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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



URUGUAY - SALTO - DI GIORGIO, MAROSA - LA REINA DE LAS MARIPOSAS -


Marosa di Giorgio: Mundo, Mito y Lenguaje*

Lucía Delbene

 

 

Habitante de las tertulias y de los cafés, su silueta fugaz y colorida, sonámbula y feérica pertenece al imaginario colectivo de los montevideanos como figura originalísima, una mariposa que hubiera transitado por la arquitectura gris de un esplendor en ruinas. De su manto de liebre continúan cayendo las flores abrillantadas de las chacras salteñas. 

Apuntes de vida y obra: génesis de una voz
 

Soy como cuento en "Historial de las violetas",
la misma niña a la sombra de los durazneros de mi padre

Marosa Di Giorgio


Memoria del árbol
 

Nos adentramos en el paisaje del litoral del Uruguay, en la exuberancia bañada por el río que configura la floresta de la geografía subtropical y que anticipa la vegetación del mato característica del corazón de América Latina. Al contemplar la boscosa ribera y más allá, los cinturones que comienzan a extenderse hacia la soledad de los campos, nos preguntamos acerca del sentimiento de un inmigrante toscano y las imágenes que despertaron su imaginación al desembarcar en Salto, ciudad al margen del río Uruguay, en las postrimerías del siglo XIX. Varios factores pueden empujar a un ser humano fuera de su tierra, entre ellos, la necesidad, la guerra, la búsqueda de geografías nuevas que colmen los ojos cansados, tal vez, un atávico afán aventurero, un complejo de Ulises que exprese un secreto desasosiego. Sin embargo, para los antropólogos modernos, el estado de exilio no es la regla en el género humano, sino la excepción y el desarraigo se constituye como una herida profunda, un trauma jamás del todo soliviantado que empuja a recrear lo perdido en la tierra de acogida, a construir estructuras similares en un acto de conservación de la memoria y la identidad.

Esto sucedía con ambos abuelos de Marosa di Giorgio Médicis, junto al contingente de inmigrantes que llegaba desde Italia, diezmada por las guerras que deflagraron los siglos XIX y XX, atravesada por la miseria que las mismas sembraron. Conocido es el tópico en la literatura italiana del emigrante que deposita en América todas sus esperanzas de progreso social y económico, en la época de post-guerra, sobre todo en la pujante América del Norte. La necesidad de fundar otra vida en un nuevo territorio, de despegarse de lo viejo por insatisfactorio o doloroso, de iniciar una biografía que complete el anhelo de ser, está en la raíz de la genealogía mítica que Marosa Di Giorgio despliega en sus textos, instaurando el aspecto fundacional que emana de los personajes familiares integrados a la suma poética de su factura.

Con respecto a su abuelo materno, Eugenio Médicis, natural de la Provincia de Massa e Carrara, di Giorgio declara:

Los negocios del abuelo fueron imaginativos y tornadizos. Se transformó en agricultor, adquiriendo dos chacras granjas, en la parte este del Salto, “San Antonio”, integrando ese milagro de las quintas italianas del Salto, con la estela a Garibaldi y las fabulosas naranjas. Él fue pionero de olivares y cría de gusanos de seda, con la correspondiente plantación de moras, pues esos menudos constructores de la seda, se alimentan de las hojas de la mora. Sus negocios casi nunca andaban. Él soñaba. Las quintas eran misteriosas, habitadas por fantasmas, ladrones, hongos de diversos colores, que había traído de Italia, perros, gatos, conejos, loros, palomas, almendras.[1]

En el intento de “trasplantar” el paisaje grabado en la memoria, Eugenio Médicis reconstruiría su campiña natal, las quintas colmadas del sol toscano, en donde las generaciones labraron la tierra desde edades inmemoriales. Al llegar a Salto, Eugenio encuentra una ribera silvestre aún indomeñada por el surco de los siglos, una tierra fértil, cuya vegetación extraña crece por doquier, nutrida por la humedad del río Uruguay y sus afluentes que irrigan el ámbito litoraleño. Es probable que Eugenio fuera un soñador, un hombre a quien se le ocurrían ideas construidas también por el recuerdo, y a quien su empeño singular lo llevara a recrear los cultivos ancestrales de olivos y gusanos de seda de las faldas alpinas de la Italia del norte. Massa y Carrara es una provincia de geografía montañosa y profundos valles frondosos. Como se encuentra bajo la influencia del Mediterráneo, un sol brillante impera en todo su esplendor haciendo a la zona propicia para el cultivo del olivo y los frutales. También es una zona marmolera, de las montañas de las cercanías se extrae el famoso mármol de Massa y Carrara, pudiéndose ver desde la lejanía los tajos blancos de la cantera. 

Fue así, en pos de esos sueños que Eugenio Médicis contrae nupcias con Rosa Arreseigor, de origen vasco y campesino. Luego de cumplir con éxito la actividad del comercio ambulante, adquiere dos chacras contiguas en la zona de San Antonio, a escasos quilómetros de la ciudad de Salto, donde las colonias de italianos se dedicaban al cultivo de pequeñas granjas y huertos[2] y a la crianza de animales domésticos. De la pareja nacerían tres hijas, Clementina y Josefina, mellizas, madre y tía de Marosa, e Ida. Es aquí, en estas casas quintas, en los huertos floridos donde se yergue la naturaleza con todo su magisterio, y donde el hombre en su intento de doblegarla despliega una épica salvaje, allí donde la lucha por domesticarla abre el misterio de la condición humana, la niña de exquisita percepción crecería para imprimir desde lo hondo de una memoria atávica, las huellas ineludibles de la belleza que comporta el abrazo, muchas veces cruento, entre hombre y naturaleza. Todo parece iniciarse aquí y sin embargo mucho más atrás, como si el árbol de las edades hubiera encontrado en la fecunda ribera un sitio propicio para crecer, y una faunesa que lo acicalara. En una entrevista la poeta hablaba de esas raíces:

- ¿Cuáles son las raíces de tu escritura?

- Las raíces de estas cosas son un tanto insondables, siempre. Yo veo un paisaje, una campiña de Toscana, al pie y en las laderas de los Montes Apuanes. Veo a Lusana, el sitio de Pedro, mi padre. “Membrillo de Lusana” nombré a mi último libro (Los Papeles Salvajes, Tomo II).

Y crecí en la zona de San Antonio, en Salto. Chacras, huertas, granjas fundadas por italianos. Pero las raíces, repito, son siempre insondables. Habría que ir hasta la burbuja donde saltó el Universo, a la voluntad de Dios.[3]

Desde el lado paterno, también se hace presente el origen toscano, el padre, Pedro di Giorgio, desembarca siendo un adolescente en la ciudad de Salto, luego de un arduo viaje de cuarenta días desde el puerto de Génova junto a su padre Domenico di Giorgio. Habían partido de Lusana, un pueblo aledaño al que un día había dejado Eugenio. Al desembarcar en Salto, en una enorme barcaza venida desde Buenos Aires, la primera persona con quien se cruza Pedro es Clementina Médicis con quien intercambia unas palabras. Pasado un tiempo, y en donde la historia parece repentinamente invadida por la fábula, Pedro contrae matrimonio con Clementina, mientras Doménico, quebrado por la nostalgia regresaba a su Italia natal.

Estos datos que parecen meros apuntes biográficos, son de relevancia ineludible en la constitución de la voz poética de Marosa di Giorgio. La constitución de la genealogía es una viga arquitectónica que sostiene el conjunto de los libros, dotándolos de una coherencia en la que confluyen las relaciones interfamiliares. Los roles de los padres, abuelos y demás seres que componen la red parental, están netamente distribuidos y diferenciados, ya sea por el género, en donde lo femenino y lo masculino orbitan en esferas distintas, como por su función filial. Podemos afirmar que la familia, conjuntamente con los variadísimos seres que constituyen el tapiz marosiano, conforma los actantes de su universo, dispuestos en torno a un centro de gravitación de una primera persona transmutable, que estructura las relaciones. Según Olivera Williams la figura de la madre es de una densidad estructural muy importante:

Clementina, como diosa telúrica, era origen de la vida humana, vegetal, animal y mítica, por lo tanto la que permitía la creación de una genealogía, la ubicación de la hablante en un mundo real e imaginario, y la interpretación y apropiación furtiva de su sistema de preceptos [4]    

Esta autora utiliza el término “genealogía” en el sentido que le había dado Foucault; como una serie de interpretaciones de un sistema de reglas que determinan el desarrollo de la humanidad y que tiene como función recordar y perpetuar: “The role of genealogy is to record its history…[5]

Dentro de la obra de di Giorgio, las reglas impuestas por la institución familiar,  y la distribución de los roles interparentales, son sistemáticamente transgredidos por un discurrir subjetivo que se niega a encarnar el modelo predestinado por el mandato del sistema genealógico de cuño patriarcal heredado en las estructuras mediterráneas. El ser no puede cumplir el designio del “deber ser” genealógico, la regla inter- y genético parental, desintegrando el yo en una multiplicidad de entidades realizadoras de innumerables identificaciones con un bestiario de estirpe salvaje. Al mandato ancestral impuesto como ley al género femenino de madre y esposa, casi una esclava a la sombra del hombre, desde los tiempos bíblicos y legitimado en las sociedades de cuño guerrero indoeuropeo en que se confirmó el núcleo societario grecolatino, la voz lírica asume la misión transgresora y alternativa de ser la escriba de la familia, un destino susurrado misteriosamente y llevado como una marca de fuego hasta sus últimas consecuencias.   

La obra marosiana se nutre en las fuentes del recuerdo, entre otras, para elaborar una genealogía que alcanza las dimensiones de gesta, de mito. Debido a las operaciones poéticas que se producen en su matraz, la genealogía de Marosa di Giorgio se convierte en mítica, en el sentido aristotélico del término mito, una historia o narración que remite a los orígenes y al destino sagrado de una comunidad, concepto que tomamos en este trabajo.[6] Allí las relaciones interparentales son poetizadas a sus esquemas esenciales, a la más pura emanación humana. La presencia de los abuelos, el padre y la madre, las tías, hermanas, primas y primos configuran la historia primordial de la familia, encauzada en la lucha por la existencia, enfrentada a lo que la perpetúa y la destruye frente al desgaste del tiempo. La muerte y el erotismo afloran dejando a la azorada espectadora contemplar la médula de las relaciones interparentales no exentas de matices terroríficos.

En Clavel y Tenebrario los familiares son asimilados a los poemas, quienes protagonizan y transitan la poesía, hecho que confirman las sendas dedicatorias de sus distintos libros a los integrantes de la misma:

Y mi libro de poemas, pasé todas sus páginas, una por una, y todas a la vez. Y los familiares; el abuelo andaba apenas, bajo las tremolantes parras, la abuela con su corona imperial de guindas, las tías de cara de magnolia, la hermana y las primas, siempre niñas, jugando en sus propias cabelleras; mamá sacó otro collar desde la nada y nos dijo que, siempre habláramos en voz baja, hasta que apareció papá –siempre estuvo ahí –, como un Predilecto, un Roble de Entendimiento Fino.(Clavel y Tenebrario, pág. 38)

Este fragmento revela que los poemas se constituyeron en el tronco familiar y cada hoja de su códice es el alma de un integrante. La voz engendra infinitamente los poemas en los que la familia vuelve a revivir ante los ojos asombrados. Vemos al abuelo en su traje de pana verde acicalando los olivares, a la abuela, confeccionando budines mágicos, la madre a la vez dulce y severa, amada sobre todo, sirviendo el té entre las hadas y las diablas niñas, las primas y las hermanas, compañeras de las alucinantes incursiones por el jardín que determinan la esencia de esos pequeños relatos en los que se arquitecta su poesía, el padre cazando lobos o zorros, que acechan en las veras del bosque. Entonces todo vuelve a comenzar.

Pero volvamos nuevamente a Eugenio, quien inicia la genealogía en el país nuevo, en una tierra mistificada por los europeos que escuchaban las historias como lejanas leyendas o veían a los “indianos” volver, enriquecidos por aquella tierra de promesas, y en donde la ciudad de El Dorado reverberaba entre la historia y la leyenda. En este proceso de selección de datos y por lo tanto idealizador, donde un posible fracaso es automáticamente eliminado de la conciencia, y donde prima el deseo de encontrar más allá del mar la vida que en la propia tierra es negada, se produce el primer acto transculturador[7]. La imaginación de lo que se va a encontrar se dispara sustentada por lo que la memoria oculta. Colón en su diario de viajes, nombraba con las maravillas recordadas de la Biblia a la nueva geografía que sus ojos no podían catalogar con los viejos repertorios integrados en su sistema de conceptos. Así, es capaz de observar a las sirenas y otros monstruos fabulosos durante su travesía. La primera de las hibridaciones realizadas por Eugenio, en el plano de la tierra, quedarían grabadas para siempre en la memoria poética de Marosa di Giorgio[8]. A la presencia real de los cultivos, a la exuberancia captada por una percepción sutil, se le agregaban las viejas historias narradas por su padre y abuelo de aquellas tierras añoradas, colmadas de lobos, picos nevados y trineos:

- Pero sus libros tienen su propia geografía y hasta sus propios climas, mitad americanos, mitad europeos.

- Mi abuelo y mi padre eran italianos. Había en Salto una gran colonia italiana. Hablaban de lobos, de la nieve, del mundo que habían abandonado.

- Y usted lo hizo suyo.

- En parte sí. Pero la vegetación en Salto me alucinaba. Así creció mi observación de los frutos, de los pájaros, la imaginación que siempre agrega cosas, deforma, ilumina, oscurece.[9]

Historias y señales, de una tierra aún cercana en su reactualización que dejaría la impronta de una estética exquisita y peculiar en los textos de Marosa. Su gestación se produce no solamente en los relatos galantes del abuelo, sino también en los objetos que habitaron la casa, en la elaboración de los alimentos, en los vestidos, los ritos religiosos y en las costumbres de la familia, en síntesis, todo aquello que conforma la producción simbólica de la célula grupal injertada en la comunidad con sus estructuras importadas del alto Mediterráneo y transculturadas al territorio nuevo:

Desde los cuatro años vi llegar como por obra de magia a mi silvestre casa, cartas marcadas en Italia. Massa-Carrara, Bagnone, Pontremoli, Lusana, en el sobre, se tornarían cifras inquietantes, destellos de un mundo que era también mío pero tal vez inatrapable.[10] 

Así como un día, Eugenio Médici y Doménico di Giorgio, soñaron la presencia virginal del territorio americano, Marosa soñó una posible tierra italiana que manaba de la latencia de sus antepasados. Estos paisajes, marcados por la nieve y las montañas son muy importantes en sus primeros libros, Poemas de 1953, Visiones y Poemas de 1954, Humo de 1955 y Druida de 1959 y que conforman una primera etapa en su obra. En los siguientes libros volverían a aparecer pero con menos perseverancia, a partir de Historial de las violetas de 1965 y en el resto de sus libros prevalece la caracterización autóctona del espacio geográfico en que se instaura la obra.
 

Del fruto del árbol no comerás: voz de poeta
 

Con estas apreciaciones sobre la familia de Marosa queremos señalar una de las primeras hibridaciones que quizás conformen las marcas más constantes de su obra. El origen de la imposibilidad de situarse bajo la lente de ningún esquema clasificador, como si perteneciera a uno de los preciosos objetos de la enciclopedia china de Borges que Foucault citaba para indicar la arbitrariedad de los catálogos, entre ellos el lenguaje, parece estar en esta amalgama rica que significó la crianza de la poeta. La mayoría de los críticos que han escrito sobre la obra de di Giorgio señalan la hibridación desde diferentes enfoques y apuntando a diversos aspectos de su poética. En cuanto a la forma, lo primero que destaca es la hibridación del género, situándose en el terreno plurimorfo de la prosa poética. En el plano del lenguaje aparecen las hibridaciones a través de la sintaxis de un signo en permanente mutación.

Transformación que lleva a los componentes del universo marosiano a las metamorfosis constantes de los significados, trashumando entre los distintos reinos de la escala de lo animado y lo inanimado. Es el de-signio de un universo captado en su permanente transformación, en un devenir en donde tiempo y espacio quiebran sus aparentes dimensiones estables, conjuntamente con el yo que unas veces se posiciona como protagonista, deuteroagonista o simplemente un narrador extradiegético, transitando por los distintos niveles, voz única que instaura y clausura el objeto de su creación. Pero no nos engañemos, este sólo existe a partir del lenguaje que lo crea, como si volviera de una modelización estandarizada para situarse en un más acá, o conformara una modelización alterna que hiciera saltar a la representación mimética de sus goznes. Para la autora, la experiencia primordial, el impulso creacional se sitúa en el nivel del lenguaje:

En un relato, aún inédito, me caso con un hibisco y el hibisco me deja. Y aparte de eso hay una verdad suprema: la cuestión es con el lenguaje. Todo se realiza en el lenguaje. Y lo demás es cuento. Mejor dicho, es nada. La boda es con el lenguaje[11]    

La supremacía del lenguaje en el universo poético de Marosa di Giorgio configura un acto fundacional en el cual la poeta es maga y demiurga a la vez que protagonista del mismo. A lo largo de los años Marosa profundiza en su obra en un viaje vertical, hacia un centro siempre en fuga del que seguían manando las prodigiosas imágenes de este jardín de las delicias americano. Mientras continuaba horadando el mundo endocéntrico, la poeta creaba a su propio personaje a imagen y semejanza de su poesía, quebrando las fronteras entre realidad y arte. Y si bien Marosa era la habitante de sus libros, nunca dejó de pertenecer a este mundo, el compartido con sus amigos y su familia, círculos en los que era muy querida y respetada primero en Salto y luego en Montevideo, ciudades entre las que discurrió su vida:

La primera creación literaria fue ella misma. Cierta vez comentó que tenía que actuar de Marosa. Y nada más profundamente correcto porque desde su primer libro se firmó con el nombre que la inmortalizaría sin nunca revelar el suyo verdadero: María Rosa.[12]

Tempranamente vinculada al grupo de teatro Decir dirigido por Nidia Arenas, argentina radicada en Salto, desarrolló un gusto especial por el teatro, y en su personalidad se conjugó perfectamente este aspecto lúdico, performativo, de ser en el mundo. Podemos aseverar que Marosa es una obra de arte de Marosa, una creación infinita que no cesó hasta los últimos días de su vida. Parte de su estampa eran los exuberantes vestidos de colores fuertes, con el cabello rojo y los lentes de mariposa como un antifaz que oculta y sugiere:

Mi disfraz de mariposa; grandes alones con manchas. Papá los construyó, trabajosamente. Y con él, de niña, enfrenté al mundo, los zorros y los pájaros.(Liebre de marzo, pág. 51)

Así le gustaba pasearse en Salto por lo que no muchas veces fue comprendida en la pequeña ciudad provincial. Amaba el teatro y continuó desarrollando esta vena dramática en los recitales de poesía, en donde la poeta incluía vestuario y escenografía desplegando una atmósfera de poderosa sugestión, comparable a la que suscita el rico brocado de sus imágenes poéticas. Junto al grupo Decir inició una afición que jamás abandonó, integrándola perfectamente al quehacer poético. Asimismo en Salto, ciudad a la que se muda por los años cincuenta, comienza a vincularse con el mundo intelectual. Junto a escritores, pintores, profesores, músicos, y artistas de toda índole, Marosa comienza su trasiego por los cafés, en donde las tardecitas discurrían entre charlas sobre cultura y algún café o una copa de licor. A esta imagen bohemia de la poeta, debe oponérsele su trabajo en el diario y luego en la Intendencia de Salto desempeñado por varios años hasta su traslado a Montevideo. Es significativo que la fecha de la primera publicación coincida con la primera residencia de la autora en la ciudad. El pequeño libro Poemas editado como un cuaderno casero sin pie de imprenta data de 1953. Al mundo de la experiencia infantil de las chacras perdido para siempre, se superpone el de la poesía, como un intento de eternizar una sabiduría derramada en la savia más antigua, cocida en los hornos misteriosos de la memoria, el recuerdo y la imaginación, erguidas en potencias directrices de un estilo. La pérdida, la ausencia, el vacío, se imponen entonces como preludio necesario para la creación y el alma vuelve aquel lugar en donde un día voló:

La naturaleza fue y es la gran palabra. O sea la Creación, o sea Dios; la fuente de donde mana todo. La poesía viene, entonces, de la nada y del todo.[13]

Las publicaciones comienzan a sucederse y con ellas el reconocimiento de un talento sin igual. Marosa di Giorgio no es poeta masiva, sino de culto, cultivada solamente en algunos círculos. A pesar de ello obtuvo amplios reconocimientos a su obra, no solo en nuestro país sino también en el extranjero donde fue traducida al francés y al portugués. Sus primeros libros, fueron publicados por editoriales extranjeras, en Venezuela y Argentina. La primera editorial uruguaya que la respalda es Aquí Poesía que publica Historial de las Violetas en 1965 junto a Magnolia que había obtenido en 1960 un premio a “inéditos” por el Ministerio de Instrucción Pública[14].

Más tarde estos libros son incluidos en la primera edición de Papeles Salvajes de 1971 compilados por Arca, más La guerra de los huertos y Está en llamas el jardín natal. En esta segunda etapa, la obra se afirma en sí misma haciéndose consciente de su alcance y adquiere los visos de una maestría que continuaría desarrollándose en las obras de la madurez. En 1978 la poeta se muda a Montevideo donde permanecería hasta el fin de sus días, allí ya vivía su hermana Nidia di Giorgio con la que mantiene un vínculo estrecho. En Montevideo participa intensamente de la vida cultural, se reúne con los poetas y escritores en los cafés, especialmente el Sorocabana, realiza innumerables lecturas y recitales de poesía en diversos lugares y hasta participa de un corto cinematográfico llamado Lobo:

Mi encuentro con los poetas fue memorable; sin embargo, es solo una página más –ésta– en el anuario de los robles(La Guerra de los huertos, PS;I. pág. 159)

La poeta tiene una personalidad retraída aunque nunca dejaba de compartir literatura y vida con su presencia sutil. Ávida lectora, confiesa en las diversas entrevistas haber leído los libros “importantes” y los no tanto. Habitante de las tertulias y de los cafés, su silueta fugaz y colorida, sonámbula y feérica pertenece al imaginario colectivo de los montevideanos como figura originalísima, una mariposa que hubiera transitado por la arquitectura gris de un esplendor en ruinas. De su manto de liebre continúan cayendo las flores abrillantadas de las chacras salteñas.

Luego vienen las publicaciones de Gladiolos de luz de luna (Árbol de fuego, 1974), Clavel y Tenebrario (Arca, 1979), La liebre de marzo (Cal y Canto, 1981), Mesa de Esmeralda (Arca, 1985), La Falena (Arca, 1987). Excepto Clavel y Tenebrario estos libros son incluidos en el segundo tomo de los Papeles Salvajes editados por Arca en 1991. Es una época de intensa producción en donde la poeta alcanza cumbres inigualables con algunos de sus mejores poemas. Asimismo se comienzan a esbozar los temas eróticos que serían característicos de los libros de la siguiente etapa, si bien el erotismo nunca estuvo ausente de la obra marosiana. El desarrollo de su obra, desde una visión global, no transcurre en progresión lineal, es un desarrollo en volutas, donde las diversas temáticas van asomando y luego son rehiladas con mayor intensidad en obras posteriores. Incluso hay menciones explícitas de tópicos y temas, elementos o personajes que anticipan una obra ulterior. Pues, la mayoría de los críticos de Marosa, están de acuerdo en que su obra no es susceptible de fragmentación, no hay una diferenciación neta entre libros, sino que configura un universo holístico cuyo centro gravitante es el jardín natal. La misma autora así lo reconocía:

- Hay quien dice que leyendo un libro suyo se conoce su obra.

- La temperatura es la misma. Debe ser así. Se suceden los libros, y el mundo es el mismo. Pero se va ramificando, siguen surgiendo cosas. ¿Me voy a poner a hacer sonetos? ¿Puedo quebrar ese mundo?[15]
 

La estructura de la obra marosiana presenta rasgos cíclicos. En muchos de los poemas en prosa observamos que un sintagma que abre el poema se vuelve a repetir hacia el final, una o varias veces, ostentando las señales más perentorias del género lírico. Este rasgo es mucho más acusado en los libros que conforman la primera etapa, pero también se constata en los siguientes. Asimismo esta estructura circular se transfiere a todo el universo marosiano por lo que antes apuntábamos y que lo vincula con el no-tiempo de los mitos. La misma se fija en los ciclos agrarios de la naturaleza, en las potencias telúricas de los procesos primordiales de la vida y la muerte, la muerte y la resurrección. Grabados en la memoria antropológica del hombre y la mujer, recreados cíclicamente por el drama polifónico de la naturaleza, la vivencia de la infancia produjo un impacto tremendo en la matriz de la imaginación poética, fijándola al espacio y tiempo de las chacras salteñas donde la autora pasó su niñez y juventud temprana. Este drama cosmogónico, en el que los hombres y mujeres son como las generaciones de las hojas, es actualizado y recreado muchas veces hasta la miniatura en su poesía. Y allí ocurre lo horrible y lo bello como el verso y anverso de un devenir necesario y eterno, integrantes de la misma unidad que la naturaleza y sus complejas interacciones ejecuta en su danza extrema. Estas relaciones son actuadas por seres de un repertorio nutrido en lo verosímil, lo fantástico y lo maravilloso. La iconografía católica es animada en una imaginería barroca de la religión transculturada desde la Italia apostólica y toda su estela paganizante, a una naturaleza que se transforma en templo y santuario, altar de los sacrificios. Símbolos que se nutren de los surtidores más profundos del acontecer humano. La plasticidad barroca de su estética nos llevará por los derroteros más auténticos de la poesía latinoamericana del S XX, porque Marosa gi Giorgio se puede considerar como integrante del panteón que incluye a Vallejo, Lezama Lima, o Vicente Huidobro por la altísima calidad de su poesía y su vena metafísica:

Perteneciente a una familia católica, como ya dije, pero con un catolicismo amplio, amable, libre, de tono agreste –se vivía en el campo, en granjas – fui una niña enlazada a la religión. Lo que me rodeó estuvo tramado con lo trascendente (como es en la verdad). Así, mirlos y claveles, representaban a los santos. Los irisados íconos de esa iglesia y el jardín, iban siempre unidos. (Pasajes de un memorial…. “Autobiografía” pág. 93)

Aquí no se agota el amplio abanico de seres que habitan la poesía. Los más extraños componentes de la flora y fauna autóctona como la extranjera integran el retablo de una mitología propia, que trasciende su pertenencia particular y pertenece a la identidad artística y al legado cultural del país.

Con la publicación de Misales en 1993, asomamos a una nueva etapa en la poética marosiana, la de los relatos eróticos. Esta poética seguirá madurando en Camino de las pedrerías en 1997 hasta configurar una novela “Reina Amelia” en 1999 que a pesar de su extensión tampoco cambiaría sustancialmente la estética de su escritura. Es como si las primitivas secuencias de sus poemas anteriores hubieran alcanzado un mayor grado de desarrollo en progresión continua. El ciclo erótico culmina en Flor de Lis 2004 y Rosa Mística libro que incluye la nouvelle isónima editada en 2003.

El erotismo en la obra de Marosa, presente desde sus primeros poemas, se entiende como energía sacra que habita en el receptáculo de todos los seres y las cosas. Eros atraviesa y anima su universo confundiéndose con la presencia misma de Dios. La cópula se efectúa como “unión con lo divino” enlazando a esta escritora con los poetas místicos, con la diferencia que enciende todo el bazar de símbolos cristianos conjuntamente con los paganos y otros de su propio sello, de su raíz insondable. Dichas cópulas pueden llegar a ocurrir con los seres de todos los reinos, entramándose en relaciones íntimas que expresan la unidad de la naturaleza y un panteísmo basamental. Es una sexualidad libérrima, que transgrede la barrera de los géneros, las especies y las categorías, que atraviesa con un salvajismo ceremonial a los cuerpos y sus partes. Eros en su despliegue feraz, es complementado por su hermano Thanatos, dios de la destrucción según el mito y que aparece indisolublemente asociado aquél como parte de una totalidad que rechaza las modelizaciones y estandarizaciones que dividen al mundo entre bien y mal, placer y dolor, hermoso y horrendo. Según la autora:

Sí, es una escritura erotizada. Pero el Eros que está presente conmigo se mezcla siempre con lo sagrado. (…) Hay un Thanatos minúsculo  y poderoso asido al borde del plato nupcial.[16]     
 

Aquí aparece otro tópico muy presente en los relatos eróticos de Marosa el de la devoración.[17] El aspecto nutricional, como todos los temas en di Giorgio venía siendo elaborado desde sus primeros libros. La abuela es la primera confeccionadora de budines mágicos, arte del que el “yo” protagonista y todo su retablo parece apropiarse con fines inconfesables. A través de la estilización poética, la autora maneja  ciertos “tabúes” impuestos a la humanidad desde edades inmemoriales, cuando se constituyó la primera tribu humana. El banquete como ceremonial de índole ritual, en donde la ingesta significa la apropiación verdadera, o incorporación del-o otro, en un acto eucarístico y pagano, parece signar gran parte del tópico de la devoración. Este ritual es perpetrado por la familia en torno a la mesa como otro de los aconteceres, entre bodas, celebraciones, funerales, que marcan antropológicamente el desarrollo de las generaciones y las emparentan con el resto de las especies vivientes.

El acto nutricio entonces, se convierte en una ejecución sagrada que cumple una función de equilibrio en el seno maternal de la naturaleza, fagocitadores y fagocitados juegan una partida en la cual la vida y la muerte, y la vida más allá de la muerte adquieren su máscara de horror y de gloria. Frecuentemente los alimentos son presentados como los más exquisitos y extraños objetos estéticos, manjares sublimes, incitando a la devoración y a la sapiencia de que lo que se incorpora no es lo muerto sino que continúa su efecto fascinador por el cuerpo que lo engulle. El universo completo es devorable, asimilándose a la capacidad del individuo creador para engullir e incorporar los aditivos para su crisol creativo que devuelve transformados en poesía. A través de la inglusión, del mundo, del cuerpo, el sujeto se hibrida al objeto devorado, transformándose él mismo, como en un proceso alquímico en donde la búsqueda incesante de la verdad poética y del sentido trascendental transfiguran al mundo, desrealizándolo de su prosa lógico-racional herencia de la Ilustración. La poesía marosiana nos permite acceder a estos procesos de características mágicas, que la autora se ha preocupado por investir con las más diversas leyendas e historias fundadas en su erudición.

La devoración, en los relatos eróticos está fuertemente vinculada a la cópula sexual. El coito como una “muerte temporal” o petit mort, una sustracción del individuo por el placer, en donde la libido es repentinamente liberada y arrastra al sujeto tras ella en esa instantánea aniquilación del yo, es vivenciada en estos relatos muchas veces como devoración que efectúa el individuo masculino sobre el femenino. En el tratamiento marosiano el arquetipo de la “mantis religiosa” o la “viuda negra” es de signo invertido, en el que es casi siempre el sujeto masculino quien efectúa el feminicidio sexual. No obstante, las féminas de su corte milagrosa, no son sujetos inocentes de la persecución sino que atraen sobre sí, con su hechicería floral, al deseo de los machos:

Pero adentro de eso, del jarrón, iba una caballa con caracolillos insertos que se la comían viva. Tal vez, dijo él, esto a la señora caballa dé placer. Es casi seguro, que los caracolillos, al comerla, hacen de maridos.(Misales, pág. 22)

El cuerpo de la fémina a menudo aparece colmado de néctares exquisitos que los machos succionan con fruición. El acto sexual, el coito, se vive entonces como devoración pero también como unión mística. A lo largo de sus poemas y relatos, la cópula suele producirse con la misma divinidad. A través del acto se vivencia el sentido sagrado de la experiencia sexual, una unión religiosa con el todo que amplían el ser permitiéndole intuir su propia esencia divina. Unión a lo divino que puede ser encarnado por un insecto, una flor, un animal velludo, epifanías del panteísmo sustancial de la autora quien se declara admiradora de El cantar de los cantares o de los escritores místicos por su lenguaje erótico:

Después iría a San Juan de la Cruz, y es andar en lo mismo. Esa elevación, ese ascenso, lleva a anular al prójimo. O mejor, la proximidad es tal que se transforma en conjunción. Los ojos que tengo en las entrañas dibujadas.”[18]

La conjunción con la divinidad es también cópula con el lenguaje. Transustanciación del ser en lenguaje, depositando su verdad última y esencial, anulándose como entidad psicológica para transformarse en testimonio poético, aunque ello no revista un código moral ni un “deber ser” particular, sino que se limita a testificar su experiencia radical y transitoria por este mundo. Los últimos libros de Marosa están expresamente dedicados a su familia, allí la poeta rinde homenaje a los caros de su universo. Membrillo de Lusana Y Diamelas a Clementina Médici incluidos en el segundo tomo de la 2ª edición de Papeles Salvajes realizada por Adriana Hidalgo editores desde Buenos Aires en el 2000 y Pasajes de un memorial al abuelo toscano Eugenio Médici póstumamente publicado por la Intendencia de Salto en 2006. Así se cierra un ciclo, no solamente en el sentido de las ediciones, ya que la primera y la última fueron editadas en el Salto natal, sino que las figuras parentales en torno a las cuales se teje la poesía ejercen su poder filial y emancipan de la angustia que provoca el misterio de la muerte.

En el libro editado en homenaje a su madre muerta Diamelas a Clementina Médici, encontramos un poema que revela la potencia del universo familiar en la constitución de la obra:

Y un día decir adiós a “La Quinta”, para siempre, a los poemas?...! A mis padres ya sólo vivos como figuras transparentes en mi imaginación. A toda la familia de pie sobre las flores.

Oh, yo quisiera poner huevos. Y de mí resucitasen todos. Y darles yo de comer y de mamar  (PS II, pág. 326)
 

El efecto resurrección, tan presente en la poética marosiana e incluido en la semántica simbólica del huevo, leit motiv de sus poemas, tiene lugar en el momento de la recepción, y el paisaje irisado se vuelve a erguir con todo su esplendor ante los ojos imaginantes del lector, inducido por una lengua sin concesiones. En este fragmento el yo protagónico se identifica con la Gran Madre, diosa primordial origen del universo y presente en antiguos mitos que perviven desde las lejanas edades matriarcales del neolítico, Madre que es el origen pero también el final de la vida humana, Rosa Mística, humus divino, árbol de la vida, en donde perviven los seres eternamente en su continuo ciclo de desintegración y reencarnación y en donde la vida se concibe desde una conciencia estetizante, que devela su sagrado devenir a través de la belleza.


Notas:

[1] Entrevista W. Penco. Mis Familiares volaban un poco. País Cultural Nº 28. 1990.

[2] Leonardo Garet. El Milagro Incesante Vida y obra de Marosa Di Giorgio. Ed Aldebarán. 2006

[3] Entrevista: Roberto Mascaró. “Lo natural es sobrenatural”. El País Cultural Nº 195. Año 1993.

[4] María Rosa Olivera-Williams “La imaginación salvaje”

[5] Art. cit. María Rosa Olivera-Williams

[6] Para Denis de Rougemont un mito es una historia, una fábula simbólica, simple y patente que resume un número infinito de relaciones análogas. Los mitos traducen las reglas de conducta de un grupo social y religioso. Proceden del elemento sagrado en torno al cual se constituyó el grupo. Denis de Rougemont. “El amor en occidente” p.19. Según L. Duch actualmente no existe una definición categórica de mito y predominan las conceptualizaciones funcionales del mismo: “El mito, como demuestra sobradamente la historia de los pueblos, también realiza funciones histórico-sociales, ya que narra los orígenes del orden actual de la naturaleza (creación del mundo) y de la sociedad (historia de una tribu, o de un linaje, de una institución o de una evolución social, de una técnica o de un oficio concretos, etc.) (mitos etiológicos)” Lluis Duch “Mito, Interpretación y cultura” pág. 88

[7] Neologismo acuñado por Fernando Ortiz para la antropología social y que Ángel Rama retoma en “Transculturación narrativa en América Latina”, pág. 38-39: Cuando se aplica el término transculturación a las obras literarias implica: “en primer término una parcial desculturación que puede alcanzar diversos grados y afectar variadas zonas tanto de la cultura como del ejercicio literario, aunque acarreando siempre pérdida de componentes considerados obsoletos. En segundo término implica incorporaciones procedentes de la cultura externa y en tercero un esfuerzo de recomposición manejando los elementos supervivientes de la cultura originaria y los que vienen de fuera” 

[8] Según Teresa Porzecanski en las tierras llenas de olivos, y los nidos donde los gusanos de seda tomaban forma, crecía una pequeña niña, y su imaginación poética habría de transformar la forma en que el medio rural había sido representado hasta el momento en la literatura uruguaya. MDG: Uruguay´s sacred poet of the garden. A Dream of Light & Shadow: Portraits of Latin American Women Writers. Consultado en Questia Media America. www.questia.com 

[9] Entrevista. Carlos María Domínguez. Conversación con Marosa Di Giorgio. El mundo mágico y terrible de Marosa Di Giorgio. Con un arco iris a cuestas. Brecha. Año 1990.

[10] Entrevista. W. Penco. Mis Familiares volaban un poco. El País Cultural Nº 28. Año 1990.

[11] Entrevista. María José Santacreu y Sofi Richero. (Una entrevista y una lectura de “Reina Amelia” su último libro.) Insomnia separata cultural de Revista Posdata. 19/05/2000.

[12] Ob. cit. L. Garet. p.24.

[13] Marosa Di Giorgio. “Pasajes de un memorial al abuelo toscano Eugenio Médici” “Autobiografía”. Pag. 87.

[14] Para referencia completa de ediciones de la obra consultar L. Garet “El milagro incesante” y “Pasajes de un memorial…”

[15] Entrevista. Carlos María Domínguez. Conversación con Marosa Di Giorgio. El mundo mágico y terrible de Marosa Di Giorgio. Con un arco iris a cuestas. Brecha 15/06/1990.

[16] Ob. Cit. Leonardo Garet. p.278 Aquí hay un fragmento de un reportaje realizado a Marosa Di Giorgio con objeto de la publicación de Misales en francés.

[17] Dicha caracterización de la temática es acuñada por Luis Bravo: “El mismo (tópico devoración) se vincula a una estética cara a románticos y surrealistas, donde aparecen variantes como: el vampirismo, la antropofagia y el sacrificio ritual. Tales variantes aparecen en di Giorgio estrechamente asociadas al juego erótico y a la copulación, provocando una tensión entre los extremos de placer y de muerte.” “Las nupcias exquisitas y el collage onírico”. Luis Bravo.

Texto extraído de H enciclopedia. www.henciclopedia.org.uy/index.html

[18] Entrevista. Eduardo Espina. “La Reina de las Mariposas”. El País 18/12/1994.
 

 

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