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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



PRESTACIONES SOCIALES - AMÉRICA LATINA - DESARROLLO SOCIAL EN AMÉRICA LATINA - CONSTRUCCIÓN DE CIUDADANÍA SOCIAL EN AMÉRICA LATINA - TIPOLOGÍA DE LOS ESTADOS SOCIALES EN AMÉRICA LATINA -

Entre pared y espada: ciudadanía social en América Latina (I)

Fernando Filgueira

Quienes abogan por una transformación en América Latina de corte "socialdemócrata" deben tener en cuenta que no se encuentran presentes en la región ninguna de las variables que permitieron la emergencia de este modelo en los países desarrollados. Quienes, por su parte, abogan por una transformación de las políticas sociales inspiradas en los modelos liberales-residuales deben considerar que ninguna de las condiciones presentes en el mercado y en la sociedad civil de estos países están presentes en nuestra región

Cuando debo dictar cursos de metodología en mi país, Uruguay, sé que, a diferencia del estudiante norteamericano, me encontraré con un público poco proclive a aceptar muchos de los principios epistemológicos que a mi juicio permiten el análisis empírico en las Ciencias Sociales. La influencia francesa con su legado subjetivista y los aportes fenomenológicos alemanes han sido popularizados y sirven de base al escepticismo con que mis estudiantes observan la tradición analítico deductiva y el neopositivismo en general. Inicio pues, el curso, planteando que debemos aceptar cuatro axiomas básicos. Primero; la realidad existe y es exterior a nosotros. Dos, la realidad tiene orden. Tres, ese orden es capturable cognitivamente. Cuatro, los resultados cognitivos son comunicables. Estos axiomas procuran persuadir al estudiante de abandonar ciertas disputas filosóficas y colocar en la comunidad intersubjetiva de la academia la responsabilidad de ofrecer respuestas sustantivas a estos problemas centrales en tanto punto de partida de la actividad de investigación.

Estos axiomas son también una advertencia al voluntarismo tecnocrático. La realidad existe y tiene orden. Ello permite a quienes buscan soluciones técnicas a los problemas una fuente básica de legitimidad. Olvidan sin embargo a menudo que el orden de la realidad opera también limitando la viabilidad y especificando los resultados de los paquetes técnicos que se proponen. Si es posible construir teorías generales sobre fenómenos sociales, entonces también es necesario aceptar que ellas deben ser tenidas en cuenta a la hora de pensar alternativas técnicas a los problemas sociales en diversas sociedades.

¿Porqué este largo rodeo? Pensar el problema de la construcción de ciudadanía social en América Latina no puede hacerse desde el consejo técnico para luego buscar los obstáculos políticos. Los obstáculos políticos, sociales y económicos deben ser considerados con anterioridad a las soluciones técnicas: son factores endógenos al problema. Ello no implica que debemos vivir y aceptar un mundo estático; sí supone que debemos asumir un mundo que acepta limitados grados de manipulación y transformación por la vía tecnocrática. Las teorías con que contamos acerca de cómo se ha construido la ciudadanía social en el mundo son el punto de partida que nos ofrecerá guías para pensar las transformaciones viables y deseables en América Latina.

Ello no supone eurocentrismo o imperialismo paradigmático. No son modelos lo que copiamos en el proceso que propongo. Lo que sí es válido y necesario es trabajar con las categorías generales y las relaciones hipotéticas abstractas buscando sus referentes específicos en la región y tiempo que nos toca estudiar. En el proceso encontraremos que faltan categorías, que no existen actores centrales para las teorías originales; y allí, enriqueceremos la teoría también.

¿Que sabemos hoy sobre los procesos de construcción de ciudadanía social? Sabemos que no ha habido modelos únicos, ni desarrollos lineales y evolutivos simples.

Sabemos que ciertos modelos (los denominados liberales) delegaron en el mercado el rol central en la incorporación social y enfrentaron el problema de la ciudadanía social con instrumentos residuales.

Sabemos que en estos regímenes la ciudadanía política moderna (y la civil con anterioridad) precedió a la ciudadanía social.

Sabemos que otros modelos desarrollaron en forma temprana instituciones de protección social más abarcadoras, articuladas en torno a las pautas de estratificación social y al mercado laboral.

Sabemos que en estos países la ciudadanía social fue una forma de limitar la expansión de la ciudadanía política a la vez que se buscaba cooptar o neutralizar desde el estado a las nuevas clases populares y su potencial insurreccional.

Sabemos finalmente que otros casos desarrollaron formas integrales y redistributivas de protección social. Lo hicieron apoyados en una alianza entre granjeros y trabajadores, en sociedades igualitarias de partida y en regímenes democratizados.

Sabemos que la clase obrera jugó en todos los casos un rol preponderante ya sea en forma activa directa (votos y poder organizacional y político), o en forma indirecta en tanto sector a ser neutralizado y cooptado.

Sabemos que los tipos de estado y de regímenes políticos predominantes en los orígenes y período expansivo del welfare state fueron críticos en intermediar la relación entre matriz sociopolítica y políticas públicas concretas.

Sabemos que el período expansivo de los Welfare States y del aparato estatal en general, se encontró fuertemente asociado al proceso y grado en el cual los países se encontraron expuestos a la economía mundial (Wallerstein, 1985; Cameron, 1978).

Sabemos que ello fue así, porque los países con fuerte sesgo exportador generaron industrias centralizadas y a gran escala que incentivaron y facilitaron un desarrollo vigoroso de las organizaciones de trabajadores y que ello impactó sobre la representación política y sobre las relaciones capital-trabajo (Cameron, 1978).

¿Qué sabemos por su parte de América Latina?

Sabemos que la clase trabajadora en la región es débil numérica y organizacionalmente.

Sabemos que el período exportador primario tuvo poco o nulo efecto sobre el desarrollo de la ciudadanía social, en tanto el mismo se basó en la producción agraria y en formas coercitivas y semi-coercitivas de trabajo.

Sabemos que en la mayor parte de América Latina el desarrollo de la ciudadanía política fue tenue e inestable (Rueschemeyer, Stephens y Stephens, 1994).

Sabemos que el período en donde puede detectarse cierto desarrollo de la ciudadanía social fue uno de sustitución de importaciones y no de apertura al mercado mundial e inserción exportadora.

También, cuando existió incremento en la exposición internacional, ella presenta una relación notoriamente más tenue que en los casos de los países industrializados con expansión del sector público. Lo que es tal vez más importante, la expansión del sector público no responde al complejo entramado causal en donde exposición externa incrementa el corporativismo de tipo societal, el poder del trabajo y los gobiernos de izquierda influenciando así el tamaño del sector público (Cheibub, 1990). Debemos buscar entonces claves que nos permitan comprender la lógica sociopolítica de la emergencia de un sistema de prestaciones sociales básico y su posterior expansión en ciertos países de la región diferente a la pauta de los países de la OECD.

Sabemos que el mercado no ha sido nunca un agente incorporador a la par de los modelos liberales de los países desarrollados.

Sabemos que estamos en presencia de mercados imperfectos, oligopólicos y monopólicos con baja capacidad de regulación estatal directa. No se han desarrollado fuertes leyes anti-trust y antimonopolio y carecemos de leyes de bancarrota eficientes (North, 1990).

Sabemos que la sociedad civil en nuestra región existe pero es débil, ha sido clientelizada, reprimida y cooptada por mecanismos diversos de segmentación.

Sabemos que el actual proceso de apertura externa se da en un contexto de ajuste del gasto público en general y no de su expansión.

Existe mucho que no sabemos. Pero lo que sí sabemos es suficiente para plantear dos advertencias importantes. La primera; quienes abogan por una transformación en América Latina de corte "socialdemócrata" deben tener en cuenta que no se encuentran presentes en la región ninguna de las variables que permitieron la emergencia de este modelo en los países desarrollados. Quienes, por su parte, abogan por una transformación de las políticas sociales inspiradas en los modelos liberales-residuales, deben considerar que ninguna de las condiciones presentes en el mercado y en la sociedad civil de estos países están presentes en nuestra región, por lo cual los modelos residuales estarán superpuestos a mercados imperfectos, con baja capacidad de incorporación y fuertemente segmentados.

Finalmente, recientemente Paul Pierson (1995) nos ha señalado que el miedo a la destrucción de los Welfare States en sus versiones desarrolladas, dado el nuevo contexto internacional, fue exagerado. Las dos hipótesis más fuertes que anunciaban la desaparición de los sistemas de bienestar tal como se conocieron eran la necesidad de disciplina fiscal y bajas cargas fiscales al capital y la desarticulación del modelo fordista y su impacto sobre la clase obrera y su potencial organizativo. Apunta Pierson que, si bien estos dos elementos están presentes, existe una tercera fuerza que opera en la dirección contraria y que explica en buena medida la resistencia de los Welfare States frente al ataque; la existencia de clientelas y burocracias de los programas creados por los Estados de Bienestar. Sabemos que, salvo contadas excepciones, las clientelas en nuestra región son débiles o inexistentes, mientras que los problemas fiscales y la debilidad de clase en tanto factores que erosionan sistemas de protección social sí están presentes.

¿Cuáles son las perspectivas para la construcción de formas de ciudadanía social en América Latina? Las propuestas y tendencias centrales, hoy, apuntan a modificar el modelo y las políticas de protección social drásticamente allí dónde existieron y fueron desarrolladas bajo modelos centralistas con pretensiones de universalidad, y apostar, en los países que conocieron bajo o nulo desarrollo de los sistemas de protección social a un modelo emparentado a la tradición residual-liberal. La focalización del gasto y esfuerzo social, la descentralización en la gestión y administración de los programas sociales, la integralidad como alternativa a la versión sectorial de las políticas sociales y la delegación en el mercado (o marketizacion parcial) de ciertas funciones sociales constituyen los ejes de las reformas y nuevos modelos propuestos (Filgueira y Lombardi, 1995). Su viabilidad y potencial impacto no será el planteado en los esquemas y fundamentaciones técnicas predominantes. Existe una realidad con "orden" que limita la opción de alternativas viables y que se combinará con las reformas y sus deseos para producir resultados alejados de los esperados en los prolijos manuales de reformas. Ello no supone desconocer el valor de las guías técnicas, pero lo que no podemos ni debemos hacer es pedirle a estos informes las claves teóricas sustantivas necesariamente previas a la selección de alternativas concretas en políticas públicas.

Introducción

Desde mediados de los años setenta hasta la fecha, América Latina se encuentra en el proceso de redefinir su modelo de desarrollo económico y social. El giro desde el modelo estadocéntrico hacia dentro a uno mercadocéntrico y orientado a la exportación posee su correlato en la transformación reciente de sus modelos de prestación y protección social.

Sistemas de políticas sociales centralizados, sectorializados, con aspiración de universalidad y administrados estatalmente están dando lugar a modelos de políticas sociales descentralizados, integrales, focalizados y con delegación de funciones en el sector privado. La viabilidad política de estas reformas, su impacto distributivo, su potencial rol en la incorporación ciudadana, y su impacto más general en la redistribución de recursos políticos son hoy temas abiertos al debate. Trataré -aquí- tan sólo las promesas y problemas que las estrategias de descentralización y focalización plantean para la labor de construcción de ciudadanía social, igualdad y ataque a la pobreza en la región.

En medios académicos, técnicos y políticos dos posiciones parecen claramente delineadas. Por un lado, desde las agencias internacionales y las corrientes liberales se evidencia un fuerte apoyo a estas medidas y se critica duramente el modelo anterior. De acuerdo a estos autores, las nuevas propuestas permiten corregir inequidades distributivas en que incurría el anterior modelo, favorecen una mayor eficiencia en la asignación y prestación de recursos, y promueven la incorporación y participación ciudadana en el diseño, gestión y evaluación de los programas sociales
(BID, 1994).

Prima en esta perspectiva un visión posibilista y voluntarista de la reforma del sector social. Se considera tangencial y superficialmente el efecto de estas reformas sobre las previas formas de incorporación de los sectores tradicionalmente favorecidos por el viejo modelo
(clases medias, funcionarios estatales y trabajadores urbanos integrados al mercado formal) y su consiguiente efecto social y político.

Asimismo se presta poca atención a las formas de reapropiación política y clientelar que las nuevas modalidades pueden y han permitido -especialmente en programas focalizados y descentralizados (Collins, 1996).

En tercer lugar, en tanto se enfatiza el efecto positivo en materia distributiva de los programas focalizados se omite el problema de mediano y largo plazo de la regresiva distribución de capital político que estos programas generan al destruir la existencia de bienes colectivos que operaban en la base de coaliciones interclase (Filgueira, F, 1995).

Finalmente, estos modelos alternativos se apoyan fuertemente en la idea de que es al mercado, a través del crecimiento económico, a quien le cabe el rol fundamental de incorporación social. Ello se da de bruces con la evidencia reciente que muestra mercados ineficientes y contextos de crecimiento con baja generación de empleo y, especialmente, de empleo estable.

Una segunda perspectiva, si bien acepta algunas de las críticas al modelo anterior, defiende sus principios retóricos de incorporación universalista y de fuerte institucionalización
(Isuani, 1992). En algunos casos, especialmente desde la izquierda política, ello se traduce en una mera defensa de viejos programas, en otros casos se aboga por una "transformación socialdemócrata" de los viejos modelos (Avelino y Filgueira, 1995; Huber, 1995). La defensa de viejos programas presenta el serio problema de desconocer las importantes ineficiencias y desiguladades producidas y/o mantenidas por ellos.

Más importante aún, la virtual situación de bancarrota de muchos de estos sistemas -especialmente en los países con sistemas maduros de protección social, no puede ser solucionada con mero wishful thinking. Finalmente, los actores políticos que se encontraban detrás de los viejos sistemas de protección social, de por sí débiles, han sido atacados, numérica, política y organizacionalmente mediante procesos de reestructuración productiva, represión política y crisis económicas en las últimas dos décadas.

Ambas perspectivas presentan, pues, respuestas insatisfactorias. La producción académica más reciente ha procurado incursionar en análisis estructurales e históricos de largo plazo que permitan identificar rutas y desafíos específicos de los diferentes países en la región en donde contextualizar el problema de las transformaciones y desafíos recientes.

La reforma de los sistemas de prestación social ha dejado de ser, en esta perspectiva, un paquete técnico-económico óptimo a aplicar o una conspiración liberal para convertirse en un problema a analizar. La relación entre economía y políticas sociales se ha problematizado, las coaliciones de clases y las políticas públicas han sido reconectadas, la re-inserción de los países en la división internacional del trabajo y sus efectos sobre las posibles políticas sociales también ha sido evaluada. Ello ha arrojado, sino respuestas tajantes, guías significativas a la hora de evaluar la viabilidad y posible impacto de las reformas en políticas sociales.

A pesar de ello, quienes han trabajado en esta perspectiva han debido utilizar instrumentos teóricos producidos desde la tradición europea del período expansivo de los estados de bienestar. Ninguna de estas cosas es cierta para nuestros casos. Ni somos europeos, ni nos encontramos en una período expansivo de nuestros estados sociales. La utilidad de las teorías producidas para los países industrializados deben enfrentar el test de la realidad regional, en donde algunas categorías e hipótesis pasarán la prueba y otras deberán ser reformuladas. En el siguiente punto me propongo sugerir algunas guías para esta empresa y criterios tipológicos para avanzar en la delimitación de la heterogeneidad de los estados sociales en América Latina.


1. Modelo de desarrollo y políticas sociales

a. El MSI y la ciudadanía social estratificada

Un modo particular de política "keynesiana" informó buena parte de los modelos de desarrollo en América Latina entre 1930 y 1970-80: el modelo sustitutivo de importaciones articulado teóricamente en el paradigma Cepalino y en los aportes de Raúl Prebish. En dicho modelo, el estado asumió un rol central en el proceso de desarrollo económico y social.
Apoyados en las divisas generadas por productos primarios de exportación, los aparatos estatales de la región financiaron el crecimiento de industrias orientadas a la producción doméstica por la vía de subsidios y diversas medidas proteccionistas. Asimismo, el estado cumplió el rol de absorber mano de obra excedente y de proveer el capital para obras básicas de infraestructura económica y social.

Dicho modelo permitió, en determinado contexto histórico, un importante proceso de modernización social y económica. Lo hizo sin embargo con sesgos sistemáticos en la distribución de los beneficios de dicho desarrollo.

En especial en lo que refiere a las políticas de bienestar, las mismas presentaron un desarrollo limitado, fuertemente orientado a los sectores urbanos y con cobertura preferencial -sino única- para los sectores integrados al mercado de empleo formal. Los trabajadores rurales y aquellos empleados en mercados informales y secundarios se vieron excluidos de estos sistemas de protección.

Sumado a ello, los sectores efectivamente protegidos en estos modelos, presentaron claras pautas de estratificación en el acceso, rango de cobertura de riesgos y calidad de los beneficios
(Mesa-Lago, 1991). Empleados estatales y de servicios claves accedieron en forma temprana a programas de cobertura comprensivos, en tanto trabajadores de cuello azul recibieron más tardías y limitadas formas de protección.

Más allá de esta apreciación general del modelo de desarrollo en la región y de su impacto sobre los modelos de políticas sociales, es imperativo anotar que existieron y existen enormes variaciones en los sistemas de bienestar en la diversas naciones latinoamericanas. El desarrollo de las políticas de bienestar debe ser entendido en el marco del peculiar desarrollo económico y político de la región y de las heterogeneidades nacionales concretas.

Grados diferentes de expansión del modelo sustitutivo de importaciones, tipos de producción exportadora y poder político de diferentes sectores del capital y el trabajo, deben ser considerados a la hora de pensar tipológicamente el desarrollo de los estados sociales en América Latina
(Huber, 1995). Previo a ello cabe detenerse en un ejercicio eminentemente conceptual. ¿Que elementos o dimensiones prometen ofrecer guías sustantivas de clasificación de los sistemas de políticas sociales en la región?.

b. Claves para una clasificación de los modelos de bienestar en América Latina

El primer desafío con que un estudioso de las políticas sociales encuentra en América Latina es la inmensa variedad de modelos y grados de desarrollo de los sistemas de bienestar en los distintos países. Esta variedad es evidente en los esfuerzos fiscales destinados a servicios sociales, en la cobertura poblacional de los sistemas de protección, en el rango y variedad de servicios prestados, en su calidad y en la distribución sectorial del gasto público social.

Carmelo Mesa-Lago
(1991) ofrece una primera aproximación al problema de la variación, introduciendo una clave simple de clasificación; sus inicios históricos y grados de maduración. Ello le permite diferenciar entre países pioneros, intermedios y tardíos en el desarrollo de sus sistemas de protección social.

Los países pioneros se caracterizan hoy por una cobertura universal o casi universal en servicios de protección social básicos, una marcada estratificación en la calidad y condiciones de acceso de los mismos, un rango directamente estratificado de servicios para la población, y situación de masificación y déficit estructural en materia de recursos y gastos.

En el otro extremo, los países tardíos presentan una baja cobertura poblacional, un limitadísimo menú de opciones en materia de servicios, y una desproporcionada calidad y cantidad de beneficios a los sectores efectivamente protegidos. Dentro de los países intermedios puede, en una lectura atenta, distinguirse dos tipos diferentes.

Aquellos que han avanzado hacia el modelo estratificado maduro desde la lógica excluyente de los modelos tardíos, de aquellos -en especial Costa Rica, que han avanzado en niveles de cobertura y oferta y calidad servicios sin incurrir en los errores de estratificación de los sistemas pioneros. La clasificación de Mesa Lago es simple y procura ubicar a los países en un continuo de desarrollo de políticas sociales antes que en una clasificación tipológica de estados sociales.

Esta forma de clasificación de sistemas de bienestar, apoyada fuertemente en indicadores de cobertura y gasto, ha sido crecientemente criticada desde la literatura orientada al análisis de los Welfare States en Europa
(Tittmus, 1958, Korpi, 1983, Esping Andersen, 1990, 1994). De acuerdo a estos autores, un problema central del análisis de los estados de bienestar no es cuánto se gasta, sino como se gasta.

El rol de los estados de bienestar en "decomodificar", redistribuir y articular dinámicas de empleo, protección familiar y movilidad, promete, en esta perspectiva, producir hipótesis y hallazgos sustantivos que la investigación concentrada en los niveles de gasto y cobertura no han producido.

Este nuevo cuerpo de literatura ha sido indudablemente exitoso y ha en buena medida redefinido el debate académico para los países industrializados.

Permítaseme, sin embargo, colocar una nota de advertencia sobre el traslado de estos modelos de análisis a las realidades latinoamericanas. En tanto todos los países de la OECD presentan niveles de cobertura universal y de gasto importante -aún con importantes variaciones, en América Latina las disparidades son aún lo suficientemente significativas para merecer detallada atención.

No puede un analista concentrase en el "como" se gasta en tanto guía tipológica y desconocer el "cuánto" se gasta, cuando algunos países presentan gastos que alcanzan el 18% del PBI en tanto otros no llegan al 8%. Asimismo, cuándo el analista se enfrenta a coberturas poblacionales que varían en una rango del 20% al 90% de la población, debe detenerse en ello incorporarlo en tanto criterio discriminante e intentar explicarlo.
Ahora bien, ello no implica que la crítica de Esping-Andersen no posea aplicabilidad alguna a las realidades latinoamericanas y a la producción académica en torno a ella. Por el contrario, la advertencia metodológica y teórica más importante que imparte el autor posee plena validez. Entender regímenes de bienestar y compararlos requiere de clasificaciones tipológicas y no de continuo.

Asimismo las explicaciones de los diferenciales desarrollos nacionales no serán de carácter linear y evolutivo, sino de tipo path dependent y estructurales. En otras palabras la naturaleza de los sistemas de bienestar en la región encuentran claves explicativas en variables estructurales y en secuencias históricas, antes que en puntos de partida temporales singulares y en los grados de madurez correspondientes.

Que los indicadores centrales para la construcción de tipologías sean para la región cobertura, gasto y en menor medida -aunque también presente, el "como se gasta" no implica renunciar a entender "tipos" de estados sociales antes que "niveles" de desarrollo de estados sociales.

Por ello si bien la agrupación que realizaré de los países de la región responde en buena medida a la propuesta de Mesa Lago, la conceptualización y explicación histórica de su desarrollo, será tipológica y enfatizará variables diferentes al grado de madurez de estos sistemas.

El grado de madurez será en todo caso una variable intermedia, explicada a su vez, por variables antecedentes. Los indicadores fundamentales a considerar serán la cobertura (cierta forma del cómo del gasto), el gasto (el cuánto del gasto), y su distribución sectorial y en niveles de prestación de servicios (una aproximación adicional al cómo del gasto), en particular para el caso de educación. No es por tanto que se deje de lado el "cómo" del gasto, pero nos importa un "cómo" cuyo énfasis difiere del propuesto por Esping-Andersen.

Nos interesa el "cómo" en tanto distribución sectorial y cobertura poblacional, y sólo en segunda instancia en tanto desmercantilización. Acompañando a estos indicadores se presentarán dimensiones referidas a los niveles de desarrollo social, los cuales si bien dependen tan sólo en parte de las prestaciones y niveles de cobertura de los dispositivos sociales, permite captar un imagen más integral y tipológica de las sociedades en cuestión.

c. Una tipología tentativa de los Estados Sociales en América Latina 1930-1970/80

Universalismo estratificado. (Uruguay, Argentina, Chile)

Estos tres países se encuentran dentro del grupo que Mesa Lago define como países pioneros. De acuerdo a su criterio Brasil también debiera ser incluido, pero como argumentaré en las páginas que siguen, el mismo pertenece a otro tipo.

La primera dimensión central que caracteriza a este grupo de países es que hacia 1970 todos ellos protegían de alguna u otra forma a la mayor parte de la población mediante sistemas de seguro social, de servicios de salud a la vez que habían extendido la educación primaria e inicial secundaria a toda la población. En otras palabras todos ellos ofrecían extendidos niveles de decomodificación tanto en la prestación de servicios fuera del mercado como en la provisión de beneficios monetarios para diversas situaciones de imposibilidad laboral.

CUADRO 1

Indicadores Seleccionados para países de Universalismo Estratificado hacia 1970
  Pob. Cubierta sobre PEA Cubierta sobre Pob. Total, 1980 como % PBI, 1980 BCG % sobre Pob. menor un año matriculado en Ed. Primaria matriculado en Ed. secundaria
 Argentina  68.0   78.9  16.2  93  105  44
 Uruguay  95.4  68.5   17.0  97  112  59
 Chile  75.6   67.3  13.7  98  107  39

Fuentes: Mesa-Lago, 1991; World Bank-World Development Report-, 1994, Miranda, 1994, Cominetti, 1994.

La otra característica central de estos sistemas la constituye una fuerte estratificación de beneficios, condiciones de acceso, y rango de protección en materia de seguro social y en similar medida en salud. Los trabajadores del estado y los profesionales, servicios urbanos y trabajadores fabriles urbanos accedieron en ese orden a protecciones y beneficios, y también en ese orden estratificaron calidad y acceso. Los autoempleados, el sector informal, desempleados crónicos, y trabajadores rurales lo hicieron más tardíamente y con peor suerte en materia de acceso y beneficios.

 

En otras palabras, los grados de decomodificación se encuentran directamente estratificados en estos países. Sin embargo, y este punto es importante anotarlo, la estratificación de los servicios sociales amortiguó, no reforzó, la pauta de estratificación social. En términos más simples, si calculáramos los coeficientes de gini del ingreso primario y del ingreso luego de las transferencias, el último sería más igualitario que el primero.

Otra aclaración de importancia es que el desarrollo de los diferentes sistemas de protección social presentó un impacto importante sobre variables relativas al bienestar social. Estos avances no pueden atribuirse simplemente al nivel de desarrollo económico, ya que casos como Brasil y México con similares niveles de PBI-percápita presentan indicadores sociales notoriamente inferiores.

CUADRO 2

Indicadores sociales seleccionados para países de Universalismo Estratificado hacia 1970
  Hogares debajo de la linea de Pobreza% % Hogares Debajo de la linea de Indigencia % Analfabetismo % Mortalidad Infantil Esperanza de Vida al Nacer
Argentina  8  1  7.4  41  68.4
Uruguay  10  4(a)  10.2  47  68.6
Chile  17  6  11.0  62  64.2

(a) Sólo zonas urbanas
Fuente: CEPAL -Panorama Social de América Latina- 1995; CEPAL Anuario Estadístico de América Latina- 1980

 

La explicación del peculiar desarrollo de estos sistemas sociales debe buscarse no en su temprano desarrollo, sino en la economía política del desarrollo nacional y en la administración política del mismo. Los casos de Argentina y Uruguay presentaron un MSI anclado en exportaciones de bienes primarios con muy baja demanda de mano de obra y con alta rentabilidad internacional. Fuertes procesos migratorios a los centros urbanos crearon presión para la incorporación de sectores subalternos.

El estado apoyó esta incorporación mediante la captación de empleo público y el apoyo a la industria doméstica. El poder del estado sobre los capitales domésticos sumado a la temprana sindicalización de los sectores subordinados, permitió negociar e implementar extendidos programas de protección social con financiamiento tripartito en el caso del seguro social y unilateral (estatal) en el caso de educación y para ciertas áreas de salud. Chile es un caso más complejo.

También un país con un importante desarrollo del MSI, el mismo se apoyo en la minería y una economía agraria exportadora más diversificada y de mayor demanda de mano de obra. Presentó, al igual que los otros casos, una importante migración rural-urbana, aunque el proceso fue más tardío. Los primeros grupos en incorporarse a la protección social fueron al igual que en Uruguay y Argentina los profesionales y empleados públicos.

Las elites estatales utilizando los recursos del comercio exterior desarrollaron los primeros programas de prestación de servicios sociales (educación y en menor medida salud) y de seguro social. Por su parte núcleos fuertemente sindicalizados en la minería y articulados a los partidos políticos en los centros urbanos fueron capaces de presionar y lograr la incorporación a los sistemas de protección y servicios sociales.

Estos tres casos representan, tal como lo señala Huber
(1995) para Chile y Argentina, el modelo más cercano al sistema corporativo-conservador que Esping-Andersen identifica para los países industrializados, tanto por su nivel de cobertura como por la forma que el gasto asumió. Las condiciones en las que enfrentan la reforma de sus sistemas de políticas sociales en la década de los setenta y ochenta son particularmente duras, en tanto deben realizarlas luego de importante niveles de protección, en contextos predominantemente recesivos y con retracción del gasto público en general y del gasto social en particular.

A ello debe sumarse que, dada la naturaleza de su desarrollo, los grupos mejor situados para defender sus beneficios son los que se apropian de la mayor parte de los mismos, por lo cual reformas con pretensiones de igualación en contextos de ajuste del gasto, pueden resultar simplemente en un efecto perverso de agudización de la estratificación. La focalización y descentralización, así como la privatización de buena parte de sus servicios sociales debe ser evaluada en el contexto de este tipo de desarrollo previo. Tanto la viabilidad, sustentabilidad y deseabilidad de estas reformas requieren para una respuesta de esta contextualización.


Regímenes duales (Brasil, México)

Estos regímenes presentaban hasta la década de los ´70 un casi universalizado desarrollo de la educación primaria y un importante aunque estratificado grado de cobertura en salud. En lo relativo a la seguridad social la cobertura acentuaba los aspectos estratificados de los sistemas maduros sin la cobertura universalizada de los regímenes de universalismo estratificado.

En estos países es donde el problema de le heterogeneidad territorial puede observarse con mayor claridad. No porque sus tasas de desarrollo diferencial sean mayores que las de los sistemas excluyentes que trataremos más adelante. Lo que si es claro es un desarrollo importante del mercado formal, el estado y la protección en ciertos estados y regiones y una virtual desprotección y baja incorporación de la mayor parte de la población (ya sea vía el mercado o por la vía del estado) en otros estados.

Estos países se han caracterizado por un desarrollo del MSI apoyado en las rentas provenientes de economías primarias con alta intensidad de mano de obra y con una importante heterogeneidad regional en los niveles de desarrollo económico y social evidenciado y reproducido en estructura con un comparativamente alto contenido federalista.

CUADRO 3

Indicadores Seleccionados para países duales hacia 1970-1980
  Seg. Social. Pob. Cubierta sobre PEA Seg. Social Pob. Cubierta sobre Pob. Total, 1980 Gasto Social como % PBI, 1980 Inmunización BCG % sobre Pob. menor un año % Grupo de edad matriculado en Ed. Primaria % Grupo de edad matriculado en Ed. secundaria
Brasil  27.0  96.3(a)  9.3  66  82  26
México  28.1  53.4  8.0  80  104  22

Fuentes: Mesa-Lago, 1991; World Bank-World Development Report-, 1994, Miranda, 1994, Cominetti, 1994.

 

Políticamente, el control e incorporación de los sectores populares ha descansado en una combinación de formas clientelares y patrimonialistas en las zonas de menor desarrollo económico y social y forma de corporativismo vertical en áreas más desarrolladas. El bajo desarrollo en duración e intensidad de regímenes democráticos electoralmente competitivos ha permitido esta forma dual de incorporación, incrementado los diferenciales de poder de los sectores populares en una y otra área. A diferencia de los países de universalismo estratificado, los sistemas de protección amortiguan -aún en su naturaleza estratificada, la segmentación social solamente en los sectores incorporados a formatos de protección modernos. Entre estos y los sectores desprotegidos la acentúan.

CUADRO 4

Indicadores sociales seleccionados para países duales hacia 1970
  Hogares debajo de la linea de Pobreza % Hogares Debajo de la linea de Indigencia % Analfabetismo % Mortalidad Infantil Esperanza de Vida al Nacer
Brasil  49  25  33.6  95  59.8
México  34  12  25.8  60  62.7
Fuente: CEPAL -Panorama Social de América Latina- 1995; CEPAL Anuario Estadístico de América Latina- 1980.

 


Regímenes excluyentes. (República Dominicana, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Bolivia, Ecuador)

Con la excepción de Costa Rica los países centroamericanos -y posiblemente Bolivia y Ecuador, presentan sistemas elitistas de seguro social y salud y dual en materia de educación. La pobreza en todos estos países medida a través de ingresos excede el 50%. Hacia 1970 menos que el 20% de la población se encontraba cubierta por programas básicos de protección y seguridad social -con la excepción de Guatemala
(27%). En materia de salud la realidad era similar. No así en materia educativa, en donde la expansión de la matricula primaria, con fuertes desigualdades en calidad, alcanzaba a más de la mitad de la población, y llega en algunos casos a la cobertura universal.

CUADRO 5

Indicadores Seleccionados para países excluyentes hacia 1970/1980
  Seg. Social. Pob. Cubierta sobre PEA Seg. Social Pob. Cubierta sobre Pob. Total, 1980 Gasto Social como % PBI, 1980 Inmunización BCG % sobre Pob. menor un año % Grupo de edad matriculado en Ed. Primaria % Grupo de edad matriculado en Ed. secundaria
Bolivia  25.4  9.0  5.9  70  76  24
Ecuador  14.8  9.4  9.3  61  97  22
Rep.Dom  8.9  s/d  0.7/2.3(a)  40  100  21
Nicaragua  14.8  9.1  2.3/s/d(a)  90  80  18
ElSalvador  11.6  6.2  1.3/1.7(a)  s/d  85  22
Guatemala  27.0  14.2  1.6/3.7(a)  --(b)  57   8
Honduras  4.2  7.3  0.9/12.2(a)  75  87  14

(a) Gasto en Seguridad Social/Gasto en Salud; (b) no se aplica la vacuna.
Fuentes: Mesa-Lago, 1991; World Bank-World Development Report-, 1994, Miranda, 1994, Cominetti, 1994.


En estos casos estamos muy cerca de los que Peter Evans
(1992) denomina estados depredadores. Elites que se apropian del aparato estatal y que apoyados en la exportación de bienes primarios en economías de enclave utilizan la capacidad fiscal de estos estados para extraer rentas, sin proveer la contraparte de bienes colectivos, sea ello en la forma de infraestructura, regulación o servicios sociales.

 

Los sistemas de protección y seguro social de este tipo consisten en su mayor parte de políticas elitistas que agregan a población en situaciones privilegiadas, privilegios adicionales. Profesionales, un muy reducido número de trabajadores formales y los funcionarios públicos son quienes típicamente se ven favorecidos en estos modelos. La mayor parte de la población representada en el sector informal, la agricultura y la mano de obra secundaria se encuentran excluidos.

Cabe anotar que estos países presentan un realidad caracterizada por una alta heterogeneidad de la estructura social lo cuál se refleja en la distribución de la riqueza nacional entre sector urbano y rural y entre diferentes áreas rurales así como centro y periferia urbana. En otras palabras el grado en el cuál el propio mercado ha operado generó clusters de configuraciones sociales negativas y positivas.

Por su parte, el grado en el cual el estado intervino como corrector
(risk pooling) ha sido ínfimo. Asimismo las burocracias estatales reflejan también dicha realidad con un marcado diferencial en su eficiencia y productividad en la medida que nos movemos de áreas privilegiadas del estado a nivel central a dependencias subnacionales de menor rango. En algunos casos nos enfrentamos a la inexistencia de burocracias estatales a nivel regional.

Finalmente, a nivel político social, la participación organizada de los sectores subalternos ha sido históricamente baja en las esferas decisionales dado el carácter predominantemente represivo de los regímenes políticos y el bajo capital organizativo de los sectores subalternos. La incorporación y cooptación de los sectores sociales subalternos ha sido alcanzada por mecanismos clientelistas y patrimonialistas de las elites locales o de formas sui-generis de comisariado político y represión. Consistente con este escueto panorama, los indicadores sociales en este tipo de países presentan sistemáticamente los peores guarismos, así como los diferenciales más altos entre regiones de distinto grado de desarrollo.

CUADRO 6

Indicadores sociales seleccionados para países de tipo excluyente hacia 1970
  Hogares debajo de la linea de Pobreza % Hogares Debajo de la linea de Indigencia % Analfabetismo % Mortalidad Infantil Esperanza de Vida al Nacer
Bolivia  50(a)  22(a)(b)  37.3  157  46.7
Ecuador  s/d  s/d  25.8  100  57.1
Rep.Dominicana  s/d   s/d  33.1  72  57.9
Nicaragua    s/d   s/d  42.1  109  52.9
El Salvador  s/d  s/d  42.9  92  59.1
Guatemala  65(c)  33(c)  53.8  104  54.6
Honduras  65  45  40.5  110  54.1
(a) 1989; (b) Zonas Urbanas; (c) 1980.
Fuente: CEPAL -Panorama Social de América Latina- 1995; CEPAL Anuario Estadístico de América Latina- 1980.



*
Agradezco los comentarios editoriales y sustantivos de George Avelino, Evelyne Huber, Eric Hershberg y Brian Roberts, así como numerosas sugerencias realizadas por los participantes del proyecto "Social Policy and Social Citizenship in Central America", Social Science Research Council. El Salvador y Guadalajara. Los errores son, claro está, propios.

 


  

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