¿Cómo se pasa de ser un prodigio que a los 23 años
es saludado como el sucesor de Hemingway y Camus, además
de portavoz de su generación, a ser una especie de rata
grafómana amenazada de muerte por varios grupos feministas
y despreciada por la casi totalidad del establishment
literario bienpensante? La respuesta es simple: se escribe un
libro como American Psycho y no se tiene el buen gusto
de morir después de hacerlo.
A los 35 años, Bret Easton Ellis ya ha conocido más
éxito y rechazo del que la gran mayoría de los
escritores conocidos llega a ver en toda su vida. Con su quinto
libro (Glamourama), Easton Ellis se encuentra en un lugar
incómodo para un artista; un lugar en el que cada una
de sus palabras son evaluadas más desde un punto de vista
moral que creativo. Sin embargo y a pesar de la caída
en el olvido que sus múltiples enemigos le vienen augurando
desde su primer novela, Easton Ellis se las ha arreglado para
llamar nuevamente la atención del público y la
crítica sobre otra de sus inmersiones en el lado oscuro
de la cultura moderna occidental.
Con Glamourama, el escritor más emblemático,
influyente y aparentemente más efímero de los ochentas
volvió a un primer plano con una novela que ajusta cuentas
con el volátil mundo de la moda. Y nosotros, que no queremos
quedarnos atrás, le dedicamos esta nota repasando la obra
de un escritor cuyo nombre es ya sinónimo de polémica.
Bret Easton Ellis: ámelo u odielo, no se va a sentir solo
en ninguna de las dos opciones.
Repasando
reseñas de Glamourama, una de las cosas que llama
inmediatamente la atención es que inclusive las que defienden
al libro abren el paraguas inmediatamente con respecto a los
aspectos controversiales de su obra y no tienen el menor reparo
en insultar tanto al libro como al autor, demostrando que incluso
la aprobación de su obra es vista como algo vergonzante.
Así es que el New York Times puede calificar a
Glamourama (en
la primera reseña favorable que el diario le dedica a
Ellis)
como un libro "estúpido" o que en la New
York Magazine aparezca una frase tan curiosa como "Bret
Easton Ellis no reconocería una buena novela aunque la
escribiera él mismo. Prueba de ello es que la ha escrito
él mismo".
¿Cuál
es el motivo de que este escritor produzca reacciones tan encontradas
aún dentro una misma opinión? La explicación
simple vendría por el lado de las enormes cantidades de
violencia, drogas y sexo (ese
sería el orden correcto) presentes en su obra, pero en un siglo
que consiguió asimilar los excesos de autores como Louis
Ferdinand Céline, William Burroughs, George Bataille,
Hubert Selby Jr., J. G. Ballard y James Ellroy, por nombrar solo
a algunos de los grandes transgresores contemporáneos,
no parece una explicación muy completa.
El problema es más complejo y parte de las múltiples
contradicciones del concepto de "políticamente correcto"
y de la autoridad moral que se autoasignan los grupos identificados
con dicho concepto; las reservas con las que los críticos
se mueven al tratar la obra de Ellis es causada en su mayor parte
por el hecho de que quienes han propulsado una fanática
campaña de rechazo a dicha obra no son los acostumbrados
grupos moralistas religiosos -siempre listos para saltar como
un fusible cada vez que alguien introduce un tema polémico
en un producto artístico e ignorados generalmente por su
previsible repetición- sino los grupos feministas norteamericanos,
genuinos aspirantes a tomar la bandera del puritanismo y la censura,
pero partiendo desde un punto que aparentemente no se afianza
en los prejuicios de antaño sino en la lucha contra esos
mismos prejuicios.
El
escándalo que produjo con la publicación de American
Psycho solo es comparable en los tiempos modernos (aunque por motivos diametralmente
opuestos)
al de Los versos satánicos de Salman Rushdie, centrando
sobre sí un rechazo que no sufrieron obras coetáneas
similares como la del convulsivo y generalmente desagradable
Dennis Cooper. Hasta un escritor tan amigo de las transgresiones
como Norman Mailer saltó en su momento al ruedo para defenestrar
a Easton Ellis desde su sitial de gran escritor salvaje, siendo
una prueba más de una atención excesiva aún
para quienes saben aprovechar el potencial marketinero de toda
polémica, como es el caso de Ellis. ¿Qué
había hecho en realidad este joven escritor para generar
tantos odios? Un montón de cosas, a decir verdad.
El vacío mira al vacío
Bret Easton
Ellis nació en Los Angeles en 1964, y a pesar de haber
escrito generalmente acerca de personajes de la moderna aristocracia
económica de los Estados Unidos, Ellis creció en
el seno de una familia de clase media-alta sin mayores rasgos
distintivos que el moderado alcoholismo de su padre. Después
de participar como tecladista en algunos grupos de rock de su secundaria,
Ellis decidió abandonar el Oeste y viajar hacia Nueva Inglaterra
para estudiar en la Universidad de Bennigton, con el objetivo
a priori de seguir una carrera musical. Desanimado por la predilección
por el jazz imperante en dicho centro educativo (que,
transvestido en el Camden College, se volvería el escenario
de su novela Las leyes de la atracción y parte de
Glamourama)
se inclinó por la literatura.
Alentado por sus profesores, durante su último año
en Bennigton Ellis completó la que sería su primer
novela, Menos que cero (1985), título
inspirado en una canción de Elvis Costello y que funcionaba
como guiñada hacia los jóvenes de su generación,
que lo recibieron como su propio Salinger. Menos que cero era en efecto
una novela generacional y describía el regreso a Los Angeles
de un joven durante sus vacaciones de una universidad del Este,
algo bastante próximo a la biografía de su autor.
La novela se dedicaba a describir, en un tono monocorde y desapasionado,
a unos personajes jóvenes, bellos y adinerados sin mayores
expectativas que drogarse y tener sexo de todas las formas posibles,
cayendo progresivamente en una espiral de violencia y degradación.
Reflejo ácido y amargo del materialismo de la cultura
norteamericana de los ochenta, el libro se convirtió en
un inesperado suceso crítico y popular que proyectó
a Ellis como el portavoz de su generación (la que Douglas Coupland
bautizaría más tarde como "Generación
X")
y como uno de los escritores más duros y descarnados del
momento.
Menos que cero introducía además el distintivo
estilo de su autor, estilo que con
algunas variaciones ya no abandonaría en adelante: narración
en presente y primera persona, permanentes citas a productos de
la cultura pop, adjetivación casi inexistente, frialdad
casi clínica para describir las escenas sexuales o violentas
y un punto de vista helado y amoral, próximo al más
amargo nihilismo. Un estilo que tenía su origen en la escuela
de Hemingway pero que se contactaba también con la obra
de autores europeos como Samuel Beckett o los representantes franceses
de la noveau roman, y que a su vez influenciaría
a un sinnúmero de nuevos escritores incluyendo a una buena
cantidad de jóvenes autores latinoamericanos, región
en la que la obra de Ellis hizo estragos produciendo una gran
cantidad de libros clonados de Menos que cero que reproducían
sus rasgos estilísticos más notorios sin aproximarse
a la amargura interior que justificaba dicho estilo.
Con Menos que cero Ellis produjo una nota disonante en
una cultura que en esos momentos bailaba al son de Michael Jackson,
se emocionaba siguiendo los inmorales periplos de Melanie Griffith
en Secretaria ejecutiva y aplaudía las demostraciones
de machismo militar de la administración republicana.
A los 23 años Bret Easton Ellis no solamente era el mejor
escritor disidente de su generación, también era
el único.
La injusticia emocional
Easton
Ellis se encontró entonces con que se había convertido
en una auténtica celebridad en un momento en el que los
escritores no eran precisamente célebres. Además
de la calidad reconocida del libro, que fue saludado por viejas
glorias como Gore Vidal, Menos que cero había atraído
al público por motivos extraliterarios como la identificación
generacional, el interés suscitado por la joven edad del
autor y el morbo que producía un libro con tanto sexo
y drogas.
Hollywood puso sus ojos
sobre el fenómeno Ellis comprándole los derechos
de Menos que cero para hacer una ridícula versión
cinematográfica dirigida por Marek Kanievska (Corrupción
en Beverly Hills, 1987) que convertía a la agria novela
en una fábula moralista contra las drogas. Una adaptación
que no molestó en realidad a Ellis ya que solo tenía
en común con su libro el título y los nombres de
los personajes. Por ese entonces, Ellis acababa de publicar su
segunda novela, Las leyes de la atracción (1987), que debería confirmar
su carácter de auténtico escritor o de fenómeno
pasajero.
Las leyes de la atracción no tuvo ni remotamente
el éxito de su predecesora, pero era un libro más
ambicioso y más articulado en sus recursos literarios.
La novela estaba basada en la experiencia universitaria de Ellis
y describía a una serie de personajes del Camden College
que se enfrentaban simultáneamente con el fin de la adolescencia
y con una terrible desorientación afectiva y sexual. Como
en un conocido poema de Vinicius de Moraes, los personajes de
Las leyes de la atracción forman una cadena de
amores no correspondidos que terminan de la peor manera posible.
La novela
está narrada también en primera persona pero a través
de un esquema coral en el que cada uno de los personajes va contando
los sucesos en su propio lenguaje y bajo su propia óptica,
incluyendo el diario personal de una suicida y las opiniones de
un estudiante de intercambio, escritas en riguroso francés.
Hay algo muy artificioso en esta novela que por momentos parece
una demostración práctica de recursos aprendidos
en un taller literario, pero es a la vez el más emotivo
y sentimental de los libros de Ellis. La violencia física
brilla por su ausencia pero es substituida por una violencia verbal
y emocional que hacen de su lectura una experiencia
perturbadora.
El amor en Las leyes
de la atracción está visto como un inhumano
juego de malentendidos y desconocimientos deliberados que descubre
el sadismo de las relaciones cotidianas. Este es un libro
infinitamente triste que carece de la cohesión de Menos
que cero pero que lo supera en lirismo y desolación.
Ellis aprovecha
para demoler de paso algunos mitos románticos de la literatura
norteamericana contemporánea como el de las carreteras
de Kerouac, incluyendo un disparatado viaje sin destino que culmina
en el aburrimiento y la depresión. Ni hace falta aclarar
que Las leyes de la atracción no es un texto adecuado
para leer en vacaciones (bueno, ninguno de los de
Ellis lo es),
pero posiblemente y a pesar de sus fallos sea su mejor obra, y tal vez la más
profundamente subversiva: un verdadero grito de furia en contra
del romanticismo.
Por
otra parte, entre el coro de voces que componen Las leyes
de la atracción hace su primera aparición un
sujeto, hermano de Sean -el principal personaje del libro- que
daría que hablar más tarde: un yuppie de Nueva
York llamado Patrick Bateman.
El monstruo vestido de Armani
Bret
Easton Ellis se mudó a Nueva York dedicándose durante
un tiempo a ser fotografiado en lugares de moda, convenientemente
drogado y en compañía de modelos y artistas malhumorados.
El personaje Easton Ellis comenzó a distinguirse públicamente
como alguien similar a los entes amorales y viciosos que pueblan
sus novelas. Con fama, dinero y alimentado a base de antidepresivos,
drogas y alcohol, Easton Ellis pergreñó la obra
que lo volvería el escritor más odiado en el mundo
occidental: American Psycho.
El libro contaba, en primera persona, la historia de Patrick Bateman,
un exitoso y joven yuppie de Manhattan que es a la vez un sádico
asesino serial amparado en la impunidad
de su respetable situación social. Los temas de la novela
estaban en el aire en el momento de su publicación (1991), época en la que se comenzaba
a cuestionar el modelo de joven empresario exitoso propuesto durante
los ochenta en películas como Wall Street de Oliver
Stone o After-Hours de Martin Scorsese y libros como La
hoguera de las vanidades de Tom Wolfe.
Simultáneamente
los asesinos en serie se convertían
en objetos de fascinación morbosa no solamente para lo
más radical del rock sino también para Hollywood,
que comenzó con una larga serie de retratos de diabólicos
y perversos asesinos psicópatas. Pero Easton Ellis, combinando
ambos temas, fue más allá de lo previsible y creo
un libro que puede verse tanto como una furiosa y ácida
despedida a los años ochenta o como la obra de una mente
enferma e irresponsable.
Haciendo uso de las técnicas de marketing transgresor patentadas
años antes por Malcom McLaren, Easton Ellis publicó
algunos de los segmentos más violentos como adelanto de
prensa, lo que produjo una reacción que superó ampliamente
sus expectativas. Varios grupos feministas se lanzaron a la calle
para intentar evitar la publicación de lo que entendían
como un manual para mutilar y asesinar mujeres, consiguiendo que
los empleados de Simon & Schuster, editora de Ellis, se negaran
a trabajar en el libro, incluído el artista gráfico
que había diseñado las tapas de sus obras anteriores.
Simon & Schuster se encontró de pronto con un hierro
caliente en las manos y ante las amenazas de boicott y
represalias de los grupos feministas, terminó rompiendo
el contrato con Ellis, que debió buscarse una
nueva editorial.
El escándalo continuó y las organizaciones feministas
organizaron sabotajes en contra de su nueva editorial (Random House), manchando
de sangre los ejemplares en las librerías y dejando mensajes
en los contestadores de Ellis y sus allegados, amenazándolos
con violarlos con bates de beisball adornados con
clavos y otras linduras. Como suele suceder, Tammy Bruce, miembro
de la Organización Nacional de las Mujeres y quién
organizó la campaña en contra de American Psycho,
nunca leyó el libro. Para agravar las cosas, alguien sugirió
que el detallismo de los asesinatos narrados solamente podía
proceder de un diario real, algo con lo que Ellis jugó
fotografiándose en la contratapa iluminado de la misma
forma que el rostro que ilustraba la portada y declarando que
era la más autobiográfica de sus novelas.
American Psycho ciertamente irradia peligro y sus múltiples
excesos no son siempre justificables. Su protagonista, Patrick
Bateman, se presenta como un ejecutivo de Wall Street no particularmente
inteligente que poco a poco va revelando una doble vida siniestra
en la que las enumeraciones de marcas y objetos materiales se
van entremezclando con detalladas descripciones de violentos
actos sexuales que gradualmente van convirtiéndose en
sádicos asesinatos. Sin modificar substancialmente el
tono, Bateman narra sus opiniones sobre la música de Génesis
y Huey Lewis junto a los más abyectos crímenes,
que incluyen desmembramientos varios, necrofilia, canibalismo,
asesinato de niños, crucificciones y una famosa escena
en la que introduce una rata famélica en la vagina de
una mujer. Por momentos Ellis parece querer hacer un catálogo
de deliberadas provocaciones al buen gusto y todos los conceptos
de corrección política, pero de alguna forma esa
violencia funciona como contrapeso macabro del materialismo desbocado
del protagonista, un materialismo incapaz de diferenciar la compra
de un Rolex de la evisceración de una prostituta.
American Psycho llega a aburrir por momentos y depende
demasiado de referencias temporales que a menos de diez años
de su publicación ya se han vuelto oscuras y caprichosas;
también su idea central se agota rápidamente y
es bastante primitiva en una primera lectura. Aunque tiene momentos
brillantes, es el libro más pobremente escrito de Ellis
y su prosa es a menudo tosca y superficial. Sin embargo esta
novela funciona como una amarga descripción metafórica
de una profunda depresión nerviosa -algo remarcado por
Ellis en sus explicaciones acerca del carácter autobiográfico
del texto y que está implícito en el carácter
irreal de las escenas más violentas.
Inevitablemente, las violentas reacciones en contra de la novela
substituyeron a las posibles evaluaciones críticas de
la misma, volviéndose todo parte del debate acerca del
uso y abuso de la violencia en el arte, debate que incluiría
más tarde a las películas de Tarantino y el gangsta
rap. Mirando atrás, al momento en el que fue publicado
y a lo que fueron los años ochentas, la opinión
más acertada sobre American Psycho quizá
sea la del crítico Ramón de España, que
lo definió como "un trabajo sucio que alguien
tenía que hacer".
Vampiros bajo el sol
Después
de algo como American Psycho era evidente que Easton Ellis
tenía que volver a poner los pies en la tierra y bajar
las revoluciones, tanto a nivel personal como literario. Adoptando
un bajo perfil personal de lo más conveniente en momentos
en los que la mitad de las feministas norteamericanas querían
aplicarle un tratamiento a lo Lorena Bobbitt, Ellis publicó
un libro de relatos que habían sido escritos en forma
simultánea con sus novelas y que resumían en cierta
forma toda su obra anterior. En Los confidentes (1994) Ellis regresó a la
Costa Oeste para ofrecer una serie de narraciones sobre personajes
muy parecidos a los que poblaban Menos que cero; en los
primeros relatos del volumen despliega una nueva galería
de jóvenes vacíos, madres lujuriosas y adictos
varios que no aporta gran cosa a lo ya desarrollado en sus trabajos
anteriores.
Sin embargo,
la prosa está generalmente más cuidada que en American
Psycho y en algunos relatos como 'En las islas', descripción
de un competitiva relación padre-hijo, llega a recordar
al Paul Bowles de Páginas de Cold Point
o a Katherine Mansfield. En los últimos relatos el tono
se aproxima más al de American Psycho, superando
aun el horror de éste en 'La quinta rueda', que da cuenta
del secuestro, violación y asesinato de un niño.
También coquetea con lo fantástico, desarrollando
los aspectos oníricos del desenfreno homicida de Patrick
Bateman, en 'Los secretos del verano', una excelente historia
acerca de unos vampiros fashion que se mueven con
impunidad en los lujosos ambientes de la rica California. El libro
concluye con 'En la playa' y 'En el zoológico con Bruce',
dos narraciones en las que vuelve a aflorar el subterráneo
lirismo de Las leyes de la atracción y que posiblemente
sean lo mejor que haya escrito Ellis en su carrera. Inclusive
en 'En el zoológico con Bruce' aparece un leve matiz de
esperanza que podría indicar un posible camino hacia fuera
del nihilismo acostumbrado en
sus novelas.
Los confidentes fue en general demolida por la crítica, que no le perdonaba
ni el éxito ni el escándalo de American Psycho,
y tuvo ventas mucho menores que su libro anterior, lo que no quita
que posiblemente sea la obra más variada, madura y bien
escrita del autor. Un libro único en el que un relato sobre
vampiros no se contrapone con las narraciones más realistas
y en el que la permanente evidencia del horror que subyace en
el aburrimiento y la opulencia supera la mera fascinación
morbosa para convertirse en un testimonio de una época
terrible.
El más viejo de los jóvenes
Los
cinco años que pasaron entre la edición de Los
confidentes y Glamourama (1999) relegaron a Easton Ellis a un segundo
plano en el panorama literario internacional. Ellis se retiró
del ojo público y las polémicas sobre su obra se
acallaron gradualmente. Profundamente identificado con los años
ochenta, en los que escribió y situó todas sus
obras, Ellis fue convirtiéndose en un escritor ligeramente
pasado de moda y que no combinaba en absoluto con la espiritualidad
preconizada por la cultura semi-oficial. A pesar de esto, la
influencia de su obra era claramente palpable tanto en el estilo
de las nuevas generaciones de escritores como en las letras de
los apáticos y deprimidos grupos de rock alternativo de
los noventa, lo que no evitaba que, a una edad en la que la mayoría
de los escritores recién llegan a su primera obra seria,
Ellis parecía ya haber dicho todo lo que tenía
por decir.
Pero el monstruo volvió a dar señales de vida en
el final de la década cuando tres sucesos simultáneos
lo devolvieron a un primer plano; por una parte la edición
de Glamorama hizo que la crítica volviera a hablar
(mal) de él
y le dedicara gran espacio a darle con un caño a la novela.
Por otra parte dos proyectos cinematográficos lo devolvían
al candelero: uno de ellos era un documental (con algunos elementos ficcionales) sobre el escritor
titulado This Is Not An Exit, frase con la que culmina
American Psycho; la otra es una adaptación de esta
misma novela, que volvió a generar escándalo aún
antes de ser estrenada, produciendo que su protagonista, Christian
Bale, fuera abucheado al presentar su película en el Festival
de Sundance.
Como para irritar más a los grupos feministas, la versión
cinematográfica de American Psycho fue dirigida
por una de las más inquietas directoras del cine independiente
norteamericano, Mary Harron (I
Shot Andy Warhol),
que inevitablemente suavizó los elementos gore y pornográficos
de la novela aunque, según la crítica internacional,
el espíritu de la misma fue respetada. En un principio
quién iba a interpretar a Patrick Bateman era nada menos
que Leonardo Di Caprio, lo que hubiera constituido un chiste
excepcional, pero el carilindo protagonista de Titanic
lo pensó dos veces y renunció al proyecto.
Easton Ellis se dedica mientras tanto a contestar educadamente
los múltiples reportajes que le realizan a causa de su
última novela y a escribir un libro de memorias titulado
Where I Went I Would Not Go Back (A dónde fui no volvería), una prueba
más de que el hombre se está sintiendo viejo. Pero
mientras tanto sigue tozudamente dedicado a caminar por el delgado
borde de lo admisible y en negar a André Breton, quien
en los ya lejanos años sesenta declaraba que el tiempo
de los escándalos había terminado.
*Publicado originalmente
en Insomnia
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