3. El deterioro de las bases sociales de
las democracias en América Latina: pobreza, desigualdad
y desempleo.
Los últimos diez años han mostrado
que las democracias electorales de la región son hoy notoriamente
más resistentes a las crisis políticas y económicas
que con anterioridad. Varios presidentes
han debido dimitir por escándalos de corrupción
o ingobernabilidad sin por ello dar paso a formas dictatoriales;
varios sistemas de partidos se han resquebrajado, dando paso a
formas plebiscitarias que procuran al menos mantener la apariencia
de democracia.
Han sido también frecuentes las crisis
económicas con episodios de desempleo masivo, inflación
y pobreza,
y con la pérdida virtual del control gubernativo de la
economía. Y las
democracias han subsistido. Pero este asedio a las democracias
se ve agudizado por las profundas disparidades económicas
de la región y por la presencia de grandes
masas excluidas socialmente que pueden eventualmente convertirse
en el capital político de estrategias abiertamente autoritarias
y populistas. Esto resulta aún más plausible si
se concuerda con Remmer (1993) en que la
actual ola democrática ha incorporado, al menos electoralmente,
a segmentos de población bastante más amplios que
aquellos que participaron en las democracias de sesgo desarrollista
de la segunda mitad del siglo.
En efecto, esta es tal vez la mayor y más compleja paradoja
de la actual ola democrática en la región, también
su mayor promesa. La ciudadanía política se ha extendido
en las naciones y en sus poblaciones al tiempo que persisten y
en algunos casos se profundizan enormes déficits de ciudadanía
social y civil. Esta combinación paradojal coloca límites
a la expansión sustantiva de la ciudadanía política,
o bien la fatiga, al asediar a un régimen que se supone
de iguales (ante la ley
y en su voto) con una realidad
social de profunda desigualdad y y una endeble ciudadanía
civil en donde poderes fácticos, económicos y políticos,
atentan contra los derechos básicos de la población.
El problema es que lejos de moderarse la desigualdad,
en la última década la misma se ha visto agudizada.
Por otro lado, la pobreza se ha mantenido
estable o ha crecido en buena parte de los países durante
la segunda mitad de la década. En efecto, como puede observarse
para el conjunto de la región luego de una moderada disminución
de la pobreza entre 1990
y 1997, la misma frena su caída entre 1997 y 1999 e incluso
retoma cierto crecimiento. El enlentecimiento económico
de los últimos tres años (2000-2003) y el aumento del desempleo sugieren que la pobreza
se encuentra en la actualidad en niveles iguales o superiores
a los de 1990. Debe considerarse que los niveles de pobreza
de 1990 respondieron a la llamada década pérdida
en donde se pudo constatar una aumento porcentual y absoluto de
la pobreza en
América Latina. La ola democrática de fines de los
ochenta e inicios de los noventa trajo, en forma a veces explícita,
a veces implícita, la promesa de una disminución
en los niveles de pobreza.
Dicha promesa parecía cumplirse en los primeros años
de la década de los noventa, pero se desvanece en el último
lustro (1998-2003).
Pero tal vez más preocupante aún
es que los niveles de pobreza
no fueron significativamente abatidos aún en los años
buenos y a pesar de un importante crecimiento económico
promedio en la región. La razón fundamental para
ello fue que el ya mencionado deterioro en la distribución
del ingreso nacional que bloqueó la transmisión
de las mejoras en materia económica nacional a los sectores
más desfavorecidos. En efecto, tan sólo tres de
los países considerados muestran evidencia de haber mejorado
su distribución del ingreso en la década. La mayor
parte de los países deteriora la misma, y en algunos casos
en forma dramática, como puede observarse en el casos de
Argentina, Bolivia, Costa
Rica y Paraguay.
La pobreza y la desigualdad que la región
heredó como producto de la crisis de la deuda
de 1980 fue producto por sobre todas las cosas de la inflación
que destruyó los pocos activos de los sectores populares
y colocó un impuesto inflacionario a estos mismos sectores.
La crisis -que debe ser pertinentemente llamada "la segunda
crisis de la deuda"-
que se anunció hacia 1998 y se despliega hoy en forma clara,
afecta la capacidad de subsistencia y la desigualdad por la vía
inflacionaria y por la vía de la destrucción del
empleo en los sectores menos educados de la población.
Esta es una crisis de cantidad y precio del trabajo, golpeando
por tanto mucho más duramente a los sectores menos favorecidos.
Basta observar la evolución del desempleo entre 1990 y
1999 y muy especialmente entre 1994 y 1999 (antes aún
que la crisis de empleo se agudizara) para constatar
lo que aquí se afirma.
Evolución de la tasa
de desempleo urbano abierto entre 1990 y 1999 en países
de América Latina.
|
1990 |
1994 |
1997 |
1999 |
Argentina(a) |
5.9 |
13 |
14.3 |
14.7 |
Bolivia |
9.4 |
3.2 |
3.7 |
7.1 |
Brasil |
4.5 |
7.4 |
8 |
11.4 |
Chile |
8.7 |
6.8 |
6 |
10.1 |
Colombia |
9.3 |
8 |
11.8 |
19.2 |
Costa rica |
5.3 |
4.2 |
5.8 |
6.1 |
Ecuador |
6.1 |
7.1 |
9.2 |
14.2 |
El Salvador |
9.9 |
6.8 |
7.3 |
6.9 |
Honduras |
6.9 |
4.1 |
5.2 |
5.3 |
Mexico |
3.3 |
4.5 |
5.1 |
3.2 |
Nicaragua |
.. |
14.1 |
13.1 |
13.8 |
Panama |
18.6 |
15.7 |
15.4 |
13.1 |
Paraguay |
6.3 |
4.4 |
8.4 |
10.1 |
Uruguay(a) |
8.9 |
9.7 |
11.4 |
11.2 |
Venezuela |
10.2 |
8.9 |
10.6 |
14.5 |
Fuente: CEPAL,
Panorama Social de América Latina, 2001-2002. (a). Sólo
zonas urbanas
Por otra parte el desempleo
afectó, como dijéramos, en forma mucho más
marcada a los sectores menos favorecidos. Con la excepción
de México, el ratio de desempleo entre sectores con 6 a
9 años de educación formal contra el desempleo de
aquellos de más de 13 años de educación se
deterioró en desmedro de los menos educados. Por su parte,
si consideramos a la población de más baja educación
aún (0 a 5 años de educación) 9 países deterioran también más el
ratio de ocupación entre esta población y la más
educada.
El desempleo, a diferencia de la desigualdad, no
afecta la deseabilidad del régimen democrático en
forma directa. No existe al menos evidencia estadística
de ello. Cuando se observa la relación entre la tasa de
variación del desempleo y la variación de la deseabilidad
o preferencia por el régimen democrático no aparece
pauta recurrente alguna (un R2 de .08).
Pero otra es la historia
si nuestra pregunta refiere a la satisfacción democrática.
Esta dimensión sí co/varía y claramente con
la variación del desempleo. Si bien la variación
en la satisfacción democrática no parece afectar
mayormente la preferencia por la democracia, ello no quiere decir
que no pueda afectar eventualmente la estabilidad de la democracia.
La causación aquí no es "pathdependent"
sino química.
Cuando al mismo tiempo se presentan una baja predisposición
actitudinal a preferir la democracia con un deterioro creciente
en la satisfacción con la forma como el régimen
democrático está operando, es mucho más probable
que se produzca no ya mera desafección democrática,
sino acciones desestabilizadoras del gobierno democrático
de turno y eventualmente del régimen mismo. Si a esto se
adiciona la presencia de elites
políticas que estructuran dicha oferta, el resultado
será posiblemente no democrático. El desempleo por
otra parte contribuye a modalidades de pobreza que se transforman
con mucha mayor facilidad en realidades de exclusión. La
pobreza del trabajador empleado(11) en
toda su injusticia, permite al mismo, mantener un conjunto de
lazos relevantes con la comunidad. El desempleo en cambio tiende
a quebrar dichos lazos, contribuyendo a la aparición de
subculturas marginales
que favorecen el "familismo amoral", la apatía
y las conductas anómicas individuales y colectivas.
Notas:
(11) Lo que en estados Unidos se denomina
"working poor", subculturas marginales que favorecen
el "familismo amoral", la apatía y las conductas
anómicas individuales y colectivas.
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* Documento
preparado para el libro Desafíos de la Democracia en
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