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ISSN 1688-1672

 



URUGUAY - FÚTBOL - DERECHOS HUMANOS - CULTURA -

El fútbol, nuestro espejo*


Roberto Echavarren

Cuando se manifiesta en esferas públicas de nuestro país que protestar por violaciones a los derechos humanos es cosa de países ricos, corresponde preguntar: ¿qué tan ricos? El parlamento de la República Checa formuló una protesta severa contra la violación de los derechos humanos en Cuba. ¿Qué tan rica es la República Checa, un país de la ex órbita soviética, lastrado ahora por la crisis económica de la Unión Europea?

Nunca fui aficionado al fútbol. Sólo entré al estadio Centenario una única vez en la vida, para asistir a un Congreso Eucarístico, cuando era alumno de primaria en el Colegio de la Sagrada Familia. Recuerdo, eso sí, a los cinco años, cuando Uruguay salió campeón del mundo. Esa tarde estaba en el Jardín Botánico y se oyeron clamores: Uruguay ganó a Brasil. De paso aprendí que Brasil era otro país. Después volvimos con mis padres al centro por la calle Rondeau y en sentido contrario cruzó un Ford negro 1945 y mis padres dijeron: “Es Luisito”, refiriéndose al entonces presidente de la República Luis Batlle Berres. Había un tono de intimidad y también un sentido sencillo al llamarlo Luisito. Más adelante me enteré de que era un hombre notable, un gran hombre. Estábamos en un buen momento para el país.

En 1970 llegamos a cuartos de final. Era una ocasión de gran expectativa social y política, en que culminaron los años sesenta. Pero la sociedad estaba dividida.

Por mucho tiempo no le presté atención al fútbol. En los noventa me di cuenta de que el estatus de jugador célebre convertía a algunos jugadores en personajes, en jóvenes producidos, con algo más que una simple virilidad. Recuerdo un jugador rubio que por su estilo capilar y su aspecto se me ocurría parecido a Farrah Fawcett. Hoy Fawcett ha muerto, su peinado ya no es un desafío a las leyes físicas y, siempre que pregunto por aquél jugador, me responden: la vida de las estrellas del fútbol es muy corta.

Hoy mirando a los jugadores de la selección detecto ciertos rasgos de estilo que están prohibidos en Irán. Son simpáticos los dreadlocks de Álvaro Pereira, la vincha y el pelo largo de Edinson Cavani, o el de Martín Cáceres, y las chuzas lacias de Sebastián Abreu, con sus brazos llenos de tatuajes. Un ídolo del fútbol se hace más interesante al producirse. En este sentido creo que el aspecto conjunto de los jugadores uruguayos, o por lo menos de algunos de ellos, es mucho más atractivo que el de los holandeses, rapados y sin gracia, que parecen simples máquinas de jugar al fútbol. Es como si a Holanda se le hubiese agotado la imaginación. En un campeonato tapado de marcas de propaganda, un toque personal, un toque singular de los jugadores significa mucho.

Al ver estos días pasados el entusiasmo contagioso de los uruguayos, pienso que el fútbol es un espejo de la idea que tienen de sí mismos. ¿Somos un país marginal, o somos un país de primera? ¿Somos ignorados por el resto del mundo, o nos volvemos repentinamente célebres? En el fútbol parece que se juega el alma nacional. Creo que esto renueva muchas cosas: ¿Somos pobres o no tan pobres? ¿Subdesarrollados o desarrollados? ¿Qué rol cumplimos en el mundo, si alguno? ¿Dónde estamos parados?

Cuando se manifiesta en esferas públicas de nuestro país que protestar por violaciones a los derechos humanos es cosa de países ricos, corresponde preguntar: ¿qué tan ricos? El parlamento de la República Checa formuló una protesta severa contra la violación de los derechos humanos en Cuba. ¿Qué tan rica es la República Checa, un país de la ex órbita soviética, lastrado ahora por la crisis económica de la Unión Europea? ¿Será la pequeña República Checa un país más rico que el actual Uruguay? Son preguntas que surgen del Mundial, en conexión con el fútbol: ¿Quiénes somos, cómo somos? La retórica del “somos pobres” parece un recurso fácil para eximirnos de responsabilidades. ¿Ser “pobres” significa que no podemos ser responsables, que no debemos hablar claro? La autoconmiseración suele ocultar varias cosas, es un cortina de humo que puede tapar una falta de entereza moral, tanto como ausencia de coraje. Creo que nuestro desempeño en el Mundial dice algo sobre ese coraje, que se traduce en el fútbol, y debería traducirse en otras esferas.

Es conmovedor el entusiasmo conjunto de los orientales, de dentro y de fuera del país, por nuestra selección. Esto nos sale bien, en esto somos buenos. Somos un señor país. No un “paisito”. ¿Por qué algunos hablan de “paisito”? Nuestro territorio no es chico en superficie (eso lo notaba ya Julio Herrera y Reissig en 1901): tenemos el mismo tamaño que Inglaterra (sin Escocia y Gales) y somos mucho mayores que Holanda. ¿Si alguien dice “paisito” se refiere a la menor población relativa? Esto puede ser una ventaja, en el mundo de hoy. Una ventaja que favorece el ambiente y también la calidad de vida de los habitantes. De hecho, creo que estamos siendo descubiertos. Cada vez más europeos de cierto nivel económico eligen a Uruguay como un lugar estable y tranquilo para vivir. Parecemos condenados a la prosperidad. Esto entraña peligros. Sería una pena por ejemplo que la costa uruguaya se convirtiese en la costa de Mónaco. Adiós naturaleza. Nuestra prosperidad tendrá aspectos buenos y malos.

Si somos excepcionales en el fútbol, ¿por qué no podemos serlo en otras cosas, en otros rubros, los artísticos, por ejemplo? Hay cosas que nos salen bien: el turismo, el vino, las vacas, la soya. A partir de la crisis financiera de 2002, y el saneamiento de los bancos, hemos sostenido un ritmo de crecimiento constante, que nos ha convertido en excepcionales dentro de la situación internacional ¿No podría postularse un paralelismo, una comparación del país en los planos económico y deportivo? Uruguay tuvo en 2009 un crecimiento de 2,9% de su PBI, mientras Holanda deterioró el suyo en -4,5%, Alemania –5% y España –3,7%. El desempleo en Uruguay se ubicó en 7,7% y en España marcó 20%. Nuestro crecimiento sostenido paraleliza el esfuerzo sostenido de Tabárez durante los últimos años para mejorar la selección. Los uruguayos estamos trabajando más y mejor. Y no sólo en el rubro fútbol.

¿Y qué hay de la cultura? El entusiasmo que la sociedad entera da al fútbol, porque es un deporte que nos sale bien y nos sirve para marcar un lugar en el mundo, ¿por qué no dárselo a la vida cultural e intelectual? Una conciencia mayor de las posibilidades de nuestra realización cultural nos llevaría a ocuparnos de nosotros mismos a través de actividades diversificadas. Creo que el gran aporte que ha traído el pasado gobierno en este campo son los nuevos programas de fondos concursables y de incentivos de la Dirección Nacional de Cultura. Esos programas han permitido un avance, y un estímulo inigualado antes aquí, para las letras, la investigación, la danza, el teatro, las artes plásticas, las artes populares, la música. Me parece un gran salto. Ojalá que tal política no se interrumpa. Éste es el tipo de iniciativas que nos pueden llevar a obtener logros excelentes en otros terrenos, no sólo en el fútbol. Y en el terreno de los logros, individuales o colectivos, no hay países centrales ni países periféricos.

 

* Publicado originalmente en el Semanario Brecha (2010)

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