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Sandra López Desivo

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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



SARAJEVO, GUERRA

Collage de textos sobre la guerra en Sarajevo*

Gabriel Peveroni

Por eso los Balcanes entraron chorreando sangre en el siglo XX y entrarán del mismo modo en el XXI, por muchas milongas que os cuente el ministro Solana. El nacionalismo serbio, todos esos intelectuales que ahora pretenden lavarse las manos tras parir criminales como Milosevic y Karadzic, manipuló esos fantasmas para enfrentar a quienes no deseaban la guerra

 

UNO
Dear Mimmy

¡Dios mío! La guerra se está incubando en Sarajevo.
El domingo, un pequeño grupo de civiles armados ha
matado a un invitado durante una boda y ha herido a un cura. El lunes había barricadas en toda la ciudad. ¡Había mil! No tenemos pan. A las seis de la tarde la gente ya estaba harta de no saber nada y se lanzó a la calle. Salieron en manifestación desde la catedral. Pasaron delante de la Asamblea. Dieron vuelta a toda la ciudad. Cerca del cuartel Mariscal Tito hubo algunos heridos. La gente cantaba y gritaba: “Bosnia, Bosnia”, “Sarajevo, Sarajevo”,
“Viviremos juntos” y “Salid si queréis”. Alguien ha
dicho por la radio que la historia está escribiéndose.
Zlata Filipovic (Diario)
(Jueves, 5 de marzo de 1992)

DOS
Astucia serbia

La cultura europea occidental no se extendió a Serbia, y tampoco su feudalismo. Las leyendas de caballerías, de valientes paladines luchando con villanos y festejando a bellas damas con sumiso amor cortés, son muy similares
en las historias de Sir Lancelot y Sir Gareth en Inglaterra, Roland y Ogier el Danés en Francia, el Cid en España y Dietrich von Berne en Europa Central. Las leyendas serbias tratan sobre hadas, brujas y vampiros, y acerca de los héroes que los enfrentan en las montañas y bosques.

El héroe nacional serbio, el príncipe Marko Kraljevic es
tan obstinado como el Ulises de la leyenda griega.
Su mayor logro fue su victoria sobre el bandido Musa en singular combate. Musa había derribado a Marko y estaba por estrangularlo cuando una bella hada, simpatizante de Marko, distrajo a Musa. Y mientras Musa miraba al hada, Marko lo mató de una puñalada. Marko siempre escapaba de sus enemigos, a diferencia de los Caballeros de la Tabla Redonda del rey Arturo y los paladines de Carlomagno, ya que durante casi toda su historia los serbios fueron una tribu pequeña, rodeada por rivales poderosos de quienes sólo podían liberarse mediante la astucia o la fuga.
Jasper Ridley (Tito)

TRES
Dear Mimmy

Intento concentrarme en mi tarea, leer un libro, pero no lo consigo en absoluto. En la ciudad pasa algo. Se oyen disparos en la colina. Hay columnas de gente que llega de Dobrinja, para intentar parar algo: ni ellos mismos saben qué. Digamos simplemente que se presiente que algo va a pasar, que ya está pasando, una desgracia terrible. En la tele se ve gente delante de la Asamblea Nacional. En la radio emiten continuamente la canción ‘Sarajevo, mi amor’.
Todo eso está muy bien, pero tengo continuos calambres
en el estómago y no consigo concentrarme en mi trabajo.
Mimmy, tengo miedo de la GUERRA.
Zlata Filipovic (Diario)
(Domingo, 5 de abril de 1992)

CUATRO
El Underground de Handke

(Eslovenia) Desde junio de 1991, desde el comienzo de la guerra de los diez días en Eslovenia, el pistoletazo de salida para el desmoronamiento, no puedo olvidarme de un número. Unas setenta personas perdieron la vida en aquella guerra inicial; pocos, digamos, en comparación con las muchas decenas de miles de las guerras que siguieron. Sin embargo, ¿cómo fue que casi la totalidad de estas setenta víctimas pertenecían al ejército popular yugoslavo, que por aquel entonces pasaba por ser el gran agresor y que, superior con mucho en todos los sentidos, habría tenido un “juego” incluso fácil con los pocos eslovenos que luchaban por la independencia. ¿Quién se lió a tiros con quién? (...) Algo parecido me ocurrió, cada vez más a menudo, con los reportajes de guerra que siguieron. (...)

(Croacia) ¿Quién fue el primer agresor? ¿Qué significaba fundar un estado, y además un estado que mueve hacia adelante y hacia atrás a uno de sus pueblos, en una región en la que, desde tiempos inmemoriales, vivía un número incontable de gentes para las cuales un estado como éste se adaptaría en el mejor de los casos como un Cristo a dos pistolas, es decir, un estado que tenía que ser una atrocidad, recordando las persecuciones, que no hay que olvidar, llevadas a cabo por el régimen hitleriano-croata de la Ustascha? ¿Quién fue, por lo tanto, el agresor? ¿Y cómo me hubiera comportado yo, serbio ahora en Croacia, en relación con un estado decidido contra mí y contra mi pueblo?

A pesar de estar vinculado quizás profundamente a ese lugar, incluso por siglos de antepasados, ¿hubiera emigrado yo, digamos “a casa”, a Serbia, cruzando el Danubio? Tal vez. A pesar de haberme convertido de repente en ciudadano de segunda, a pesar de ser ciudadano forzoso del estado croata, ¿me hubiera quedado en el país, sin duda de mala gana, triste, de pésimo humor, pero por el bien de mi querida paz? Tal vez. ¿O bien, si hubiera estado en mis manos, me hubiese defendido, naturalmente sólo con muchos otros de los míos, y, si no hubiera más remedio, con la ayuda incluso de un ejército yugoslavo en descomposición y sin meta? Probablemente. (...)

(Bosnia) Más tarde, cuando, a partir de la primavera de 1992, se empezaron a mostrar las primeras imágenes -convertidas pronto en series de imágenes o en imágenes en serie- de la guerra de Bosnia, hubo una parte de mi que a los serbo-bosnios armados, ya fueran ejército o matones que iban por su cuenta, sobre todo aquellos que estaban en las colinas y en las montañas de los alrededores de Sarajevo, los sintió como “enemigos del género humano”. (...) Y sin embargo, casi al mismo tiempo que tenía esos arrebatos de violencia, contra los que me sentía impotente, propios de quien participa desde lejos, otra parte de mí no quería fiarse de esta guerra, ni de esos reportajes bélicos. ¿No quería? No, no podía. Y esto por lo siguiente: también en esta guerra los papeles del atacante y el atacado, de las puras víctimas y de los meros criminales habían sido establecidos y fijados por escrito de un modo demasiado rápido por la llamada opinión pública mundial. (...) Y, una vez más, ¿cómo me hubiera comportado yo allí, si hubiera sido un serbio de Bosnia, viendo cómo, digámoslo suavemente, el más fuerte justifica un estado que, digámoslo suavemente, no tiene nada que ver conmigo, en mi, nuestra región? ¿Quién fue, pues, el atacante?
Peter Handke (Justicia para Serbia)

CINCO
Dear Mimmy

(...) Nuestro sótano es feo, muy negro, y apesta. Mamá,
que tiene un miedo atroz a los ratones, tiene que superar dos tipos de angustia. Nos pusimos los tres en el mismo rincón de la otra vez. Oímos explotar los obuses, los tiros, atronaban por encima de nosotros. Incluso oímos aviones. En un momento dado comprendí que aquel sótano horrible era nuestra única posibilidad de salvar la vida. Incluso empezó a parecerme cálido y hermoso. Sólo él podía protegernos de aquellos terribles combates. Oíamos cómo
se rompían los cristales en nuestra calle. Es espantoso.
Zlata Filipovic (Diario)
(Sábado, 2 de mayo de 1992)

SEIS
Los últimos días de Tito

En 1978 Tito invitó al General Tempo a su residencia de Brioni. Tempo lo encontró “distraído”. Tempo le preguntó: “¿Qué pasa con Yugoslavia?”. “No hay Yugoslavia”, dijo Tito. “¿Qué pasa con el partido?”, preguntó Tempo. “Ya no hay partido”, respondió Tito, y comentó con enfado que la gente decía que su hijo era un espía norteamericano.
Jasper Ridley (Tito)

SIETE
Dear Mimmy

A las 9h 45’ restablecieron el servicio de agua, pero sigue sin haber electricidad. 10h 30’: sigue habiendo agua. 12 horas: ya no hay agua; por el contrario tenemos luz.
¡YES!
Mimmy, acabo de darme cuenta de que todos mis amigos se han ido. Oga, Martina, Matej, Dejan, Vanja, Andej. ¡Oh, NOOOOO!
Bojana y yo ya no tenemos derecho a salir al patio a causa de los tiros. Por eso patinamos en el portal. Tampoco está mal.
Zlata Filipovic (Diario)
(Miércoles, 24 de junio de 1992)

OCHO
Clase bosnia en Salamanca

En cuanto a los Balcanes, había explicado Barlés en Salamanca a la futura competencia -casi todas mujeres; era increíble la cantidad de tías que iban a ser periodistas-, siempre fueron zona de frontera. En ese lugar estuvo la línea de confrontación entre los imperios austrohúngaros y turco, y las poblaciones de uno y otro lado ejercieron, durante siglos, como verdugos y víctimas en las diversas tragedias que deparó la Historia -las chicas de las primeras filas tomaban notas, aplicadas, y Barlés decidió cargar un poco las tintas-. Ya sabéis: soldados y funcionarios imperiales, fugitivos que se refugiaban en el otro lado, musulmanes cristianizados, cristianos islamizados. Turcos que se la endiñaban a los cristianos jovencitos y cosas así -las notas
se interrumpieron y la decana miró, inquieta, el reloj-. Eran guerras a la manera clásica: represalias, pueblos pasados a cuchillo, mujeres violadas, cosechas en llamas.

Heridas que no sangran todavía. Al fin y al cabo, hace sólo cien años Sarajevo aún era turca. En Europa, las hogueras de la Inquisición, la toma de Granada, el tributo de las cien doncellas, la noche de San Bartolomé, la conjura de los Boyardos, Crécy, Waterloo, los náufragos de la Invencible asesinados en las costas de Irlanda, el dos de mayo, son asuntos lejanos, tamizados por el tiempo, asumidos como parte de un pasado que ya no tiene vínculo físico con el presente. Pero en los Balcanes la memoria es más fresca. Los bisabuelos de quienes ahora combaten todavía se acuchillaban en nombre de la Sublime puerta o de la Viena Imperial. La cuestión serbia encendió la Primera Guerra Mundial, y durante la Segunda, las atrocidades de ustashas croatas por una parte y de chetniks serbios por la otra, dejaron bien fresca una tradición de agravios y de sangre. Después de todo, cada familia cuenta con un bisabuelo degollado por los turcos, un abuelo muerto en las trincheras de 1917, un padre fusilado por los nazis, la Ustasha, los chetniks o los partisanos.

Y desde hace tres años, a eso hay que sumarle una hermana violada por los serbios en Vukovar, un hijo torturado por los croatas en Mostar, un primo hecho filete por los musulmanes en Gorni Bakuf. Allí -había dicho Barlés a su joven auditorio- cada hijo de puta lo tiene todo muy claro, muy reciente. Por eso los Balcanes entraron chorreando sangre en el siglo XX y entrarán del mismo modo en el XXI, por muchas milongas que os cuente el ministro Solana. El nacionalismo serbio, todos esos intelectuales que ahora pretenden lavarse las manos tras parir criminales como Milosevic y Karadzic, manipuló esos fantasmas para enfrentar a quienes no deseaban la guerra. Y el llamado Occidente, o sea, vosotros y yo, consentimos que así fuera. Los métodos más sucios fueron puestos en práctica, ante la pasividad cómplice de una Europa incapaz de dar un puñetazo a tiempo sobre la mesa y frenar la barbarie.

Esa diplomacia europea sin pudor y sin redaños, gratificando la agresión serbia con la impunidad, poniendo parches a toro pasado, hizo que primero croatas y después musulmanes bosnios se subieran al carro de la limpieza étnica y el degüello. Puesto que la canallada es rentable, se dijeron, seamos canallas antes que víctimas camino del matadero. Después miserable condición humana se disparó sola, e hizo el resto del trabajo, y así van las cosas. Acabo de resumiros lo que pasa en Bosnia, hijos míos. O mejor hijas mías. Que os aproveche.
Arturo Pérez-Reverte (Territorio Comanche)

NUEVE
Dear Mimmy

Como no salgo de casa, contemplo el mundo exterior desde la ventana.
Por las calles deambula una enorme cantidad de perros de raza abandonados. Sus amos les dejan fuera porque no tienen ya con qué alimentarlos. Es francamente triste. Ayer vi a un cocker que cruzaba el puente y no sabía dónde ir.
Se había perdido. Daba algunos pasos, se paraba, después
se volvía por donde había venido. Probablemente buscaba
a su amo: ¿quién sabe si aún está con vida? Aquí incluso
los animales sufren. La guerra ni siquiera les perdona a ellos. ¡Ciao!
Zlata Filipovic (Diario)
(Lunes, 20 de julio de 1992)

DIEZ
El espíritu de la nueva Gharnata

El espectáculo de mayor desolación lo ofrece el antiguo Instituto de Estudios Orientales: la célebre biblioteca de Sarajevo. El domingo 26 de agosto de 1992, los ultranacionalistas serbios arrojaron sobre ella un diluvio
de cohetes incendiarios que redujeron en pocas horas todo su rico patrimonio cultural a cenizas. Como señala la Oficina de Información del Gobierno de Bosnia-Herzegovina, dicho acto “constituye el atentado más bárbaro cometido contra la cultura europea desde la Segunda Guerra Mundial”.
En verdad -y tal era el propósito de la gavilla de mediocres novelistas, poetas e historiadores con vocación de pirómanos, cuyo informe a la Academia de Belgrado
fue el germen de la ascensión de Milosevic al poder y
del subsiguiente desmembramiento de Yugoeslavia-, dicho crimen no puede ser definido cabalmente sino como memoricidio. Puesto que toda huella islámica debe ser extirpada del territorio de la Gran Serbia, al biblioteca, memoria colectiva del pueblo musulmán bosnio, estaba condenada a priori a desaparecer en las llamas de la vengadora purificación.

Casi cinco siglos después de la quema de manuscritos arábigos en la granadina puerta de Bibarrambla decretada por el Cardenal Cisneros, el episodio se repitió en mayor escala durante las conmemoraciones del Quinto Centenario. Resueltos a enderezar los entuertos de la historia de su país, los forjadores de la mitología nacional serbia colmaron sus sueños de aniquilación ancestrales: miles de manuscritos árabes, turcos y persas se esfumaron definitivamente.
Juan Goytisolo (Cuaderno de Sarajevo)

ONCE
Dear Mimmy

(...) Tengo la impresión de que política quiere decir serbios, croatas, musulmanes. Hombres. Que todos son iguales. Que todos se parecen. Que no tienen diferencias. Que todos tienen brazos, piernas, una cabeza, que andan, que hablan, pero que hay “algo” que intenta que unos sean diferentes de otros.
Entre nuestros compañeros, entre nuestros amigos, en nuestra familia, hay serbios, croatas y musulmanes. Forman un grupo de gente muy mezclada, y yo nunca supe quién era serbio, quién era croata o quién era musulmán. Hoy la política ha metido la nariz ahí dentro. Ha escrito una S sobre los serbios, una M sobre los musulmanes, una C sobre los croatas. Y quiere separarlos. Y para escribir esas letras ha cogido el más negro, el peor lápiz. El lápiz de la guerra, que únicamente sabe escribir desgracia y muerte.
Zlata Filipovic (Diario)
(Jueves 19 de noviembre de 1992)

DOCE
Érase una vez un país

Gracias a Underground fui conmovido por primera vez por una película de Kusturica. Finalmente, la mera destreza de narrar se había convertido en un impulso de narrar: en efecto, un talento para los sueños, un enorme talento, se había vinculado a un tangible pedazo de mundo, y también de historia, a la historia de la antigua Yugoslavia, que había sido la patria de Kusturica. ¡Qué necias y ruines me parecieron entonces muchas de las cosas que se habían escrito contra Underground! No sólo el hecho de que, después de la presentación en Cannes, Alain Finkielkraut, uno de los nuevos filósofos franceses, desde que estalló la guerra un incomprensible charlatán a favor del estado de Croacia, sin haberla visto, acusara a la película de Kusturica en Le Monde de ser terrorismo y propaganda pro-serbia.

Hace pocos días, en Liberation, André Glucksmann, otro
de los nuevos filósofos, le dio vuelta a la tortilla de una forma grotesca felicitando a Kusturica por su película -¡que decía haber visto!-, por tratarse de un ajuste de cuentas con el comunismo terrorista serbio, que, a diferencia de lo que ha ocurrido con los alemanes, no ha aprendido absolutamente nada de los crímenes históricos; quien de Underground saca semejantes conclusiones, ¿qué es lo que ha visto?, ¿qué es lo que ve en general? Y un crítico del Zeit alemán, en otras ocasiones bueno por algunos momentos lúcidos, encontró en Kusturica cólera, resentimiento e incluso “sed de venganza”. No, hombre, no: Underground surge, está hecha, existe y actúa -yo lo vi- sólo desde la aflicción y el dolor, y un gran amor; e incluso sus groserías y estridencias forman parte de la película; todo lo cual, junto, produce al fin y a la postre lo lúcido, a veces incluso lo clarividente de esta otra historia de Yugoslavia; o lo que tiene de fábula primitiva, véase el final festivo en la isla que se va alejando del continente, donde el tono de la película, de repente ya no tan perturbado, y menos aún un idiota, de un modo claro y autoritario, dulce y suavemente autoritario como sólo puede serlo uno que cuenta cuentos, se dirige al público con su “erase una vez un país...”

Por supuesto, lo más maligno de todo lo que se ha podido leer hasta ahora contra la película de Kusturica estaba, una vez más, en Le Monde -uno de los periódicos más queridos por mí en tiempos. (...) En relación con Underground, dado que el consejo de redacción de Le Monde, véase la infamia de Finkielkraut, había convenido en que era necesario terminar con Emir Kusturica y su rollo proserbio, (...), se había unido ahora en las páginas de cultura otro artículo, a cargo de una mujer que hasta ese momento a mí lector, sólo le sonaba como la corresponsal de guerra de Le Monde en Yugoslavia, y además, como una que no era simplemente partidista sino que además rezumaba un odio visceral, y de una seguridad literalmente envidiable, contra todo lo serbio. En el mencionado artículo quería demostrar ahora que la película, como estaba rodada en territorio serbio, había sido producida con el apoyo de empresas de allí y por ello iba contra la prohibición comercial, o embargo, decretado por las Naciones Unidas contra Serbia y Montenegro. Luego, con una minuciosidad penosa, como si fuera el Juez Supremo, pero de una objetividad totalmente aparente, iba enumerando todas las resoluciones de la ONU que se podían aplicar contra la película; sugería de este modo que sólo ya como producto de mercancía era algo injusto de raíz, que sus coproductores no serbios (franceses y alemanes) infringían la ley, que la película había que quitarla de las pantallas, retirarla por completo, que Underground no tenía derecho a la existencia y que los productores y el autor, Emir Kusturica, eran cuando menos gente que había sacado tajada de la guerra.
Peter Handke (Justicia para Serbia)

TRECE
Dear Mimmy

Otra vez estoy enferma. Me duele la garganta, estornudo y toso. Pronto llegará la primavera. La segunda primavera de guerra. Lo sé gracias al calendario, porque no puedo ver ni oler la primavera. Sólo veo a pobres desgraciados que arrastran agua y a otros más desgraciados todavía, hombres, jóvenes, a los que les falta un brazo o una pierna. Ellos son los que han tenido la suerte o la desgracia de no haberse dejado matar.
Ya no hay árboles ni pájaros: la guerra lo ha destruido todo. Ya no hay gorjeos primaverales. Ni siquiera hay palomas, el emblema de Sarajevo. Ni gritos infantiles, ni juegos. Los niños ya no parecen niños. Se les ha arrebatado la infancia, y sin infancia no hay niños. Tengo la impresión de que Sarajevo muere lentamente, que desaparece. Desaparece la vida. Entonces, ¿cómo podría oler la primavera, que es el despertar de la vida, si aquí no hay vida, si aquí todo parece muerto?
De nuevo estoy triste, Mimmy. Pero tienes que saber que cada vez lo estoy más. Estoy triste cuando reflexiono, y tengo que reflexionar.
Zlata Filipovic (Diario)
(Lunes, 15 de marzo de 1993)

CATORCE
La violinista en el psiquiátrico

Machacaron la posición durante dos horas. Unas doscientas personas esperaban para cruzar el túnel de regreso a Sarajevo. Las mujeres cargaban con bolsas de alimentos y animales vivos. Era patético contemplar aquellos ciudadanos de clase media, capaces de iniciar una conversación en inglés o francés, esperando para atravesar un túnel que sólo conectaba con el dolor, el hambre y la muerte. Una joven esperaba su turno erguida, abrazada a la funda de un violín. Se la había jugado para buscarlo en casa de su abuela, donde ensayaba antes de la guerra. Me dijo que las bombas no la harían renunciar a ingresar en la Filarmónica de Sarajevo. (...)
Algunos ancianos paseaban por las zonas más peligrosas de la ciudad buscando una muerte rápida y piadosa, mientras numerosos intelectuales se suicidaban como única salida al asedio exterior e interior.
El profesor Ismet Ceric, director del psiquiátrico Nedo Zec, escribía febrilmente a finales de 1993 un largo artículo sobre el exterminio voluntario de la Inteligencia. El veinte por ciento de todos los pacientes ingresados en la clínica con trastornos psíquicos eran intelectuales. Profesores universitarios, escritores, pintores, periodistas y algunos actores. Según me explicó Ceric, aquella gente no era capaz de aceptar la situación ni adaptarse a ella.
Pero el desorden mental no afectaba sólo a la élite culta. Las reacciones paranoico-persecutorias, las depresiones y los síntomas claustrofóbicos eran la materia prima del síndrome postrauma, el gran mal oscuro de Sarajevo. “La mayoría de la población de la ciudad padece alguna clase de desequilibrio provocado por el asedio y el terror prolongados”, me dijo Ceric una tarde en que los gritos de los alucinados se mezclaban con las explosiones de artillería.
Según estadísticas científicas, durante la Segunda Guerra Mundial el miedo ante la muerte súbita era percibido en una proporción de uno a tres entre civiles y combatientes armados respectivamente. En Sarajevo, esa proporción se invirtió. Tres civiles por cada soldado vivían traumatizados ante la idea de la muerte violenta. En Bosnia no se trataba de vencer a un ejército enemigo sino de exterminar a los civiles”.
Julio Fuentes (Sarajevo, juicio final)

QUINCE
Dear Mimmy,

(...) Fui a ver la Vijecnica, la vieja biblioteca de Sarajevo. Generaciones y generaciones se alimentaron de sus riquezas, hojearon y leyeron la multitud de libros que contenía. Un día alguien me dijo que un libro era el bien más precioso, el mejor amigo que se pudiera tener. la Vijecnica era una mina de tesoros. ¡Cuántos amigos había! Hemos perdido todos los tesoros, todos los amigos que contenía ese magnífico monumento histórico. Todos han desaparecido, se los ha tragado el fuego definitivamente.
La Vijecnica es hoy un amasijo de cenizas y ladrillos; todavía se puede descubrir aquí o allá una hoja de papel con alguna escritura. Como recuerdo de toda aquella riqueza perdida para siempre me he traído un pedazo de ladrillo y un trozo de metal.
Zlata Filipovic (Diario)
(Sábado, 4 de setiembre de 1993)

DIECISÉIS
Adiós a Sarajevo

La víspera de mi partida me desayuno con Susan Sontag antes de acompañarla al pequeño teatro de cámara en donde, a la luz de unos candelabros, va a comenzar los ensayos de su montaje teatral de Esperando a Godot.
A poco de llegar a Sarajevo, al Sarajevo asediado y convertido en un campo de concentración de invisibles alambradas, la comparación con nuestra guerra civil y el cerco y bombardeo de Madrid se impone como una realidad insoslayable. Sí, allí están, a cubierto de los montes, edificios y colinas cercanos, “los cobardes, los asesinos, los siervos incondicionales, los ciegos instrumentos de los más sombríos fantasmas de la historia, los técnicos de la guerra, los sabios de verdugos del género humano” de los que habla el autor de Juan de Mairena. Pero, ¿cómo explicar el abismo entre el sobresalto de la conciencia mundial en 1936 para defender una causa justa pese a sus excesos y errores y la apatía actual de los intelectuales y artistas, exceptuando una lúcida minoría, ante la agresión, el terror y las matanzas de los aventajados discípulos de Goebbels y Millán Astray? ¿Dónde están los Hemingway, Dos Passos, Koestler, Simone Weil, Auden, Spender, Paz, que no vacilaron en comprometerse e incluso combatir, como Malraux y Orwell, al lado del pueblo agredido e inerme? Las tentativas de Susan Sontag y mía de atraer a autores de renombre a Sarajevo han sido un fiasco. El desconcierto ideológico provocado por el derrumbe del socialismo real y la terquedad de las lógicas estratégicas y los movimientos reflejos creados por la guerra fría no aclaran en parte el fenómeno. No podemos hablar de ignorancia: los corresponsales y fotógrafos enviados a Sarajevo y los frentes de guerra han cubierto en general la información con coraje y honradez ejemplares. Pese a ello, la opinión pública vegeta en una especie de estupor resignado. ¿Será fruto, nos preguntamos, del cansancio subsiguiente a la proliferación en luchas étnicas y guerras insolubles en Asia, áfrica y naciones periféricas de la difunta URSS?, ¿de qué la presidencia bosnia haya implorado sin éxito el socorro de Estados Unidos y la Comunidad Europea, induciendo con ello a muchos intelectuales sedentarios, habituados a una clara distinción entre buenos y malos, a recelar de ella y admirar el enfrentamiento audaz de Milosevic a los poderes arrogantes e ineptos que dominan hoy el planeta?, ¿de que las gesticulaciones del Consejo de Seguridad y las resoluciones de ayuda humanitaria hayan convencido a los más de que nuestros Gobiernos hacen cuanto pueden en el “avispero balcánico”?, ¿o de una simple e invencible aversión al islam? ¿Qué pensar de los intelectuales que, con olvido de las lecciones de Auschwitz, han ido, como Elie Wiesel, al gueto aterrorizado y hambriento a predicar una angélica “moderación a las dos partes”?
(...)
Como en nuestra guerra civil, el bando vencedor ha encontrado igualmente sus portavoces: los pintorescos hispanistas británicos, que confundían los partes de victoria de Franco con las hazañas del Cid Campeador, han suscitado un émulo mucho más siniestro. El ex-disidente ruso Edvard Limonov, partidario del nacional-comunismo y afín a las ideas de Le Pen, tras extasiarse con “la extraordinaria sensación de potencia que procura el tener en las manos una ametralladora pesada”, hacía suyas, en un maloliente reportaje publicado en Francia, las palabras de uno de los sitiadores de Sarajevo: “Estamos en la Tercera Guerra Mundial, la de la lucha entre la cristiandad y el islam”.
Juan Goytisolo (Cuadernos de Sarajevo)

DIECISIETE
Dear Mimmy

Hoy es el cumpleaños de mamá. Le he dado un enoooorme beso y le he deseado un “Feliz cumpleaños, mamá”. No tenía nada más que darle.
Es su segundo cumpleaños de guerra. El mío se acerca. Se acerca diciembre. ¿Será un cumpleaños de guerra? ¿Uno más?
Zlata Filipovic (Diario)
(Jueves, 9 de setiembre de 1993)

DIECIOCHO
El suicida

Lo único que anoté para mí en el viaje serbio fue un pasaje de la carta de despedida de aquel hombre que, antaño partisano, como su mujer, se quitó la vida después de estallar la guerra en Bosnia. “La traición, el desmoronamiento, el caos de nuestro país, la difícil situación en la que se ve arrojado nuestro pueblo, la guerra de Bosnia-Herzegovina, el exterminio del pueblo serbio y mi propia enfermedad han hecho que mi vida ya no tenga sentido, y por ello he decidido liberarme de la enfermedad y, sobre todo, de los sufrimientos causados por el ocaso de mi país; de este modo permito que mi organismo agotado, que ya no soportaba todo esto, descanse”. (Slobodan Nikolic, a orillas del Drina, 8 de octubre de 1992).
Peter Handke (Justicia para Serbia)

DIECINUEVE
Parte de guerra

Pienso sin cesar en Sarajevo, y cuanto más pienso, más tengo la impresión de que Sarajevo ha dejado de ser lo que era. Tantos muertos y tantos heridos. Monumentos históricos destruídos. Libros y cuadros desaparecidos. Arboles centenarios abatidos. Tanta gente como se ha ido de Sarajevo para no volver nunca más. Ya no hay pájaros: sólo un desgraciado gorrión que pía. Una ciudad muerta. Y los señores de la guerra continúan discutiendo, dibujando mapas, tachándolos... Todo lo que sé es que su jueguecito ha costado ya a Sarajevo quince mil víctimas, entre las cuales hay tres mil niños y cincuenta mil inválidos de por vida -se les puede ver por las calles con muletas, o en sillas de ruedas, sin brazos o sin piernas-. También sé que ya no hay sitio en los cementerios y en los parques para enterrar más víctimas.
Quizá sea esa la razón para que esta locura termine... ¿Hasta cuándo? No lo sé. ¿Hasta el 21 de setiembre? No lo creo. En fin, ya veremos.
Zlata Filipovic (Diario)
(Domingo, 19 de setiembre de 1993)

VEINTE
Antes de la lluvia

Termina Underground; se abre la tierra y en una isla un grupo de serbios perciben lo doloroso de la secesión. Sin embargo, tienen tiempo para seguir festejando y riendo. Saben que la guerra no ha terminado. En otra película, Antes de la lluvia, una pareja de jóvenes macedonios (él cristiano ortodoxo y ella musulmana) viven una historia de amor tipo Romeo y Julieta. Amor imposible. La tormenta viene del norte. El Territorio Comanche de la guerra se acerca para dividir a las familias, para encender la llama del odio en las aldeas de Macedonia. Después de Underground, cuando las cámaras de televisión ya se retiraron acompañando al exilio francés refugiados de Bosnia-Herzegovina como Zlata Filipovic, cuando Juan Goytisolo y Peter Handke escriben tranquilamente en sus casas de España y Austria respectivamente, cuando Milosevic sigue siendo el presidente serbio y Sarajevo es visitada por el Papa Juan Pablo II, Macedonia espera con pánico la llegada de la tormenta. Manchevski, en su obra Antes de la lluvia (una de las mejores películas estrenadas este año) completa los huecos dejados por el barroquismo de Kusturica. Una historia mínima, privada, que avisa que el drama de la guerra en los Balcanes está lejos de terminar.

* Plublicado en Posdata

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