El título señala nuestra admiración por
el lápiz fino y puntual de Roland Barthes, cuyas admirables
semblanzas culturales se incrustaban en un delicado camafeo francés,
rivarolesco, sutil y agradable.
En su memoria avanzamos
aquí una semblanza entomológica de ciertos gestos
que el pasado decadente nos recuerda entre una pequeña
porcelana terraja y una litografía
descolorida. Una arqueología de las Rivarola - memorables
personajes arquetípicos - señala una serie de actitudes,
gestos ambiguos, chancleteos entre macramés y pianolas.
Suspiros art nouveau en la Academia de Solfeo, joyas de
la abuela y pastelillos a la hora del té.
Estimado lector si
Ud. conoce alguna Rivarola y conoció el placer inusitado
de compartir sus recuerdos fantasmáticos, le digo que
ha vivido una experiencia notable.
Ahora bien, me interpelaría
un joven Lyotardiano, ¿cómo agitan las Rivarola?
A lo cual le debería contestar que existe una especie
de Rivarola Tipo con sus diferentes sensibilidades y tics (no modernos).
La Rivarola Tipo no es Kistch o Camp, porque es anterior, más
bien agita el Claro de Luna, el solfeo, el canto a capella. La
Rivarola Tipo divide la cultura todavía en dos aspectos:
la cultura clásica masiva de Eugene Ormandy y la pos-Beatles.
Si bien podríamos
intentar una clasificación o identikit de la Rivarola,
debemos agregar que una Rivarola es militante de la cultura, ama
los grandes valores indefinidos del alma humana, es sentimental,
es muy afectiva. La belleza de una Rivarola reside en su decadencia, en los gestos
rituales de una foto amarillenta y en las chucherías porcelanescas
que su alma sensible proyecta sobre su entorno.
Las Rivarola no son un tipo
social, son un gesto cultural asumido como performance que es
un rito y un gesto de su Yo. La Rivarola no es posmoderna, pues
ella tiene asumido como actuante un Yo
que es todo afectividad y la transforma en la Musa del Museo.
La Rivarola es memoria proustiana de la tacita de porcelana y
del bordado de Flandes.
Si uno pudiera, por
un instante somero y unánime, la perspicacia sutil de
establecer sus debilidades más íntimas, estoy seguro
que sería así:
Un lugar: Confitería Lion D'or,
Cinemateca, vernisagges, el Solís, el Parnaso.
Vocación: teatro, literatura, periodismo cultural,
gastronomía, poesía.
Una frase: "Ponete un saquito que va a refrescar..."
Una melodía: Las Cuatro Estaciones, los Beatles.
Un hobby: porcelana, cuadros, libros, fotos viejas, macramé,
tapices, arte precolombino, chirimbolos, hogar-museo.
Una bebida: licor de menta, guindado, anís.
Un recuerdo de infancia: la parroquia, la vieja casa del
abuelo.
Una lectura: poesía,
sicoanálisis.
Un filme: Ran, Muerte en Venecia, Tacones
Lejanos, Kermesse Heroica, La Sociedad de los Poetas
Muertos.
Un personaje: Woody Allen, Margarita Xirgu, Sartre.
Una fobia: Tinelli, el teleteatro, el tropical, el queso
ruso.
La Rivarola no es una
especie en peligro porque vive y lucha en un mundo que no entiende:
el mundo posmutante de Mad Max y el mestizaje del Mercosur. Son
como Scarlett O'Hara entre el norte y el sur. Sufren una dura
realidad para la cual nunca fueron educadas. Su alma es más
sensible a los transportes místicos que a los medios masivos,
cuyo "transporte" no entienden.
Mi estimado y despreocupado
lector, yo quiero a mis tías gordas, esas que lo detienen
con cariño para lanzar una conjetura sobre su futura vocación:
¿Qué vas a ser cuando seas grande? Y uno, que por
pequeño que sea ya entiende, contesta cualquier cosa al
azar, para poder seguir haciendo travesuras con la vecinita de
enfrente, cuyas medias le dan calor. Pero cumplí mi cuota
de tías gordas y es suficiente.
El remedio es llamar
a los Cazafantasmas, para conjurar a estos pegajosos sobrevivientes
de un álbum de recuerdos, que Lio tarde estimado lector....
Un saludo a las Rivarola
de la TV uruguaya, ingeniosos arquetipos de lo ambiguo.
*Publicado originalmente en La república de Platón,
Nº 1
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