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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



EL LIBRO DE JOB - CÁMARA OCULTA - GRATUIDAD


Bienvenido, Job*

Amir Hamed
Cuando llega la incomprensible revelación (porque el Altísimo tiene hábito de revelarse desde el trueno), sólo queda por aprender que casi todo lo que consideramos logros o derechos son ciertamente inanidades


Desde hace ya buen tiempo, la sospecha de estar siendo paso a paso filmados ha borrado ciertas bases de la percepción del mundo. "Sonríe, estás en cámara totalmente oculta" era el el leit motiv de cierto programa estadounidense. La solicitud de la sonrisa tiene una lógica implacable. La víctima es expuesta -gracias a cómplices, actores y cámaras escondidas- a recordar durante un buen rato que el mundo hace tiempo perdió su sentido.

La complicidad del chiste, y de multitudinarias teleaudiencias, nos repite que se acabó el pretendido y burgués autogobierno de la privacidad y, shakespereanamente, somos sólo modestísimos actores estirando nuestro discurrir -furibundo, estrepitoso y vacuo- sobre un escenario que alguien
(en estos casos, una producción televisiva) ha dispuesto para nosotros.

Sonreímos porque finalmente alguien ha guionado
(aunque sea por un lapso ínfimo) nuestros pasos, y quedamos ahí agradecidos. La producción del programa de turno nos recuerda, además, la gratuidad del mundo. Cuando llega, la sonrisa marca nuestra bienvenida a la revelación. Y junto con ella nos hemos ganado viajes, prebendas y diversos regalos, porque ya hemos aprendido cuán gratuito -al tiempo que espectacular-es nuestro pasaje por el reino de estos mundos.

Lo sorprendente, de todos modos, es que con frecuencia olvidemos que esa epifanía nos había sido otorgada desde el principio de los tiempos, como nos recuerda, con insuperada belleza, cierta historia del Libro de Libros.

Se trata del Libro de Job, esa pieza del Génesis que publicita la costumbre del Altísimo, Aquel que balconea nuestros destinos, de azuzar a su ángel predilecto, Lucifer, para que nos haga la vida imposible. Mientras Jehová pega un ojo distraído a lo que ocurre por allá abajo, Lucifer se encarga de quitarle al mejor servidor de Jehová, en este caso cierto señor Job, todo lo que posee a ritmo de commedia buffa.

Job solía vivir en la riqueza, y en un relato alevosamente atropellado descubrimos junto a él que todo le ha sido quitado. No sólo eso gana Job, todavía obediente de su creador, sino una sarna que llega a hacerlo renegar no sólo de Jehová, sino del mismísimo vientre que lo parió.

Condolidos, llegan a él sus mejores amigos, a intercambiar con el sarnoso varios de los más bellos argumentos que, sobre la existencia del mundo, se hayan jamás escrito. Al final, cuando llega la incomprensible revelación
(porque el Altísimo tiene hábito de revelarse desde el trueno), sólo queda por aprender que casi todo lo que consideramos logros o derechos son ciertamente inanidades.

Aquellos que se llegaron a Job quedan expuestos en su lugar de comparsas, o de cómplices de un guión que ignoran, pero el llagado Job se ve recompensado no sólo con multitud de presentes sino con la dicha -arduamente comparable- de morir "saciado de días".

Es que, si bien es de sospechar que el trueno no se ecualizó lo suficiente como para hacerle saber la naturaleza del cosmos
(y tampoco la del caos), Job con su ejemplo nos dejó muestra imborrable de que la naturaleza del bien (como la de su mentida contracara) es la gratuidad. Es un don, una dádiva tremebunda que deberíamos compartir hasta el hartazgo.

* Publicado originalmente en Insomnia.

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