremos
aquí, umbrales, es una respuesta
agradecida de nuestra parte
a una serie de grabados e instalaciones realizadas en 2007 por
Juan Carlos España:
el arte es una manera de conjurar el olvido de la memoria.
Desde el umbral de este texto, y, en el juego
de la dislocación de los sentidos entre los asistentes, se trenza
una idea que nos ha de acompañar en esta sala, la relación entre las
márgenes del arte y la teoría estética, y a la vez, la hospitalidad
de la firma del artista en la desmesura de sus obras.
Al hablar de esta desmesura, podríamos proponer una
salida del texto desde lo que el texto mismo trae, digamos aquí,
este texto viene acompañado de unas ciertas imágenes, unas imágenes
que están en su interior y que ya ocuparían a los asistentes, y unas
imágenes preparadas para generar una cierta dislocación de la
atención entre lo que se va leyendo y aquello que al ser escuchado
nos va abriendo a una infinita posibilidad de sentidos alrededor de
la obra, y, aquello que desde sus umbrales se teje y al topar la
periferia de la visión hace perder el centro mismo de toda obra.
Para comenzar, y en los hilos de la primera imagen,
intento una salida de texto desde lo que se ha propuesto como una
lectura performativa en la alteridad de las imágenes, lectura que
sin intentar poner en evidencia los hilos incontenibles de las
imágenes que esta obra suscita, pondría como inquietud la evidencia
de que la obra lleva esa extraña relación entre representación y
escritura,
escritura que se enhebra a la alteridad del artista en la
entrada a la Naturaleza de la
obra, a la obra de Arte, al ejercicio
de una obra Literaria, a la inmersión
en
una Filosofía en las artes
del espacio.
Ese hilo escritural, el cual mueve la textura de una
obra, su verdad y su fundamento, a la vez reclama y transgrede,
fragmenta y hace tomar un sentido diferente a cuanto se podría
reclamar de toda obra, y de qué
manera, puesto que esa tensión y esa
pérdida de sentido de toda obra
se debe a la imposibilidad misma de decir que el cuerpo de una obra
se deja atrapar y ver en una sola verdad dentro de lo posible
a
decirse de la obra.
El arte permite decir y desdecir el movimiento de
variadas naturalezas en creación, llega, nos atrae con seducción o
con pasión, nos envuelve en el deseo de saber que hay más allá o más
acá de la expresión artística, de la plasticidad de esa obra
integrada a un instante de separación entre la
mirada del espectador
y el mundo que se deja mirar en ese instante del aparecer de la
obra.
El arte nos excede.
Ahora bien, la imagen en movimiento, la
imagen que
permite esa visibilidad de eso otro moviéndose en el espacio, en la espacialidad del espacio, en la espectralidad del espacio, en ese
espacio y ese umbral que hace posible sumergirnos entre la tintura,
la tinta, el olor de la tinta, el movimiento de las manos de un
artista y el movimiento de esa gracia que en su
obra se plasma. Esa
imagen nos llama a una travesía entre lo que podemos pensar e
inferir de una obra y aquello que escapando a su sentido posible, y
a nuestro sentido posible, escapa a nuestro recibimiento y a la vez
nos abre a la ruptura con lo ontológico, arquetípico y la topología
en la cual se puede inscribir la verdad de una obra.
Pensamos
en la
imagen en movimiento, la que aquí se
hila a otra y en otra que aun no vemos, que excede a la videncia y a
la evidencia de sentido entre imagen y representación, la imagen
movimiento, la imagen pensamiento, la imagen corporal y la
incorporal, la imagen que excede a la imagen misma, la imagen que se
crea e inventa en su seno, la
imagen que se anima en su
movilidad de un espacio a otro, de un ojo a otro, de una mirada en
otra y que sin embargo hace que la
imagen misma se vuelva
incontenible.
Imagen que por su peso pesa demasiado,
imagen que
excede la realidad y sin embargo la traduce en aquello no tan fácil
de decirse en palabras, la imagen que se hace palabras y
mimesis,
removiendo y con-moviendo al espectador en cuanto este es atravesado
por toda una historia que subyace bajo el velo de la
representación.
Historia sin historia, sin economía del signo, sin
restitución programada, sin tiempo y espacio contenibles. Historia
de un arte sin historia. Historia en la conmoción del objeto
artístico, en la remoción de fundamento en el cual toda creación
artística es un arte. Esa imagen – a-histórica
- ahora se torna
subjetiva,
pasa por nosotros y a la vez nos llama a contemplarla nuevamente, a
intentarla traducir nuevamente, ya que, por más
que se quiera hablar o decir algo de ella, su movimiento es
incontrolable. Quizás esa imagen atraviesa este
cuerpo y con esa
travesía, se intenta tejer un texto que nos acerca y distancia de
aquello que en común llamamos
Historia del arte.
En la obra algo desconocido subyace y excede la
mirada de quien asiste a su exposición. Eso que subyace, que esta
debajo de la traza y el pincelazo, en la mixtura del color y sus
formas, eso que se hospeda en la obra y en ocasiones se incuba en la
plasticidad de lo creado, eso que se mueve en los hilos de otra
historia, sin mimesis ni tiempo de representación tangible, eso que
escapa al tacto, hace que el artista supere la evidente ceguera dada
en la técnica de su traza y pueda así montar y desmontar los campos
significantes, históricos y comunicables de la obra.
II:
La cercanía entre arte y filosofía es necesario que
siempre quede en la sospecha. Será mejor dejarlo así. Decirlo así,
hablar de una sospecha entre aquello irreductible a la traza, y
aquello que en la traza hace irreductible el movimiento mismo de la
obra, de aquello que excede a la obra y al artista, al cuerpo del
artista, a su presencia y no presencia, a lo que se pudo diferir y
pensar de sus trazos, de sus trasteos en la traza, de ese traspaso
de un lugar a otro en la sensiblidad y el psiquismo de su obra. Un
sin lugar singular, una brecha, de esa firma que contiene los tonos
y matices de una obra, de un cuadro, pintura, grabado, video arte o
instalación en la cual el nombre del artista se diluye, se filtra y
se distancia de la economía misma del acto de nombrarse en el
interior del cuerpo de la obra.
Distancia y excedencia de una idea que atraviesa el
cuerpo del artista y se hace visible hasta cierto punto. Distancia y
excedencia del lugar mismo en el cual la obra se torna visible, y si
podemos decirlo también, se virtualiza, hace posible su recibimiento
aunque sea imposible recibirla sin recibirse y evadirse en la obra,
ya que, en el momento de internarse en la obra, esta se torna
irreducible, inaprensible, infinitamente abierta a las variantes y
variaciones de acogida y traducción que desde su seno se le pueda
dar.
La traducción sería otro de los asuntos que nos
interesarían de momento, y, en ese impase, interpretar las firmas,
o, interpretar las obras en sus firmas, sea en Van Gogh o Celan, sea
una obra pictórico-literaria
o la alteridad de la imagen proyectada en video, sea la
simulación
fantasmal de un performance o la diseminación anagramática del
nombre de un artista en una obra insoportable, quizás un poco
pesada, pero no por ello, creada sin pasión
o gracia.
“Podemos imaginarnos una obra terrible, insoportable,
amenazadora, pero todavía está dentro de un marco, o montada en un
pedestal, o si es una película tiene principio y final; hay por lo
menos un simulacro de ordenación, y en consecuencia la posibilidad
de dominar la obra, algo que supone una protección para el
espectador o receptor. Pero hay textos que carecen de principio y de
fin, que dispersan sus voces, que dicen cosas dispares y que, como
resultado, impiden esa ordenación. Uno puede escucharlas, pero no es
capaz de controlarlas. Así ocurre con mi obra, y hay a quienes les
gusta y a quienes no. Pero en mi opinión es siempre una cuestión de
espacio, de lo indómito de la especialidad, y no sólo de la voz o de
algo que hay en las voces.
Vulnerabilidad del espectador en la exposición de una
obra en la excedencia de traducción por vía de las manos del
artista, excedencia de una realidad sin virtualizarla en el nombre
del artista o del arte. Realidad que desaparece para volver a
aparecer en tonos y matices siempre nuevos.
Esta des-aparición es quizás, y para entrar en este
texto, el hilo conductor de lo que se ha llamado una “apertura de la
obra”, desaparición de los marcos que sostienen una pintura,
desaparición de la historia de los asistentes y del momento mismo de
asistir a la instalación de una obra, a su exposición, puesto que,
la obra y el espacio en el cual se exponen, se tornan espacialidad
de voces que resuenan de manera diferida entre quienes transitan por
esos rincones de color, sonido, vibración y atemporalidad, voces
auscultando
nuestras escuchas, en el entrecruce de los pincelazos y trazos, de
las palabras y gestos que hacen y deshacen lo visible de una
exposición, de un lugar de encuentros entre lo que traen las miradas
y aquello que las desdobla en el lienzo invisible del verse diluido
por la aprensión táctil de un instante de creación artística.
III:
Umbrales. Tríptico, Grabado, Intaglio, dibujo. Detalle III. Juan
España. 2006
Desaparición.
Lo hemos dicho mas arriba. Des-aparecer, estar en el
sitio y a la vez hacer posible que al mirar una obra estemos en otro
lado, en otro sin lugar singular al cual nuestra mirada ha querido
entregarse, desviarse, movilizarse y a la vez replegarse para
dejarse ir en lo que de momento envuelve con su “invasión de
sombra”.
Volvemos entonces a la obra, la de
Juan
España, el umbral,
la historia en grabados, en una serie de grabados que hacen
conmoción en los hilos que sostienen este texto, esta historia, en
el umbral de aquello que la obra misma cuestiona.
“Los hombres caminan como espectros sobre la línea
del tiempo sin historia. Trazos como hilos invisibles del tiempo.
Vellosidad, erotismo y difuminación del espacio. La elasticidad del
ancestro en una espiral cuya cuadratura se deja atravesar por la
vellosidad del trazo. Una columna –quizás axial – comunica las voces
del grabado.”
Una brecha abriendo la temporalidad del movimiento de
las manos. Las manos del artista, las otras manos, las que palpan
esas regiones intangibles por donde una palabra acontece y muestra
la novedad del instante, remueve el instante mismo que interrumpe la
mirada, el tacto, el swing fílmico de un instante que nos excede.
Interrupción de un instante en donde una mano es y deja de ser para
acercar un poco esa otra región de escuchas, de trasteos en la voz,
de encuentros y distancias entre lo comunicable e incomunicable que
se sostiene en el papel de grabado.
En esa brecha se da la posibilidad de repensarse en
el arte, de re-sentirse y re-pensarse nuevamente en las maneras de
trabajar y acercarse al arte, de entrelazar el tono de la
escritura
al tono de los matices que dan luz a la obra, tono y ritmo de
vibración táctil que acerca esa obra, la realidad que siente, vive,
piensa y comunica el creador plástico, en eso otro del ver, otro ver
de la realidad en el traslado de lo visiblemente invisible, de esa
ruptura con el paradójico exceso de retención en la mirada que
quisiera contenerlo todo, fotografiarlo todo, y quizás mostrarlo
todo para que así pueda ser creíble.
Frente a esto se podría proponer
la desencarnación de la realidad a través de la imagen…allí donde el
comercio con la realidad es un ritmo,
ritmo que nos invita a una toma de posición frente a la exposición
de cualquier obra, de cualquier arte, de aquello que en manos de un
artista se plasma y se proyecta como una realidad asible, como una
realidad para ser vista, aunque sea por un instante, por la gracia
de un instante, al
término
de ese instante.
Grabado en metal. La palma. Juan España. 2006
Toda apertura de una exposición nos inquieta, nos
remueve algo, nos llama a algo: sea el nombre del artista o la
propuesta que sugestiona y atrae para que se llegue a citarse con el
encuentro de una obra, sea la imagen misma de la obra o el encuentro
con esos otros que replican el esquizoanálisis
de una pintura. En si, toda exposición es una salida de si. Toda
exposición es una invitación a salirse de si, a entrar en ese otro
orden de lo real que se desordena en su inmersión misma, una
caósmosis del ver en el instante mismo que se llega a la exposición, a ese
exponerse ante la obra y sentirse expuesto en la obra.
¿Pero que queda de la ex-posición cuando se afirma
que el artista es el traductor de una ceguera?
Regresemos los pasos, retornemos al párrafo anterior
y sigamos jugando con esas preguntas inconexas: ¿Quién no se
conmueve con los colores, olores, imágenes y márgenes proyectadas en
el fondo de una galería de arte?, ¿Quién no deja de sentirse
seducido por un tema en particular: la guerra, el deseo, el
erotismo, la homofobia o el rechazo de una violencia fundada en la
ley de la violencia?, ¿Quién no es participe de esos discursos
visuales que engalanan el movimiento de una historia del arte y al
ser participe intenta crear su propio tono de
escritura, de mixtura,
de traducción de colores en la alteridad del lienzo?…
“cabezas fantasmas sobrevuelan esta sala… espectros
del tiempo resuenan entre tintura, textura y texto… en el fondo de
esa
críptica
imagen poética se encuentra el rostro desnudo de la naturaleza”
Son muchos los hilos que se abrirían, tejerían y
destejerían al intentar abordar los pliegos de esta obra, de este
instante, de esta cita y de este primer lance de escrituras ante una
sala que recibe la proyección de un pro–yecto.
Quizás para cerrar un poco estos Umbrales y
dar apertura a la exposición del pro–yecto,
quisiéramos
agregar
simplemente unas palabras
dirigidas a aquellos que aman alejarse y que, desde la lejanía,
traen una obra en sus manos, una palabra y un arte que nos
interrumpe:
“Debemos renunciar a conocer a aquellos a quienes algo esencial nos
une; quiero decir, debemos de aceptarnos en la relación con lo
desconocido en que nos aceptan, a nosotros también, en nuestro
alejamiento. La amistad, esa relación sin dependencia, sin episodio
y donde, no obstante, cabe toda la sencillez de la vida, pasa por el
reconocimiento de la extrañeza común que no nos permite hablar de
nuestros amigos, sino sólo hablarles, no hacer de ellos un tema de
conversación (o de artículos) , sino el movimiento del convenio de
que, hablándonos, reservan, incluso en la mayor familiaridad, la
distancia infinita, esa separación fundamental a partir de la cual
lo que separa, se convierte en relación. Aquí, la discreción no
consiste en la sencilla negativa a tener en cuenta confidencias (
que burdo sería, soñar siquiera con ello), sino que es el
intervalo, el puro intervalo que, de mi a ese otro que es un amigo,
mide todo lo que hay entre nosotros, la interrupción de ser que no
me autoriza nunca a disponer de él, ni de mi saber sobre él (aunque
fuera para alabarle) y que, lejos de impedir toda comunicación, nos
relaciona mutuamente en la diferencia, y a veces el silencio de la
palabra.”
Marzo 17 de 2009.
12:39.a.m.
Ciudad de Barranquilla.
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