Este texto fue escrito
meses antes de que la segunda novela de Ercole
Lissardi
(Últimas conversaciones con el fauno) fuera publicada.
Por entonces, la escueta iformación que se tenía
sobre este autor, divulgada en las contraportadas de sus primeros
libros, era que Lissardi (actualmente activo colaborador de H
enciclopedia y autor de tres novelas más) era hombre
muerto.
A fines
de este mes será publicada la segunda novela del escritor
uruguayo Ercole Lissardi (Últimas
conversaciones con el fauno), hecho que me servirá de pretexto
para reflexionar sobre la escasa difusión y repercusión
de su novela anterior (Aurora
lunar).
Se dice en los corrillos literarios que don Lissardi esta vivo
(contrariamente
a lo que informan las solapas de sus libros
anteriores)
y que es meramente un seudónimo tras el cual se
esconde un humilde escriba que, sin pretensiones ni tapujos, habla
de algo que la literatura uruguaya parece tratar de soslayo: sexo.
El simple
hecho de cobijarse en un alias indica una o dos cosas, según
se lo interprete: a) que el autor es un paranoico
que cree que la sociedad uruguaya (en especial la parte de ella que se dedica
a la crítica y a la producción literarias) no está
dispuesta a dar carta de ciudadanía a ese tipo de literatura
que algunos llaman pornografía y que yo me abstendré
de calificar, b) que el autor no es tan paranoico
y que, efectivamente, el ambiente cultural uruguayo es
considerablemente pacato y rivarolesco.(*)
Estoy
absolutamente convencido de que la opción b) es la correcta
y a fundamentarla voy.
Partamos de una base: los seres humanos que viven en sociedad
se agrupan en lo que alguien (Stanley
Fish)
ha llamado comunidades interpretativas. Esto quiere decir que
los miembros de dichas comunidades tendrán una tendencia
a interpretar un mismo texto cultural de manera similar. De este
modo, el texto que llamamos biblia será entendido de forma
diferente segun lo interprete una comunidad católica apóstolica
romana o un protestante seguidor de mi vecino Jimmy Swaggart.
De
hecho, las diferentes formas de verlo, de leerlo, lo convertirán,
a todos los efectos prácticos, en libros
diferentes para cada comunidad.
Con los textos que hablan sobre sexo ocurre lo mismo que con la
biblia: para algunos son un preciado objeto de consumo; para otros
se trata de entidades despreciables y groseras. El establishment
cultural uruguayo es de ésta última opinión.
Si repasamos las reacciones que el humor subidito de tono provoca en un
amplio espectro de sujetos interpretantes, veremos que es así.
Basten como ejemplos
Marcelo Tinelli o Alberto Olmedo, de quienes se ha dicho todo
menos que son finos. Y en esto están contestes no solo
los culturosos de profesión, sino también humoristas
locales (el
pontificante Ricardo Espalter), el grandilocuente Julio María
Sanguinetti en su investidura de presidente uruguayo (ver entrevista en Posdata,
donde trata a Tinelli de grosero) y muchos más.
Como los lectores ya habrán colegido, en una comunidad
interpretativa de tales caractéristicas, los textos que
produce Lissardi se vuelven ilegibles. Sencillamente,
sus miembros no pueden percibirlos. No importa cuán alta
sea la calidad de su prosa (infinitamente
superior a la mayoría de los escritores uruguayos) o cuán inteligente
y profunda su propuesta estética.
Humildemente, desde aquí, insto al amable lector a cambiar
el cristal de sus anteojos. De ese modo, acaso, podrá percibir
a un escritor que, hasta ahora, ha sido desterrado al reino de
lo ilegible.
(*) El término "rivarolesco"
(basado en las hermanas Rivarola, travestis que hicieron la pequeña épica
blanco y negro de la televisión uruguaya), que define una
actitud cultural pacata, decimonónica y cholula ante los
fenómenos estéticos (en especial la "alta cultura"
o "high brow"), fue acuñado por el Lic. Ruben
Tani.
* Publicado
originalmente en Posdata en agosto de 1997
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