Antes de Dante y de Petrarca,
antes de Chaucer y de Eckhart, las mujeres escritoras de la Edad
Media, místicas y visionarias, defendieron el derecho
a escribir en lengua vulgar, para difundir una espiritualidad
que no necesitaba la mediación de la Iglesia. En lucha
constante contra persecuciones y condenas por herejía,
estas mujeres fueron las primeras constructoras de las lenguas
europeas modernas.
Christine de Pizan
habla con la Razón, y dice: Mi señora, sé
que eres capaz de citar numerosos y frecuentes casos de mujeres
que aprendieron las ciencias y las artes. Pero yo querría
preguntarte si sabes de alguna mujer que, a través de
la fuerza de la emoción y de la sutileza de la mente y
la comprensión, haya descubierto por sí misma alguna
ciencia o algún arte nuevos que sean necesarios, buenos
y provechosos, que no hubieran sido descubiertos antes o conocidos.
Porque no es gran cosa estudiar y aprender algún campo
de conocimiento ya descubierto por alguien más, sino descubrir
por sí misma alguna cosa nueva y desconocida. La
Razón, entonces, le responde que, efectivamente, ha habido
y hay muchas mujeres que descubren cosas nuevas, y cita varios
casos, entre ellos el de Nicostrata, inventora del alfabeto latino
y de las reglas de la gramática. Debes estar segura,
querida amiga, de que muchas grandes ciencias y artes han sido
descubiertas a través del entendimiento y la sutileza
femeninas, mediante el pensamiento especulativo, o a través
de la escritura, y en las artes, manifestados en trabajos de
toda clase.
Esta defensa de la mujer podría ser vista como una manifestación
de feminismo, salvo por el hecho de haber sido escrita en el
siglo XIV. En esa época, no sólo el feminismo no
existía, sino que escritos como ese resultaban doblemente
subversivos: primero, por ser obra de una mujer; luego, por estar
escritos en lengua vulgar. A partir del siglo XII y hasta el
Renacimiento, el occidente heredero del Imperio Romano se convirtió
en Europa, se formaron las nacionalidades y se consolidaron la
mayor parte de los idiomas actuales. Hasta entonces, desde la
caída de Roma, se escribía en latín, por
y para clérigos, y se pretendía que los autores
fueran solamente varones. Pero a partir de la época de
las Cruzadas, cuando la Iglesia comenzó una larga guerra
sin cuartel contra las herejías, se dieron dos fenómenos
literarios fundamentales para el posterior desarrollo de las
culturas europeas: el nacimiento de la canción caballeresca
de los trovadores y el surgimiento
de la poesía mística femenina.
La situación de las mujeres plebeyas era abismalmente
distinta a la de las mujeres de la nobleza. En la época
feudal, la división social entre nobleza y plebe era radical.
Las mujeres plebeyas (como los varones plebeyos) permanecían
ajenos a toda clase de educación formal, eran en su totalidad
analfabetas, y de sus vidas sólo tenemos atisbos provenientes
de registros de juicios por brujería y poca cosa más.
En la nobleza, las mujeres recibían prácticamente
la misma educación que los varones. La diferencia estaba
en que ellas tenían prohibido enseñar.
Gilles de Roma decía que a causa de su débil
nexo con la razón, las mujeres se rinden a las pasiones
más fácilmente que los hombres (...) No permito
que las mujeres enseñen por cuatro razones: la primera
es su falta de inteligencia, que tienen en menor medida que los
varones; la segunda es la sujeción a que están
sometidas; la tercera es el hecho de que, si ellas predicaran,
su apariencia provocaría lujuria; y la cuarta es a causa
del recuerdo de la primera mujer, quien... enseñó
sólo una vez, y eso bastó para poner el mundo del
revés.
Aunque las mujeres fueran tan cultas como el más educado
de los varones, tenían pocas posibilidades de ejercer
públicamente su sabiduría. Por otra parte, una
cultura
bíblica fuertemente represora y una práctica de
la herencia muy particular hacía que muy pocos nobles
pudieran casarse. Suele aducirse que el nacimiento de la trova
caballeresca nació a partir de la tensión erótica
que se suscitó en el occidente cristiano en la época
de las cruzadas,
en la que los varones partían a la guerra y dejaban abandonadas
a sus mujeres. Pero los matrimonios entre
las familias de la nobleza eran escasos porque de esa manera
los padres se aseguraban la no partición de sus bienes.
Por ese motivo había demasiados solteros que codiciaban
mujeres. Las hijas que no estaban destinadas al matrimonio eran
generalmente internadas en un monasterio. En cambio, los varones
tenían una mayor libertad a la hora de tomar la decisión
de ingresar o no a la vida religiosa. Los hechos demuestran que
muchos nobles permanecían solteros aunque no fueran a
dedicarse a la Iglesia. El número de solteros laicos era
mayor que el de mujeres en la misma condición. Así,
la mayoría de las mujeres que frecuentaban los varones
eran casadas. De esta forma se puede explicar
el amor cortés, ese canto desgarrado y esa humillación
del amante.
Sobre las mujeres casadas tenemos algunos documentos que nos
hablan de las pequeñas cosas cotidianas, que pueden dar
una idea de la vida que llevaban en su casa y su inserción
en la comunidad. Eileen Power Gente de la Edad Media cita
un manual que escribió un personaje poderoso de París
para su mujer, con el fin de educarla. Ella era cuarenta y cinco
años menor que él: tenía quince en el momento
de su matrimonio. En su manual se encuentran recomendaciones
que van desde el cuidado del aspecto personal y las recetas de
cocina, hasta la actitud que la mujer debería adoptar
ante su segundo marido -pues el hombre sabía que habría
de morir antes que su esposa, y quiso dar una buena impresión
a su sucesor, a través de la corrección de su mujer.
Pero las fuentes más confiables que tenemos se deben a
la pluma de las propias mujeres, que se las ingeniaron para sortear
las dificultades que el sometimiento a los varones les imponían.
Pecado de escritura
En su análisis
sobre la leyenda de Tristán e Iseo, Georges Duby muestra
cómo la literatura profana colocaba a la mujer en un rol
que una y otra vez se encuentra en la mayoría de los textos
medievales: débil ante el pecado, irresponsable, traidora
y peligrosa. La constante tensión erótica de los
nobles sometidos al celibato obligado tanto por la preservación
de la herencia como por el mandato de la Iglesia hizo que la
figura de la mujer fuera vista como una fuente de peligros.
En un exhaustivo análisis de algunos libros de la Biblia,
John Phillips Eva, historia de una idea, aporta elementos
para percibir de qué manera la mentalidad medieval fue
influenciada por el Génesis y otros textos bíblicos.
El acto sexual se convirtió en pecado porque a través
de la concepción, según el Génesis, se trasmitía
el pecado original. De ser un mero trasmisor del pecado,
se convirtió en sí mismo en pecado. Toda la literatura
bíblica permitía colocar a la mujer en el centro
de las responsabilidades. ¿No había sido Eva el
instrumento de Satanás? Fue durante la Edad Media que
comenzó la tradición pictórica por la cual
la serpiente se representaba con rostro de mujer. A estas imágenes
se añadió más tarde un nuevo pecado: la
vanidad. Numerosas pinturas a partir del siglo XIV muestran a
la serpiente femenina sosteniendo un espejo en el cual se mira
Eva. La mujer aparecía entonces a los ojos medievales
como un ser propenso a la caída, solamente preocupada
por sí misma, con el fin de provocar la falta del varón.
Pero la realidad de las mujeres era muy otra. Lejos de atenerse
a la versión dominante, dejaron numerosas obras literarias
que prueban un afán por superar esa visión.
Por otra parte, durante las cruzadas, muchas mujeres debieron
ocuparse de asuntos masculinos, como el cuidado de la hacienda
y la administración de los feudos, abandonados por los
cruzados. Durante ese período el juego erótico
no se limitó a las canciones de los trovadores.
Una tradición herética, aunque muy difundida, incitaba
a la imitación de los goces inocentes del paraíso,
que podían consistir en cualquier clase de juego erótico,
salvo el coito, es decir, aquel que condujera a la procreación,
que era la vía de trasmisión del pecado original.
En el fresco de Miguel Angel sobre la tentación se muestra
a Eva sentada ante Adán, con la cabeza vuelta hacia la
serpiente (que tiene torso femenino). Parece evidente que Eva
fue interrumpida mientras mantenía una relación
de sexo oral con Adán.
Esto permite suponer que Miguel Angel se inspiró en esa
tradición que consideraba inocente y deseable el juego
erótico no coital.
Esta visión inocente del sexo permitió la amplia
aceptación de la canción trovadoresca, de intenso
contenido erótico.
A su vez, la poesía de las místicas visionarias
está construída con los mismos elementos que la
canción erótica: deseo del amado, ansiedad, desprecio
por todo cuanto no sea el bien anhelado, sumisión al amante,
que en este caso es Cristo.
Las mujeres plebeyas utilizaban a menudo la brujería
como una de liberación de las restricciones de la época.
Numerosos testimonios hacen referencia al uso de pociones alucinógenas
por parte de mujeres pertenecientes a la servidumbre, generalmente
poco agraciadas o lo demasiado mayores como para recibir la atención
de algún varón.
Bajo los efectos de las drogas, las brujas creían estar
sellando un pacto con el diablo. Pero la belladona, la mandrágora
y la datura no formaban parte de los recursos defensivos que
las mujeres de la nobleza empleaban contra el statu quo.
Las damas medievales tenían una amplia formación
cultural que les permitía no sólo tomar conciencia
de su propia situación, sino encontrar en la vocación
por la filosofía y la teología los medios para
hacerse oír. La alternativa femenina culta no fue ir en
contra de las prohibiciones sino encontrar una brecha para dar
salida a lo que tenían para decir. No por eso fueron consideradas
menos pecadoras, y muchas de ellas fueron condenadas por el solo
hecho de escribir.
Escapar del sexo
Muchas mujeres
buscaban escapar del matrimonio aduciendo una vocación
religiosa. Tal es el caso de Juette, que se convirtió
en una famosa mística, aunque podemos dudar de la autenticidad
de su vocación. Juette era una niña francesa que
fue obligada a casarse a los trece años. Tuvo varios hijos
y luego, por fin, su marido murió. Sus padres pretendieron
volver a casarla. Pero Juette había sufrido los horrores
del sexo indeseado. Había llegado a obsesionarse con la
cópula, que consideraba bestial y abominable.
Se negó a ser entregada nuevamente, y por tanto fue conducida
ante un tribunal presidido por el obispo.
Rodeada de atemorizantes figuras masculinas dispuestas a ejercer
todo su poder, la muchacha siguió negándose a un
nuevo matrimonio. Finalmente, presionada hasta el límite,
expresó su amor por Dios, que le impedía aceptar
otro marido: su destino era la religión. El obispo, caído
en su propia trampa, no pudo negarse, y Juette quedó libre.
Se hizo emparedar en una casa: las puertas fueron selladas,
y Juette pasó treinta años encerrada, hasta su
muerte.
Pronto se convirtió en una famosa visionaria, que recibía
la visita de la Virgen y del propio Jesús. Adivinaba los
pecados de quienes se acercaban. Sabía si determinado
clérigo se acostaba con prostitutas, o si cierta monja
había cometido pecado mortal con su confesor. Su poder
comenzó a amenazar a la Iglesia de Lieja.. Cuando murió,
el obispo prohibió que continuara existiendo una comunidad
con su nombre. Con una mujer bastaba.
Sin embargo, el caso de Juette es excepcional, y no debe juzgarse
a todas las visionarias de la Edad Media en base a su ejemplo.
La mayoría de estas mujeres dejaron abundantes y valiosos
textos, que dan fe de su sinceridad y de la profundidad de su
sabiduría.
Todo lo contrario
al feminismo
La escritora más
difundida de la Edad Media, fuera de los círculos académicos,
es Eloísa. Las causa no es la calidad literaria de su
obra -por lo demás, una de las cimas del arte poético
medieval-, sino la historia de amor que vivió con Abelardo,
uno de los más brillantes filósofos del siglo XII,
que fue castrado por el tío de su amante. Esta historia
atrapó la atención de la mentalidad romántica,
motivo principal de su actual difusión. Sin embargo, Duby
cree que no fue Eloísa la autora de los textos, y que
estos no fueron escritos como correspondencia privada, sino para
servir de lección a los pecadores.
En aquella época no existía la correspondencia
privada tal como la conocemos hoy. Salvo mensajes entre nobles
o jerarquías eclesiásticas, las cartas eran un
género literario cuyo destino era la difusión pública.
Si se analiza el contenido de las cartas de Eloísa, nuestra
mentalidad dispuesta a aceptar la igualdad de derechos de hombres
y mujeres puede conducirnos a error. Lo que hoy consideramos
positivo -defender el derecho a una sexualidad libre, exigir
respeto y reciprocidad, etc.-, era una prueba de la debilidad
del alma femenina. Su lectura en público, que hoy podría
parecer un discurso feminista, era una horrible declaración
de la voluntad femenina de pecar e ir contra las normas de la
Iglesia.
Un lector del siglo XX no puede menos que sentir admiración
por la erudición y sensibilidad que manifiestan
las cartas de Eloísa. Sus reclamos tajantes a Abelardo
la muestran como una mujer llena de energía, dispuesta
a dar batalla contra un orden asfixiante, literalmente castrador.
En cambio, los textos de Christine de Pizan son auténticos,
y puede verse que no hacen una defensa de los pecados femeninos,
sino de las capacidades femeninas. Y otras escritoras medievales,
además de ser fundadoras de la poesía y del idioma
literario de varios países europeos, son las precursoras
de un misticismo que conocimos gracias al maestro Eckhart y otros
escritores varones.
* Publicado
originalmente en Insomnia, Nº 34
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