III. El itinerario de
escritura del Tratado de
la imbecilidad del país...
Hemos repasado las crisis que atraviesa Herrera y Reissig entre
1900 y 1902,LXXXVI y hemos visto que ellas proveen el marco para una
transformación radical de aquel poeta que, aún en 1899, publicaba
sus pequeñas piezas de un romanticismo trasnochado en periódicos y
se apasionaba con las luchas de banderías políticas al uso. Es en
esos días turbulentos de comienzos del siglo que da forma a estos
textos, su Tratado de la imbecilidad del país por el sistema de
Herbert Spencer, y pone en ellos toda su esperanza de estar
construyendo un trabajo importante y perdurable. Las cartas a sus
amigos Edmundo Montagne, Oscar Tiberio, y algunas otras
declaraciones públicas de Herrera y Reissig trazan, con cierto
detalle, el itinerario de la
escritura del
Tratado…
Ese itinerario puede resumirse desde ya. A fines de 1900, Herrera y
Reissig encara la redacción de algunos textos en prosa que, en un
comienzo, serían parte de un trabajo en común con De las Carreras.
Eventualmente, la zona herreriana de tales manuscritos creció y se
independizó del proyecto original, para dar lugar a los ensayos y
capítulos de su Tratado de la imbecilidad del país…, el cual parece
estar definido como proyecto autónomo, y con su propio título, ya
para
octubre de 1901.LXXXVII
De la parte del proyecto correspondiente a De las
Carreras, si alguna vez se escribió, no tenemos noticia
cierta, aunque son abundantes las semimitológicas referencias a
tales papeles en diversas fuentes. Tampoco sabemos el tono real de
tal obra de De las Carreras, salvo por reportes indirectos.
LXXXVIII
Veamos ahora los testimonios de época que dan cuenta de estos
asuntos.
La primera mención de la que tenemos noticia a un trabajo que podría
tener relación con el posterior Tratado de la imbecilidad del país
por el sistema de Herbert Spencer es de carácter público. Abre, a su
vez, una innecesariamente larga saga de especulaciones acerca de la
autoría de los manuscritos producidos en aquellos tiempos, entre
ellos los que compondrán el Tratado…
En la edición popular del periódico montevideano El Siglo
del 7 de junio de 1901, en la página 1, columna 6, hay una noticia
«bibliográfica» que dice:
Los señores Herrera y Reissig y Roberto de las Carreras, dos
escritores sobresalientes, terminan el libro de crítica literaria y
de crítica de literatos que hace tiempo están preparando. Esa doble
crítica, en estilo vigoroso y nuevo, tendrá el privilegio de
provocar debates interesantes.
Una importante noticia aparecida ese mismo año, y casi enseguida, el
20 de junio, en el periódico El Imparcial de Salto, página 1,
columnas
1 y 2, continúa aportando datos sobre el proyecto por entonces en
común. El periódico salteño publica entonces una extensa carta que,
desde Montevideo, envía Horacio Quiroga a su amigo Federico
Ferrando. En ella, entre otros comentarios y noticias sobre la
actualidad del mundillo literario montevideano, se encuentran los
siguientes párrafos:
La noticia de un libro a aparecer, escrito por Roberto de las
Carreras
–prólogo de Julio Herrera y Reissig– no es probable se conozca en
esas regiones agrícolas. Trátase de una obra eminentemente nacional,
con bonito título y tendencias más que humanitarias. Se pretende en
ese libro dar una cabal idea de lo que somos, es decir, de lo que
son nuestros compatriotas, explicando el origen de ciertas piedras
cerebrales tan edificantes en la República Oriental del Uruguay, así
como la virtud nacional de ser presuntuosamente estúpidos –perdón
por la palabra, pero se trata de eso en el libro.
Desfilan en el prólogo de J. H. y R. muchas cosas: la República, su
aspecto, Zorrilla de San Martín, las cañas dulces, singular parecido
de Montevideo con Salto y Paysandú, los
charrúas –indios que
existieron antes– terrenos de sedimento, y algún […]pico.
Hay otras cosas, pero no las recuerdo.
Roberto de las Carreras moraliza. Extirpa a Eduardo Ferreira,
excelente caballero, pero detestable escritor, (Carreras no cree que
sea caballero), a José Rodó, víctima de ciertas cosas; a Víctor
Pérez Petit, que tiene una enfermedad en la cabeza; y así pasan por
la obra muchos hombres de letras, Carlos Reyles, Bobadilla (cubano),
Papini y Zas y algunos otros.
Hasta pasa graciosamente Lugones, que es el primer poeta actual.
Hay además un diálogo-introducción en el que no me atrevo a decir se
burlan, pero sí se ríen de los 200.000 kilómetros cuadrados de
fértiles campiñas que en los mapas se llaman R. O. del U.. En verdad,
y esto es necesario para la tranquilidad nacional, no se trata de
que todos crean lo que dice el libro como en un evangelio. Va la
obra a título de información, nada más. Cierto es que las páginas
son graves; pero estoy seguro de que mis buenos amigos no pretenden
organizar un movimiento de vergüenza hacia la suma de habitantes de
nuestra tierra.
Hasta aquí el informe de Quiroga –quien por esos tiempos pasaba por
una etapa de aparentemente buena relación con Herrera y sus
allegados, cosa que no iba a mantenerse así en el futuro.
¿Cuál es, pues, la interpretación que puede darse al informe
quiroguiano, así como al previo suelto en El Siglo, que hablan de
una obra en común entre ambos amigos?
Atendiendo a algunos de los contenidos citados, se ve que varias de
las zonas que hoy componen el Tratado de la imbecilidad… ya estaban
redactadas, por Herrera y Reissig, para mediados de 1901. En efecto,
todo lo que menciona Quiroga como parte del «prólogo» de Herrera y Reissig está efectivamente en los manuscritos que en este volumen se
publican. Hay algunos pasajes en que se habla de «ciertas piedras
cerebrales», como dice Quiroga, y también de Juan Zorrilla de San
Martín (aunque no de su obra literaria, sino de sus opiniones
urbanísticas).
Pero estos dos textos públicos no son el único testimonio de alguna
colaboración efectiva entre Herrera y De las Carreras. Un breve –e
incompleto– texto se conserva entre los papeles del primero, llamado
Prolegómenos de una epopeya crítica (A la manera de Platón).
Manuscrito por Herrera, es efectivamente un diálogo entre ambos
amigos, Herrera y De las Carreras, y constituye una de las pocas
referencias directas de los escritores a un posible libro compuesto
en común.LXXXIX
En este diálogo se hace referencia, una vez más, a
dos textos, o a un texto escrito en partes separadas por uno y otro
interlocutor. Por otro lado, las referencias, que son bastante
generales, no permiten asociar ese texto referido con el Tratado de
la imbecilidad… tal como llegó en su redacción por Herrera y Reissig.
De estos hechos, seguros, no tiene por qué inferirse la inexistencia
de otros textos aún no conocidos, entre ellos ese posible «tratado
literario» que Quiroga anticipa. Como hipótesis, no debe descartarse
que De las Carreras haya escrito su parte, que quizá realmente haya
existido ese otro tratado de crítica literaria, hoy perdido –u
oculto entre los papeles de Roberto de las Carreras–. A ese tratado,
escrito en común, se referirían entonces los «Prolegómenos» antes
mencionados. Apoya esta hipótesis que las referencias hechas en los
«Prolegómenos» no parecen corresponder a los textos reunidos en el
Tratado…, sino a una obra de carácter más literario con prólogo de
Herrera y Reissig, reafirmando lo anunciado por
Quiroga. También
sería un indicio de la existencia de, al menos, algún manuscrito
preliminar de De las Carreras, una cita que Herrera incluye en el
Tratado…, en la que, en nota al pie de página, dice «Véase
Literatura Colonial de Roberto de las Carreras».
No obstante, tanto esa remisión como los «Prolegómenos» pueden
haberse escrito por anticipado a la obra, remitiendo a una idea aún
no realizada, o en vías de realización luego abortada, elogiando lo
que aún no existía.XC
En resumen, en cuanto a la autoría, pues, pese a la posibilidad de
una colaboración literaria y ensayística en los años que nos ocupan
entre Herrera y Reissig y De las Carreras, existe la certeza de que
el Tratado de la imbecilidad del país por el sistema de Herbert
Spencer es de Julio Herrera y Reissig, con independencia del grado
en que esa colaboración haya derivado en otros proyectos no llevados
a cabo o en otras realizaciones perdidas. Herrera y Reissig escribe
las seiscientas páginas de su puño y letra, trata a sus páginas como
propias, dispone de ellas, anuncia en privado y en público la
aparición del libro como suyo, y no es nunca desmentido o
cuestionado en su autoría por De las Carreras.
Con el correr de los meses –y, previsiblemente, al progresar Herrera
en su trabajo de
escritura– las referencias a la obra se multiplican
y se hacen más precisas. Hay, así, dos fragmentos de una carta que
envió Julio Herrera y Reissig al poeta platense Oscar Tiberio, que
resultan también útiles a la hora de estudiar la mirada del propio
Herrera sobre su manuscrito.
«Oscar Tiberio» es el seudónimo de Jacinto Bordenave, poeta y
escritor de La Plata que mantuvo correspondencia con Herrera, sin
llegar a conocerlo personalmente, entre 1899 y 1902.XCI
En esos
fragmentos, ambos de una carta de septiembre del año 1901,XCII el
uruguayo revela las grandes expectativas que abrigaba respecto del
triunfo de su obra, al tiempo que hace una breve definición de lo
que él entendía estaba escribiendo. Hace una primera mención, al
pasar, a un «próximo libro» que está escribiendo y que espera
servirá como «prueba» de su «descendencia» de Hobbes, «abofeteador
de imbéciles, domador de bellacos, catapulta contra las mentiras de
la sociedad (…)», para enseguida volverse más específico:
Hace un año que trabajo sin descanso en este libro, que creo será lo
único bueno que hasta la fecha haya producido, y donde
verdaderamente haya vaciado toda mi alma artística. El libro en
cuestión abraza todo mi país y parte de la América del Sur. Es un
estudio psico-fisiológico de la raza y un examen crítico de sus
manifestaciones emocionales e intelectuales. Destrozo en él a esta
sociedad, imbécil y superficial, y a sus literatos, uno a uno,
examinando detenidamente sus obras.
Si esta carta es, como se conjetura, de septiembre-octubre de
1901, eso nos informa que la redacción del Tratado… comenzó en ese
último cuarto del año 1900. Herrera se refiere a un libro que es
tanto un «estudio psico-fisiológico de la raza y un examen crítico
de sus manifestaciones emocionales e intelectuales» como un tratado
de crítica literaria. De él tenemos lo primero, incluyendo el
destrozo anunciado, que es lo que se publica en este volumen. En
cuanto al prometido «examen detenido» de las obras de los literatos
del Uruguay, quizá Herrera esté en este caso exagerando el papel de
los pasajes del libro en que, efectivamente, menciona y comenta la
creación literaria en el
Montevideo de su tiempo. En todo caso, lo
seguro es que no contamos con el prometido «examen detenido» de casi
ninguna obra, salvo una larga nota al pie en que se critica un
aspecto de El que vendrá de Rodó, una consideración de un artículo
urbanístico de Zorrilla de San Martín, y un comentario sobre el
punto de vista moral adoptado por Rafael Sienra en su libro sobre el
Bajo montevideano que se titulaba Llagas sociales.
Por los mismos días, también a Edmundo MontagneXCIII toca ser
informado por Herrera y Reissig del trabajo que éste tenía entre
manos. La primera de esas informaciones ocurre en una misiva que
Herrera fecha hacia fines de noviembre de 1901, y esta mención es
importante, porque en ella se da por vez primera el título de la
obra. Dice Herrera:
Trabajo muchísimo en mi futuro libro de prosa: El
Tratado de la
imbecilidad del país, por el sistema de Herbert Spencer. Aparecerá
esa obra para principios de año.XCIV
Y enseguida, precisando más el espíritu de su obra, el 8 de
diciembre de 1901, insiste:
Oh, cuando aparezca mi libro (de crítica) ¡qué revolución en
América! Aguardemos hasta entonces, querido Montagne. Todo esto hay
que ponerlo en la picota. Lo único que cabe hacer aquí, es la risa
amarga y eterna de Voltaire y de Byron! Hacer una obra de
demolición, de crítica, es inmortalizarse. Eso es lo único que
vivirá. Creo que mi libro será una de las obras más originales y
valiosas de cuantas se hayan escrito sobre un país, una época y una
raza! Creo de veras que no morirá y tendrá resonancia hasta en
Europa, pues la haremos traducir al francés y al italiano. Me faltan
todavía seis meses de trabajo. Es una joya literaria. Hay que
limpiarla, pulirla siempre.
El fragmento da una clara idea de la expectativa y el interés
intenso que Herrera tenía por entonces en su trabajo con el Tratado
de la imbecilidad… También de la centralidad que en el proyecto
tiene esa
«risa amarga», que se asocia directamente en esta concepción con la
crítica, una crítica esencialmente irónica, pues. También es
importante ver que Herrera calculaba terminaría su trabajo para
mediados de
1902 (dice que le faltan «seis meses» de trabajo). Esa estimación es
consistente con la que desliza, en un tono mucho más deprimente, en
su próxima mención al Tratado..., en nueva carta a Montagne del 1º de
junio de 1902:
Muy triste me hallo. Muy abatido – Muy pobre. Así me ha tomado su
carta. Estuve dos meses enfermo, con palpitaciones nerviosas al
corazón
– A consecuencia de esa calamidad tengo forzosamente que haraganear,
dejando la conclusión del Tratado de la imbecilidad de mi país para
dentro de un par de meses, si para entonces, como se entiende, estoy
bien de salud.
Hasta este momento, junio de 1902, pues, Herrera y Reissig tiene
avanzado pero no terminado su trabajo. En setiembre de 1902 tendrá
lugar la publicación de algunos fragmentos. Esa publicación guarda
abundante información sobre la estructura, intención y carácter del
libro.
El «Epílogo wagneriano a La política de fusión»
y la caída del proyecto
Como hemos visto ya en otra parte, un crítico, al comentar los dos
fragmentos de la carta de Herrera a Tiberio de septiembre de 1901 en
que aquél se refiere a su Tratado…, dice que «del conjunto [de esta
obra], segregó Herrera al cabo algunos pasajes que reorganizó y
adaptó con un rótulo, “Epílogo wagneriano a 'La política de fusión´”.
Tales páginas dan una idea bastante explícita de la entidad
originaria».
El «Epílogo wagneriano» no es, sin embargo, en su entidad
ensayística, un zurcido de fragmentos reorganizados del tratado que
hoy publicamos. Lejos de ello, es una carta-ensayo, publicada en la
revista trimestral Vida Moderna en septiembre de 1902, en la que
Herrera y Reissig hace la crítica del ensayo histórico La política
de fusión, publicado por su amigo Carlos Oneto y VianaXCV
en abril
del
mismo año, y en el cual incluye una serie de citas textuales de otro
libro, el Tratado de la imbecilidad…
El hilo conductor de Herrera en este trabajo es la observación de
que lo que hace falta al mundo intelectual uruguayo no es la clase
de textos de revisionismo histórico –del que es ejemplo el de Oneto–,
que, a juicio de Herrera, pese a sus virtudes ocasionales, no
alcanza a elevarse por sobre la tradicional discusión de banderías y
política más o menos menuda. En cambio, el poeta pide una visión más
amplia y profunda, de conjunto, que explique a los partidos como uno
más de los elementos que intervienen en la dinámica social del país.
Herrera y Reissig aboga por el estudio «sociológico» y «científico»
que sustituya al ensayo político-histórico de sesgo partidario.
En ese marco es que Herrera incluye, sí, fragmentos de su tratado.
Pero, lejos de ser una «reorganización y adaptación» de aquellos, se
trata de citas, aunque extensas, de carácter ilustrativo de un tipo
de texto distinto al de Oneto. Lo que hace Herrera es dar un
verdadero
«adelanto» de partes de su Tratado…, aclarando además la ubicación
que les corresponde en la entidad original a la que pertenecen.
Todavía en el momento de publicar el «Epílogo…», septiembre de
1902, Herrera tenía –como las seguirá teniendo por un tiempo aún–
grandes expectativas sobre su Tratado… y sobre el impacto público
que llegaría a tener.
En el «Epílogo wagneriano…» anuncia a su corresponsal Oneto y Viana:
«en una extensa obra de crítica enciclopédica, sobre el país, que
saldrá a luz próximamente, inserto un juicio tan largo como tu
Política de fusión sobre lo que en mi concepto significan los
partidos tradicionales». Y más adelante previene:
Para que tú, como tus colegas, noten la diferencia que existe entre
escribir por vanidad y por ambición, y se persuadan de que en esta
tierra se ha tomado la literatura por sastrería, inserto unos
renglones de mi famoso libro, y termino con ellos esta ya extensa
carta sinapismada que quizás a cuántos estólidos llene de
consternación…!
E inmediatamente a esto, en nota, agrega «Auguro un aumento de
mortalidad para cuando aparezca mi Tratado… Habrá tantos muertos
como páginas…».
Estas puntualizaciones muestran nuevamente que el espíritu con el
cual Herrera publica los fragmentos a que nos venimos refiriendo es
el de dar un adelanto de su gran obra, que para septiembre de
1902 aún espera publicar, y sobre la que en esa fecha tiene enormes
expectativas. De ninguna manera existe entonces o después un
«retroceso» o «arrepentimiento» sobre estos textos, como se ha
sugerido equivocadamente.
¿Por qué el libro anunciado en privado y en público por las diversas
vías reseñadas hasta aquí no llegó a ver la luz? ¿Cuánto tiempo se
prolongaron tales expectativas, al pasar los meses y no verificarse
la publicación del anunciado Tratado…?
Aunque no exista una explicación única y simple a esta cuestión,
pueden aventurarse al menos cuatro factores.
Un primer factor, cierto –que no descarta otros posibles–, es el
desánimo de Herrera y Reissig ante la ausencia de reacciones luego
de su publicación de los fragmentos del Tratado de la imbecilidad…
dentro de su «Epílogo wagneriano». Tenemos prueba de esto último un
año largo más tarde. En enero de 1904, en una carta del poeta a su
amigo Juan José Ylla Moreno, Herrera se queja del poco eco que sus
fragmentos tuvieron en una
Montevideo que, aún entonces, más de un
año más tarde, le parece un «Tontovideo», lleno de «indigencia
rústica». Dice Herrera:
Yo publiqué en
Vida Moderna y en La Alborada.XCVI
Ni un eco, ni una
resonancia… silencio. Muerte de imbecilidad y de sombra, la más
mortal de las Muertes, la más incolora y la más uruguaya.
Termina esa carta en tono entre irónico y desesperanzado,
calificándose a sí mismo como un «herido en el campo de batalla de
los charrúas».XCVII
El clima espiritual e intelectual, así como el estilo y las
opiniones sobre su país expuestas en el Tratado… escrito en 1901 y
1902, están intactos aún,XCVIII
aunque el desengaño por la falta de
eco que han recibido los adelantos publicados es patente, y
probablemente, entonces, una de las causas de que el libro no se
haya dado a la imprenta.
Una segunda causa posible de la no publicación es la naturaleza
excesivamente transgresora, hasta llegar a lo crudamente ofensivo,
del texto. Su ubicación, extramuros de cualquier estándar de
corrección literaria y política para su época, debe haber
desestimulado al menos a todos los potenciales editores. A ello debe
agregarse, como tercer factor a no desdeñar, que la publicación de
un texto tan extenso sin un editor que la financiase se convertiría
en un problema económico importante, y las finanzas de Herrera y
Reissig nunca fueron, y menos en 1902, florecientes.
Un cuarto factor es el cambio en el propio Herrera y Reissig. No un
cambio ideológico que lo hubiese llevado a renegar de las ideas de
su texto ni a abandonarlas, pues puede verse aún en 1907 y más tarde
que su aproximación a las cuestiones que le preocupaban a comienzos
de siglo se consolida y en todo caso se profundiza, aunque tomando
un aspecto más constructivo que destructivo.XCIX
En cambio, es el
tono
general de su aproximación y las prioridades vitales lo que cambia,
profundizando su soledad personal, alejándolo cada vez más del
ambiente en que vivió en los primeros años del siglo, de la época y
del tono en que podría haber empujado sus manuscritos hacia la
publicación.
En febrero de 1904 conocerá a Julieta de la Fuente, con la que
establecerá un largo noviazgo de cuatro años y luego se casará. Ese
mismo año, sobre el mes de septiembre, viaja a Buenos Aires para una
estadía de cinco meses en esa ciudad, aprovechando la oportunidad de
un trabajo en la oficina del Censo en
la capital porteña. A su vuelta la ciudad y el país estarán
cambiando aceleradamente, como consecuencia de una situación
política nueva. Su amistad con De las Carreras se ha enfriado y se
encamina a su áspero fin, que no ocurrirá explícitamente hasta 1906;
pero las alianzas literarias se han rehecho aislando a Herrera y
Reissig de varios de sus antiguos amigos, ahora alineados en filas
«enemigas». El antiguo pontífice de la Torre de los Panoramas, ya
sin visitantes, se encierra en un nuevo cambio y se reconcentra en
la elaboración de su obra lírica.
Notas:
LXXXVI Hay una discusión más específica acerca de la
crisis filosófica en el Posfacio crítico, incluido en el cd-rom.
LXXXVII En una anotación inédita comentando una carta de Quiroga que
citamos enseguida, Roberto Ibáñez llegaba ya a esta misma
conclusión, que por otro lado parece la única posible luego de
examinar manuscritos y testimonios.
LXXXVIII Alberto Zum Felde cita algunos inéditos de De las Carreras:
«Su obra maestra quedó inédita, sin embargo; y probablemente ya ni
existen los manuscritos de ella. Era una especie de crónica
montevideana, burlesca y licenciosa, titulada El sátiro, donde el
escritor hacía gala de toda la agudeza de su ingenio y de su estilo,
y en la cual fi- guraban, como personajes, hombres y damas conocidos
del ambiente político y mundano de la época. Por tal razón –y
mediando influencias amistosas– el autor no se decidió a publicarla,
siendo solo conocida, en parte, por lecturas privadas. Zum Felde,
Proceso in- telectual…, op. cit. [329]. Arturo Sergio Visca
(«Prólogo» a Antología de poetas modernistas menores [Montevideo:
Biblioteca Artigas, 1971]: xxi) y Ángel Rama añaden a esa refe-
rencia otras, también tomadas de Zum Felde. Dice Rama, en uno de los
textos más inte- resantes que se hayan escrito sobre este período:
«[De las Carreras] encara con [Herrera y Reissig] la realización de
algunos de los libros escandalosos que diariamente dictaba a sus
secretarios en el Moka, interrumpiéndose de pronto para tararear una
melodía vaga que explicaba: “invoco la palabra”, “silencio, busco el
vocablo”. Entre estos libros estaba la Antología de la aldea,
crítica de escritores, El sátiro, que al parecer narraba con
fruición la vida privada de muchos uruguayos, dícese que incluso la
de Batlle y Ordóñez, y Fuego sobre el Ateneo, ambicioso volumen
referido al “amor libre” y del que llegó a adelantar un escrito
ocasional, Don Amaro y el divorcio, publicado con motivo del
escándalo que De las Carreras y otros anarquistas promovieron en el
santuario ateneísta, echando de la tribuna al Dr. Amaro Carve que
dictaba una conferencia contra el proyecto de ley de divorcio y
reempla- zándola con un alegato por el “amor libre”». En Rama, op.
cit. (1967): 26-27.
LXXXIX Lo que se conserva de ese diálogo se publica completo en este
volumen. Otra referencia a un trabajo en común se encuentra en la
carta pública de De las Carreras a Herrera y Reissig publicada en El
Trabajo el 8 de octubre de 1901: «La noticia de mi pre- sentación al
Juez ha levantado una tromba de alegría entre los trilingües
burgueses, reos de imbecilidad que enviaremos a la horca, en nuestra
próxima catilinaria; cuyas fauces serán rellenadas por el polvo
olímpico de nuestro carro de combate. ¡En esa obra colosal,
hermética, lo único bueno que se haya escrito en el país hasta la
fecha, cuyos ecos ca- vernosos atronarán las Españas, le pondremos
la nación de sombrero a los estólidos uru- guayos! Ella será la
credencial gloriosa de nuestra psique revolucionaria, de nuestro
valor único, de nuestra personalidad ungida por Minerva!».
XC Una última anotación, de carácter anecdótico, sobre este punto,
la aporta Roberto Bula Píriz (sin informar de dónde ha sacado el
dato) que vincula el proyecto supuesto en común con la nota a pie de
página en el Tratado… mencionada antes: «Todo esto era en Julio una
imitación de las protestas paranoicas de Roberto de las Carreras,
quien le in- fundió además el propósito de escribir en colaboración
un libro que titularían Literatura Colonial, para burlarse
acerbamente de todos los literatos, sin excepción, “que escribían en
la toldería de Tontovideo”. Carlos Reyles tuvo noticia del proyecto,
y manifestó: “Si esos dos me llegan a maltratar en lo más mínimo los
mataré como a perros, sin vacilación”. Y como ambos sabían muy bien
que Reyles no era hombre para amenazar en vano, el libro permaneció
en proyecto». Bula Píriz, op. cit. (1952): 21. Si lo que dice Bula
es correcto, confirma que Literatura Colonial fue realmente la
denominación de la parte de De las Ca- rreras. Es probable que
Reyles se haya «enterado del proyecto» a partir de lo publicado por
Quiroga, quien como se ve lo nombra como uno de los autores a (des)tratar
en el misterioso libro.
XCI
Bordenave es presentado en junio de 1900 en la revista La Alborada
como «uno de los jóvenes inteligentes que en la república vecina
trabajan en provecho de la estabilidad del arte». La misma
presentación dice que «hace apenas tres años que se inició
públicamente en el reinado de las letras». Bordenave había actuado
como militar hasta 1896. La nota informa también que Bordenave «ha
sido redactor de Vida Artística y de La Aurora, y ac- tualmente
dirige La Revista Literaria…».
XCII La fecha de la carta es estimada por Roberto Ibáñez, que es
como en tantos otros casos el primero en estudiarlas. Tiberio
publicó éstos y otros fragmentos de su correspon- dencia con Herrera
y Reissig recién el 20 de abril de 1913, en El Día, de La Plata, sin
dar indicaciones precisas respecto a las fechas de las misivas.
XCIII Edmundo Montagne (Montevideo: 1880), hijo de inmigrantes
franceses. Pasó con su familia a vivir a Buenos Aires siendo un
niño. Publicó muy joven sus primeros versos, en 1894. Su obra,
marcada por el modernismo, es extensa y recorre todos los géneros.
Se suicidó el 24 de abril de 1941.
XCIV PCP: 813.
XCV Carlos Oneto y Viana, jurisconsulto y político nacido en
Montevideo el 7 de no- viembre de 1877. Se graduó de abogado en
1902. Fue diputado durante varios períodos.
Su principal aporte en ese sentido es haber preparado y redactado la
Ley de Divorcio, que se aprobó en 1907. Además de su trabajo sobre
La política de fusión, publicado por el Club Vida Nueva en 1902,
escribió El pacto de La Unión (11 de noviembre de 1855). Sus
antecedentes y consecuencias (1900), El país y la vida institucional
(1904), La diplomacia del Brasil en el Río de la Plata (1904).
XCVI La publicación referida, en la revista La Alborada, no está
directamente rela- cionada con el Tratado… En la edición del 27 de
septiembre de 1903, año VII, n.o 289, aparecen varias referencias y
textos de Herrera. En ese número ve la luz el poema «La cita», de
Herrera y Reissig, y un breve texto titulado «La vejez de
Anacreonte», del mismo autor. Finalmente, y lo más importante,
aparece la ya citada crónica de dos páginas ti- tulada «En el
cenáculo» y firmada por Vicente Martínez. En ella se hace una muy
positiva valoración de Herrera y Reissig, se lo pinta ya como el más
talentoso de los poetas de su ge- neración, se lo describe como una
eminencia intelectual aislada en su torre de un medio que no lo
comprende.
XCVII Carta recuperada por Wilfredo Penco y publicada en Maldoror,
«Informe desde la Aldea», en Maldoror, n.o 15 (1980): 41-43.
XCVIII Dice Herrera en la citada carta a Ylla Moreno, quien está
viviendo en Colonia del Sacramento: «Le veo brumoso de nostalgia por
Tontovideo. [Sin embargo] Todo el país, y no esa ciudad cataléptica,
debería llamarse Colonia. La ingenuidad disculparía la indigencia
del ambiente rústico en que bostezamos. (…) Nada excepto el grupo
escogido de mis amigos, me interesa en esta Pampa monótona y ceñuda.
(…) tomo algún chopp de pampero en mi terraza gringo-gallega (…) voy
a la Playa y subo a los caballitos de a vintén la vuelta, lo cual me
da la impresión de la vida que se lleva en Montevideo y cómo se pasa
el tiempo de una manera infantil».
XCIX El sistema satírico que ordena el texto del Tratado… había
mostrado en Herrera algunas preocupaciones que se continuarán en los
años que le queda de vida, pero luego el enfoque parece haber dado
un golpe de péndulo, de la extrema negatividad necesaria a la
creación de la denuncia sardónica que funciona en la obra de 1901, a
la practicidad de propuesta manifestada especialmente en el texto
«En el Circo», que abre su efímera revista de ciencia positiva y
esoterismo, La Nueva Atlántida, en 1907. En esta última, aquella
visión que se mofaba de las pretendidas riquezas minerales del
Uruguay y lo juzgaba todo piedra inservible en el Tratado…, sin
abandonar el interés por esa dimensión mineral, se trueca en
esperanza de que las que ahora considera grandes riquezas sean
explotadas, mostrando una visión emprendedora que lo llevará a él
mismo, poco después, a hacer
un intento de entrar en el mundo más positivo del comercio, a través
de la importación y venta de vinos franceses.
*Publicado originalmente en el TRATADO DE LA IMBECILIDAD DEL PAÍS POR EL
SISTEMA DE HERBERT SPENCER JULIO HERRERA Y REISSIG -
transcripción, edición, estudio preliminar, postfacio crítico y
notas de Aldo Mazzucchelli.
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