H enciclopedia 
es administrada por
Sandra López Desivo

© 1999 - 2013
Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



THE CATCHER IN THE RYE - EL GUARDIÁN EN EL CENTENO - SALINGER, JOHN -

Salinger: los Siete Santos de Vidrio (II)*

Sofi Richero
El mundo adulto parece tener un tope, instituye un sistema nefasto de clisés y lugares comunes horrorosamente tristes



III


Reencarnaciones

Cuando se habla de la obra de Salinger, se está hablando en realidad de una parte reducida de su producción, del corpus que él ha validado en la edición y en la reedición, y sólo de eso. Es cierto que hay una extensa bibliografía ocupada exclusivamente de sus Uncollected-stories (las historias que Salinger publicó sólo en prensa, y que nunca permitió sean recogidas en volumen), pero, y se deduce con ingenuidad conmovedora, la mayor parte de esa crítica debería provenir del manejo de fuentes originales en bibliotecas.

Claro que, para desgracia de Salinger y alegría de tantos, el mundo no se comporta tan prolijamente. Cuando el copy-right se transforma en Inquisición, la piratería tiende a elevarse a la categoría de las bellas artes, una de las formas más elevadas de la delincuencia espiritual. The Complete Uncollected Short Stories of J.D. Salinger, y Twenty-two Stories, bastarán como ejemplos. Se trata de dos tomos editados de forma ilegal en 1974, en el primer caso, y de un volumen que una pequeña librería de Portland hizo circular clandestinamente, en el segundo.

Pero la producción que Salinger ha legitimado consiste, básicamente, en cuatro volúmenes, todos ellos compuestos por historias publicadas original y mayoritariamente en el New Yorker: The Catcher in the Rye, su novela más extensa
(1951); Nine Stories (1953), un volumen que recoge nueve de sus cuentos, publicados casi todos ellos originalmente en el New Yorker en distintas fechas; Franny and Zooey (1962), libro que integra dos novelas cortas interrelacionadas (Franny apareció originalmente el 29 de enero de 1955, y Zooey, el 4 de mayo de 1957, ambas en el New Yorker) y Raise High the Roofbeam, Carpenters (Levantad carpinteros la viga del tejado) junto a Seymour: An Introduction (como volumen se publica en 1963; antes habían aparecido en el New Yorker en 1955, y en 1959, respectivamente). Eso es todo.

Tanto su producción autorizada, como la que sigue empecinándose en el sepia de las páginas de Collier's, Mademoiselle o Esquire constituye algo así como un universo cerrado de tópicos y personajes mas o menos fijos e intercambiables, una suerte de commedia dell'arte o elenco, con un número limitado de maschere o papeles y una cantidad reducida de escenarios y obsesiones narrativas.

En un artículo llamativamente original, Donald Barr
(2) arriesga una suerte de caracterología fija de los hombres de Salinger: en combinaciones distintas y aunque siempre con alma propia, Barr distingue a "el Hermano Muerto", "el Artista Mártir", "el Santo Atormentado", "la Hermanita Amada (con su maravillosa cordura contagiosa)", "el Muchacho Errante", "el Enamorado Absoluto", y "La Beldad Perversa".

Por su parte, Warren French, en franco acuerdo con Ihab Hassan
(3) prefieren ordenar a la muchedumbre salingeriana en forma dualística, dicotómica: el primero decreta aguas divisorias, y de un lado están quienes pertenecen al mundo falso (en el sentido de phony, palabra usada enfática y recurrentemente por Holden Caulfield, el protagonista adolescente de Catcher, y que en inglés remite a falso, insincero, pero incluso a snob, y a pomposo y a vulgar) y del otro, quienes pertenecen al mundo bueno (en el sentido de nice, otra muletilla de Holden: agradable, placentero, amable, bueno, considerado).

Hassan en cambio, aunque muy cerca de French, estipula su clasificación de esta manera: los "sensitive outsiders" y quienes podrían quedar encerrados bajo el epígrafe de "vulgarians". "Una transposición de héroes vs. villanos, pero con un matiz sociológico y psicológico sumamente curioso", dice Hassan.

Aunque a primera vista estos esquemas críticos puedan resultar maníqueos o sencillamente simplificadores, hay que decir a su favor, que es la propia construcción narrativa de los cuentos y novelas de Salinger la que propicia la estereotipación dualística. Puesto que en gran parte de su obra hace avanzar la trama (y ella sólo avanza en la medida en que se profundiza el delineamiento de sus personajes) a través de un (magistral) manejo del diálogo, la propia arquitectura narrativa lo obliga a una estructuración contapuntística, algo así como una operación en negativo, de claro-oscuro puntilloso.

En un delicado juego de espejos y refracciones, destellos y sombras, los personajes ganan la luz que oscurece a los otros, y adquieren peso en esa discordancia, o como sostiene Álvaro Buela
(4) con admirable economía, son perfilados "en contradicción más que interacción".

Warren French ha estudiado en detalle este cruzamiento de linajes, mini-sagas, y tipologías recurrentes: el primer cuento édito de Salinger, 'The young Folks'
(para French puede ser considerado como un capítulo desechado de Cathcer) es un esbozo preliminar de Holden Caufield. En ese mismo texto, Edna Phillips, estaría protagonizando el rol ('la Beldad Perversa') que más tarde le asignaría al personaje femenino de 'Pretty Mouth and Green my Eyes' (Nine Stories).

'The long of Lois Taggett', presenta a una mujer desencantada o resentida (alguien que ha claudicado de sí misma) que con variantes, se repetiría más tarde en el personaje de Eloise, protagonista del magistral 'Tío Wiggily en Connecticut' (también incluído en Nine Stories).

Es 'The Last Day of the Last Furlough', quien inaugura la mini-saga que protagonizará el soldado Babe Gladwaller.
(Aquí se hace necesario el mal estético de un paréntesis: antes que Salinger se convirtiera en Salinger, y por lo tanto trascendiera cualquier adscripción escolástica, su literatura fue canonizada sincrónicamente de dos formas: como un escritor "de estilo" entre toda la literatura-chatarra de pos-guerra -aquí aparece Babe Gladwaller, un soldado a quien Salinger se ocupó de dotar de una sensibilidad demasiado atormentada y nihilista como para ser confundido por el por otra parte odiado Hemingway- y como un escritor, el más venerado escritor, de la escuela del New Yorker, publicación que tuvo el honor y la gracia de adscribirse un género literario, la short-story de los 50': realismo de estilo "casual" sobre historias en donde aparentemente no sucede nada, plumas brillantemente sobrias, y tramas disparadas casi exclusivamente por historias de "reminiscencia").

Seguimos: Babe Gladwaller es entonces el primero de los personajes salingerianos en inaugurar un ciclo de historias interrelacionadas. Para French, una suerte de combinación entre Holden y los hermanos Glass (de ellos hablaremos más tarde: en este caso French se refiere principalmente a Buddy). En Babe ya aparece ese curioso y significativo amor por los niños y demás seres inocentes y espontáneos.

En el cuento va a ver a Mattie, su hermanita ('la Hermanita Adorada': como Sybil, como Ramona, como Phoebe, como Esmé, también como Franny) para dar una vuelta en trineo. Allí se encuentran con Vincent Caufileld (que en la vida civil es un autor de dramas radiofónicos), soldado amigo de Babe, que sostendrá con Mattie un diálogo muy similar al de 'A Perfect Day for Banana-Fish', uno de los cuentos más famosos de Salinger. Entre otros detalles significativos, el cuento informa sobre la desaparición en acción de Holden Caufield, su hermano.

Aparentemente este había sido el destino que Salinger había elegido para el protagonista de Catcher; luego reeditaría completamnte su biografía. 'A Boy in France'
(publicado en el Post) y 'The Stranger' (Collier's) cierran definitivamente el ciclo de Babe. Luego seguiría viviendo, reencarnado en muchos de sus otros, y si se permite la expresión, hermanos de obra.


IV


Glass: An Introduction

Definitivamente, ya queda poco espacio. Así que lo que sigue se volverá, como se había advertido en un comienzo, apremiante y denso y tan deshilvanado o excesivo cómo puede serlo todo cuanto quiere decir mucho, con prisa y sin ningún talento para la economía narrativa. Es una pena que todo lo hasta aquí dicho diga muy poco, en realidad, del amor & la sordidez que Salinger esconde en esos escasos, breves y embriagadores libros.

Sólo hablar de The Catcher in the Rye podría excusar unas considerables parrafadas: sólo incluso, lo que concierne a la revolución lingüística que significó, sólo su calidad como relato que dentro de la tradición narrativa norteamericana logró reapoderarse definitivamente del lenguaje de la calle
(el último escritor con oídos había sido Mark Twain, el último adolescente Huck Finn) de esa coloquialidad adolescente neoyorquina típicamente 50's que Salinger, como ningún otro escritor de su generación, tuvo el talento de primero escuchar, para luego reproducir con toda fidelidad en sus páginas.

Pero Catcher no es sólo el libro más leído de cuantos libros escritos en prosa conoce el siglo XX, no es sólo la definitiva carta de presentación, no es sólo el estigma y el accidente artístico que todavía sigue pagando J. D. Salinger. Catcher es también uno de los libros norteamericanos que han inspirado más bibliografía crítica, por lo que ahora, si el lector está de acuerdo, vamos a restringirnos a esa maravillosa, entrañable y definitivamente chiflada familia que son los Glass, protagonistas de la mayor y más persistente saga que haya creado este incorregible orientalista afecto a las reencarnaciones.

En rigor, la familia Glass está compuesta por un matrimonio judío-irlandés -Bessie y Les, de New York, actores de vaudeville de relativa fama durante los años 20- y sus siete vástagos. En realidad, más que una familia, los hermanos Glass son un clan. Un clan de seres especiales, que discuten como si en eso se les fuera la vida (entre ellos y con nosotros) ese mismo concepto de especialidad, siempre en contrapunto con lo que diablos sea ese otro escurridizo, inefable sentido que la gente da al concepto de "normalidad". Dice Buddy, uno de los siete: "Hablamos una especie de lenguaje familiar esotérico, una forma de geometría semántica en la cual la distancia más corta entre dos puntos es un espacioso círculo".


A esa especialidad contribuye el hecho de que los siete hermanos fueron niños-prodigio en la infancia (y casi, o sin casi, santos o apóstoles en la adultez), participando a intervalos convenientemente espaciados en un programa radial infantil llamado "Es un niño sabio", en la que los pequeños Glass
(con el seudónimo de Black, eso es importante) discurrían sobre Vida, Muerte, Origen, Pecado, Vanidad, Conocimiento y demás palabras grandes, desde un discurso incontrolablemente sabio o procaz y al mismo tiempo de una inocencia conmovedora.

Son el paradigma de los sensitive outsiders de Hassan, y son, gracias a su hipersensibilidad crónica, su desesperada sed de sabiduría (no confundir con conocimiento), su asfixiante, literalmente asfixiante inteligencia, y su casi permanente estado de gracia en la reflexión religioso-filosófica
(una intoxicación orientalista temprana, una re-lectura sofisticadísima de Cristo, una espiritualidad ferviente pero desparramada y anti-canónica y anti-sectaria por definición) los convierten en seres casi de cristal, que transparentan y son traspasados por TODO -no en vano su apellido es Glass, vidrio, y su seudónimo en el programa radial, Black, negro.

Seres peligrosamente proclives a las crisis, pruebas y peajes morales, a los titubeos espirituales que paralizan, redimen, condenan o matan, a los atravesamientos ( sí, de atravesar).

Ahora sus nombres, en orden de nacimiento: Seymour, Buddy, Boo-Boo, Waker y Walt (gemelos), Zooey y Franny, los pequeños. La saga ha sido muy bien orquestada por Salinger, un autor que cuida de sus personajes casi más que de sí mismo, por lo que hay que leer casi íntegramente su obra en procura de datos que han sido desparramados como anzuelos aquí y allá. Avances y reenvíos y un tejido cauteloso que, como una "búsqueda del tesoro" obliga al lector a pasar de una pista a otra, si es que se quiere tener una idea mas o menos familiar, mas o menos íntima y autorizada, de esta comunidad de santos y sus diatribas.

Y ésta -quizás espontánea y quizás no- pero definitivamente inteligente estrategia narrativa, no hace más que reforzar esa exigencia de Salinger a su lector, esa invitación del autor a sus lectores para que "ganen" un espacio en esta limitada y selecta comunidad de hombres especialmente sensibles discutiendo
LA VIDA.

Mal estético número 2: (no es raro que entre la "comunidad de adeptos a los Glass", los lectores se descubran, no sin cierta sorpresa, discutiendo cosas como si Zooey es el verdadero redentor; qué cosa habría estado pensando Franny cuando dijo tal cosa a Buddy; que aunque el papel del verdadero Gurú y Maestro y Mártir y Santo Redentor Crístico le esté asignado a Seymour, en realidad ese papel le corresponde secretamente a alguien tan aparentemente inofensivo y (Zen) como Boo-Boo, etc.)

Ellos son los hermanos Glass, son los Siete Santos de Salinger. Santos lo suficientemente profanos y coloquiales como para también conservarse como fidedignos termómetros de vidrio. Son los Santos Refractarios, los Siete Santos de Vidrio. Por ellos pasa el espíritu de occidente, a través de ellos se ve (se cuela) el mundo. Salinger los ha pulido muy bien, los ha limpiado personalmente. Muy, muy limpios. Todo lo limpio, y transparente y triste que pueda ser un cristal.

Hombres como Salinger en su gesto antipáticamente reclusivo: un vidrio transparente, día radiante y visibilidad perfecta, que todo lo que haya que ver pueda ser visto.


V

Seymour: la Cifra

Seymour, el hermano mayor de los Glass, es la raíz y la cifra de la obra de Salinger. Definir a Seymour supone una arrogancia tan estéril como la de querer atrapar al mundo en una frase (cosa que Seymour hace casi todo el tiempo en su poesía, ciento ochenta y cuatro poemas voluntariamente epifánicos, formalmente deudores del haiku y otras poéticas orientales). Ya hecha la confesión y reconocido el fracaso de la empresa, pasamos, casi como imbéciles, a querer definir a Seymour.

Seymour es, ante todo, el Santo. Siempre lo fue, desde el comienzo. Pero Seymour es además, el Suicida. Cosa que naturalmente no se espera de un Santo. El suicidio ha por supuesto condicionado, afectado, y contagiado de muerte (redundancia de muy mal gusto) a cada uno de los hermanos.

El suicido fáctico, pero sobre todo el "gesto suicida del santo" es la bacteria -definitivamente inmune a psicoanalistas y sacerdotes, prácticamente ininteligible para críticos literarios- que carcome a cada uno de estos hermanos, que esperan turno para atravesar una crisis, en la que siempre, o casi siempre, reclaman a Seymour-Maestro, hombre que como se ha dicho no podrá asistirlos porque quería o necesitaba y todos los otros verbos suceptibles de estar al lado de morir.

Una vez que el lector concluye la lectura de muchas de las historias de Salinger, puede sentir algo así como un clara aunque difusa sensación de haber asistido a una suerte de período de prueba. Es verdad que hay cuentos definitivamente alegóricos, o alegorías pequeñas, asistiendo como epígrafes a algunas de sus historias. Pero no es solo eso. El lector muchas veces termina por contemplar el cuento o la historia, con la sensación de haber asistido a una moraleja, a una suerte de fábula o consejo moral. Pero no es exactamente eso. A no ser que ese probablemente erróneo sentimiento de haber atravesado, junto con el personaje, una prueba moral, resida en el festejo -sereno, íntimo y clásico- de la comprensión. Alguien ha, quizás, comprendido algo.

Alguien ha emitido alguna forma de luz, alguien ha sido permeable y ha sido iluminado, y yéndose ha celebrado privadamente la posibilidad de ser otro, yéndose ha sido por un momento el que ha comprendido.

Ninguna de esos pequeños cuentos alegóricos es tan fatalmente inalcanzable, oscuro y al mismo tiempo resplandeciente, como el que que cuenta Seymour a Sybil en la playa, en el relato de su suicidio. Se trata de 'A Perfect Day for Bananafish'
(Un día perfecto para el Pez Banana, incluído en Nine Stories), día en que de vacaciones junto a Muriel, su mujer, Seymour se limita a ir a la playa, sostener una conversación con una niña, volver a la habitación 507, y sobre la cama junto a su mujer dormida, descargar una Ortigies calibre 7.65 en su cabeza.

El diálogo con Sybil es extrañamente bello: hay una tristeza floja, pálida, descontracturada silbando en ese diálogo. Una tristeza huérfana y dulce, haciendo cosquillas al normal pasar de ambos personajes en esta escena tan vívidamente doméstica. Probablemente más doméstica que la misma domesticidad. Este diálogo está en el centro de otros dos: es húmedo, es azul eléctrico, tiene luz marina. Habita como un pozo de agua entre la tensión de los otros, amarillos y áridos como el día:

-Llevan una vida triste -dijo-. ¿Sabes lo que hacen, Sybil?
Ella negó con la cabeza.
-Bueno, te lo explicaré. Entran en un pozo que está lleno de plátanos. Cuando entran, parecen peces como todos los demás. Pero, una vez dentro, se portan como cerdos, ¿sabes? He oído hablar de peces plátano que han entrado nadando en pozos de plátanos y llegaron a comer setenta y ocho plátanos -empujó el flotador y a su pasajera treinta centímetros más hacia el horizonte-. Claro, después de eso engordan tanto que ya no pueden salir. No pasan por la puerta.
-No vayamos tan lejos -dijo Sybil-. ¿Y qué pasa después con ellos?
-¿Qué pasa con quienes?
-Con los peces plátano.
-Bueno, ¿te refieres a después de comer tantos plátanos que no pueden salir del pozo?
-Sí -dijo Sybil.
-Mira, lamento decirtelo, Sybil, se mueren.
-¿Por qué? -preguntó Sybil nerviosa.
-Contraen fiebre platanífera. Una enfermedad terrible.
-Ahí viene una ola -dijo Sybil nerviosa.
-No le haremos caso. La mataremos con la indiferencia -dijo el joven-, como dos engreídos.

Es en este pequeño cuento que William Weigand (5) ha encontrado la cifra de Seymour y de todos los demás Glass y sensitive outsiders de Salinger. Contraen "fiebre bananera", eso es lo que les sucede. No consiguen purgar sus emociones, ni de llevar a buen puerto su tan mentado vaciamiento zen. Ellos también han nacido en Occidente, han comido la manzana del Origen, y no van a salvarse de ello por mucho que intenten jugar a las muñecas del satori. Ellos también comieron de esa manzana y "¿sabe lo que había en esa manzana? Lógica. La lógica y demás cosas intelectuales. Eso el lo único que tenía dentro. Así que (esto es lo que quiero señalar) lo que tiene que hacer es vomitar todo eso si quiere ver las cosas como realmente son." (en 'Teddy' incluído en Nine Stories).

Y entonces se intoxican, se intoxican de lo horrible y también de la felicidad; por más que crean en ello y lo prediquen, están incapacitados de vomitar
(cuando en Levantad, Carpinteros Seymour desaparece dejando a su novia plantada en el altar, alega que estaba demasiado feliz para casarse; y en ese mismo cuento dice: "Ah, Dios si se me puede aplicar un nombre clínico, soy una especie de paranoico al revés. Sospecho que la gente conspira para hacerme feliz").


VI

Disculpa Ego, pero voy a matarte

Franny, la pequeña de los Glass, así como Boo-Boo o la Hermana Irma del cuento 'De Daumier-Smith's Blue Period' ('El período azul de Daumier-Smith, incluído en Nine Stories). Y las pequeñas Sybil, Esmé, Ramona, pero también Teddy, el niño-prodigio del cuento con el mismo nombre, y muchos otros personajes de Salinger son, por decirlo de alguna forma, trágicamente suaves, con una huérfana y delicada sabiduría. Tiernamente literales (Franny, que necesita vivir lo que lee, salteándose el nivel simbólico), y heroicamente pequeños. ¿Por qué Salinger considera tanto a los niños y a todos los demás seres frágiles?

Tal vez porque garabatean genialidades, como la Hermana Irma, sin darse cuenta de ello. Tal vez porque espontáneamente eligen la tímida grandeza de la acuarela y el papel de estraza. O que, parafraseando a Zooey, se han dado cuenta que en el mundo hay cosas bonitas y que "somos imbéciles al desviarnos de ellas. Siempre, siempre relacionando cada maldita cosa que ocurre en nuestros asquerosos y pequeños egos".
(en Zooey)

Así que de eso se ocupa la literatura de Salinger. Siempre hay muchas personas, personas adultas, conversando. Con incompetente simpatía, ellos conversan en eso que llaman reunión social. Un cumpleaños, pongamos por caso.

Muchos años, y muchas conversaciones adultas terminan por hacer que quien sea razonablemente inteligente adquiera, con cierta astucia estadística, algo así como un prudente e inevitable cátalogo de: temas-conversación-trascendente
(la guerra, la justicia social, dios y el amor y la muerte) y de temas-conversación-intrascendente (los avatares climáticos, de como los hijos imitan admirablemente actitudes de sus mayores, el precio de las cosas suceptible de ser vendidas). Una horrorosa anticipación a todas las respuestas, la fiesta de la previsibilidad.

Es el punto de la no-evolución, el punto de la inmutabilidad que corroe, el punto de retorno. El mundo adulto parece tener un tope, instituye un sistema nefasto de clisés y lugares comunes horrorosamente tristes. Hay que ser adulto, muy bien, esa es la carrera: hay que llenarse de memoria y atragantarse de conocimiento como los peces-banana. Pero después, el desandamiento, todo hacia atrás. Y ahí están los niños, la posibilidad de recuperar virginidad en la mirada.

A los adultos cautivos de la adultez, el corazón se les hace de piedra. La respuesta infantil en cambio es espontánea, imaginativa, tan sensatamente desinteresada que origina poesía, tan personal, tan genuina, tan poco sometida a cotejo, a lo que hay que, al deber ser, a la repetición, a la masificación y el adoctrimaniento por concenso de conceptos y emociones.

Una respuesta desinteresada de un niño ante una pregunta trascendente, eso es lo que resta. Una respuesta que será capaz de asociar dos cosas irremisiblemente distintas (pero con una verdad nueva, por única) en una frase; una respuesta que hará que dos palabras se saquen chispas; que hará oximorons como revelaciones; adjetivará como si eso fuera un origen; asemejará con la gracia de Dios antes que dijera "Hágase la luz" -como quería el Dr. Suzuki-. Y no cederá a la presión de la belleza que se sabe, a la belleza del "excremento sintáctico terriblemente fascinante" que tanto odia Franny. Sólo dejará algo bello, y se retirará allá donde haya silencio.

Notas:

(2) Barr, Donald. Ah, compañero: Salinger. En La Narrativa Actual en Estados Unidos.
(3) Hassan, Ihab. J. D. Salinger: Rare Quixotic Gesture. "Western Review", XXI (1967).
(4) Buela, Álvaro. J.D. Salinger. La desaparición incompleta. "País Cultural", Año X, nº 481, viernes 22 de enero de 1999.
(5) Weigand, William. Las sesenta y ocho bananas de J. D. Salinger. En Boca Bonita y Verdes mis Ojos. Editorial Estuario (Serie: El Perseguidor, Colección: Narradores Siglo XX), Buenos Aires, 1977.

* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 101

VOLVER AL AUTOR

             

Google


web

H enciclopedia