Faltaban tres minutos para las tres de la tarde del
21 de julio de 1930 cuando Pablo Dorado hizo el primer gol del
partido que Uruguay comenzó a ganarle a Rumania. 19 minutos más
tarde, Héctor Scarone hacía el segundo, y a los 31 del primer tiempo
Juan Anselmo producía una calma chicha en el ánimo rumano. Como para
explicar lo superfluo de jugar un segundo tiempo, Pedro Cea pateó el
cuarto gol cuatro minutos después. Con todo, el árbitro brasilero
Almeida Rego insistió (con la colaboración de sus asistentes, el
chileno Alberto Warnken y el boliviano Ulises Saucedo), en afirmar
que si Uruguay no salía a la cancha después de los quince minutos de
intervalo, perdía el partido.
Casi diez
años después, Uruguay había faltado a dos mundiales, por razones de
política deportiva que no viene al caso analizar (1950 fue el
segundo campeonato mundial en el que participó). Rumania, en tanto,
había participado en Italia en 1934 y en Francia en 1938, cosechando
en ambas oportunidades notables fracasos. La selección que había
jugado en Uruguay estaba compuesta casi en su totalidad por obreros
de una empresa de origen inglés radicada en Rumania. El país fue,
durante toda esa década de los primeros tres mundiales, un
rompecabezas de ducados que habían quedado más o menos sobrantes de
la Gran Guerra, y Carol II, el rey, era un fascista que se
fotografiaba con un plumero blanco en la cabeza y elegía
personalmente a los jugadores de la selección.
Según dicen
algunos, el filósofo rumano Emile Cioran participó en su juventud en
las no muy alegres filas de la Guardia de Hierro. Esta organización
estaba en contra (como resultaba de buen ver en aquella zona del
planeta en esos tiempos) de los judíos, de los homosexuales, de los
marxistas, de los psicoanalistas, de los masones, y en general de
todos lo que no fueran legionarios, como les gustaba
autodenominarse. Cuando el boy scout y primer ministro del
reino Ion Duca prohibió la Guardia de Hierro, por temor a que los
legionarios se hicieran con el gobierno, sus miembros se sintieron
muy afectados, por lo que jugaron con la idea de asesinarlo, acción que
llevaron a cabo diez días después de haber sido prohibidos.
En realidad
no hay pruebas de que Cioran haya sido miembro de esa organización;
en cambio, salió de su país a tiempo para ver perder a su selección
de fútbol en el mundial de Francia. Mientras tanto, escribía
aforismos tenebrosos acerca del error de haber nacido, la inutilidad
de estar vivo y la amargura inherente a la existencia, asuntos que
lo harían célebre.
Una frase del
último de sus libros que escribió en rumano, “El ocaso del
pensamiento”, (después se dio cuenta de que debía adoptar un idioma
que tuviera más lectores, y se decidió por el francés) es llamativa
por la comparación que emplea. He aquí la traducción de Joaquín
Garrigós:
El espacio en el que gira la razón
me parece tan alejado y falto de fundamento como un
Uruguay
celestial.
Otros nombres
de lugares son usados en la obra de Cioran con sentido metafórico
(“Soy un Sahara roído por los placeres”) o estricto (“Hay países
donde yo no habría podido fracasar un instante siquiera, por
ejemplo, España”). Muchas veces hace referencia a la costa del sur
de Francia y varias al monte Saint Michel, en general para instalar
una imagen del mundo real en la imaginación del lector, y
contagiarle así la potencia del paisaje sentimental que pretende
evocar.
Pero ¿un
Uruguay celestial? ¿Qué es un
Uruguay celestial? La imagen de una
Jerusalén celestial tiene sentido, vistos los eventos que vienen
ocurriendo en ese sitio desde hace tres mil años. Soñar con una
Jerusalén celestial permitió que los arquitectos góticos inventaran
las catedrales con bóvedas de crucería, pero nadie en su sano juicio
soñaría con un
Uruguay celestial.
Para Cioran
un Uruguay celestial es “alejado y falto de fundamento”. Decidido al
análisis, uno podría dejar afuera la lejanía, porque todo lo
celestial es una promesa casi siempre relacionada con el más allá,
es decir, lejana. ¿Qué quiere decir con “falto de fundamento”?
Seamos honestos: cualquier ciudad o país celestial carece de
fundamento, si uno es un descreído como Cioran, pero seguramente el
rumano se refiere a un país celestial como imagen literaria, y por
lo tanto la falta de fundamento es semántica y no referencial. Es
decir: la mera idea de un
Uruguay celestial carece de
fundamento.
Da la
impresión de que Cioran habla de un Uruguay celestial como de un
triángulo de cuatro lados, un conjunto vacío: simplemente instala en
nuestra imaginación una idea obtusa o ridícula. Lo cierto es que no
deja de tener cierta carga de agresividad o desprecio. Una Jerusalén
celestial no es ridícula, ni una Grecia empírea, y hasta una Francia
celeste cabría en la imaginación de quien endiosara a los poetas.
Elegir Uruguay, entre todos los países del mundo, debió de tener,
para Cioran, algún sentido concreto y cierta oscura carga de
venganza.
¿Qué sabía
Cioran de Uruguay? Cuando, después de haber escrito
El ocaso del
pensamiento, conoció a la uruguaya Susana Soca, se refirió a ella
en un texto titulado “Ella no era de aquí”. No pudo, esta vez,
nombrar a Uruguay, del que había sentenciado su incapacidad de
trascender el barro. ¿De dónde era? ¿De
Uruguay? Quizá de un cielo
en el que nacen editoras ricas que permiten a los pobres rumanos
francófilos escribir en sus revistas, pero con certeza no un cielo
en el que pueda concebirse un Uruguay.
Como sea, la
metáfora de la frase sobre el Uruguay celestial está en el “giro de
la razón”. La razón gira, y esperemos que en rumano no se trate del
giro en sentido de las operaciones de una empresa sino de giro en
sentido estricto, es decir, movimiento en torno a un eje,
característico de, por ejemplo, un balón disparado con comba por un
futbolista uruguayo. Uno, dos, tres, cuatro balones que vienen
girando como atentados contra la física newtoniana. ¿¡Pero de dónde
vienen esas pelotas!?, se preguntaban los rumanos agobiados por la
goleada uruguaya en el estadio Centenario.
Así es que
cuatro goles y ninguno en contra nos colocaron en el mapa de la
filosofía del pesimismo.
* Publicado orginalmente
en El País Cultural
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