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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



URUGUAY -  FÚTBOL -  URUGUAY CELESTIAL - CIORAN, EMILE -

Goles que nos pusieron en el mapa*

Carlos Rehermann

 

Da la impresión de que Cioran habla de un Uruguay celestial como de un triángulo de cuatro lados, un conjunto vacío: simplemente instala en nuestra imaginación una idea obtusa o ridícula. Lo cierto es que no deja de tener cierta carga de agresividad o desprecio. Una Jerusalén celestial no es ridícula, ni una Grecia empírea, y hasta una Francia celeste cabría en la imaginación de quien endiosara a los poetas


Faltaban tres minutos para las tres de la tarde del 21 de julio de 1930 cuando Pablo Dorado hizo el primer gol del partido que Uruguay comenzó a ganarle a Rumania. 19 minutos más tarde, Héctor Scarone hacía el segundo, y a los 31 del primer tiempo Juan Anselmo producía una calma chicha en el ánimo rumano. Como para explicar lo superfluo de jugar un segundo tiempo, Pedro Cea pateó el cuarto gol cuatro minutos después. Con todo, el árbitro brasilero Almeida Rego insistió (con la colaboración de sus asistentes, el chileno Alberto Warnken y el boliviano Ulises Saucedo), en afirmar que si Uruguay no salía a la cancha después de los quince minutos de intervalo, perdía el partido.

Casi diez años después, Uruguay había faltado a dos mundiales, por razones de política deportiva que no viene al caso analizar (1950 fue el segundo campeonato mundial en el que participó). Rumania, en tanto, había participado en Italia en 1934 y en Francia en 1938, cosechando en ambas oportunidades notables fracasos. La selección que había jugado en Uruguay estaba compuesta casi en su totalidad por obreros de una empresa de origen inglés radicada en Rumania. El país fue, durante toda esa década de los primeros tres mundiales, un rompecabezas de ducados que habían quedado más o menos sobrantes de la Gran Guerra, y Carol II, el rey, era un fascista que se fotografiaba con un plumero blanco en la cabeza y elegía personalmente a los jugadores de la selección.  

Según dicen algunos, el filósofo rumano Emile Cioran participó en su juventud en las no muy alegres filas de la Guardia de Hierro. Esta organización estaba en contra (como resultaba de buen ver en aquella zona del planeta en esos tiempos) de los judíos, de los homosexuales, de los marxistas, de los psicoanalistas, de los masones, y en general de todos lo que no fueran legionarios, como les gustaba autodenominarse. Cuando el boy scout y primer ministro del reino Ion Duca prohibió la Guardia de Hierro, por temor a que los legionarios se hicieran con el gobierno, sus miembros se sintieron muy afectados, por lo que jugaron con la idea de asesinarlo, acción que llevaron a cabo diez días después de haber sido prohibidos.

En realidad no hay pruebas de que Cioran haya sido miembro de esa organización; en cambio, salió de su país a tiempo para ver perder a su selección de fútbol en el mundial de Francia. Mientras tanto, escribía aforismos tenebrosos acerca del error de haber nacido, la inutilidad de estar vivo y la amargura inherente a la existencia, asuntos que lo harían célebre.  

Una frase del último de sus libros que escribió en rumano, “El ocaso del pensamiento”, (después se dio cuenta de que debía adoptar un idioma que tuviera más lectores, y se decidió por el francés) es llamativa por la comparación que emplea. He aquí la traducción de Joaquín Garrigós:

El espacio en el que gira la razón me parece tan alejado y falto de fundamento como un Uruguay celestial.

Otros nombres de lugares son usados en la obra de Cioran con sentido metafórico (“Soy un Sahara roído por los placeres”) o estricto (“Hay países donde yo no habría podido fracasar un instante siquiera, por ejemplo, España”). Muchas veces hace referencia a la costa del sur de Francia y varias al monte Saint Michel, en general para instalar una imagen del mundo real en la imaginación del lector, y contagiarle así la potencia del paisaje sentimental que pretende evocar.

Pero ¿un Uruguay celestial? ¿Qué es un Uruguay celestial? La imagen de una Jerusalén celestial tiene sentido, vistos los eventos que vienen ocurriendo en ese sitio desde hace tres mil años. Soñar con una Jerusalén celestial permitió que los arquitectos góticos inventaran las catedrales con bóvedas de crucería, pero nadie en su sano juicio soñaría con un Uruguay celestial.

Para Cioran un Uruguay celestial es “alejado y falto de fundamento”. Decidido al análisis, uno podría dejar afuera la lejanía, porque todo lo celestial es una promesa casi siempre relacionada con el más allá, es decir, lejana. ¿Qué quiere decir con “falto de fundamento”? Seamos honestos: cualquier ciudad o país celestial carece de fundamento, si uno es un descreído como Cioran, pero seguramente el rumano se refiere a un país celestial como imagen literaria, y por lo tanto la falta de fundamento es semántica y no referencial. Es decir: la mera idea de un Uruguay celestial carece de fundamento.

Da la impresión de que Cioran habla de un Uruguay celestial como de un triángulo de cuatro lados, un conjunto vacío: simplemente instala en nuestra imaginación una idea obtusa o ridícula. Lo cierto es que no deja de tener cierta carga de agresividad o desprecio. Una Jerusalén celestial no es ridícula, ni una Grecia empírea, y hasta una Francia celeste cabría en la imaginación de quien endiosara a los poetas. Elegir Uruguay, entre todos los países del mundo, debió de tener, para Cioran, algún sentido concreto y cierta oscura carga de venganza.

¿Qué sabía Cioran de Uruguay? Cuando, después de haber escrito El ocaso del pensamiento, conoció a la uruguaya Susana Soca, se refirió a ella en un texto titulado “Ella no era de aquí”. No pudo, esta vez, nombrar a Uruguay, del que había sentenciado su incapacidad de trascender el barro. ¿De dónde era? ¿De Uruguay? Quizá de un cielo en el que nacen editoras ricas que permiten a los pobres rumanos francófilos escribir en sus revistas, pero con certeza no un cielo en el que pueda concebirse un Uruguay.

Como sea, la metáfora de la frase sobre el Uruguay celestial está en el “giro de la razón”. La razón gira, y esperemos que en rumano no se trate del giro en sentido de las operaciones de una empresa sino de giro en sentido estricto, es decir, movimiento en torno a un eje, característico de, por ejemplo, un balón disparado con comba por un futbolista uruguayo. Uno, dos, tres, cuatro balones que vienen girando como atentados contra la física newtoniana. ¿¡Pero de dónde vienen esas pelotas!?, se preguntaban los rumanos agobiados por la goleada uruguaya en el estadio Centenario.

Así es que cuatro goles y ninguno en contra nos colocaron en el mapa de la filosofía del pesimismo.


 


* Publicado orginalmente en El País Cultural

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