El
caso tasaday
En
1966 un cazador nómade de la tribu de los Manubo Blit
llamado Dafal se encontraba colocando trampas para ciervos en
medio de la selva virgen que cubría las quebradas montañas
de South Cotabato, al sur de Mindanao, la isla más meridional
del archipiélago de las Filipinas.
En medio de la tarea, descubrió a tres individuos de una
tribu que no conocía, los cuales escaparon asustados al
advertir su presencia. Corrió tras ellos mientras les
gritaba que no tuvieran miedo, que no les quería hacer
daño; finalmente los hombres se detuvieron y murmuraron
unas palabras en un lenguaje parecido al suyo. Dafal había
descubierto a los tasaday, los "hombres de la selva",
unos nativos que vivían en el nivel de civilización
de la edad de piedra.
El
antropólogo Manuel Elizalde Jr. se enteró de esta
noticia y en seguida empezó a aproximarse y observarlos,
hasta localizar el hábitat de los tasaday. Se trataba
de una comunidad pequeña compuesta por unos veinte individuos
que vivían en el interior de grutas rodeadas de la jungla
más salvaje e inaccesible, rodeada de árboles de
más de 70 metros de altura. Totalmente endogámicos,
no tenían contacto con los pueblos vecinos, a pesar de
que su origen se suponía vinculado a alguna escisión
de las tribus circundantes, ocurrida cuatro o cinco siglos antes.
Los
tasaday no cultivaban la tierra, no cazaban, no conocían
los metales. Su dieta se reducía a raíces y frutos,
ranas, cangrejos y larvas que anidaban en los troncos podridos.
Para encender el fuego una rama dentro de una madera agujereada.
No realizaban cerámica ni artesanía. Sus utensilios
eran de bambú. En la tribu sólo había cinco
mujeres, pero igual eran monógamos. Se tapaban los genitales
con hojas de plátano.
La
primera mención pública de la existencia de los
tasaday apareció en el Daily Mirror del 8 de julio de
1971, pero el impacto llegó con el extenso reportaje que
publicó la National Geographic en agosto de 1972. La conmoción
que se produjo en la comunidad científica fue enorme,
y los medios de comunicación se encargaron de contagiar
el entusiasmo a todo el mundo.
"Esta
vez no se trataba de soldados japoneses, no se sabe si grandes
mentecatos o grandes héroes, que ignorando la rendición
de su país se habían pasado tres décadas
escondidos en la selva, y que un buen día, en el límite
de se resistencia o de la casualidad, abandonaron su escondite
para convertirse en curiosidades mediáticas. Esta vez
era mucho más espectacular: se podía decir que
se habían encontrado aborígenes equivalentes al
hombre de Cromagnon"
Para
los historiadores, antropólogos, arqueólogos, y
sociólogos, este acontecimiento implicaba un contacto
directo con el objeto de estudio, sólo se necesitaba visitar
a los tasaday, observar, preguntar. Ya no era necesario interpretar
vestigios y lanzar explicaciones especulativas sobre la vida
de nuestros ancestros. Ahí estaban, a los ojos de todos.
Bajo
la amenaza de una avalancha de investigadores y con la misión
de cuidar aquella riqueza etnográfica viviente, se creó
el Panamin, una agencia gubernamental dedicada a la protección
de las minorías étnicas. Elizalde asumió
la dirección. El presidente del país, Ferdinand
Marcos, declaró que se destinaba una zona de veinte mil
hectáreas como reserva protegida para el uso exclusivo
de los tasaday. El acceso al parque natural estaba absolutamente
restringido y sólo se permitía la entrada, excepcionalmente,
de grupos de periodistas y estudiosos que llegaban en helicópteros
y desembarcaban sobre plataformas pequeñas que habían
construido sobre las copas de los árboles.
Poco
a poco las cadenas de televisión y las revistas fueron
difundiendo imágenes de la vida idílica y detenida
en un suspenso largo de los tasaday.
Señalaba
al respecto Fontcuberta que "el mundo occidental, en
plena efervescencia de los hippies y al albor de los movimientos
ecologistas, cristalizaba en los tasaday la utopía del
retorno a la naturaleza y de armonía con el entorno que
tanto habían alabado Ralph Waldo Emerson, Henry David
Thoreau y Walt Whitman, de los que la National Geographic se
consideraba heredera espiritual. En los sucesivos reportajes
ofrecidos por esta publicación apreciamos imágenes
llenas de esta exaltación romántica de la naturaleza
salvaje; en la portada del mes de agosto de 1972 se nos presentaba
a un muchacho que trepaba por una liana como un mono: un cromo
genuino de El libro de la selva"
El
auge del atractivo de los tasaday duró, pero como muchas
atracciones, perdió actualidad al poco tiempo. Las peregrinaciones
de curiosos empezaron a espaciarse, y luego de unos años,
la gente se fue olvidando de la existencia de los hombres de
las cavernas.
"La
pérdida de vigencia del tema, así como las tensiones
políticas que vivía el país -en febrero
de 1986 Cory Aquino, viuda del asesinado líder demócrata
Ninoy Aquino tomaba el poder, y Marcos se veía forzado
al exilio-, hicieron que el Panamin bajara la guardia"
Un
día de marzo de 1986 el periodista filipino Joey Lozano
y el antropólogo suizo Dr. Oswald Iten consiguieron entrar
a la reserva sin permiso. Encontraron a los integrantes de la
tribu viviendo tranquilamente en una casa a un kilómetro
de las cuevas. Vestían camisas y pantalones convencionales.
Luego
de la sorpresa de aquella visita imprevista (e ilegal) los falsos aborígenes
dijeron la verdad: reconocieron que todo había sido un
montaje y que Elizalde les había obligado a actuar.
¿Cuáles
son las razones que sostienen esta gran mentira?
Según
Fontcuberta, probablemente se trataba de una operación
de propaganda dirigida a la opinión pública internacional:
"En un momento de represión de las libertades
y de persecución de la oposición democrática,
Marcos se dio cuenta del impacto positivo que significaba desviar
la atención hacía la salvaguarda de una minoría
étnica en peligro de extinción. Constituía
una cortina de humo tras la que se escondía la cara sucia
de la tiranía, pero también, invirtiendo los términos,
el régimen pasaba a presentarse como el gran protector
de los derechos de las minorías. Los estrategas del marketing
presidencial lanzaban de esta manera un mensaje paternalista
a la población del interior: si tanta era la preocupación
por dos docenas de indígenas perdidos en la selva, ¿qué
no se haría por los ciudadanos que pagan impuestos y gracias
a los cuales se mantiene tan esplendorosamente la clase del poder?"
La
clave de todo no radicaba en unos buenos actores.
Ni siquiera eran actores; se trataba de un grupo de indígenas
de una tribu próxima que habían cambiado sus
vestidos habituales por un convincente "taparrabos"
de hojas. La imagen era la base del éxito. La ausencia
de experiencia directa frente a los tasaday se compensaba con
fotos y filmaciones. El control de la información era
absoluto, la credibilidad de la impostura, total.
"La
imagen tecnológica impone un sentido. La tecnología
deviene una garantía de objetividad"
La
evidencia estaba en las apariencias y era confiable.
La manipulación en el "caso tasaday" se volvió
casi un homenaje a sí misma.
En
Cultura y Simulacro, Jean Baudrillard se refiere al descubrimiento
de los tasaday, pero no a la noticia de su farsa. No queda claro
si esa omisión tiene que ver con el desconocimiento de
la "resolución" de este caso, o si lo que para
él resulta relevante es la respuesta del gobierno frente
al hallazgo. Según Baudrillard, el intento de salvar a
los aborígenes de su descubrimiento por parte del mundo
"civilizado" es absurdo: la ciencia cuida a su objeto
de la ciencia misma.
"Para
que la etnología viva es necesario que muera su objeto.
Éste, por decirlo de algún modo, se venga muriendo
de haber sido "descubierto" y su muerte es un desafío
para la ciencia que pretende aprehenderlo"
Cuando
el yacimiento habitado por los tasaday se cierra, como mina agotada,
"la ciencia pierde un capital precioso, pero el objeto
queda a salvo, perdido para ella, pero intacto en su 'virginidad"
No
se trata de un sacrificio, ya que la ciencia no se sacrifica
nunca y más bien siempre prefiere el homicidio -aclara
Baudrillard-, sino de un sacrificio simulado de su objeto a fin
de preservar su principio de realidad.
"El
indio así recluido en el ghetto, en el ataúd de
cristal de la selva virgen, se reconvierte en el modelo de simulación
de todos los indios posibles de antes de la etnología"
Ésta
se permite de esta manera el lujo de encarnarse en un "más
allá de ella misma", en la realidad "bruta"
de estos salvajes que ella reinventa, y que pasan a deberle a
la etnología la posibilidad de seguir siendo salvajes
impolutos: "Naturalmente, estos salvajes son ya póstumos:
congelados, esterilizados, protegidos 'hasta la muerte', se han
convertido en simulacros referenciales y la ciencia misma ha
devenido simulación pura"
Hombres
de taparrabos detenidos en el túnel del tiempo, pacíficos
habitantes de las cavernas, lejanos, ajenos a todo. La farsa
estaba apoyada en una imagen muy atractiva para todos. Se trataba
del encuentro de la edad de piedra en el siglo XX. Demasiado
como para no conmover a todos. Se trataba de "fenómenos",
o "freaks", hombres y mujeres en taparrabos, como todas
las películas muestran a los seres no civilizados (Tarzán incluido).
La
imagen estereotipada del hombre de piedra que todos imaginamos
fue suficiente como para mantener convencidos a todos del hallazgo.
El engaño duró. Si las revistas ilustradas serias,
los grandes canales de televisión, los científicos
del mundo, exaltaban la noticia, era porque era seria. La línea
entre la verdad y el engaño, o mentira, se vuelve frágil.
Si un hombre se viste como de la edad de piedra, habla o intenta
hacer algo parecido en un lenguaje con sonidos primitivos o con
raíces indígenas, vive en lugares como los que
hoy vemos en las recreaciones de los museos (o "Érase una vez el hombre"), y prende
fuego con ramitas, ¿entonces por qué dudar de la
evidencia?
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