| A menudo las personas
            desafortunadas observan con secreta envidia y algo de perplejidad
            a aquellas que -según creen- son menos desafortunadas
            que ellas. Existe en esta práctica una sutileza no enteramente
            pura, una manera de filtrar el mundo que es capaz de atribuir
            las cosas no a causas claras y poco discutibles, sino a causas
            secundarias y menores.
 
 Algunos de los razonamientos que se hacen tratando de disminuir
            el mérito de la selección del Brasil - que se hacen
            ritualmente, por muchas personas uruguayas, en todos los mundiales
            - son de esta índole: menores, falsamente sutiles, y motivados
            por sentimientos que están lejos de ser los más
            sanos que pueden concebirse. Basta sentarse junto a un grupo
            de uruguayos a mirar un partido de Brasil para que inmediatamente
            surjan varios ejemplos de esta fauna argumental.
 
 Frecuentemente unido a un tono de molestia inexplicable, alguno
            de los partícipes de la rueda dice una frase como "otra
            vez Brasil...", y la deja picando - digamos, para usar
            una imagen futbolística-. Alguien enseguida tomará
            esa frase, y dirá "si, ya estoy harto de que ganen
            estos negros...".
 El argumento que subyace
            es muy fácil de ver: "no tengo nada que decir
            de Brasil, juegan mejor que todos. Por lo tanto, voy a descalificarlos
            basándome en que la variación es mejor que la repetición". Este argumento, aunque
            es burdo, parece sutil como un pase de Rivaldo, y se deja acompañar
            incluso por señoritas bien intencionadas que quieren parecer
            más informadas futbolísticamente de lo que tal
            vez son.
 Luego hay otra índole de argumentos, que se apoyan probablemente
            en razones más complejas, que se relacionan con cierta
            idea que muchos uruguayos tienen del Brasil. Esta idea es vaga,
            pero está sustentada siempre por esa clase de gente que
            dice que los brasileños son 'poco serios' y 'macacos'.
            Cuando lo dicen, suenan con el mismo resentimiento de un tímido
            en medio de un sitio en que todos los demás bailan y se
            divierten.
 Dado que los brasileños 
                son así, y nosotros no, entonces ellos deben perder. El 
                esquelético razonamiento se viste con los ropajes de la 
                victoria supuestamente 'a lo guapo' de Maracaná, 
                e incorpora el subargumento de que los brasileños son flojos 
                anímicamente.
 A mi juicio, este tipo de juicios son patéticos, si bien
            respetables. Muchos compatriotas prorumpen en ellos cuando juega
            Brasil. Brasil les incomoda, no les gusta. Acaso, cada victoria
            de Brasil sea una suerte de 'antimaracanzo' para ellos. No están
            dispuestos a ver que juegan más lindo que todos. En realidad,
            no están ni siquiera dispuestos a ver que no sólo
            atacan mejor, sino que además defienden mejor que todos.
            Sus jugadores tienen mejores fundamentos técnicos, sus
            defensas están impecablemente armadas, pegan menos que
            los demás, y es muy raro el partido en el cual no salgan
            dispuestos a atacar y crear.
 Es mucho más de lo 
                que puede decirse de los demás equipos. Y es infinitamente 
                más de lo que puede decirse de Uruguay, 
                sobre todo. Pero nuestros cordiales amigos uruguayos, y muchos 
                de nuestros cordiales comentaristas deportivos, siempre están 
                buescándole la quinta pata al gato. En el fondo, les molesta 
                que gane Brasil de nuevo. Y están en su derecho, por cierto.
 Pero existe otra manera de ver, más inocente en cierto
            modo, y que por tanto, es mayoritaria en el mundo. Esa forma
            de ver reconoce que Brasil tiene un espíritu para jugar
            al fútbol que es único, y que es digno de agradecimiento.
            A lo largo de 40 años (si tomamos el año 58 como
            arbitrario comienzo) no han dejado de ganar y encantar al público,
            de producir jugadores elegantes, inventivos y sensibles.
 La sensibilidad brasileña
            es el reflejo de una manera de encarar el deporte. Y es de sospechar
            que - en medio de cualquier problema que se les quiera señalar
            en otros ámbitos -, esa sensibilidad es también
            reflejo de un modo de encararlo todo. Lo que muchos uruguayos,
            encadenados a la torpe idea de victoria a lo guapo que aceptaron
            comprar, no terminan de reconocer: los brasileros habrán
            perdido en Maracaná, pero son superiores, y no sólo
            en términos geográficos. Eso que es tan simple,
            tan fácil de ver y constatar, y que tantos uruguayos muy
            serios no consiguen ver..
 * Publicado
            originalmente en Posdata
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