En una clara y silenciosa mañana de domingo leí este
cuento maravilloso; ahora, la razón que empuja estas líneas es
desentrañar su belleza.
La vasta creación de
Borges es resultado del
equilibrio de dos tensiones; una de ellas es de todos conocida: una
sorprendente erudición mixturada con la audacia de pensar con cabeza
propia, para situarlo como el gran desmitificador de nuestra lengua.
Nadie ha erosionado más lugares comunes; nadie nos sorprende como
Borges. Aquellos que lo tachan de reaccionario tendrían ante sí un
camino sumamente sencillo para escapar de su pozo de ignorancia:
leer a este escritor incomparable.
Funes, peón de Fray Bentos, despierta de un accidente
a la bendición o maldición de una memoria infinita: recuerda todas
las cambiantes formas de todas las nubes de todos los atardeceres;
podría reconstruir un día entero, pero esa tarea le consumiría un
día entero; le bastan un texto y un diccionario para incorporar el
arduo latín. Este ser anómalo revela a
Borges que antes "miraba
sin ver, oía sin oír y se olvidaba de todo, de casi todo". Mas
su virtud es ominosa. Para el hombre dotado de una atención infinita
el perro de las tres y catorce es otro que el de las tres y quince;
su propio rostro en el espejo lo sorprende cada vez. Este poder de
discernimiento se convierte en óbice de la capacidad de
especulación. John Locke postuló y reprobó un idioma en el que cada
cosa individual, cada piedra y pájaro, tuvieran nombre propio. Es
fácil comprender por qué un idioma de palabras infinitas haría
imposible el razonamiento, por no mentar la
comunicación. Agrupar a
todos los perros bajo la palabra perro es una arbitrariedad y una
mentira, pero esa mentira nos permite explorar la verdad, de igual
manera que un mapa fija en el plano de una vez y para siempre una
tierra eternamente cambiante.
Este es el Borges filósofo, artista genuino que
filosofa más que los filósofos, pues en manos de estos, una idea es
una exposición, normalmente fría, de argumentos; mas en el
laboratorio del artista se hace carne en los personajes,
obligándolos a adoptar una moral, una psicología específica. El
cielo que teme el filósofo es el suelo que camina el artista, quien
invoca al razonamiento a través de una conmoción en el espectador.
Sin embargo la genialidad de
Borges no radica en esa
mente que extiende las alas para navegar en los sistemas metafísicos
construidos por el hombre de Oriente y Occidente. Tampoco radica en
su capacidad para llevarnos, como el genio de la lámpara, a los
territorios que imagina. En "Funes..." tenemos evidencias de este
poder: "La voz pausada, resentida y nasal del orillero antiguo,
sin los silbidos italianos de ahora"; "el color pizarra de la
tormenta que había escondido el cielo"; el uso del recuerdo
difuso, más sugerente, al rehacer el diálogo con el memorioso:
"me parece que no le ví la cara hasta el alba; creo rememorar el
ascua momentánea del cigarrillo". El poeta no es otra cosa que
un mago de las palabras: "La pieza olía vagamente a humedad";
Funes veía "las muchas caras de un muerto en un largo velorio".
Cual si el monólogo del peón fuera acompasado por la naturaleza, a
su término,
"la recelosa claridad de la
madrugada entró por el patio de tierra".
El escritor trabaja sobre sus recuerdos y sobre
aquello que otros le han contado; extrae recortes de periódicos para
elaborar "El misterio de Marie Roguet" y copia páginas enteras
de viejos libros de historia natural para componer Los Cantos de
Maldoror. El vulgo, en el peor sentido de la palabra, desprecia
estos mecanismos que caen bajo el anatema de plagio, pero el artista
sabe que toda creación es una reelaboración en un universo que está
constantemente reinventándose. La enumeración de sorprendentes casos
de memorización en la antigüedad son producto de las raras lecturas
de Borges, como aquella olvidada Enciclopedia Británica
escrita por Thomas de Quincey y otros ensayistas, sepultada hoy por
el progreso y prostituida en una insulsa recopilación de nombres,
fechas y estadísticas ayunas de leyenda y de poesía.
La perfección técnica de
Borges, producto de un oído
delicado como su sensibilidad, su don de lenguas y una obsesiva
labor de corrección, tampoco son la clave de su obra. Si cometiera
errores formales, como la errónea descripción del rancho del
orillero que consta de dos patios, o la fea palabra amanzanado,
nada restaría a la belleza del cuento, pues erigiéndose sobre todas
sus virtudes aparece esa otra tensión de la que hablamos, el
pedernal con que frota el eslabón de su conocimiento: la emoción que
trasmite el poeta, su dolor, infinitamente sublimado en su
enciclopédica labor. La corriente emocional logra filtrarse por los
intersticios de su saber como una fuerza deslumbrante. Funes es un
hombre que no logra conciliar el sueño. Dormir es olvidarse del
mundo. Para alcanzar este privilegio debe pensar en imprecisas
casas, que según le cuentan, se han construido en las afueras del
pueblo, y aquí Borges desnuda su humanidad colocando la piedra
angular de su arquitectura: "en esa dirección volvía la cara para
dormir. También solía imaginarse en el fondo del río, mecido y
anulado por la corriente".
Parejamente, en "El Aleph" la clave no es la
perfecta representación del raquítico mental Carlos Argentino Daneri,
ni ese maravilloso poema en el que enumera lo que El Aleph le
depara. La clave es la confesión ante el retrato de Beatriz Viterbo:
"No podía vernos nadie; en una desesperación de ternura me
aproximé al retrato y le dije: -Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz
Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre,
soy
yo, soy Borges". "El Aleph" no es un cuento acerca de un
punto donde confluye el universo; es el poema de un infinito amor
que jamás vivirá su otra realidad. El poeta manifiesta en la
dedicatoria quién era la destinataria del poema, pues como
confesara, "toda mi obra está escrita para conquistar el amor de
una mujer". Borges emprendía largas caminatas por Buenos Aires
acompañado de su musa; mas todo el juego de la seducción era
metódicamente arruinado cada vez que acudía al teléfono para
informar a su madre. Son innumerables los testimonios sobre su
problemática: de forma vaga como en "El amenazado"; de forma
abierta como en aquella conferencia sobre la ceguera que
intempestivamente desemboca en la castración. Perdido en un
laberinto imposible jamás pudo concretar el amor a una mujer, y esa
herida abierta en lo más íntimo de su hombría se intenta cicatrizar
vanamente con literatura.
Funes no es otro que el poeta que intenta olvidar el
mundo, su mundo, revolviéndose en las sucias sábanas del insomnio.
Allí se imaginaba en el fondo del río, mecido y anulado por la
corriente. Su esperanza es la realidad donde por fin lo alcanzará el
olvido, invocada así por otro poeta:
"Es la muerte quien consuela y nos hace vivir;
Es el fin de la vida y la única esperanza
Que como un elixir nos exalta y embriaga,
Dándonos el coraje de llegar a la noche.
A través de la nieve, la tormenta y la escarcha
Es la claridad vibrante en el horizonte negro;
Es el albergue famoso inscripto en El Libro
Donde podremos comer y dormir y sentarnos".
Al término de nuestra apología, amable lector,
debemos agregar algunas palabras sobre
Borges el memorioso. Tal su
confesión, "Funes..." es un cuento nacido de su problemática.
Intentando vanamente detener la máquina del pensamiento oía las
campanadas que iban midiendo el tiempo del insomnio: pensaba en su
cuerpo, en las habitaciones del hotel, más allá en los eucaliptus y
en la plaza del pueblo y temió el infierno que depararía una memoria
infalible. Así nació la obra y luego, nos comenta asombrado, el
monstruo insomnio, al menos por un tiempo, desapareció como por
arte de encantamiento. Aquí arribamos a esa dimensión suprema del
arte: la más antigua de las terapéuticas. El hombre cruzado por
heridas en esta guerra que es la vida intenta cicatrizarlas
lamiéndolas con su poesía. Es su dolor el que genera una piedad
infinita hacia Borges; y es su porfiado arte de la sublimación
aquello que nos regala el misterio de la belleza nacida del
sufrimiento. Un látigo lo empujaba a vestir su mundo de maravilla;
mas pagando tributo a este doble conjuro, al mismo tiempo el poeta
ha tejido en nuestras vidas los hilos preciosos de su poesía.
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