Nadie habrá dejado de observar que Uruguay
ha ingresado al mundo del Gran Arte con la creación de
una nueva categoría, de cuyo nacimiento, empero, ningún
artista ha querido hacerse
responsable. Admirable muestra de recato, ejemplo digno de seguirse,
en un mundo ahíto de manifiestos
y actas de fundación. Se trata, ya lo habrá deducido
el lector, de los Núcleos
Básicos Evolutivos. Estos interesantes objetos tienen el
tamaño aproximado de una habitación mediana, apariencia
de casucha mal terminada, y suelen ser instalados en regiones
alejadas de los circuitos habituales del arte:
márgenes de arroyos, barrios
despoblados, donde no molesta ni el zumbido de la electricidad
en los cables ni el desagradable gorgoteo de las Obras Sanitarias.
Los Núcleos Básicos Evolutivos no se limitan a ser
objetos, sino que son penetrables, como los que hace algunos
años pudieron verse en Bienales de todo el orbe, pero con
una diferencia: sólo son penetrables por ciertas personas.
Esta gente afortunada, mediante el pago de una mensualidad, adquiere
el derecho a adentrarse de por vida en las interioridades severas
y rigurosas de la obra. Como se sabe,
nuestro país se caracteriza por su elevado índice
de alfabetización, hecho que no deja de manifestarse
en este caso: en efecto, generalmente los estetas que se interesan
por los NBE son personas de condición económica
disminuída, hecho que no obsta para que su elevada sensibilidad
se sienta compelida al disfrute de esta auténtica expresión
de arte.
Los NBE son, ciertamente, caros: pese a sus cuidadosamente torpes
terminaciones, a la austeridad de los materiales empleados, y
a la brevedad de sus instalaciones, resulta más barato
construír un apartamento de lujo. Pero, tratándose
de arte, no deberíamos detenernos
en nimiedades, y en cambio dedicarnos al análisis de estos
magníficos ejemplares. Parte esencial de la obra radica
en el hecho de ser interactiva: los visitantes (quienes
pagan su mensualidad)
deben imperiosamente agregar volúmenes y espacios
a la obra, so pena
de caer en el vicio de la pasividad. Se sabe sobradamente que
ni siquiera mirando televisión
el espectador es un sujeto
pasivo; con más razón,
ante estos ejemplos maravillosos de posmodernidad autoprogresiva
, no podríamos aceptar la no participación del fruidor.
Es este, pues, un arte participativo,
democratizador, en el cual deliberadamente el creador inicial
(generalmente un arquitecto
pletórico de entusiasmo)
deja de lado su saber, sus gustos y hasta su arte, para dar a
luz la plasmación misma del despojamiento, la desnudez,
hasta la crudeza de los materiales. Esta entereza creativa es
como una bofetada para los defensores de conceptos decadentes
como la adecuación, la accesibilidad y el confort. Estos
infatigables creativos llegan a las más altas cumbres de
la pobreza, a pesar de trabajar en deplorables condiciones de
asepsia y aire acondicionado. Toda una denuncia.
* Publicado
originalmente en Insomnia
|
|