Introducción
Al finalizar
el siglo XX casi la totalidad de los países
latinoamericanos
presentaban regímenes políticos competitivos que
en principio nadie dudaría en considerar democracias. Sin
embargo, ni el político, ni el ciudadano, ni el analista
que observa la región está dispuesto a aceptar la
premisa de que las democracias están "consolidadas"(1). Esta percepción
de no consolidación combina dos evaluaciones bastante diferentes.
Por un lado, existe la desconfianza acerca de la perdurabilidad
de estas democracias en lo que hace a sus mínimos procedimentales.
Por el otro, una sospecha de que las democracias de la región
son un animal diferente a aquel que uno tiene en mente cuando
habla de la democracia de los países centrales. Ambas evaluaciones
contribuyen a esta noción de que en materia política
no hemos llegado a un punto final en el desarrollo y madurez de nuestros
regímenes democráticos.
Esta
tendencia a no dar el tema por saldado no responde a la admisible
premisa de que toda realidad es mejorable, ni a aquella que considera
estos problemas como propios de un "estadio" de desarrollo
democrático. No. La sospecha definitiva y clara es que
si bien se ha avanzado y mucho en materia política en
la región, algo no está del todo bien, algo no
encaja. Hay razones suficientes para esta desconfianza. Si bien
las democracias electorales han persistido, y si bien no estamos
en presencia de regímenes abiertamente autoritarios, también
es posible constatar al menos cuatro procesos que erosionan y
con razón la confianza en los regímenes democráticos,
en su estabilidad, en su calidad y en definitiva en su sustancia(2).
a. Muchos de los
países
de la región debieron enfrentar durante la década de los
noventa crisis políticas de enorme magnitud, algunas de
las cuales se reencauzaron sin mayores problemas por las sendas
democráticas, en tanto otras transitaron los peligrosos
caminos de las democracias plebicitarias o los autoritarismos
"constitucionales". Este desafío puede ser denominado
como el de la estabilidad liberal de la democracia. En
la base de este desafío se encuentra no sólo la
premisa Dahliana de reglas de juego acordadas para la disputa
del poder por parte de las elites sino también un muy importante
déficit de representación de los actuales sistemas
partidarios en muchos de los países de la región.
Este es precisamente el segundo desafío.
b. En efecto, en un conjunto nada menor de países se ha
producido un proceso creciente de apatía, desinterés
y desconfianza por parte de los ciudadanos en los mecanismos democráticos
y en algunos casos una abierta elección por los canales
no partidarios ni electorales de expresión ciudadana. Estas
expresiones en muchos casos han seguido parámetros organizados
y esencialmente positivos en materia de incorporación ciudadana,
en tanto en otros casos se han manifestado en forma anómica
y violenta, afectando la estabilidad de los gobiernos electos,
cuando no de los propios regímenes. Este desafío
se sintetiza en la idea de déficit de representación
y participación y el problema de la anomia social y política
de las masas. Este déficit de representación también posee raíces
claras en otro problema que se discute a continuación,
y es el marcado proceso de deflacción ideológica
que dominó el final de los ochenta y buena parte de los
noventa, generando un pérdida de sentido sustantivo en
la alternancia político-electoral.
c. La paradoja de la democracia en la segunda mitad del siglo
es que en tanto esta significó alternativas distributivas
y de poder reales la misma fue profundamente inestable. Luego
de los años ochenta con un fuerte proceso de deflacción
ideológica y una creciente aceptación de los límites
de la transformación por parte de todos los actores partidarios
relevantes, la democracia se ha tornado indudablemente más
estable. Este problema central puede ser definido como el de ausencia
de "alternancia significativa". Si bien esta pérdida
de "alternancia significativa" también se encuentra
presente en los países centrales, la misma se apoya sobre
niveles de incorporación básica a las formas de
ciudadanía civil y social con que América
Latina
no cuenta. La apatía o la anomia de la población
de América Latina respecto a la política democrática,
no es aquella que se manifiesta en las democracias afluentes.
Su naturaleza es radicalmente distinta y responde en buena medida
a esta ausencia de sustancia en la alternancia, en tanto otra
parte de la explicación descansa en los extremadamente
altos niveles de pobreza y desigualdad que signan a estas sociedades.
d. La mayor parte de los países latinoamericanos presenta
niveles de desigualdad y pobreza que una década de democracia
no ha logrado abatir en forma significativa (en muchos casos
ha aumentado la pobreza -o se ha mantenido en niveles inaceptablemente
altos- y en casi todos ellos ha aumentado la desigualdad). Esto
coloca un doble desafío al futuro democrático de
la región: el de fortalecer o más aún,
construir las bases sociales de la democracia y el de lograr
demostrar a la ciudadanía una cierta función
social de la democracia. Este último desafío
no implica el logro de igualdad socioeconómica entre los
ciudadanos, pero sí la demostración de que en el
largo plazo la democracia busca proteger a las mayorías
en contextos de crisis, e intenta lograr que las mismas se beneficien
de períodos de expansión.
En
este documento se argumentará que estos últimos
dos desafíos sintetizados en el punto (d) constituyen
una clave fundamental en el futuro de las democracias latinoamericanas.
Lo que es más, los problemas de "estabilidad liberal
de la democracia", "déficits de participación
y anomia" y de "alternancia significativa"
aparecen fuertemente afectados por el deterioro de las bases
sociales de la democracia y son a su vez causa y efecto de "la
invisibilidad de la función social de la democracia".
Eventualmente
la estabilidad de los regímenes democráticos puede
volver a verse severamente afectada y no deben descartarse soluciones
autoritarias, que no por diferenciarse de las pasadas dejen de
ser soluciones autoritarias. El otro riesgo real aparece como
el vaciamiento definitivo de las democracias, en donde el título
honorario poco tiene que ver con la realidad. Aquí es
importante hacer un fuerte argumento conceptual y doctrinario.
El que los regímenes políticos de la región
no devengan en autoritarismos no quiere decir que sean democráticos.
Es absurdo y empobrecedor considerar que existen solamente dos
tipos de régimen político. Aún el que los
regímenes que eventualmente se erijan en la región
sean mejores que un sistema autoritario no quiere decir -nuevamente-
que sean democráticos.
Si
América Latina no logra en el futuro cercano acompasar
la democracia con el crecimiento y la igualdad su destino no
será, ciertamente, democrático, al menos no en
ningún sentido que se aproxime a las ideas básicas
de democracia que el sentido común puede imaginar.
1.
La modernidad esquiva: democracia y desarrollo en el siglo veinte
en América Latina
a.
El experimento fallido
América
Latina
ha constituido por mucho tiempo un laboratorio único para
el estudio del desarrollo social y político(3). Ninguna región
del mundo ha abrazado y al mismo tiempo fracasado tantas veces
en su intento por emular al occidente rico. Si por un lado
las colonias de asentamiento blanco y raíz anglosajona
son ejemplo de logro en esta materia, Asia y África lo son de rutas
alternativas al modelo occidental. Sólo América
Latina puede mostrar tantos intentos como fallas para ser "occidental"
durante el siglo veinte. Intentos republicanos transformados en
oligarquías, esfuerzos democráticos reducidos a
formas dictatoriales, búsqueda de orden para caer en crónica
inestabilidad y anarquía. También la región
quiso ser socialmente moderna, buscando la industrialización
y urbanización de sus sociedades, para llegar a megaciudades
caracterizadas por la exclusión social de sus ciudadanos.
Forjó también la utopía de clases medias
sólidas que rara vez se completó. Y abrazó
la ilusión
educativa,
que luego de los años cincuenta se desvaneció, siendo
la región testigo impotente de los logros educativos superiores
primero de la Europa mediterránea, luego del
impulso asiático, y actualmente de la recientemente transformada
Europa del este. Mientras tanto, la región se alejaba más
y más de su norte occidental de poblaciones crecientemente
educadas.
La actual
ola democrática iniciada en los años
ochenta
y la hegemonía de la ideología de mercado de la últimas
dos décadas y media representaron, a juicio de muchos,
una nueva promesa de crecimiento, bienestar y estabilidad política
y democrática. El inicio del siglo ha hecho añicos
otra vez esta ilusión. Con la excepción de Chile,
que efectivamente parece encaminarse a un modelo
socio-político relativamente moderno y estable, apoyado
en una economía que parece haber
superado el clásico síndrome de ciclos de "stop
and go", el resto de la región muestra enormes
problemas económicos,
sociales
y políticos. Argentina enfrenta la peor crisis económica
y social de su historia, en tanto el sistema político intenta
sobrevivir a sus propias disfuncionalidades y a la ira de unos
y desafección de otros ciudadanos. Venezuela se debate
entre el autoritarismo "constitucional" y la incertidumbre
activa de la oposición. La mayor parte de los restantes
países de la región presentan escenarios confusos,
en donde si bien la democracia no parece estar en cuestión,
in totum, si lo están su calidad, gobernabilidad,
así como la honestidad y aptitud de sus elencos gobernantes.
Aún Chile y México, que presentan en la actualidad
realidades notoriamente mejores en estos aspectos, enfrentan los
desafíos de disminuir sus niveles de pobreza y abatir ominosos
grados de desigualdad.
Quienes
comparten la idea de que la riqueza nacional es la clave para
la persistencia y perfeccionamiento de la democracia, se afilian
a una tesis de tipo "locomotora". En tanto la región
siga abriendo sus economías y apueste a la responsabilidad
fiscal, las economías crecerán y la democracia se
fortalecerá. Este argumento no es cierto al menos por dos
razones y es inútil por una razón adicional. La
primera se esgrime en el punto que sigue, e indica que desde 1970
a la fecha la región no presenta relación alguna
entre riqueza y democracia. Esta relación, constatable
entre 1950 y 1970, desaparece en fechas posteriores. La segunda
razón es más compleja, y para su discusión
se requiere explorar los vínculos de ida y vuelta entre
desarrollo
social y desarrollo político de la democracia. A ello se aboca
la segunda parte de este trabajo.
Finalmente
la inutilidad del argumento se da por la simple razón
de que los países no eligen sus tasas de crecimiento.
Tampoco lo hacen los economistas. Lamentablemente y a la luz
de la evidencia de los últimos 20 años, lo único
que tenemos como guía de ruta de las razones del crecimiento
económico en la región son explicaciones a posteriori
de los fracasos, y un caso ejemplar, Chile, hoy disputado como
ejemplo de políticas neoliberales y neodesarrollistas.
Notas:
(1) El término
consolidación ha caído en desuso precisamente por
la paradojal situación de encontrarnos ante democracias
persistentes pero fallidas. El uso del término aquí
se utiliza simplemente como una forma sintética de señalar
si existe o no la percepción de que estamos ante democracias
sin problemas estructurales (sean estos de calidad y/o estabilidad).
O´Donnell fue el primero en relativizar la utilidad de
la idea misma de consolidación. Para una discusiín
sobre la idea de las fallas de la democracia ver Felipe Aguero,
1998.
(2) Ya en 1994 estas percepciones de incompletitud democrática
abundaban en los analistas políticos. Collier y Levitsky
(1994) compilando los trabajos sobre democracia identificaban
300 adjetivos disminutivos de la noción de democracia.
(3) Para un discusión
más amplia sobre este punto ver Filgueira, F. "Latin
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preparado para el libro Desafíos de la Democracia en
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