| El almohadón de Horacio 
 No hay
                  escritor 
                  uruguayo más conocido que 
                  Horacio Quiroga. Sus cuentos se publican incesantemente. 
                  Incluso hay quienes opinan que su 
                  Decálogo del perfecto 
                  cuentista tiene utilidad. Esas personas son inmunes a 
                  la ironía y tienen una exagerada tendencia a tomarse las cosas 
                  en serio.
 Quiroga escribió, antes de 
                  su decálogo, un Manual del 
                  perfecto cuentista, que empieza así:
 "UNA LARGA FRECUENTACIÓN de personas dedicadas entre nosotros 
                  a escribir cuentos, y alguna experiencia personal al respecto, 
                  me han sugerido más de una vez la sospecha de si no hay, en el 
                  arte de escribir cuentos, algunos trucos de oficio, algunas 
                  recetas de cómodo uso y efecto seguro, y si no podrían ellos 
                  ser formulados para pasatiempo de las muchas personas cuyas 
                  ocupaciones serias no les permiten perfeccionarse en una 
                  profesión mal retribuida por lo general y no siempre bien 
                  vista".
 La ironía es evidente, y se manifiesta con plenitud en varios 
                  fragmentos posteriores. Su serie de "trucos" destinados a 
                  divertir a los lectores, más que a instruir a posibles 
                  cuentistas, comienzan a convertirse en análisis menos 
                  humorísticos en su Retórica del cuento, donde ya se 
                  toma a sí mismo más en serio.
 "[...] el cuento es y será lo que todos, grandes y chicos, 
                  jóvenes y viejos, muertos y vivos, hemos comprendido por tal", 
                  dice allí, lo cual, como definición, no deja de tener la 
                  severa 
                  belleza de un espacio vacío.
 
 Después de ese texto Quiroga 
                  escribiría su famoso Decálogo, cuyas banalidades 
                  ahorramos al lector. Rescatamos, sin embargo, la recomendación 
                  del tercer mandamiento:
 
 "Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el 
                  influjo es demasiado fuerte".
 
 
 Su cuento "El almohadón de plumas" es muy conocido. Es un 
                  típico Quiroga, en el 
                  que algo animal acecha y conduce sin esperanzas a la
                  muerte. El comienzo es lo 
                  mejor del cuento:
 
 "Su luna de miel fue un largo 
                  escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su 
                  marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería 
                  mucho, sin embargo, aunque a veces con un ligero 
                  estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, 
                  echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo 
                  desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba 
                  profundamente, sin darlo a conocer".
 
 Heladas niñerías de novia: ahí está todo el cuento. Aunque hay 
                  simpatía por la muchacha, de todas formas no se le perdona su 
                  remilgo. Como casi toda la obra de
                  Quiroga, un freudiano es 
                  quien más provecho saca de su lectura (de paso, la 
                  contemporaneidad de Quiroga 
                  y Freud prueba que las teorías sirven mejor a las praxis de su 
                  tiempo que a la posteridad). El cuento abunda 
                  en imágenes potentes, y todo en él recurre a ideas de 
                  animalidad y brutalidad, con la muchacha colocada siempre en 
                  el puesto de frágil objeto de deseo:
 
 "Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide 
                  apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en 
                  ella los ojos".
 Su marido, impedido de poseerla, está rabioso. Si no fuera 
                  así, ¿por qué reaccionaría con la extraña frase que pronuncia 
                  cuando los médicos la desahucian?
 
 "-Pst... -se encogió de hombros 
                  desalentado el médico de cabecera-. Es un caso inexplicable... 
                  Poco hay que hacer...
 
 -¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó 
                  bruscamente sobre la mesa".
 
 
 O sea: encima que mi gorila nunca pudo someterla como es 
                  debido, esta desgraciada se deja morir.
 
 El final es a la vez magistral y torpe:
 "Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las 
                  patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente 
                  y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la 
                  boca.
 
 Noche a noche, desde que Alicia 
                  había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su 
                  trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la 
                  sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria 
                  del almohadón sin duda había impedido al principio su 
                  desarrollo: pero desde que la joven no pudo moverse, la 
                  succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había 
                  el monstruo vaciado a Alicia.
 
 Estos parásitos de las aves, 
                  diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas 
                  condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece 
                  serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en 
                  los almohadones de pluma".
 Los dos últimos párrafos, permítaseme la soberbia de enmendar 
                  al maestro, sobran; de todo eso habría bastado la frase "en 
                  cinco días, en cinco noches, había el
                  monstruo vaciado a 
                  Alicia". Se habría potenciado así, de paso, esa sensación 
                  de Jordán de que sólo eso le faltaba: a su mujer la vaciaron 
                  del fluido vital, que puede ser su propia sangre o la 
                  contribución seminal de su marido. En fin, no es muy 
                  importante.
 
 El párrafo final es imperdonable. Quizá su explicitud tenía la 
                  ventaja de impresionar a los lectores al confrontarlos con la 
                  posibilidad de que en sus mugrientas camas (suelo 
                  imaginar que los primeros años del siglo no sobresalieron por 
                  su limpieza) pudiera cobijarse un parásito de 
                  distinta especie que las chinches cotidianas.
 
 La idea de un bicho que chupa la sangre y cuanto más trata uno 
                  de recuperarse más queda a su merced, es interesante. Que el 
                  bicho esté en la almohada, objeto íntimo por excelencia, es 
                  otro acierto. Son los rasgos que definen el cuento. Pero hubo 
                  otro escritor que la escribió antes que
                  Quiroga.
 
 
 El almohadón de Lafcadio
 
 
 Lafcadio Hearn nació en 1850 en una isla de Grecia, de donde 
                  era originaria su madre, antes llamada Lefkas, y ahora Santa 
                  Maura. Su padre, un médico irlandés del ejército británico, no 
                  dio mucha importancia al nacimiento de su hijo, cuyo 
                  desarraigo lo empujó a vagar por el mundo y las letras. Se 
                  educó con jesuitas en Dublín, y con excelente puntería para la 
                  trasgresión, se casó con una negra en Cincinnati, en 1874. Se 
                  divorció en 1877. Viajó bastante por el Caribe francés, y en 
                  1889 la editorial Harper & Brothers lo envió a Japón 
                  para que escribiera una serie de artículos.
 
 Allí se quedó, y se casó con una japonesa llamada Setsuko. En 
                  1895 adquirió la ciudadanía japonesa y un nuevo nombre: Yakumo 
                  Koizumi. Sus textos acerca del Japón y sus tradiciones lo 
                  hicieron muy conocido en Occidente. Da cuenta de su maestría 
                  para la ficción su colección de relatos fantásticos Kwaidan
                  (que dio origen a la notable
                  película del mismo 
                  nombre dirigida por Masaki Kobayashi en 1964, una de las 
                  fundadoras del género, ahora de moda, horror japonés).
 
 Como otros hombres de la esquina del siglo XIX con el XX
                  (piénsese en Julio 
                  Herrera), Hearn admiró sin descanso a 
                  Herbert Spencer. Hasta su muerte, ocurrida en 1904, fue 
                  profesor de literatura inglesa en varias universidades del 
                  Japón. Mucho antes de su viaje a Japón, Hearn vivió en Nueva 
                  Orleans, donde trabajó como periodista. Uno de sus trabajos, 
                  publicado en la revista Harper's weekly el 25 de 
                  diciembre de 1886, es "New Orleans Superstitions".
 
 Harper's era una revista mensual desde 1850, cuando los 
                  editores Harper & Brothers la lanzaron para promocionar sus 
                  publicaciones. Desde entonces es una publicación que publica 
                  buenos textos literarios y noticias de cultura, que reflejan 
                  el estado del gusto culto de los Estados Unidos. Hacia fines 
                  del Siglo XIX, la revista tuvo una etapa de aparición semanal, 
                  y su difusión alcanzaba las grandes ciudades del mundo, entre 
                  ellas Buenos Aires.
 
 No sería raro, pues, que
                  Quiroga haya dado 
                  con el texto de Hearn, que dice:
 
 "El temor a lo que se ha llamado "Encantamientos Vudú" está 
                  mucho más extendido en Louisiana que lo que cualquiera que 
                  haya hablado sólo con personas educadas puede suponer. La 
                  superstición más común de este tipo es la creencia en lo que 
                  yo llamaría "magia del almohadón", que es el supuesto arte de 
                  causar una enfermedad debilitante o incluso la muerte mediante 
                  la colocación de ciertos objetos dentro de la almohada de la 
                  cama en la que duerme la persona odiada.
 
 Se considera que 
                  los almohadones de plumas son particularmente adecuados para 
                  esta clase de brujería. Se cree que mediante conjuros secretos 
                  un oficiante Vudú puede crear una especie de pájaro o de 
                  animal desconocido que se forma a partir de las plumas del 
                  almohadón (como el tupilek de la brujería -iliseenek- 
                  Esquimal). El animal crece lentamente, y sólo por la noche; 
                  pero cuando está completamente desarrollado, la persona que ha 
                  estado usando el almohadón muere.
 
 Otra práctica 
                  de "magia del almohadón" consiste en descuartizar un ave viva 
                  -generalmente un gallo- y colocar partes de las alas en el 
                  almohadón. Una tercera forma de artes negras se refiera a la 
                  colocación de ciertos encantamientos o fetiches (huesos, pelo, 
                  plumas, jirones de tela, cuerdas, o combinaciones de estos u 
                  otros pequeños objetos) en cualquier clase de almohadón que 
                  usa la víctima que se desea perjudicar. El puro africanismo de 
                  estas prácticas no necesita comentarios".
 
 Hearn explica luego otros hechizos 
                  relacionados con almohadones, y se detiene en algunas 
                  anécdotas que hacen referencia a su experiencia personal en 
                  Nueva Orleans. Luego, explica:
 "Todos saben o deberían saber que las plumas de los 
                  almohadones tienen una tendencia natural a apelmazarse y 
                  formar grumos de formas más o menos curiosas, pero el 
                  descubrimiento de estos nodos en un hogar de Nueva Orleans 
                  basta para crear el pánico".
 
 Un asunto de dudosa utilidad
 
 Habría que encontrar a un experto que quisiera averiguar si 
                  Quiroga leía Harper's, si entendía inglés, si había 
                  leído Kwaidan (publicada en inglés en 1904), 
                  si se interesó por Lafcadio Hearn, que escribió cuentos de 
                  horror antes que él. "El almohadón de plumas" se publicó en 
                  Cuentos de amor de locura y de muerte, en 1917, treinta y 
                  un años después de que Hearn publicara su artículo en 
                  Harper's.
 
 Entre 1894 y 1904 Hearn publicó en Estados Unidos once libros 
                  relacionados con la cultura japonesa, lo que habla de cuánto 
                  se lo leía. Cuando murió era considerado por europeos y 
                  americanos como un puente occidental hacia la cultura 
                  japonesa, motivo por el cual mereció numerosos estudios 
                  publicados sobre todo en inglés antes de la Gran Guerra, es 
                  decir, años antes de la publicación del cuento de Quiroga. 
                  Pero como se ve, no basta un lector compulsivo como este que 
                  escribe, sino que se hace necesario el concurso de un erudito 
                  serio y riguroso que pueda demostrar una cosa o su contraria. 
                  Las consultas realizadas con algunos sabios nacionales y 
                  extranjeros acerca de la relación entre Lafcadio y Horacio 
                  generaron una clase de respuesta frecuente en los medios 
                  académicos: ninguna. La excepción fue la de
                  Amir Hamed, que me 
                  estimuló a dar fe de mi ignorancia por 
                  escrito, para provecho de quien quiera averiguar más.
 
 Lo interesante no es, por supuesto, el caso puntual del cuento 
                  de Quiroga originado en un relato de Hearn, sino la 
                  identificación del universo de fuentes que podía tener un 
                  escritor rioplatense. Y ciertamente, lo mejor de "El almohadón 
                  de plumas" es que no es un cuento de horror, ni se entretiene 
                  con la magia de donde quizá obtuvo la materia prima, sino que 
                  se trata de una historia sobre dos enamorados incapaces de 
                  amarse.
 
 
 * Publicado
                  originalmente en El país cultural 
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