Gilbert Simondon (1924
- 1989) fue
alumno de Merleau-Ponty y profesor de
Deleuze. Forma parte de una
generación puente que tuvo poco éxito editorial, pero que fue
fundamental para el desarrollo de la filosofía francesa posterior al
estructuralismo. La publicación de su
Curso de Percepción
pretexta esta apología.
A la sombra de sus alumnos
Aunque obtuvo su nicho en la Sorbona, Gilbert Simondon permaneció en
los márgenes de la academia. Su interés por las ciencias físicas no
lo ayudó a despertar la atención de unos colegas que estaban
descubriendo el elixir de la ciencia eterna: la semiología. Quizá
fue eso lo que condenó sus escritos a una existencia mínima que
recién en los últimos años está encontrando un espacio de difusión.
En 1958 defendió una tesis doble de la que sólo pudo publicar una de
sus secciones secundarias (Modo de existencia de los objetos
técnicos). Seis años más tarde, cuando ya era profesor en la
Universidad (Facultad de Letras y Ciencias Humanas, en París),
publicó otra parte de su tesis, El individuo y su génesis físico
biológica. El año de su muerte (1989) se completó la edición de esa
tesis: La individuación síquica y colectiva. Treinta y un años para
publicar un solo libro, en tres partes.
Recientemente se publicó un libro que Simondon no concibió para la
imprenta: las notas de preparación de clases de su Curso de
Percepción, de 1964 - 1965, dictado en la Sorbona, donde luego
abriría un Laboratorio de Psicología General, que fue en realidad un
espacio de estudio de las tecnologías. En sus más de cuatrocientas
páginas se descubre a un estudioso tenaz, un docente sutil, un
lector voraz. Sus colegas lo respetaron profundamente:
Deleuze lo nombró su
"filósofo de cabecera", y su trabajo sobre los objetos tecnológicos
influyó sobre Moles, Baudrillard y Friedman. Trabajó con Regis
Debray en Les cahiers de Médiologie.
Los Objetos Tecnológicos de Simondon no se reducen a
máquinas, ya
que muchos de sus estudios prefiguran el actual protagonismo de
cierta clase de escritura técnica, los programas de computación.
Hacia fines de los años cincuenta, cuando comenzó a dar a conocer
sus trabajos acerca de los Objetos Tecnológicos, la filosofía
europea tendía a la tecnofobia. Quizá el rechazo se debía a que aun
no se había disipado el olor a carne (humana) chamuscada de la
guerra reciente. Apenas Europa había levantado un poco la cabeza por
encima de las ruinas, las potencias que se disputaban sus restos
anunciaban la creación de la bomba de hidrógeno, centenares de veces
más potente que las que habían hecho poner de rodillas al Japón. Fue
durante los años cincuenta que comenzaron a conocerse los efectos de
las radiaciones gamma, cuando los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki, y los soldados estadounidenses de los campos de pruebas
atómicas del desierto americano enfermaban de cáncer o engendraban
hijos con malformaciones.
Esa energía comenzaba a ser domesticada con fines pacíficos, y
cuando en 1951 Raymond Goertz diseñó un brazo mecánico para la
Comisión Internacional de la Energía Atómica, pareció materializarse
la fantasía futurista de los hermanos Kapek, más siniestra que la
coqueta ginoide de Fritz Lang, casi tan ominosa como el Golem de
Meyrink: un robot que ayudaba al hombre, pero no porque había
llegado la hora de dejar de trabajar para que lo hicieran las
máquinas, sino porque trabajar con combustibles radiactivos es
mortal.
Era comprensible cierto desdén, un poco provocado por el
miedo, por
los Objetos Tecnológicos, aunque paradójicamente la fortuna de
Alemania y de Francia, los dos países donde antes de la guerra había
florecido la filosofía europea con mayor vigor, se hacía posible, en
la reconstrucción, gracias a la producción de objetos no meramente
tecnológicos, sino de alta tecnología.
Otro filósofo preocupado por la incidencia de la tecnología sobre el
hombre (específicamente, en este caso, sobre el arte), el alemán
Walter Benjamin, fue empujado al
suicidio por Franco y los nazis en
la frontera española; su texto La obra de arte en la época de la reproductibilidad mecánica está muy cerca de los intereses de Simondon.
Simondon no fue leído sino por unos pocos académicos, y su impacto
no se dio entre los lectores de base. Es muy probable que los
estudiantes de los últimos veinte años nunca hayan leído a Simondon,
sino a Deleuze y
Baudrillard; pero estos sí fueron lectores de
Simondon.
Después de la muerte de Deleuze y de
Derrida, cuando las aulas van
quedando vacías y el anaquel de manuscritos de las editoriales
también, se ha producido un redescubrimiento de este filósofo que
permaneció medio siglo a la sombra de sus alumnos.
La percepción
El Curso de Percepción de Simondon cumplió cuarenta años pero no
perdió actualidad. Dividido en cinco partes, abarca una historia de
la percepción occidental, un análisis biológico de la percepción
(que no limita al ser humano, sino que extiende a insectos, aves y
mamíferos superiores), un estudio de la percepción y la información
—es decir, los efectos psicológicos de la percepción—, y la
interacción entre percepción y afectividad (los aspectos
motivacionales de la percepción) y con la actividad (es decir, las
consecuencias prácticas para la tecnología humana).
La primera pregunta que cabe formular es ¿qué es la percepción? para
poder luego formularse la segunda con más soltura: ¿por qué hacer un
curso? Los lectores (y los antiguos alumnos) de Simondon permanecerán en
ascuas sobre la primera mientras no hayan seguido la totalidad del
curso o no lean enteramente el libro. El filósofo no responde esa
pregunta, que deja pendiente para que cada uno descubra su
respuesta.
Simondon fue alumno de
Maurice Merleau-Ponty, cuya Fenomenología de la percepción
es quizá el último libro sobre percibir que ha dado la
filosofía. (Gallimard la publicó en 1945, lo cual muestra que la
percepción casi nunca anduvo muy pareja con la realidad: es
interesante constatar que el autor no parece haber percibido
lo que acababa de ocurrir en Europa). Pero al contrario que su
maestro, Simondon no filosofa, sino que instruye acerca de
numerosos asuntos relacionados con la percepción. Ahora en forma de
libro, viene a llenar el hueco que queda entre el libro de Merleau-Ponty
y los textos de psicología de la percepción publicados desde
entonces. El libro de Paul Guillaume sobre la Teoría de la Forma
dedica una capítulo a la percepción, y Arte y percepción
visual, de Rudolf Arhneim difícilmente pueda ser considerado
un texto de filosofía. La bibliografía relacionada con la percepción
se ha ido trasladando hacia la psicología
experimental, donde las
escuelas pragmáticas estadounidenses han ganado terreno editorial.
El psicoanálisis no aportó nada al conocimiento de la percepción,
debido a que su interés se concentra en los símbolos y en todo caso
en lo que no percibimos (si consideramos la percepción como
un acto consciente). El austriaco Anton Ehrenzweig intentó un
análisis de la percepción en relación con lo que llamaba "la mente
profunda", especialmente a través de ejemplos acústicos, debido a
que él mismo era un buen ejecutante de violín, pero con nulo
beneficio para sus lectores.
Lo que sostenían Tales,
Anaxímenes y Anaximandro acerca de la percepción puede parecer poco
útil a la hora de aprender cómo vemos, pero el enfoque de Simondon,
que suele no tomar partido, nos permite comparar aquel conocimiento
acerca de la percepción con otras ideas acerca del ser y la nada,
que pueden darnos indicios acerca de por qué hoy creemos ver lo que
vemos.
Después de Freud (pero sobre todo después de la vulgarización
hollywoodense del psicoanálisis) es fácil convencerse de que no hay
un ojo inocente, biológicamente puro, sino que la cultura
(incluyendo en su definición la historia, el entorno, la escuela y
la familia) fabrican nuestro sistema perceptual. Sin desconocer esta
realidad, Simondon se apoya fuertemente en la Teoría de la Forma (Gestalttheorie).
"El
estudio de la percepción —dice Simondon— es uno de los dominios
donde la elaboración teórica se relaciona más estrechamente con la
investigación de aplicaciones tecnológicas". Esto es fácilmente
comprobable si se analiza el desarrollo del diseño industrial,
especialmente acelerado en los últimos decenios, que se basa en el
conocimiento cada vez más profundo de la ergonomía, y por ende de la
percepción humana. Este curso de filosofía es uno de los raros casos
de un texto que puede ser de interés tanto para una personalidad
especulativa como para aquella interesada por la aplicación práctica
del conocimiento.
* Publicado
originalmente en El País Cultural. |
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