Cuando uno
ha estado varios años fuera del país y su objeto
de estudio sigue siendo el Uruguay, se le plantean ciertos problemas.
La índole de los mismos es diversa, pero aquí me
voy a concentrar fundamentalmente en dos: los de tipo teórico
y epistemólogico.
En el área de los estudios literarios y culturales latinoamericanos
-la disciplina en que me muevo- los problemas aludidos son, matiz
más, matiz menos, compartidos con los colegas de los otros
países del área. Tanto para ellos como para mí,
se plantea el siguiente dilema: qué modelos teóricos
abrazar a fin de dar cuenta de nuestro objeto de estudio. Me voy
a concentrar, brevemente, en uno de los modelos teóricos
más en boga hoy en la disciplina: la teoría poscolonial.
Si
bien el origen de tal corpus teórico es asiático
y africano, no es raro ver hoy a colegas latinoamericanos haciendo
uso de sus categorías y conceptos. Las ideas de Homi Bhabha,
Gayatri Spivak, Edward Said, son moneda corriente entre los latinoamericanistas.
Como es fácil conjeturar, esta traslación de marcos
teóricos pensados y concebidos para realidades sociales
y culturales tan distintas a la latinoamericana no está
exenta de conflictos.
Para los que nos dedicamos al área colonial propiamente
dicha (es
decir, el período que va desde 1492 hasta fines del siglo
XVIII),
esos conflictos son acaso más claros que para los que se
dedican a los siglos XIX o XX. Para empezar, las ideas de Bhabha
y Cia. Intentan explicar una cultura surgida del imperialismo británico
o francés en los siglos XIX y XX, modelos de dominación
que poco o nada tienen que ver con los de la dinastía de
los Habsburgo o la de los Borbones.
Quiero decir que las instituciones, el sistema de organización
económica, las políticas culturales y un largo
etcétera, son muy diferentes en el período imperial
español que va de los siglos XV al XVIII a los de los
imperios británico y francés más recientes.
Por lo tanto, cualquier aplicación imprudente o apresurada
del corpus teórico poscolonial tendrá como consecuencia,
casi con seguridad, un error de paralaje.
Por otro lado (y
esto no es menos importante), el lugar de producción de la teoría
poscolonial, su situación de enunciación, su filiación
institucional, es la academia norteamericana
y, en menor medida, la inglesa. Con esto no quiero cuestionar
un corpus teórico por su lugar de origen sino más
bien destacar que sus practicantes y creadores están condicionados
por ciertos datos de la realidad, que van desde la filiación
institucional (con
los consiguientes condicionamientos que cada institución
impone a sus miembros) hasta las realidades cotidianas que deben
enfrentar, pasando por su formacion académica previa.
De ahí que no sea extraño ver trabajos académicos
en el área de los estudios literarios que se centran en
temas o problemas que no tienen por qué ser relevantes
en las sociedades en que se produjo el texto estudiado, aunque
sí la tengan para los cultores de los estudios poscoloniales,
ubicados u originados en la metrópolis.
Un ejemplo reciente es el de un trabajo sobre cine latinoamericano
donde se estudiaba la "mímica", un procedimiento
subversivo o resistente usado por el sujeto poscolonial, según
Homi Bhabha. Lo que ese tipo de trabajos pierde de vista es que
en, el estado de desarrollo actual de las repúblicas latinoamericanas,
el procedimiento de "mimar" la conducta y apariencia
del amo de la etnia invasora es algo que, si alguna vez ocurrió,
está perdido en la noche de los tiempos.
Lo
que importa aquí es que tal vez el modelo teórico
empleado nos lleve al estudio de pseudo problemas, dejando así
de lado asuntos más relevantes para nuestras culturas
latinoamericanas. Mucho más podría decirse sobre
los problemas generados por la traslación y utilización
indiscriminada de modelos teóricos pensados para y desde
otras sociedades, si bien lo dicho hasta aquí alcanza
para dar una idea de los peligros que ello implica.
Dificultades
similares se presentan en el ámbito de lo epistemológico,
en la forma en que se organiza una disciplina. Estoy pensando
en discutir, a modo de ejemplo, una de las tareas fundamentales
de cualquier área de estudio: la construcción de
su objeto.
En estos tiempos que corren existen muchas formas de concebir
el objeto de estudio: algunas son residuales, tributarias del
paradigma de las bellas letras, de la furia estructuralista o
de la tontería New-criticista; otras son más recientes
e intentan corregir ciertos defectos de que adolecían los
paradigmas anteriores.
Me voy
a referir a dos de ellos en concreto, sobre todo porque, a pesar
de los reparos que me merecen, son los mas renovadores y progresistas.
Comencemos con los estudios culturales. Se trata de una forma
de concebir el objeto de la disciplina que difiere de todas las
que la precedieron. En lugar de tener como centro la producción
literaria
que cumple con los requisitos establecidos por el modelo de las
bellas letras, se concentra en el estudio de diversas manifestaciones
culturales que nada tienen que ver con la literatura. De este modo se
da cabida a fenómenos culturales a los que en el pasado
se consideraba indignos de estudio. El arte popular y la cultura
de masas, por ejemplo.
Este desplazamiento
del interes académico es de por sí refrescante.
Sin embargo, muchos de los teóricos de los estudios culturales
tienen una fuerte tendencia a celebrar el carácter liberador
o resistente de los productos de los medios
de comunicación masiva, al tiempo que se apropian, en
buena medida, de las producciones de la cultura popular. La celebración
aludida tiene mucho que ver con cierta forma irresponsable de
considerar la posmodernidad o al menos lo posmoderno como algo
liberador. La aceptación de que el mundo posmoderno (cualquier
cosa que esto sea) es
una especie de progreso con respecto a la cultura moderna es una
de las constantes detectables en parte de los practicantes de
los estudios culturales latinoamericanos. La apropiación
de lo popular a la que aludía se debe, entre otras cosas,
a la incorporación a un modelo teórico que quiere
ver en ellas una confirmación, en la mayoría de
los casos, de la falacia siguiente: en la posmodernidad, por fin,
los marginados pueden expresarse. Sin embargo, todas estas celebraciones
pierden de vista, sistemáticamente las cuestiones de clase.
Quiero decir
que los estudios culturales, en general, tienden a dejar de lado
cualquier análisis de clase posible. Esto, en sociedades
tan desiguales como las latinoamericanas, se parece mas
a un pecado que a un error de perspectiva.
El otro modo de construir el objeto de la disciplinas es el llamado
subalternismo. Surgido recientemente entre los estudiosos de la
cultura latinoamericana, está inspirado en el grupo de
investigadores hindúes autodenominado "subaltern studies
group". La idea es enfocar las baterías de la disciplina
hacia el sujeto subalterno. Es decir, a aquellos sujetos
marginales
y sus producciones, a su forma de ver el mundo, a su perspectiva.
Si bien se trata de un viraje saludable, no deja de tener sus
problemas. Ante todo, el propio origen del grupo latinoamericano
delata su carácter epigonal. Y aunque los orígenes
de una idea no la convierten en mala o foránea, remito
aquí a lo dicho sobre las limitaciones que conlleva la
adaptación de marcos teóricos tomados de otras realidades
sociales y culturales.
Los
problemas que he esbozado, complejos de por sí, se vuelven
más graves todavía en el caso de aquellos que publicamos
regularmente en y sobre el Uruguay. En este mundo comunicado,
a las dificultades para elegir marco teórico y para construir
el objeto de la disciplina (aún
en el caso de que las hayamos resuelto en forma ideal y perfecta), se suman
las de presentar las conclusiones de nuestro trabajo en términos
legibles y pertinentes para un lector uruguayo. Lejos de ofrecer
soluciones en esta instancia, me limito a presentar los problemas
y, sobretodo, a escuchar las sugerencias de ustedes.
Nota: Este trabajo fue presentado
para el Proyecto Diáspora de Investigación y Edición.
Jornadas para el 15, 16, 17 de agosto de 1997, con el fin de
establecer la Red Diáspora de Investigadores, con participantes
de Uruguay y del exterior. Organiza Ediciones Trilce. Coordinado
por: Silvia Dutrenit, Gerardo Caetano, Adela Pellegrino, Ruben
Tansini y Pablo Harari.
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