III
Reencarnaciones
Cuando se habla de la obra
de Salinger, se está hablando en realidad de una parte
reducida de su producción, del corpus que él
ha validado en la edición y en la reedición, y sólo
de eso. Es cierto que hay una extensa bibliografía ocupada
exclusivamente de sus Uncollected-stories (las historias
que Salinger publicó sólo
en prensa, y que nunca permitió sean recogidas en volumen),
pero, y se deduce con ingenuidad conmovedora, la mayor parte de
esa crítica debería provenir del manejo de fuentes
originales en bibliotecas.
Claro que, para desgracia de Salinger y alegría de tantos,
el mundo no se comporta tan prolijamente. Cuando el copy-right
se transforma en Inquisición, la piratería tiende
a elevarse a la categoría de las bellas artes, una de
las formas más elevadas de la delincuencia espiritual.
The Complete Uncollected Short Stories of J.D. Salinger,
y Twenty-two Stories, bastarán como ejemplos. Se
trata de dos tomos editados de forma ilegal en 1974, en el primer
caso, y de un volumen que una pequeña librería
de Portland hizo circular clandestinamente, en el segundo.
Pero la producción que Salinger ha legitimado consiste,
básicamente, en cuatro volúmenes, todos ellos compuestos
por historias publicadas original y mayoritariamente en el New
Yorker: The Catcher in the Rye,
su novela más extensa (1951); Nine Stories (1953),
un volumen que recoge nueve de sus cuentos, publicados casi todos
ellos originalmente en el New Yorker en distintas fechas; Franny
and Zooey (1962), libro que integra dos novelas
cortas interrelacionadas (Franny
apareció originalmente el 29 de enero de 1955, y Zooey,
el 4 de mayo de 1957, ambas en el New Yorker) y Raise High the Roofbeam, Carpenters
(Levantad carpinteros la viga del tejado) junto a Seymour:
An Introduction (como
volumen se publica en 1963; antes habían aparecido en el
New Yorker en 1955, y en 1959, respectivamente). Eso es todo.
Tanto su producción autorizada, como la que sigue empecinándose
en el sepia de las páginas de Collier's, Mademoiselle
o Esquire constituye algo así como un universo
cerrado de tópicos y personajes mas o menos fijos e intercambiables,
una suerte de commedia dell'arte o elenco, con un número
limitado de maschere o papeles y una cantidad reducida de escenarios
y obsesiones narrativas.
En un artículo llamativamente original, Donald Barr (2)
arriesga una suerte de caracterología fija de los hombres
de Salinger: en combinaciones distintas y aunque siempre con
alma propia, Barr distingue a "el Hermano Muerto",
"el Artista Mártir", "el Santo Atormentado",
"la Hermanita Amada (con su maravillosa cordura contagiosa)",
"el Muchacho Errante", "el Enamorado Absoluto",
y "La Beldad Perversa".
Por su parte, Warren French, en franco acuerdo con Ihab Hassan
(3) prefieren ordenar a la muchedumbre salingeriana
en forma dualística, dicotómica: el primero decreta
aguas divisorias, y de un lado están quienes pertenecen
al mundo falso (en el sentido de phony, palabra usada enfática
y recurrentemente por Holden Caulfield, el protagonista adolescente
de Catcher, y que en inglés remite a falso, insincero,
pero incluso a snob, y a pomposo y a vulgar) y del otro, quienes
pertenecen al mundo bueno (en el sentido de nice, otra muletilla
de Holden: agradable, placentero, amable, bueno, considerado).
Hassan en cambio, aunque muy cerca de French, estipula su clasificación
de esta manera: los "sensitive outsiders" y quienes
podrían quedar encerrados bajo el epígrafe de "vulgarians".
"Una transposición de héroes vs. villanos,
pero con un matiz sociológico y psicológico sumamente
curioso", dice Hassan.
Aunque a primera vista estos esquemas
críticos puedan resultar maníqueos o sencillamente
simplificadores, hay que decir a su favor, que es la propia construcción
narrativa de los cuentos y novelas de Salinger la que propicia
la estereotipación dualística. Puesto que en gran
parte de su obra hace avanzar la trama (y ella sólo avanza
en la medida en que se profundiza el delineamiento de sus personajes)
a través de un (magistral) manejo del diálogo, la
propia arquitectura narrativa lo obliga a una estructuración
contapuntística, algo así como una operación
en negativo, de claro-oscuro puntilloso.
En un delicado juego de espejos
y refracciones, destellos y sombras, los personajes ganan la luz
que oscurece a los otros, y adquieren peso en esa discordancia,
o como sostiene Álvaro
Buela (4) con admirable economía,
son perfilados "en contradicción más que interacción".
Warren French ha estudiado en detalle este cruzamiento de linajes,
mini-sagas, y tipologías recurrentes: el primer cuento
édito de Salinger, 'The young Folks' (para
French puede ser considerado como un capítulo desechado
de Cathcer) es
un esbozo preliminar de Holden Caufield. En ese mismo texto,
Edna Phillips, estaría protagonizando el rol ('la Beldad
Perversa') que más tarde le asignaría al personaje
femenino de 'Pretty Mouth and Green my Eyes' (Nine
Stories).
'The long of Lois Taggett',
presenta a una mujer desencantada o resentida (alguien que ha
claudicado de sí misma) que con variantes, se repetiría
más tarde en el personaje de Eloise, protagonista del
magistral 'Tío Wiggily en Connecticut' (también
incluído en Nine Stories).
Es 'The Last Day of the Last Furlough', quien inaugura la mini-saga
que protagonizará el soldado Babe Gladwaller.
(Aquí se hace necesario
el mal estético de un paréntesis: antes que Salinger
se convirtiera en Salinger, y por lo tanto trascendiera cualquier
adscripción escolástica, su literatura fue canonizada
sincrónicamente de dos formas: como un escritor "de
estilo" entre toda
la literatura-chatarra de pos-guerra -aquí aparece Babe
Gladwaller, un soldado a quien Salinger se ocupó de dotar
de una sensibilidad demasiado atormentada y nihilista como para
ser confundido por el por otra parte odiado Hemingway- y como
un escritor, el más venerado escritor, de la escuela del
New Yorker, publicación que tuvo el honor y la gracia de
adscribirse un género literario, la short-story de los
50': realismo de estilo "casual" sobre historias en
donde aparentemente no sucede nada, plumas brillantemente sobrias,
y tramas disparadas casi exclusivamente por historias de "reminiscencia").
Seguimos: Babe Gladwaller
es entonces el primero de los personajes salingerianos en inaugurar
un ciclo de historias interrelacionadas. Para French, una suerte
de combinación entre Holden y los hermanos Glass (de ellos hablaremos más tarde:
en este caso French se refiere principalmente a Buddy). En Babe ya aparece ese curioso
y significativo amor por los niños y demás seres
inocentes y espontáneos.
En el cuento va a ver
a Mattie, su hermanita ('la
Hermanita Adorada': como Sybil, como Ramona, como Phoebe, como
Esmé, también como Franny) para dar una vuelta en trineo. Allí
se encuentran con Vincent Caufileld (que
en la vida civil es un autor de dramas radiofónicos), soldado amigo de Babe, que
sostendrá con Mattie un diálogo muy similar al
de 'A Perfect Day for Banana-Fish', uno de los cuentos más
famosos de Salinger. Entre otros detalles significativos, el
cuento informa sobre la desaparición en acción
de Holden Caufield, su hermano.
Aparentemente este había sido el destino que Salinger
había elegido para el protagonista de Catcher; luego reeditaría
completamnte su biografía. 'A Boy in France'(publicado en el Post) y 'The Stranger' (Collier's) cierran definitivamente el ciclo de
Babe. Luego seguiría viviendo, reencarnado en muchos de
sus otros, y si se permite la expresión, hermanos de obra.
IV
Glass: An Introduction
Definitivamente, ya queda
poco espacio. Así que lo que sigue se volverá, como
se había advertido en un comienzo, apremiante y denso y
tan deshilvanado o excesivo cómo puede serlo todo cuanto
quiere decir mucho, con prisa y sin ningún talento para
la economía narrativa. Es una pena que todo lo hasta aquí
dicho diga muy poco, en realidad, del amor
& la sordidez que Salinger esconde en esos escasos, breves
y embriagadores libros.
Sólo hablar de The Catcher in the Rye podría
excusar unas considerables parrafadas: sólo incluso, lo
que concierne a la revolución lingüística
que significó, sólo su calidad como relato que
dentro de la tradición narrativa norteamericana logró
reapoderarse definitivamente del lenguaje de la calle (el último escritor con oídos
había sido Mark Twain, el último adolescente Huck
Finn) de esa coloquialidad
adolescente neoyorquina típicamente 50's que Salinger,
como ningún otro escritor de su generación, tuvo
el talento de primero escuchar, para luego reproducir con toda
fidelidad en sus páginas.
Pero Catcher no es sólo el libro más leído
de cuantos libros escritos en prosa conoce el siglo XX, no es
sólo la definitiva carta de presentación, no es
sólo el estigma y el accidente artístico que todavía
sigue pagando J. D. Salinger. Catcher es también
uno de los libros norteamericanos que han inspirado más
bibliografía crítica, por lo que ahora, si el lector
está de acuerdo, vamos a restringirnos a esa maravillosa,
entrañable y definitivamente chiflada familia que son
los Glass, protagonistas de la mayor y más persistente
saga que haya creado este incorregible orientalista afecto a
las reencarnaciones.
En rigor, la familia Glass está compuesta por un matrimonio
judío-irlandés -Bessie y Les, de New York, actores
de vaudeville de relativa fama durante los años 20- y
sus siete vástagos. En realidad, más que una familia,
los hermanos Glass son un clan. Un clan de seres especiales,
que discuten como si en eso se les fuera la vida (entre ellos
y con nosotros) ese mismo concepto de especialidad, siempre en
contrapunto con lo que diablos sea ese otro escurridizo, inefable
sentido que la gente da al concepto de "normalidad".
Dice Buddy, uno de los siete: "Hablamos una especie de
lenguaje familiar esotérico, una forma de geometría
semántica en la cual la distancia más corta entre
dos puntos es un espacioso círculo".
A esa especialidad contribuye el hecho de que los siete hermanos
fueron niños-prodigio en la infancia (y casi, o sin casi,
santos o apóstoles en la adultez), participando a intervalos
convenientemente espaciados en un programa radial infantil llamado
"Es un niño sabio", en la que los pequeños
Glass (con el seudónimo
de Black, eso es importante)
discurrían sobre Vida, Muerte, Origen, Pecado, Vanidad,
Conocimiento y demás palabras grandes, desde un discurso
incontrolablemente sabio o procaz y al mismo tiempo de una inocencia
conmovedora.
Son el paradigma de los sensitive outsiders de Hassan,
y son, gracias a su hipersensibilidad crónica, su desesperada
sed de sabiduría (no confundir con conocimiento), su asfixiante,
literalmente asfixiante inteligencia, y su casi permanente estado
de gracia en la reflexión religioso-filosófica (una
intoxicación orientalista temprana, una re-lectura sofisticadísima
de Cristo, una espiritualidad ferviente pero desparramada y anti-canónica
y anti-sectaria por definición) los convierten en seres casi de cristal, que
transparentan y son traspasados por TODO -no en vano su apellido es Glass,
vidrio, y su seudónimo en el programa radial, Black, negro.
Seres peligrosamente proclives a las crisis, pruebas y peajes
morales, a los titubeos espirituales que paralizan, redimen,
condenan o matan, a los atravesamientos ( sí, de atravesar).
Ahora sus nombres, en orden de nacimiento: Seymour, Buddy, Boo-Boo,
Waker y Walt (gemelos), Zooey y Franny, los pequeños.
La saga ha sido muy bien orquestada por Salinger, un autor que
cuida de sus personajes casi más que de sí mismo,
por lo que hay que leer casi íntegramente su obra en procura
de datos que han sido desparramados como anzuelos aquí
y allá. Avances y reenvíos y un tejido cauteloso
que, como una "búsqueda del tesoro" obliga al
lector a pasar de una pista a otra, si es que se quiere tener
una idea mas o menos familiar, mas o menos íntima y autorizada,
de esta comunidad de santos y sus diatribas.
Y ésta -quizás espontánea y quizás
no- pero definitivamente inteligente estrategia narrativa, no
hace más que reforzar esa exigencia de Salinger a su lector,
esa invitación del autor a sus lectores para que "ganen"
un espacio en esta limitada y selecta comunidad de hombres especialmente
sensibles discutiendo LA
VIDA.
Mal estético número 2: (no es raro que entre la
"comunidad de adeptos a los Glass", los lectores se
descubran, no sin cierta sorpresa, discutiendo cosas como si
Zooey es el verdadero redentor; qué cosa habría
estado pensando Franny cuando dijo tal cosa a Buddy; que aunque
el papel del verdadero Gurú y Maestro y Mártir
y Santo Redentor Crístico le esté asignado a Seymour,
en realidad ese papel le corresponde secretamente a alguien tan
aparentemente inofensivo y (Zen) como Boo-Boo, etc.)
Ellos son los hermanos Glass, son los Siete Santos de Salinger.
Santos lo suficientemente profanos y coloquiales como para también
conservarse como fidedignos termómetros de vidrio. Son
los Santos Refractarios, los Siete Santos de Vidrio. Por
ellos pasa el espíritu de occidente, a través de
ellos se ve (se cuela) el mundo. Salinger los ha pulido muy bien,
los ha limpiado personalmente. Muy, muy limpios. Todo lo limpio,
y transparente y triste que pueda ser un cristal.
Hombres como Salinger en su gesto antipáticamente reclusivo:
un vidrio transparente, día radiante y visibilidad perfecta,
que todo lo que haya que ver pueda ser visto.
V
Seymour: la Cifra
Seymour, el hermano
mayor de los Glass, es la raíz y la cifra de la obra de
Salinger. Definir a Seymour supone una arrogancia tan estéril
como la de querer atrapar al mundo en una frase (cosa que Seymour hace casi todo el tiempo
en su poesía, ciento ochenta y cuatro poemas voluntariamente
epifánicos, formalmente deudores del haiku y otras poéticas
orientales). Ya
hecha la confesión y reconocido el fracaso de la empresa,
pasamos, casi como imbéciles, a querer definir a Seymour.
Seymour es, ante todo, el Santo. Siempre lo fue, desde el comienzo.
Pero Seymour es además, el Suicida.
Cosa que naturalmente no se espera de un Santo. El suicidio
ha por supuesto condicionado, afectado, y contagiado de muerte
(redundancia de muy mal gusto) a cada uno de los hermanos.
El suicido fáctico, pero sobre todo el "gesto suicida
del santo" es la bacteria -definitivamente inmune a psicoanalistas
y sacerdotes, prácticamente ininteligible para críticos
literarios- que carcome a cada uno de estos hermanos, que esperan
turno para atravesar una crisis, en la que siempre, o casi siempre,
reclaman a Seymour-Maestro, hombre que como se ha dicho no podrá
asistirlos porque quería o necesitaba y todos los otros
verbos suceptibles de estar al lado de morir.
Una vez que el lector concluye
la lectura de muchas de las
historias de Salinger, puede sentir algo así como un clara
aunque difusa sensación de haber asistido a una suerte
de período de prueba. Es verdad que hay cuentos definitivamente
alegóricos, o alegorías pequeñas, asistiendo
como epígrafes a algunas de sus historias. Pero no es solo
eso. El lector muchas veces termina por contemplar el cuento o
la historia, con la sensación de haber asistido a una moraleja,
a una suerte de fábula o consejo moral. Pero no es exactamente
eso. A no ser que ese probablemente erróneo sentimiento
de haber atravesado, junto con el personaje, una prueba moral,
resida en el festejo -sereno, íntimo y clásico-
de la comprensión. Alguien ha, quizás, comprendido
algo.
Alguien ha emitido alguna forma de luz, alguien ha sido permeable
y ha sido iluminado, y yéndose ha celebrado privadamente
la posibilidad de ser otro, yéndose ha sido por un momento
el que ha comprendido.
Ninguna de esos pequeños cuentos alegóricos es
tan fatalmente inalcanzable, oscuro y al mismo tiempo resplandeciente,
como el que que cuenta Seymour a Sybil en la playa, en el relato
de su suicidio. Se trata de 'A Perfect Day for Bananafish' (Un día perfecto para el Pez
Banana, incluído en Nine Stories), día en que de vacaciones
junto a Muriel, su mujer, Seymour se limita a ir a la playa,
sostener una conversación con una niña, volver
a la habitación 507, y sobre la cama junto a su mujer
dormida, descargar una Ortigies calibre 7.65 en su cabeza.
El diálogo con Sybil es extrañamente bello: hay
una tristeza floja, pálida, descontracturada silbando
en ese diálogo. Una tristeza huérfana y dulce,
haciendo cosquillas al normal pasar de ambos personajes en esta
escena tan vívidamente doméstica. Probablemente
más doméstica que la misma domesticidad. Este diálogo
está en el centro de otros dos: es húmedo, es azul
eléctrico, tiene luz marina. Habita como un pozo de agua
entre la tensión de los otros, amarillos y áridos
como el día:
-Llevan una vida triste -dijo-.
¿Sabes lo que hacen, Sybil?
Ella negó con la cabeza.
-Bueno, te lo explicaré. Entran en un pozo que está
lleno de plátanos. Cuando entran, parecen peces como todos
los demás. Pero, una vez dentro, se portan como cerdos,
¿sabes? He oído hablar de peces plátano
que han entrado nadando en pozos de plátanos y llegaron
a comer setenta y ocho plátanos -empujó el flotador
y a su pasajera treinta centímetros más hacia el
horizonte-. Claro, después de eso engordan tanto que ya
no pueden salir. No pasan por la puerta.
-No vayamos tan lejos -dijo Sybil-. ¿Y qué pasa
después con ellos?
-¿Qué pasa con quienes?
-Con los peces plátano.
-Bueno, ¿te refieres a después de comer tantos
plátanos que no pueden salir del pozo?
-Sí -dijo Sybil.
-Mira, lamento decirtelo, Sybil, se mueren.
-¿Por qué? -preguntó Sybil nerviosa.
-Contraen fiebre platanífera. Una enfermedad terrible.
-Ahí viene una ola -dijo Sybil nerviosa.
-No le haremos caso. La mataremos con la indiferencia -dijo el
joven-, como dos engreídos.
Es en este pequeño
cuento que William Weigand (5) ha encontrado la cifra de
Seymour y de todos los demás Glass y sensitive outsiders
de Salinger. Contraen "fiebre bananera", eso es lo
que les sucede. No consiguen purgar sus emociones, ni de llevar
a buen puerto su tan mentado vaciamiento zen. Ellos también
han nacido en Occidente, han comido la manzana del Origen, y
no van a salvarse de ello por mucho que intenten jugar a las
muñecas del satori. Ellos también comieron de esa
manzana y "¿sabe lo que había en esa manzana?
Lógica. La lógica y demás cosas intelectuales.
Eso el lo único que tenía dentro. Así que
(esto es lo que quiero señalar) lo que tiene que hacer
es vomitar todo eso si quiere ver las cosas como realmente son."
(en 'Teddy' incluído
en Nine Stories).
Y entonces se intoxican, se intoxican de lo horrible y también
de la felicidad; por más que crean en ello y lo prediquen,
están incapacitados de vomitar (cuando
en Levantad, Carpinteros Seymour desaparece dejando a
su novia plantada en el altar, alega que estaba demasiado feliz
para casarse; y en ese mismo cuento dice: "Ah, Dios si
se me puede aplicar un nombre clínico, soy una especie
de paranoico al revés. Sospecho que la gente conspira
para hacerme feliz").
VI
Disculpa Ego, pero
voy a matarte
Franny, la pequeña
de los Glass, así como Boo-Boo o la Hermana Irma del cuento
'De Daumier-Smith's Blue Period' ('El
período azul de Daumier-Smith, incluído en Nine
Stories). Y las
pequeñas Sybil, Esmé, Ramona, pero también
Teddy, el niño-prodigio del cuento con el mismo nombre,
y muchos otros personajes de Salinger son, por decirlo de alguna
forma, trágicamente suaves, con una huérfana y
delicada sabiduría. Tiernamente literales (Franny, que necesita vivir lo que lee,
salteándose el nivel simbólico), y heroicamente pequeños. ¿Por
qué Salinger considera tanto a los niños y a todos
los demás seres frágiles?
Tal vez porque garabatean genialidades, como la Hermana Irma,
sin darse cuenta de ello. Tal vez porque espontáneamente
eligen la tímida grandeza de la acuarela y el papel de
estraza. O que, parafraseando a Zooey, se han dado cuenta que
en el mundo hay cosas bonitas y que "somos imbéciles
al desviarnos de ellas. Siempre, siempre relacionando cada maldita
cosa que ocurre en nuestros asquerosos y pequeños egos".
(en Zooey)
Así que de eso se ocupa la literatura
de Salinger. Siempre hay muchas personas, personas adultas, conversando.
Con incompetente simpatía, ellos conversan en eso que llaman
reunión social. Un cumpleaños, pongamos por caso.
Muchos años, y muchas conversaciones adultas terminan
por hacer que quien sea razonablemente inteligente adquiera,
con cierta astucia estadística, algo así como un
prudente e inevitable cátalogo de: temas-conversación-trascendente
(la guerra, la justicia social,
dios y el amor y la muerte)
y de temas-conversación-intrascendente (los
avatares climáticos, de como los hijos imitan admirablemente
actitudes de sus mayores, el precio de las cosas suceptible de
ser vendidas).
Una horrorosa anticipación a todas las respuestas, la
fiesta de la previsibilidad.
Es el punto de la no-evolución, el punto de la inmutabilidad
que corroe, el punto de retorno. El mundo adulto parece tener
un tope, instituye un sistema nefasto de clisés y lugares
comunes horrorosamente tristes. Hay que ser adulto, muy bien,
esa es la carrera: hay que llenarse de memoria y atragantarse
de conocimiento como los peces-banana. Pero después, el
desandamiento, todo hacia atrás. Y ahí están
los niños, la posibilidad de recuperar virginidad en la
mirada.
A los adultos cautivos de la adultez, el corazón se les
hace de piedra. La respuesta infantil en cambio es espontánea,
imaginativa, tan sensatamente desinteresada que origina poesía,
tan personal, tan genuina, tan poco sometida a cotejo, a lo que
hay que, al deber ser, a la repetición, a la masificación
y el adoctrimaniento por concenso de conceptos y emociones.
Una respuesta desinteresada de un niño ante una pregunta
trascendente, eso es lo que resta. Una respuesta que será
capaz de asociar dos cosas irremisiblemente distintas (pero con
una verdad nueva, por única) en una frase; una respuesta
que hará que dos palabras se saquen chispas; que hará
oximorons como revelaciones; adjetivará como si eso fuera
un origen; asemejará con la gracia de Dios antes que dijera
"Hágase la luz" -como quería el
Dr. Suzuki-. Y no cederá a la presión de la belleza
que se sabe, a la belleza del "excremento sintáctico
terriblemente fascinante" que tanto odia Franny. Sólo
dejará algo bello, y se retirará allá donde
haya silencio.
Notas:
(2)
Barr, Donald. Ah, compañero: Salinger. En La Narrativa
Actual en Estados Unidos.
(3) Hassan, Ihab. J. D. Salinger: Rare Quixotic Gesture. "Western
Review", XXI (1967).
(4) Buela, Álvaro. J.D. Salinger. La desaparición
incompleta. "País Cultural", Año X, nº
481, viernes 22 de enero de 1999.
(5) Weigand, William. Las sesenta y ocho bananas de J. D. Salinger.
En Boca Bonita y Verdes mis Ojos. Editorial Estuario (Serie:
El Perseguidor, Colección: Narradores Siglo XX), Buenos
Aires, 1977.
* Publicado
originalmente en Insomnia, Nº 101
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