Vida y Literatura
Algunos escritores logran fundir a lo largo de su obra, su
experiencia personal y su
escritura, haciendo de cada
libro una
confesión de sus propias experiencias de vida trasladadas al papel,
donde ficción y realidad se mezclan no sabiendo dónde es territorio
de una y de otra. El autor cuenta su vida en la voz de otro. Es la
clase de literatura autobiográfica, en la cual, el protagonista de
cada historia, es el propio escritor, a menudo utilizando un alter
ego, y erigiéndose en una suerte de
héroe de su propia obra.
Jack
Kerouac fue, sin dudas un escritor autobiográfico. Reflejó como
pocos autores la vida misma del que escribe, en una especie
de catarsis, improvisación espontánea en la creación, tal cual un
músico jazz, música que adoraba y suena a lo largo de toda su obra. Ésa
espontaneidad al momento de escribir, ésa clase de abandono de las
reglas que rigen una literatura formal, rigurosa,
académica, hizo
que la lectura de sus textos, tanto narrativos como poéticos,
tuviera un tono accesible, nada complicado, pero nada frívolo.
Para
Kerouac, escribir formaba parte de otra intransferible pasión:
viajar, y Keruoac, en algún sentido y por encasillar arbitrariamente
su obra, se podría considera el escritor ideal para mochileros,
ya que en varias de sus novelas, (en el fondo en todas), existe un
viaje, tanto en un viejo automóvil a través de los
Estados Unidos (En
el Camino), como espiritual cuando nos habla de la filosofía
budista (Los Vagabundos del Dharma). La sensación inmediata
que le queda al lector de Kerouac luego de concluir su lectura, es
la de inmediatamente lanzarse en un viaje que implique lejanía
geográfica y profundidad espiritual, es que casi no se puede hacer
otra cosa luego de leer a Kerouac.
Tanto
sean Sal Paradise, Ray Smith, Leo Percepied, Jack Duluoz o algún
otro, todos fueron el propio Jack Kerouac, que les dio otro nombre,
pero les prestó el alma para que el lector lo identificara en cada
línea de su viaje literario que concluyó hace cuarenta años. Kerouac
nos guía y nos dice que la vida es un viaje permanente, que no es
complicado hacerlo, y que además, la experiencia es lo que
verdaderamente cuenta a la hora de vivir.
Aquel niño que hablaba francés
Nacido en el seno de una familia francófona emigrada de Quebec,
Canadá, Jean-Louis Lèbris de Kerouac, tal su verdadero nombre, abrió
los ojos por primera vez en el pequeño poblado de Lowell,
Massachusetts, Estados Unidos, el 12 de marzo de 1922 y no aprendió
a hablar inglés hasta los seis años. Su inesperada muerte el 21 de
octubre de 1969 en Saint Petersburg, Florida, lo convirtió en un
icono de la contracultura norteamericana, un santo pecador que a los
47 años abandonaba su vestidura carnal convirtiéndose en el escritor
de la que fue llamada Generación Beatnik más joven en morir.
Aquella Generación Beatnik, que incluía a
otros escritores amigos de Kerouac como Allen Ginsberg (Alvah
Goldbook en Los Vagabundos del Dharma o Carlo Marx en Los
Subterráneos), Gregory Corso, William Burroughs, Neal Cassady (Dean
Moriarty en En el Camino), Lawrence Ferlinghetti o Gary
Snyder (personificado como Japhy Ryder también en Los Vagabundos...)
y otros, dieron una merecida patada a todo lo culturalmente
establecido en la tierra de los hombres libres,
los Estados Unidos. La experimentación sensorial a través de las
drogas y el be-bop,
sub género dentro del jazz
como banda sonora del descontrol y el
delirio, entre orgías y
escándalo, la libertad de pensamiento y acción que proclamaban los
beatniks,
le dieron un perfil único e irrepetible a ésta
vanguardia. Los propios hippies
tomaron a ésta generación como referente, y el mismo Ginsberg leyó
poesía en Woodstock 1969.
Antes del escritor, Kerouac supo ser un buen jugador
de fútbol americano, incluso ganó una beca para jugar por la
Universidad de Columbia, pero problemas vinculados a una lesión y
discusiones con su entrenador le hicieron ver que ése no era su
camino. Enrolado luego en la marina mercante, (1942/1943),
viajó mucho, y mientras tanto, escribía. Recorrió continentes y se enriqueció de lugares,
culturas, gentes, aromas, sonidos, que luego utilizó en su
escritura. La filosofía de Kerouac era la de experimentar con todos
los sentidos; disfrutar de cada lugar al que lo llevara sus viajes:
una tierra encantada en la cual existían miles de cosas por
descubrir. Para él, todo lugar revestía mística y
belleza,
decadencia y delirio, tal cual la obra que comenzaría a engendrar no
mucho tiempo más tarde, cuando en el segundo lustro de los 40 se
instaló definitivamente en New York, trabajando en innumerables
empleos (empleado en garages, guardafrenos en la Southern Pacific
Railroad de San Francisco y hasta periodista deportivo), También se
casó tres veces y tuvo una hija, y todavía le quedó tiempo para que
junto a los que después serían los beatniks, compartir en los
bares, entre whisky y whisky la new vision, la nueva
visión de una América empantanada en su propia sombra.
Sexo, drogas & jazz
Pero el joven aprendiz de escritor, comenzó una desenfrenada
obsesión por las drogas, el alcohol y el sexo, además, claro del
jazz. La literatura de Kerouac, refleja los deseos, la
esperanza, pero también la desilusión y el desconcierto de la
generación norteamericana post Segunda Guerra Mundial, entre
mediados de los 40 y toda la década de los 50. Dentro de un sistema
social conformista, rígido, conservador, la prosa de Kerouac es una
brisa refrescante de libertad, un manual de cómo no hacer lo que
hay que hacer. Es literatura políticamente incorrecta. La
llamada kickwriting o prosa espontánea que utilizó Kerouac,
tenía como regla justamente no tener reglas; era cruda, visceral,
sincera, delirante y por supuesto, autobiográfica. Es fácil
reconocer a los beatniks, en sus obras, todos participan de
los viajes, las fiestas, los happenings, los días de sexo y
drogas que Kerouac describe en sus libros, dándoles otro nombre a
cada uno, toda ésa legendaria generación desfila por las páginas de
cada una de sus obras.
Su novela más famosa, En el Camino, es sin
dudas la road-novel o novela de carretera más impresionante
que se haya escrito hasta hoy y ha sido inspiración para otros
autores en la escritura de relatos de viajes, un alocado y
psicodélico itinerario a través de los Estados Unidos llegando hasta
México. Los Subterráneos es una especie descripción de la
propia Generación Beatnik, Los Vagabundos del
Dharma, un viaje en pos de escalar una montaña, pero también un
travesía espiritual por medio del budismo (difundió como pocos en
Occidente la filosofía Zen), Big Sur con su descarnada
honestidad, su vacío existencial, que sólo puede conjurar por medio
de muchísimo alcohol, o La Vanidad de los Duluoz, que
describe a un joven Kerouac en sus años donde forjó la experiencia
que luego retrataría en sus libros, otras obras como El Pueblo y
la Ciudad, Visiones de Cody, Ángeles de Desolación
y Tristesse, aumentan y enriquecen una bibliografía
imprescindible para cualquier buena biblioteca, así como también su
poesía (México City Blues y Poemas de todos los tamaños,
entre otros mucho libros de poemas que publicó), de una belleza
simple, sin artificios, concreta en el mensaje y dirigida a quienes
no se conformen con lo establecido, era él mismo en cada verso, en
cada espacio en blanco.
Su muerte, ocurrida en el último año de una
convulsionada y decisiva década como fue la de los 60, vino a
envestirle un halo de santidad y misticismo tanto a él como a toda
su obra, que ha influido a escritores, músicos, creadores en todas
las disciplinas artísticas hasta éstos días, cuarenta años después
de que iniciara su viaje final. Jack Kerouac fue el cronista de toda una generación
norteamericana desencantada, casi a su pesar, fue quien realmente
tomó apuntes de la locura y la transformó en poesía.
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