6.1 - 4 AM - De Kirikikó.
Del lugar más obstinadamente poseído como plaza
de gallito metafísico.
Ponerle marco es seguir abriendo. Cortar es seguir derramando
sin parar.
Según la versión del abuelo Manduca López
Abeca de la comunidad Nazareth, recogida por Herminio Dionicio
del Proyecto de Atención Integral a la Familia Tikuna,
en septiembre de 1992, las últimas palabras de la hermana
de Ipi fueron : "El me disparó en mi vulva."
El denso crepúsculo de los menstruos, naagugu, los
del antiquísimo y del más reciente metrallazo digital,
en que es preciso correr el riesgo de hundirse de una vez por
todas, en el sin fin del número, de la edad, del género
y de la especie, la sangre en que se oculta la gran boa negra
igual que al amanecer del mundo, la que no deja que el horizonte
del flujo se detenga expandiendo encima del charco la neblina
de su aliento para que no se distingan ni superficie ni orillas,
es tan peligrosa cuanto la voz de las trompetas Tôku, demonios bestiales que es preciso esconder
durante la fiesta porque descubrir su invisibilidad aniquila toda
fuerza y toda gana.
Se la saca del corral sagrado y de la "frazada de yanchama",
la tela vegetal que asemeja la joven a "un gran gusano de
seda/taYore", el capullo kuegane en que ha
estado envuelta desde cuando ha sido necesario protegerla de la
amenaza de ahogarse
en su propio crúor. Débil e indefensa como recién
nacida, al amanecer hay que "levantarla para que se sostenga
en la vara de /Yómeru/, para que tenga larga vida".
Hay que empezar a "arrancar el cabello", béèrù,
para que su vida sea larga. Al atardecer ha de levantarse el sombrero:
"Debes
levantar tu sombrero, para que veas frente a ti al Padre [/Yoí/].
Él te mira cuando el sol se oculta.
Espéralo para que te reciba.
Alza tu sombrero /pa wôrekú/.
Espero que él te reciba bien, si no pesa demasiado tu
sombrero.
¡Abuelo [Yoí]... Abuelo [Yoí]
!... Ella te quiere.
Ha visto nuevamente el sol, hoy en su fiesta.
Antes, el sol le pasaba por encima, pero sólo hoy lo ha
visto como quería.
Hoy de nuevo está como salida de un capullo de seda.
Ahí está el gusano malo que te hace daño.
Si sales así sin prepararte, sin guardarte para la fiesta,
la boa grande te comerá.
Hoy, como ayer, te hallas en peligro.
Si sales sin que te hagan la fiesta, te envolverá todo
tu cuerpo.
Debemos hacerte la celebración.
Todos nos encontraremos en riesgo si no te hacemos la fiesta.
Al igual que en los primeros tiempos, es peligroso no hacer la
fiesta."
11:30 AM - Ya te arreglaron
la línea.
Me parece muy bien no prestar mayor cuidado a la Verónica
Azteca.
A la izquierda y a la derecha las márgenes internas primorosamente
bordadas, el redondel del sello "Hecho en México"
y el punteado del número de serie podrían sugerir
qué meticulosidad de escaparate rozan los anhelos de posesión
visual, es cierto, amen del trenzado del sombrerazo de paja del
niño ampliando
el remolino de arrugas de la anciana desgreñada que se
tapa la boca con la margen superior del lienzo, de manera tal
que Zapata degollado acaba durmiéndosele a la altura del
pecho. Pero no importa: otras son las llagas en las que hay que
poner el dedo.
Lo mismo para la reproducción del dibujo de Greenaway.
¿Cómo pudo ocurrírseme? Cuando empezó
la cosa,
hace tan pocas páginas, no imaginaba que podría
atreverme a hablarte de ninguno de los materiales con tanta
desenvoltura.
En cuanto a la mano del general Alvaro Obregón, fotografiada
en 1920 y expuesta a la pública veneración en baño
de formol (desde 1935 hasta
1989, subrayas),
se me hace apenas equitativo no tenerla en cuenta.
Meros "clins d'oeil", dices. Fijémonos
en Colombia.
2.6 - 4:30 AM - Perdonarás
lo que escribí ayer a propósito de los Tôku.
Son tan peligrosos cuanto la boa de la mar de sangre, es lo que
dicen, es correcto, pues pertenecen a la misma progenie monstruosa
que levanta el biombo emagogo del origen. Pero en la recopilación
de Camacho no se afirma propiamente que al pretender verlos se
agotan las fuerzas y las ganas de vivir: eso sería más
bien lo que aprendió Hugh-Jones de otros indígenas
amazónicos, no menos atentos al nexo entre la inercia
mortal, el pelo y los menstruos.
Los barasana recuerdan que los hombres empezaron a menstruar (bedi-)
cuando las mujeres
les robaron los instrumentos He y que en términos
generales dejaron de hacerlo al recuperar las flautas y trompetas
sagradas, es decir los resonantes huesos de Yurupary
y los cuerpos de la gente He, feroces espíritus
de jaguares y anacondas, brillantes como el sol aunque su color
sea negro.
Dicen que los instrumentos o instancias musicales son el equivalente
de la cabellera femenina, que ésta es el asiento de una
apatía baudeleriana
sin fin y que si las mujeres
se exponen a la aparición de su contraparte se les dilatan
las vaginas y sangran invenciblemente. Enseñan que el recién
iniciado es muy venenoso, que su condición es idéntica
a la de una menstruante y que su nombre es el mismo: bedira.
Así que ninguna mujer debe tocarlo, pues He se apoderaría
de ella en figura de anaconda, el agua interna del hombre (ruhu
oco) la invadiría,
se enfermaría, sería chupada afuera (wisi-) y moriría así como se acaba
el hombre que ha
tocado la cabellera de la mujer que menstrua.
Hay que saber que "después de Casa He mayor
es el peligro de irse consumiendo -wasting away- (wisiose) y de llenarse de manteca o grasa (uye sâhase). Los síntomas del irse
consumiendo son una indiferencia -listlesness- general,
disturbios respiratorios y un debilitamiento corporal difuso.
Del paciente se dice que tiene un ano enorme a través
del que literalmente se drena -drains away. Los síntomas
que también se mencionan son la locura, la conducta sexual
indecente, la pérdida de cabello, el vómito y el
comer grandes cantidades de tierra."
Habiendo sido esparrancado
en cuerpo y alma durante el ritual Casa He, apenas sobreviviente
al empty-contact con He, en la resaca del atisbo
de la inundación del pelo tremendo y de las visiones inducidas
por reiteradas ingestiones de yajé,
todavía no del todo convencido de querer regresar de la
región de los primordiales y de los no-nacidos, el hombre
que se ha atrevido a transgredir las severas medidas del caso
muere de incontinencia absoluta, sea por haber descuidado la dieta
alimenticia, sea por haberse substraído a la práctica
de terapia ocupacional consistente en trenzar y ceñir series
de fibras vegetales paralelas hasta redondear canastos de entrecruzadas
cuadrículas, impecables, compactos, impermeables.
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