Hay una disonancia notable entre lo que está haciendo la selección
en la Copa del Mundo y lo que es capaz de ver el establishment
de comentaristas deportivos y periodistas locales. Mientras los
jugadores y el cuerpo técnico están en el primer mundo futbolístico
y mental, y en pleno siglo XXI, los comentaristas y noteros están en
una especie de rutinario tercer mundo mental y, futbolísticamente en
el siglo pasado, leen un presente complicado e interesante con
lentes provincianos.
Tres ejemplos simples, en el reducido espacio
disponible aquí.
Primer ejemplo. Los comentarios de los periódicos,
radios y canales locales, en los raros momentos en que finalmente,
entre muchas horas de aire y litros de tinta gastados en mezclar el
fútbol con el patrioterismo más cursi y desagradable, se deciden a
hablar específicamente de fútbol, siguen intentando ver "cuál es el
enganche y cuáles son los volantes de marca". No existen tales
especies, o al menos no en las selecciones que juegan este Mundial.
Los jugadores "de marca" en
Uruguay son, empezando de adelante para atrás, Forlán, Suárez, y
Cavani. Y de ahí para atrás, todo el resto. Lo mismo al atacar.
Diego Pérez, Maxi Pereira, han sido de los más atacadores de los
nuestros, cuando eso es lo que el juego pide. Suárez se ha cansado
de sacar pelotas en su propia área contra Francia, contra México y
contra Corea. Después del primer partido los comentaristas ponían el
grito en el cielo porque el técnico "iba a retrasar a Forlán a jugar
de enganche", una discusión sin sentido. Forlán jugó igual y en el
mismo sitio en la cancha tanto contra Francia como contra Sudáfrica,
la única diferencia es que mientras contra Francia erró los dos
zapatazos que tuvo, contra Sudáfrica metió uno, lo que abrió la
defensa rival, creando más oportunidades para el contragolpe.
Mientras que la selección defiende en bloque, y se desdobla en
ataque por uno u otro costado, nuestros comentaristas intentan
superponer a lo que cualquiera ve una grilla imaginaria y medio
cuadrada habitada por "metedores que dejan la vida" y "delanteros
netos", o algo por el estilo. Nadie ha corrido, estadística
mediante, más kilómetros que Cavani en este equipo. Nadie se ha
sacrificado más que Suárez y Forlán, cubriendo veinte o más metros
para ir a presionar al golero o a los defensores rivales en la
salida, o exponiéndose en piques continuos a la descubierta
corriendo a buscar pelotazos frecuentemente imposibles que les
arroja la defensa. Pero no, se destacará, porfiada y dogmáticamente,
siempre la figura arquetípica del cinco metedor, del "gladiador", o
cualquier otra estupidez por el estilo. Al uruguayo no se le ha
enseñado todavía que la lucha y el talento deben ir siempre juntos.
Creemos, colectivamente, que los jugadores uruguayos están
divididos, abstractamente, entre los que "ponen" y destruyen, y los
que crean. Esa rejilla mental sigue impidiendo ver lo que pasa.
Segundo ejemplo. Los futbolistas destacan el grupo, y
pasan inequívocamente la señal de que han dejado de lado cualquier
diferencia personal o de pertenencia a uno u otro equipo que
pudieran tener. Al final del partido con Corea la cámara mostró un
largo, larguísimo y muy efusivo y sincero abrazo de Abreu y Arévalo,
símbolo de que cualquier división menor está completamente afuera de
este grupo. Pero los periodistas locales maldisimulan que sus
juicios se deben, en un 90%, o bien a sus prejuicios sobre los
esquemas antedichos, o peor, al equipo del cual son secretamente
hinchas, o al equipo que creen les dará mejor posicionamiento en la
audiencia local. Esa miopía, ese provincianismo, los hace ignorar a
futbolistas notables y en cambio elogiar desmedidamente a otros que
han participado en el pelotón. Los comentaristas deportivos locales,
con pequeñas diferencias consistentes únicamente en un mayor
disimulo, actúan en eso igual que los
barrabrava que atosigan de
odiosos y minúsculos comentarios camiseteros los foros de opinión de
los diarios locales o de internet.
Tercer ejemplo, y el más importante: mientras los
jugadores insisten una y otra vez en que están disfrutando el
Mundial, que están en una fiesta, y que esto es un juego que no
tiene ninguna relación con las "virtudes nacionales", el país
comentarista sigue una y otra vez con la cursilería patriotera, el
Mundial mezclado con una guerra victoriosa. En realidad,
Uruguay no le ganó, digamos, a Corea, en desarrollo humano,
nivel educativo, etc. Pero la ilusión, el subtexto de la victoria
uruguaya, es político y engañoso.
Acaso uno se acerque a la excelencia si empieza por
reconocerla bien, y por participar de ella al dejar de lado las
minucias provincianas -de partidismos futbolísticos y de juicios de
valor basados en virtudes y defectos inventados y desagradables.
Este es el equipo de todos, bastaría con que todos dejemos un poco
de escuchar el coro de ranas de nuestros comentaristas deportivos
hegemónicos para dar un paso más hacia él. Es muy saludable la
huelga de orejas, ver si es posible los partidos de
Uruguay en una
transmisión extranjera, y dejar de escuchar a los que pedían a
gritos a Nacho González, a sabiendas de que no tenía competencia por
meses, y luego lo acusaron de no rendir por no tener competencia por
meses...; o uno muy conocido que siempre dice por televisión que
Suárez "no está haciendo nada" segundos antes de que Suárez lo haga
desgañitarse gritando atrás del relator, desencajado, "Uruguay!
Uruguaaaaaayyy!!!".
* Publicado
originalmente en el Semanario Brecha
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