Nadie habrá dejado de observar que hay gente a la que no
le gusta las palabras difíciles.
En primer lugar habría que intentar definir qué
se quiere decir con "palabras difíciles", y luego
continuar con las consideraciones acerca de la gente. Una palabra
difícil es aquella que hace necesario un viaje hasta el
diccionario. El mecanismo intracraneano del lector
a quien le desagrada encontrarse en semejante situación
es el siguiente: viene leyendo un texto, con determinado tono
afectivo que lo envuelve y lo conecta de cierta manera con el
escritor y el mundo referido por las palabras,
y de pronto zás, una palabra desconocida
que rompe el clima armonioso de la lectura. Difícil. El
tipo debe mover una serie importante de músculos dorsales
y de otras zonas del cuerpo,
retirarse del contacto blando con el respaldo del sofá,
poner en marcha el resto de su organismo, desplazarse hasta la
biblioteca y retirar del anaquel el diccionario. Si se trata de
un lector preocupado, tendrá un diccionario en dos tomos,
por lo que seguramente elegirá el equivocado -todo esto
lo piensa el tipo antes de mover el primer músculo- y deberá
poner en juego sus bíceps y sus deltoides y quién
sabe qué otros aparatos corporales, y le sobreviene una
pereza mortal.
Entonces da en pensar en el causante de sus molestias: el escritor. Pero este qué
se cree, piensa el tipo, que porque ponga palabras difíciles
lo que dice es más importante. Así son los pedantes,
sigue pensando, los que quieren ocultar su torpeza básica
detrás de complicaciones innecesarias. El tipo, sentado
en el sofá, elabora un discurso amplio sobre el esnobismo
y la complejidad, maldice desde Kierkegaard a Kristeva, pasando
por Kant y sin olvidar a Köhler, y decide que no se necesita
poner palabras difíciles para decir la Verdad. De algún
lado el tipo sacó que la verdad se escribe con mayúscula
y es sencilla, o que al menos bastan palabras simples para enunciarla.
Por otra parte, no se sabe por qué el tipo espera que
el escritor diga una verdad, siquiera minúscula, lo que
evidencia el ansia enfermiza que tiene por encontrar la verdad
en un lugar tan inapropiado como un artículo de revista,
pero eso es algo que no se puede evitar.
Tomemos una frase abundantemente citada en reuniones de decoradores
e impresa en numerosos marcadores de libros: lo esencial es invisible
a los ojos. ¿Hay palabras difíciles en esa frase?
Cualquiera entiende lo que significa "esencial". No
parece necesario ponerse a rebuscar un término oscuro.
¿No alcanza con "esencial"? Preguntas del tipo.
Lo que no se cuestiona es lo esencial de "esencial",
es decir, a qué esencia se refiere el aviador que la escribió.
Como era francés, uno podría pensar en la nafta
(essence), ya que dio en escribir ese texto
en medio de un desierto, donde había aterrizado por problemas
mecánicos. Tal vez se había quedado sin nafta, tal
vez la nafta constituía para él lo esencial: essence
essentielle. Como no tenía nafta, no la veía:
¿no se adquiere de pronto la verdadera magnitud de su afirmación?
¿No será que hemos tapizado el planeta con una Verdad
que en realidad era un grito desesperado destinado a algún
beduino que supiera dónde había una estación
de servicio?
De manera que no hay por qué alarmarse cuando una palabra
desconocida irrumpe en medio de un texto, si con las conocidas
uno no sabe a qué atenerse. Las cosas más simples
pueden terminar resultando las más oscuras. Sencillamente,
una cuestión de metasemia.
* Publicado
originalmente en Insomnia
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