La circunstancia crítica por la
que atraviesan las Humanidades está lejos de constituir un
patrimonio nacional. Tanto en calidad de disminución relativa, como
en cuanto fuente de esperanza, surge incluso de la noción de “Nuevas
Humanidades”, propuesta por
Derrida en La Universidad sin
condición,[1] cuya característica más significativa en el plano
estratégico, consiste en vincular el destino de la universidad a esa
proyección actual de las Humanidades. Sin embargo, el
Uruguay que
los uruguayos siempre comienzan por presentar, fuera de fronteras,
enfatizando la grandeza de espíritu de una pequeñez de tamaño, ha
engendrando un rasgo prominente a escala mundial –como a los
uruguayos, pese a la contrición que abunda en su estilo, les place
que sea: un presidente de la República que ataca a las
Humanidades.[2]
No se trata, por cierto, del único rasgo que ha hecho prominente a
nuestro actual presidente, sobre todo si tenemos en cuenta la
contraposición entre su eminente cargo y la humildad de sus
costumbres, o entre lo revolucionario de su pasado y lo conformista
de su presente. Sin embargo, tal profesión de fe anti-humanista
expresa el compromiso académico más significativo de su gobierno, en
cuanto además, se ejerce sobre un país que nadie reconocería en el
plano internacional, en lo que hace al relieve histórico de su
actividad cultural, más allá del campo que articulan académicamente
las Humanidades.
Los propósitos avanzados por el actual titular del poder ejecutivo
en el Uruguay son de índole claramente moderna: las humanidades,
enfrascadas en la disquisición letrada, configuran un saber estéril
y refractario, ajeno a la frescura del
conocimiento, mientras una
lozanía ajena convive con la realidad positiva y concreta en
disciplinas aplicables, productivas económicamente y progresistas
socialmente. Más allá del aire obsoleto de estos propósitos, no debe
olvidarse que toda nostalgia dicha en presente, también representa
una interpelación actual. Sin duda, la problemática de la tecnología
en la actualidad, con sus trascendentes reversiones de la estructura
del poder y de la significación del saber, se encuentra en el meollo
de los signos que
Mujica cree interpretar, pero que más allá de sus
declaraciones, los agentes del
poder y los sapientes del conocer
manipulan en provecho propio.
En efecto, de Habermas a Foucault y de Marcuse a
Vattimo el tema de
la tecnología ha constituido un rasgo dominante de la crítica del
totalitarismo hasta nuestros días, según una progresión de la que
surge un rasgo predominante: la autoridad teórica adquirida por la
inscripción de la tecnología en la
comunicación. La obsolescencia
del propósito presidencial uruguayo al presente se manifiesta, en
este punto, en cuanto el tópico de una índole primaria de la materia
declina,[3] ante la inmaterialidad manifiesta de la captación y
emisión de imagen a distancia, profana irrealidad de la que se
espera, gubernamentalmente, el mayor provecho. Pero sobre todo, esa
obsolescencia de la materia prima en tanto efecto de una sacrosanta
“base material de la producción”, contrasta con la actualidad del
debate político, jurídico y tecnológico en el mismo país.
Este debate se concreta, tanto en el plano jurídico como en el
político, en torno a la condición estratégica más humanística: la
sospechosa consideración de la “generación de contenidos”. La propia
empresa estatal de telecomunicaciones (ANTEL), monopólica en el
campo de distintas tecnologías de la
comunicación, proyecta al
presente la construcción de un edificio destinado a los espectáculos
masivos que favorecen la captación de imagen espectacular, ya sea de
índole deportiva, artística o incluso académica: una Arena. Pese a
no formar parte de la panoplia instrumental de la
comunicación –ni
menos de su materialidad técnica, tales producciones culturales se
vinculan de la forma más estrecha a las telecomunicaciones, en
cuanto proveen un contenido de interés masivo. El propio titular del
Ejecutivo apoya sin ambages un emprendimiento que reúne la
cultura y
la recaudación bajo los haces reflectores, aunque irreflexivos, de
la masividad del consumo ocioso.[4]
En cuanto el emprendimiento mediático redituaría generosamente para
las arcas públicas, cunde más significativa que el manifiesto
interés presidencial por el beneficio económico y al margen de la
polémica partidaria, una argumentación teórica cargada de
humanismos, por parte de Humanidades poco humanísticas.
El ingeniero Juan Grompone no alberga la menor duda acerca de la
debida apropiación tecnológica, por los fueros de la empresa
estatal, dirigida a la “generación de contenidos”.[5] Grompone va
más lejos que Shannon,[6] en cuanto este último hizo profesión de fe
de la abstracción de todo contenido del receptor o del emisor, en
aras de la omnisciencia del cálculo matemático de la fidelidad de
una transmisión. Esa misma abstracción de la interacción entre
individuos, que es el objeto de toda comunicación que se precie de
tal, convierte la divinizada exactitud del cálculo matemático, que
en este caso toma por objeto una calidad de transmisión, en mera
medición del soporte informativo de un canal tecnológico. Sin
embargo, tal limitación formalista –aunque no humanística- no
arredra a Grompone, quien enuncia la sucesiva supeditación de la
“generación de contenidos” al canal que los extiende a distancia,
desde el telégrafo hasta internet, según una ley fatal que se
cumpliría en tanto (tele) apropiación tecnológica. Tanta captación
tele-tecnológica de la mayor diversidad de contenidos quedaría, sin
embargo, curiosamente al margen de la propia disquisición acerca de
las “tele-tecnologías” que ocupa al ingeniero, sobre todo si tal
esencialidad es provista por una humana –sino humanística-
“generación de contenidos”.
Omar Paganini, desde la misma titulación en ingeniería que Grompone,
se contrapone sin embargo al reduccionismo formalista de éste
último, en cuanto reivindica una condición de la “generación de
contenidos” inaccesible al aparato tecnológico.[7] Sin embargo, los
ejemplos de “contenido” que aduce no ilustran la contraposición con
los artefactos, sino en tanto Paganini excluye a los primeros de
toda posibilidad de transvasarse en continente, condición abstracta
de una “generación de contenidos” que supone, por vía de
consecuencia, la intangibilidad antihumanística de tales esencias
ultraterrenas.
En este punto convendría que Paganini nos proveyera el fundamento de
su inaccesible referente, ya que los más renombrados especialistas,
como Derrida, por ejemplo, no han logrado encontrar
diferencia, en cuanto al contenido, entre el sujeto y el objeto,
tratándose en uno y otro de caso de entidades cuya puridad parece
tan cristalina (para el primero) como opaca (para el segundo).[8]
Pareciera imposible por lo tanto que un objeto generara contenidos,
tanto como identificar a un sujeto con la generación de lo que ya lo
constituye, humana dificultad de generación de toda diferencia (o diferensia, si se quiere) que no vinculara al objeto con el sujeto y
viceversa, ante cuya humana impureza, no se ve como Paganini
lograría dividir la “generación de contenidos” de una
“tele-tecnología” humanística.
Sin embargo, la negatividad de
Mujica ante sus propios dichos sobre
las abstrusas humanidades comunicacionales, la de Grompone ante la
acepción de “contenido” o la de Paganini con relación a la
intangibilidad propia de la “generación” de los mismos, presentan en
común una misma referencia: el poder.
Pese a sus desafíos a los saberes improductivos,
Mujica obtempera
ante el financiamiento del
espectáculo, de cara a las fabulosas
ganancias que genera –ya hoy- la “inmaterial” empresa pública de
telecomunicaciones, en razón de un emprendimiento que, según declara
el presidente en funciones, sería imposible al margen de la
inversión pública. Grompone, pese al reduccionismo tecnológico que
profesa, lo niega ex profeso cuando aduce la legitimidad de la
tecnología para “extenderse” hacia los contenidos, ya que no se ve
cómo tal extensión pudiera alcanzar su propio objeto, sin que tales
esencias presentaran una condición supra-tecnológica efectiva.
Finalmente, Paganini hace de la “generación de contenidos” una
instancia que debiera permanecer incólume por sus fueros, sin
embargo, la negatividad social de tal entelequia surge con
cristalina transparencia, cuando el mismo autor señala la necesidad
de defender la neutralidad de las telecomunicaciones en tanto
mercado, marcado –sobre todo en las telecomunicaciones- por la
eterna neutralidad de la libre empresa capitalista.
Notas:
* Texto presentado en calidad de “disparador”
de la Mesa de Discusión “Humanidades hoy”, en XVI Jornadas de
Pensamiento Filosófico, FEPAI, Buenos Aires, 10 y 11 de mayo 2013.
[1] Derrida, J. “La universidad sin condición”
en Derrida en castellano
http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/universidad-sin-condicion.htm
(acceso el 15/05/13)
[2] “Viru-viru” tu madrina” Mediorama
(26/11/11)
http://mediorama.blogspot.com/2011/11/viru-viru-tu-madrina.html
(Acceso
el 15/05/13)
[3] Wolton, D. (1992) Elogio del gran público,
Gedisa, Barcelona, p.95
[4] “Tirate que hay arenita” Montevideo Portal
(30/04/13)
http://www.montevideo.com.uy/notnoticias_199214_1.html
(Acceso el
15/05/13)
[5] Grompone, J. “ANTEL nuevamente en la
lucha” Voces (11/04/13) p.8.
[6] Shannon, C. “A
Mathematical Theory of Communication”
http://circuit.ucsd.edu/~yhk/ece287a-win08/shannon1948.pdf (Acceso el 15/05/13)
[7] Paganini, O. “La generación de contenidos y
las telecomunicaciones”
Voces (18/04/13), p.4.
[8] Derrida, J. (1967) La voix et le phenomène,
PUF, Paris, pp.112-113.
Ver igualmente « El suplemento de origen »
en Derrida en castellano
http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/suplemento_origen.htm
(Acceso el 15/05/13).
* Publicado originalmente en
http://ricardoviscardi.blogspot.com/
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