Las estrategias de la apariencia, los simulacros de la seducción
nos desvirgaron -con cierta torpeza- la oreja, hace muchos años:
hoy la oreja prostituta acepta sin resistencia y, casi siempre,
sin placer, el éxtasis orgiástico de los jingles.
Los creativos
siguen creyendo en la eficacia del género, entonces, este
se multiplica (desde la multinacional ubicua hasta la ferretería
de la esquina hacen oír su canción), y crece acumulando
posibilidades, engordando antropofágicamente su competencia.
Con los años el jingle puede haberse vuelto opaco y elusivo
(todo el contenido
de un reclame de Nevada es la repetición tenue y digital
de la letra A; una botella de vino se esconde tras estas trascendencias:
"son las cosas limpias de la vida/cosas que nos llenan
de emoción/el cariño puesto en esas cosas/son la
historia misma del amor"), pero esas sutilezas comparten la tanda con
las desnudeces más elementales y transparentes: "tome
mate con Auxana/la más rica y la más sana".
Por otra parte la historia del jingle debe observar ciertos axiomas:
el tiempo es veloz; el tiempo es oro.
Hace
medio siglo lo siguiente era un jingle político:
Oh señor
Colón
oh que papelón
es el que hará el batllismo
en esta elección
(estribillo)
Oh señor
Colón, a martinez Trueba
¿quién lo votará?
ahí está la hueva
Mayo antiayer
se vio en un espejo
Tortorelli y él
van a ir parejos
(estribillo)
Ha dicho Colón
que de ningún modo
con tanto calor
usa sobretodo
Mayo sonará
y sonará Trueba
porque viene ya
una nueva era
(estribillo)
La mosqueta ya
va a quedarse sola
porque el pueblo está
harto de hacer cola
Ni César, ni Andrés, ni Blanco Acevedo
porque son los tres
el batllismo fiero.
(estribillo)
Semejante
antigualla monoaural habrá sido compuesta para catedralicios
receptores a válvula cubiertos con carpetitas de crochet. Confrontada
con la de ciertos productos más actuales que funcionan
como fugaces grifas fónicas ("la casa de las telas"
"Quartz means Casio") aquella duración
se mide por eras: el jingle se transistoriza. El amable radioescucha,
sin embargo, sabe que no son tan breves las producciones de Ruben
Rada para El País y que acaso no sea dos veces bueno el
poema sinfónico compuesto para una cooperativa de ahorro
y crédito ("Hoy te estoy contando el cuento/que
soñar es como ahorrar... como el vuelo de aquel ave que
presagia libertad...", etc.). Aunque la miniaturización
es la regla, no es entonces cuestión de tamaño.
Lo
importante es que el jingle funcione. Y al parecer, lo hace de
muy diversos modos: desde el que, referencial y preciso, nos
ilustra sobre ciertas curiosidades en el comportamiento del Universo
("del
abuelo al chiquilin/todos toman Jugolin...", "los
camiones de Barraca Central/rapidito van a cualquier lugar"), hasta el
motivo que pone en las ondas un alma efímera (la nena confesaba su
neurosis: "me vuelven loca los fiambres de Otonello";
ahora el beach boy galactófago grita que "todo
lo que quiero es biotop", mientras la chacinería
mayestática se pone a cantar su fanfarria: "sabemos;
en Cativelli sabemos").
El
autoritarismo imperativo ("No
se haga malasangre") así como el desmontaje metalinguístico
(otrora frecuentísimo
en publicidad: "Almacén Don Remigio, sinónimo
de higiene y calidad", "Quartz means Casio") parecen ir
cediendo espacio a otras artimañas más ladinas
de persuasión, a una riquísima poetización
que siempre ha manejado el jingle: recuérdese la densa
figuración de ciertos clásicos ("Tengo pasta de buena cocinera...
glu-glu-glu-glutina..."; "desde que uso aceite
Torino está hecho un aceite mi lindo marido..."). Pero véase
también, en piezas más recientes, cómo al
jingle le llega su golpe de dados, cómo se hace concreto
o se comprime hasta el hai-ku: "A go-go/a gozar/con Godet",
"Devoto/de tarde/descuenta/de todo".
Adiós,
estilo
En
cuanto a su formulación musical se ha dicho (1) que el jingle
es un "modelador cultural" que a fuerza de reiteración
confina a una celda de tonalidad clásica en la cual no
se permite la visita de John Cage. No pidamos a la tanda piezas
en forma de jingle todo se lo traga: el Aleluya de Haendel
lanzó "La República", Carmen vende
detergente, la vieja murga del Gallo Luis se ha transformado
en heteróclito collage de Broadway, la rumba frankfrutera
y brown sugar de Carlos Schnneck, la balada serratoide
de Banesto, el ciote de yerba Campeón (".....campeona de las yerbas/que
el amargo conserva/hasta el último rincón...") cantado por
Santiago Chalar, only you puerilizado a la Bugsy Malone,
el tango robotizado de Aliscafos, el funky, el rap y -siempre-
el rock and roll ("no
quiero imitaciones ni fastuosidad").
Entonces más que la melopeya maquiavélica ejecutada
según las partituras del marketing (la publicidad está siempre bajo
sospecha paranoica de exceso de diseño, de manipulación
minuciosa)
en estos lares la espesa diversidad del jingle es ruido. Es el
timbre disforme, la identidad acústica de un ambiente
desleído.
Apuntamos
a apostar
Si
la naturaleza y funciones del jingle son huidizas y proteicas,
no lo son menos, desde hace una década, las del resto
del menú del atestado dial uruguayo.
Diversas modalidades de lo difuso y lo vago ondulan por el éter,
traban toda transcodificación, se niegan a las maniobras
del metalenguaje.
En otros
tiempos (iluminismo
radial)
Wimpi se recluía desde las cinco de la mañana hasta
las siete de la tarde en su gabinete con ventana a la calle. Allí
libretaba once programas radiales. La radio transistorizada ha
desechado aquellas usinas de escritura: hoy todo se resuelve -y se disuelve-
en el aire. Todo fluye espontáneamente hacia la baja definición.
Trabajo de campo: sintonice el lector los espacios de apertura
que Sonia Breccia o Jorge Traverso improvisan en sus respectivos
programas, grábelos y luego -lápiz y papel- trate
de desgrabarlos. El resultado probablemente será el fluído
electrónico de la conciencia, la deliscuecencia joyceana
de la sintaxis.
Sucede
que mientras aquí y allá se perora sobre la "calidez"
de la radio, mientras otros medios miran y muestran la radio
procurando acaso aquella propiedad térmica (Solos en la madrugada,
Dos al toque, Buenos días Vietnam, Decalegrón,
Llamadas de medianoche, etc.), la radio pierde calor y nitidez.
En esta suerte de proceso de enfriamiento se acuñan (y
expanden) modismos y modelos.
Ultimanente, por ejemplo, la esfera de lo público llega
a nuestra oreja como un impreciso probabilismo donde la única
agencia posible es la apuesta: "la Troupe Ateniense apostó
a la alegría y a la reunificación de todos los
uruguayos...", "nuestra apuesta es a tenerlos
siempre en compañía....", "en
Mapá apostamos a la vida....", "Carnaval
1998 apuesta a la risa". Así las cosas, entre
las cabezas parlantes que, de cuando en cuando, intentan modular
la amplitud del azar (Rafael
Bayce, Gerardo Caetano, Fernadno Andacht, Carlos Maggi, en Sarandí,
en El Espectador, en Nuevotiempo), el favorito sigue siendo
José Angel Tuana, logorreico rey del escolaso.
Este estilo que aleja y difumina
las cosas, que oculta su contexto tras las abstracciones amplísimas
(la vida,
la alegría y la reunificación, la filosofía
futbolística rioplatense, lo que significa el accionar de una escuadra
bien balanceada, la esencia de tus sentidos) convierte a cada
speaker en un timbero trascendente, especie de Pascal radiofónico,
cuando no en francotirador: "una de las cosas a las que
hay que apuntar es a saber comprar....", "Punta
apunta cada día más a la exclusividad de sus clientes....",
"... apuntar a que algún día reine la cordura
y se pueda apuntar a espectáculos realmente profesionales".
Etapa terminal en este tránsito a la borrosidad es lo
inarticulado. El enunciado se desfleca: mientras el sexólogo,
el poeta, el guía turístico o el nutricionista
responden, el/la entrevistador/a irradia suspiros de éxtasis
o de inteligencia. No lejos de allí, el rapsoda salvaje,
de la oral deportiva lobo aullador el blues de los domingos,
gutura, gruñe y farfulla de rambuyé.
Estómagos rumiantes- Cabezas borradoras
No
obstante los broadcasters letrados se niegan a abandonar ciertos
macrolibretos: racionalizan, clasifican, especializan el aire,
emiten encuestas y pesquisas que pitagorizan la realidad mistificando
el número. Néber Araújo describía
esta actitud con una metáfora: "las cabezas capaces
de digerir lo que el satélite entrega". No se
trata al parecer y como podría pensarse, de un estómago
de rumiante (2)
que
tritura y mezcla ofreciendo al oyente algo apto para una nueva
masticación: por los intersticios del ambiente normatizado
la radio sólo segrega bla-bla abstracto, impreciso bolo
informativo que se desfibra en interjecciones y disonancias,
mera oralidad evanescente.
Notas:
(1) Semanario DECADAUNO 31/03/93, PP 15.
(2) Haroldo de Campos ("De la razón antropofágica")
atribuye esta metáfora a Machado de Assis.
* Publicado originalmente en la República
de Platón
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