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URUGUAY - FÚTBOL
- DERECHOS HUMANOS - CULTURA -
El fútbol, nuestro espejo*
Roberto Echavarren
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Cuando se manifiesta en esferas públicas de nuestro país que
protestar por violaciones a los derechos humanos es cosa de países
ricos, corresponde preguntar: ¿qué tan ricos? El parlamento de la
República Checa formuló una protesta severa contra la violación de
los derechos humanos en Cuba. ¿Qué tan rica es la República Checa,
un país de la ex órbita soviética, lastrado ahora por la crisis
económica de la Unión Europea? |
Nunca fui aficionado al
fútbol. Sólo entré al
estadio Centenario una única vez en la vida, para asistir a un
Congreso Eucarístico, cuando era alumno de primaria en el
Colegio de la Sagrada Familia. Recuerdo, eso sí, a los cinco
años, cuando
Uruguay salió campeón del mundo. Esa tarde estaba
en el Jardín Botánico y se oyeron clamores:
Uruguay ganó a
Brasil. De paso aprendí que Brasil era otro país. Después
volvimos con mis padres al centro por la calle Rondeau y en
sentido contrario cruzó un Ford negro 1945 y mis padres dijeron:
“Es Luisito”, refiriéndose al entonces
presidente de la
República Luis Batlle Berres. Había un tono de intimidad y
también un sentido sencillo al llamarlo Luisito.
Más adelante me enteré de que era un hombre notable, un gran
hombre. Estábamos en un buen momento para el país.
En 1970 llegamos a cuartos de final. Era una ocasión de gran
expectativa social y política, en que culminaron los años
sesenta. Pero la sociedad estaba dividida.
Por mucho tiempo no le presté atención al
fútbol. En los noventa
me di cuenta de que el estatus de jugador célebre convertía a
algunos jugadores en personajes, en jóvenes producidos, con algo
más que una simple virilidad.
Recuerdo un jugador rubio que por su estilo capilar y su aspecto
se me ocurría parecido a Farrah Fawcett. Hoy Fawcett ha muerto,
su peinado ya no es un desafío a las leyes físicas y, siempre
que pregunto por aquél jugador, me responden: la vida de las
estrellas del fútbol es muy corta.
Hoy mirando a los jugadores de la selección detecto ciertos
rasgos de estilo que están prohibidos en Irán. Son simpáticos
los dreadlocks de Álvaro Pereira, la vincha y el pelo largo de
Edinson Cavani, o el de Martín Cáceres, y las chuzas lacias de
Sebastián Abreu, con sus brazos llenos de tatuajes. Un ídolo del
fútbol se hace más interesante al producirse. En este sentido
creo que el aspecto conjunto de los jugadores uruguayos, o por
lo menos de algunos de ellos, es mucho más atractivo que el de
los holandeses, rapados y sin gracia, que parecen simples
máquinas de jugar al fútbol. Es como si a Holanda se le hubiese
agotado la imaginación. En un campeonato tapado de marcas de
propaganda, un toque personal, un toque singular de los
jugadores significa mucho.
Al ver estos días pasados el entusiasmo contagioso de los uruguayos,
pienso que el fútbol es un espejo de la idea que tienen de sí
mismos. ¿Somos un país marginal, o somos un país de primera?
¿Somos ignorados por el resto del mundo, o nos volvemos
repentinamente célebres? En el fútbol parece que se juega el
alma nacional. Creo que esto renueva muchas cosas: ¿Somos pobres
o no tan pobres? ¿Subdesarrollados o desarrollados? ¿Qué rol
cumplimos en el mundo, si alguno? ¿Dónde estamos parados?
Cuando se manifiesta en esferas públicas de nuestro país que
protestar por violaciones a los
derechos humanos es cosa de
países ricos, corresponde preguntar: ¿qué tan ricos? El
parlamento de la República Checa formuló una protesta severa
contra la violación de los derechos humanos en Cuba. ¿Qué tan
rica es la República Checa, un país de la ex órbita soviética,
lastrado ahora por la crisis económica de la Unión Europea?
¿Será la pequeña República Checa un país más rico que el actual
Uruguay? Son preguntas que surgen del Mundial, en conexión con
el fútbol: ¿Quiénes somos, cómo somos? La retórica del “somos
pobres” parece un recurso fácil para eximirnos de
responsabilidades. ¿Ser “pobres” significa que no podemos ser
responsables, que no debemos hablar claro? La autoconmiseración
suele ocultar varias cosas, es un cortina de humo que puede
tapar una falta de entereza moral, tanto como ausencia de
coraje. Creo que nuestro desempeño en el Mundial dice algo sobre
ese coraje, que se traduce en el fútbol, y debería traducirse en
otras esferas.
Es conmovedor el entusiasmo conjunto de los
orientales, de
dentro y de fuera del país, por nuestra selección. Esto nos sale
bien, en esto somos buenos. Somos un señor país. No un
“paisito”. ¿Por qué algunos hablan de “paisito”? Nuestro
territorio no es chico en superficie (eso lo notaba ya
Julio
Herrera y Reissig en 1901): tenemos el mismo tamaño que
Inglaterra (sin Escocia y Gales) y somos mucho mayores que
Holanda. ¿Si alguien dice “paisito” se refiere a la menor
población relativa? Esto puede ser una ventaja, en el mundo de
hoy. Una ventaja que favorece el ambiente y también la calidad
de vida de los habitantes. De hecho, creo que estamos siendo
descubiertos. Cada vez más europeos de cierto nivel económico
eligen a Uruguay como un lugar estable y tranquilo para vivir.
Parecemos condenados a la prosperidad. Esto entraña peligros.
Sería una pena por ejemplo que la costa uruguaya se convirtiese
en la costa de Mónaco. Adiós naturaleza. Nuestra prosperidad
tendrá aspectos buenos y malos.
Si somos excepcionales en el fútbol, ¿por qué no podemos serlo
en otras cosas, en otros rubros, los artísticos, por ejemplo?
Hay cosas que nos salen bien: el turismo, el vino, las vacas, la
soya. A partir de la crisis financiera de 2002, y el saneamiento
de los bancos, hemos sostenido un ritmo de crecimiento
constante, que nos ha convertido en excepcionales dentro de la
situación internacional ¿No podría postularse un paralelismo,
una comparación del país en los planos económico y deportivo?
Uruguay tuvo en 2009 un crecimiento de 2,9% de su PBI, mientras Holanda deterioró el suyo en -4,5%,
Alemania –5% y España –3,7%. El desempleo en
Uruguay se ubicó en
7,7% y en España marcó 20%. Nuestro crecimiento sostenido paraleliza el esfuerzo sostenido de Tabárez durante los últimos
años para mejorar la selección. Los uruguayos estamos trabajando
más y mejor. Y no sólo en el rubro fútbol.
¿Y qué hay de la cultura? El entusiasmo que la sociedad entera
da al fútbol, porque es un deporte que nos sale bien y nos sirve
para marcar un lugar en el mundo, ¿por qué no dárselo a la vida
cultural e intelectual? Una conciencia mayor de las
posibilidades de nuestra realización cultural nos llevaría a
ocuparnos de nosotros mismos a través de actividades
diversificadas. Creo que el gran aporte que ha traído el pasado
gobierno en este campo son los nuevos programas de fondos concursables y de incentivos de la Dirección Nacional de
Cultura. Esos programas han permitido un avance, y un estímulo
inigualado antes aquí, para las letras, la investigación, la
danza, el teatro, las artes plásticas, las artes populares, la
música. Me parece un gran salto. Ojalá que tal política no se
interrumpa. Éste es el tipo de iniciativas que nos pueden llevar
a obtener logros excelentes en otros terrenos, no sólo en el
fútbol. Y en el terreno de los logros, individuales o
colectivos, no hay países centrales ni países periféricos.
* Publicado
originalmente en el Semanario Brecha (2010) |
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