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ISSN 1688-1672

 



LEM, STANSISLAW - SOLARIS -

Un polaco imprescindible*

Carlos Rehermann

Lem aún no tiene computadora, porque en su barrio hay frecuentes apagones, y después de todo escribió unos sesenta años con una máquina que le regaló su padre en la época del liceo


El Profesor A.S. Tarantoga, de la Universidad de Fomalhaut, sostiene que LEM es la abreviatura de Lunar Excursion Module, aparato utilizado por las naves Apollo de la NASA para orbitar el satélite y alunizar. Aunque posee un cerebro electrónico, hay que desestimar enérgicamente las versiones que lo relacionan con la literatura: en efecto, se trata de una computadora pequeña, apta sólo para los fines de la navegación, que no hubiera podido escribir ni una sola frase sensata.

Sin embargo, informantes que prefirieron permanecer en el anonimato insisten en otorgar crédito a la noticia de que Lem, Stanislaw, es un organismo albuminoideo, que vio la luz en Lvov el 12 de setiembre de 1921, cuya profesión es la de médico, cuya afición es la cibernética, cuyo trabajo es dar clases de literatura polaca en la Universidad de Cracovia, y cuya vocación es escribir incansablemente para delicia de miles de congéneres.


Los extranjeros conocemos a Lem a través de sus escritos dentro del género bárbaramente llamado "ciencia ficción". Basta esta noticia para que la mitad de los eruditos decreten su banalidad, y la otra mitad lo coloque en la vitrina de los candidatos a escritor "de culto". Si bien es cierto que la mayoría de los libros y las películas de ciencia ficción llaman la atención por su mediocridad, falta de imaginación y pobreza expresiva, no es menos cierto que esas características las comparten con casi todo el resto de la literatura y el cine.

El caso es que Lem realizó toda su obra dentro de un régimen político en el que la censura jugó un papel fundamental. Como el soviético Andrei Tarkovskii, Lem tuvo que ingeniárselas para decir lo que quería sin que lo entendieran los gorilas. Su novela Solaris
(1961) fue llevada al cine por Tarkovskii, y ni la censura polaca ni la soviética percibieron la esencia del contenido de ambas obras: unos seres humanos incapaces de comunicarse con Otro (Solaris, una especie de planeta viviente), por causa de su insistencia en mirarse en el espejo de una memoria deformada por el deseo de haber vivido una vida diferente.

Los primeros libros de Lem pueden ser definidos como piezas típicas de fantasía científica. Retorno de las estrellas
(1961) relata la vuelta a la Tierra de una expedición luego de casi un siglo de viaje por el espacio, que, debido a la relatividad einsteniana, para los astronautas ha sido de tan sólo unos años. Se encuentran allí con que la humanidad ha abandonado los viajes siderales, porque la diferencia de tiempos entre los viajeros y los que permanecen en la Tierra hace imposible aprovechar la experiencia. El proceso del personaje, que vuelve creyéndose un héroe para descubrir que su aventura ha sido inútil, se convirtió, con el tiempo, en el origen de una idea recurrente del escritor.

La evolución política de su país lo empujó al desengaño, y el desengaño a la ironía. En Nébula Magallánica
(1955) describía un mundo perfecto, espejo de su visión de un socialismo posible. Pero sus primeros textos satíricos datan de sólo dos años más tarde (Diarios de las estrellas, donde hace aparición su héroe rabelesiano Ijon Tichy).

Hay una distancia enorme entre lo mejor y lo peor de Lem. Escribió mucho y publicó demasiado. En los años que van desde su primera novela (Hospital de la transfiguración, 1948, no traducido al español, relato de siniestros planes nazis para un hospital siquiátrico en la Polonia ocupada), hasta sus dos novelas centradas en el desencuentro y la frustración (Solaris y Retorno de las estrellas) publicó algunos libros que no se merecen a un escritor de su talla. Pero lo que vale de Lem compensa con creces algunos desaciertos, y conviene, si uno tropieza con alguno de sus libros menos logrados, no sacar conclusiones apresuradas.

Locura de Lem

Trurl y Clapaucio son dos robots cuyas aventuras en los más alejados rincones del cosmos llenan las páginas de Ciberíada (1967), una epopeya de la cibernética aplicada. Atrás en la evolución han quedado los seres vivíparos, blandos y llenos de humores. Pero las máquinas -una fase superior de la Evolución- parecen tan llenas como sus antepasados humanos de pasiones, egoísmos y ambiciones mezquinas. Ya en esa época planteaba Lem, de forma sofisticada, complejamente dispuesta para servir de excusa a la anécdota, los problemas informáticos que hoy nos llaman la atención: inteligencia artificial, filosofía cibernética, arte informático, generación de máquinas por máquinas, cuestiones de mercado y hasta la completa inutilidad de la mayor parte de todas esas discusiones.

Esa visión temprana de los problemas que hoy se comienza a discutir a partir de la irrupción de Internet, no obedece tanto al amor de Lem por el "género menor" que eligió como vía, como de sus cuestionamientos morales y éticos. Como un budista que elige el té como camino para la comprensión de lo esencial, Lem eligió la fantasía científica, pero sus interrogantes no se refieren tanto a la ciencia o a la fantasía como al hombre capaz de pensar en términos científicos o fantásticos.

La vía de Lem esquiva la censura disfrazándose de género de evasión. La carcajada brota incontenible, aunque a veces se trate de una risa nerviosa.

Ijon Tichy, sucesor legítimo de Gulliver, nació en la década de los cincuenta pero se afirmó en los veinte años posteriores, con una secuela de Diarios en los que el humor requiere un lector familiarizado con los temas clásicos del género. El viaje vigésimoctavo está escrito como bitácora del capitán, donde se describen las deformaciones temporales por efecto de la relatividad:

"Después de comer vino a verme el suegro de Ambrosio, Amfotérico, y me confesó que se convirtió en su propio padre, porque su tiempo se enredó en forma de bucle. Me fijé que las barbillas y frentes de algunos hombres y mujeres retroceden. ¿Efecto de una recesión giroscópica, acortamiento de Lorentz-Ritzgeral, o resultado de perder dientes y darse frecuentes golpes en la frente contra los dinteles cuando suena la campana llamando a la mesa? Nos estamos acercando a la velocidad de la luz. Multitud de fenómenos desconocidos. Apareció un nuevo tipo de partículas elementales: los chicharrones. No muy grandes, un poco quemados. A mi cabeza le pasa algo raro. Recuerdo que mi padre se llamaba Bernabé, pero tenía también otro, con el nombre de nombre Batalón. ¿O tal vez era un lago de Hungría? A lo mejor me llamo Jeremías. Hemos dejado muy atrás el principio de Pauli, según el cual una persona puede ser habitada por una individualidad a la vez."

En otro de sus viajes, Tichy narra los resultados desastrosos de la manipulación genética:

"Me encontraba en el borde de un campo, al parecer cultivado, pero lo que en él crecía no tenía nada que ver ni con coles ni con girasoles: no eran plantas, sino mesitas de noche. Al cabo de un rato de pensar, llegué a la conclusión de que eran productos de la civilización biótica. Ya me había encontrado antes con algo por el estilo (...) Así, pues, no fue el campo de vitrinas y mesitas de noche en sí lo que me causó extrañeza, sino el hecho de que todos esos muebles mostraban una degeneración completa. La mesita más cercana, mientras intentaba abrirla, casi me seccionó la mano con un cajón erizado de dientes; otra, al lado, se mecía en la suave brisa como si estuviera hecha de jalea, y un taburete a cuyo lado pasaba me puso una zancadilla tirándome al suelo cuan largo era. No cabe duda de que los muebles no deben comportarse así; algo iba mal en aquel cultivo."

El soborno que el consumismo impone a los compradores también tiene su lugar en las Memorias de Ijon Tichy, cuando describe la competencia de dos marcas de lavarropas automáticos:

"Creo que fue Nuddlegg el primero en introducir en el mercado unas lavadoras tan automatizadas que separaban solas la ropa blanca de la de color, lavaban, escurrían, planchaban, zurcían, hacían dobladillos, marcaban con las iniciales del propietario primorosamente bordadas y adornaban las toallas con frases didácticas y edificantes, del estilo de esta: "Vamos a la cama sin patalear, para que el robot pueda descansar", etc. Snodgrass reaccionó, saturando el comercio con lavadoras que componían cuartetos para bordar, adaptados al nivel cultural y exigencias estéticas del cliente. El modelo sucesivo de Nuddlegg bordaba ya sonetos: Snodgrass replicó con las lavadoras que animaban la conversación en el seno de la familia durante los intervalos del programa televisivo."

Borgesianamente, Lem escribió un libro de prólogos (Un valor imaginario) y uno de críticas (Vacío perfecto), ambos de libros inexistentes. Este amor por las paradojas, la falta de necesidad y el azar lo llevó a escribir dos de sus libros más singulares, donde la risa deja paso a la inquietud y el misterio.

Investigaciones

En La Investigación (1979), un teniente solitario y muy preocupado por el aspecto de su ropa recibe la orden de investigar ciertos hechos acaecidos en morgues y depósitos de cementerios de Gran Bretaña. Al parecer, algunos cadáveres han sido tocados o movidos durante la noche. Los primeros pasos de la investigación parecen indicar que los cadáveres se han movido solos. La tensión se polariza entre la mentalidad racional del policía y la racionalidad alternativa de un científico que sostiene que si bien los hechos son improbables, no son imposibles.

El guiño de Lem radica en que trabaja con los formatos del policial y el terror, con cadáveres que parecen moverse en la noche brumosa de la campiña inglesa, pero la materia de su extrañamiento es la idea de un mundo gobernado por una causalidad que la ciencia no puede aprehender. El lector es llevado a la contemplación del patetismo de dos mentalidades racionalistas que se empeñan en hacer un modelo aceptable del mundo, sin éxito.

La Investigación tiene una novela especular en La fiebre del heno
(1975), en la que un policía debe recorrer los mismos pasos que varias víctimas de muertes misteriosas, para intentar descubrir la regla que rigió sus tragedias. La muerte lo cerca, pero nunca lo alcanza, tal vez porque no logra hacer el recorrido exacto que dieron los muertos. Otra vez la ley de probabilidades aparece como la única ciencia capaz de dar una idea de las leyes que gobiernan el mundo.
El ciclo de Ijon Tichy tiene varias irrupciones menos cargadas de humor que los Viajes.

En Congreso de Futurología (1974) Tichy se ve envuelto en unas protestas callejeras en las que la policía utiliza gases alucinógenos para aplacar a la multitud. Comienza un periplo por un mundo cambiado por el efecto de los gases, en el que se descubre que en realidad la humanidad vive en unas condiciones de miseria extremas, con un planeta agotado por la explotación de los ecosistemas, de lo cual nadie se había percatado porque todos fueron sometidos a tratamientos con drogas que enmascaran la realidad. Una rigurosa estructura de capas de cebolla se muestra capaz de un desarrollo infinito, que recuerda la novela dieciochesca jamás terminada (por interminable) Manuscrito encontrado en Zaragoza, del polaco Jan Potocki, que escribía en francés en una clave irónica e inquietante llamativamente similar a la de su compatriota.

La narración circular, envolvente, con numerosos regresos al punto de partida parece ser un gusto particular de Lem. Sus primeros relatos de ciencia ficción
("Sésamo", 1955) tenían como tema los viajes en el tiempo, que son también el núcleo de los mejores momentos de Tichy. En Memorias encontradas en una bañera (1971), unos arqueólogos del siglo 32 descubren un manuscrito en una bañera del Pentágono II, que data de la guerra fría. Se cuenta allí la historia de un espía que recibe instrucciones para realizar cierta misión que nadie sabe bien cuál es. Espías dobles, triples y cuádruples se amontonan en círculos, de tal modo que se pierde la noción de realidad. Auténtica novela de la paranoia, en la que se produce la destrucción sardónica por aniquilación de la idea de guerra fría.

Lem escribió bastantes ensayos, no solamente acerca de libros inexistentes, sino también sobre algunos escritores que considera importantes. Entre los especialistas en fantasía científica, rescata a Philip K. Dick (en Un visionario entre charlatanes, reseña publicada en Micromundos, 1984). En ese mismo libro analiza a Borges, que no le resulta en exceso simpático, aunque lo unen con él numerosos temas y modos de enfrentarlos. Los hermanos Strugatsky (autores de Picnic al borde del camino, adaptada al cine por Tarkovskii como Stalker, o La Zona) merecen otro de sus artículos críticos. Por más que dedicó bastantes páginas al análisis del género, lo considera "un caso sin esperanza, aunque con excepciones".

Sus reflexiones sobre la ciencia y la literatura comenzaron en los años cincuenta, con la publicación de sus Diálogos, donde Filonus e Hylas discuten, al modo socrático, sobre las posibilidades de construir una máquina capaz de resucitar a los muertos. Era una época de gran optimismo y confianza en las posibilidades de la cibernética. En una entrevista reciente, Lem dice:

"La comparación de las opiniones de aquellos años con la situación actual es un problema interesante para la historia de la ciencia. Ella muestra la ingenuidad exacerbada que las revoluciones científicas provocan en el seno de la ciencia; las perspectivas de progreso de la ciencia se presentan a sus contemporáneos de una forma demasiado simple, como si de aquel complicado proceso de conocimiento, lleno de desvíos y vueltas que llevó a aquella revolución científica, tuviera que detenerse, dejando lugar a una multiplicación espontánea de la ciencia, sin retrocesos ni obstáculos. Así ocurre también habitualmente después del desencuentro entre las esperanzas demasiado optimistas y la realidad, fenómeno comprobado también en la cibernética."

Lem escribe una columna en el diario polaco Tygodnik Powszechny y otra en la revista PC Magazine. Aún no tiene computadora, porque en su barrio hay frecuentes apagones, y después de todo escribió unos sesenta años con una máquina que le regaló su padre en la época del liceo. Sin embargo, sus ideas bastante radicales acerca de la informática (en 1996 un artículo suyo en la revista alemana Spiegel, con opiniones negativas sobre el modo en que se estaba desarrollando Internet, generó amplias polémicas) provienen de un hombre que viene reflexionando sobre el tema desde el inicio mismo de la era de las computadoras.
En un reciente artículo de Tygodnik, escribe:

"En nuestro tiempo fracasó la visión optimista, diría hasta paradisíaca, de la que la Shoah era apenas una excepción pavorosa que transgrede la Historia y nunca más se repetirá. Toda la serie de acontecimientos que desde entonces ha tenido lugar en el mundo puso en evidencia una regla: cuanto más desgracia, cuantos más cadáveres, cuanta más miseria se provocan unos a los otros los hombres, tanto más impunes permanecen los culpables (...) Otra cuestión ardiente, que perturba, y mucho, nuestra moralidad -si es que aun tenemos una- es la aceptación silenciosa y pasiva de la represión por parte de amplios sectores de la sociedad. Si la represión ocurre y si ella no toma formas tan terribles y genocidas como en los tiempos del hitlerismo, la mayoría consiente, y hasta consigue luego tener nostalgia de los tiempos en que cada uno se movía como si estuviera sobre rieles, guiándose por las prohibiciones y las órdenes. En una palabra, una fuga universal de la libertad."

En un artículo inédito de Henryk Siewerski, traductor polaco y profesor de teoría literaria de la Universidad Nacional de Brasilia, resume de este modo el trabajo de Lem:

"Uno de los temas más importantes de la obra de ficción de Lem es la construcción de sociedades perfectas con métodos científicos, un tema tradicional del género. La experiencia del estalinismo hizo que Lem perdiera la fe en la ciencia como medio de organización del mundo capaz de hacer felices a los hombres. La convención de la science fiction le permite hacer una severa crítica del totalitarismo, engañando a la censura (Diarios de las estrellas, Ciberíada). Pero él sabe también que la voluntad de construir una utopía es parte de la naturaleza humana, y a pesar de los sufrimientos que eso ha causado, la humanidad continúa soñando con un estado de felicidad universal.

El hombre desarrolla la razón, pero en el fondo es un ser irracional: busca cosas que en realidad no necesita (inmortalidad, poder absoluto), tiene placer en atormentar a otros (y hasta a sí mismo), desea el poder pero no sabe usarlo. Por tanto es posible que la humanidad no sea el mejor lugar para la Razón, y que tal vez sea mejor que ésta se mude para una máquina y parta luego al Cosmos y más allá, dejando a los hombres atrás en el proceso de evolución.

La imperfección del mundo, el sufrimiento de los habitantes de la Tierra, el horror de las guerras, hacen problemática la fe en un Dios bueno y todopoderoso, y llevan a la concepción de un Dios imperfecto, que interviene en el mundo pero sin tener poder absoluto sobre el ser humano (
Solaris, La voz del Señor). Así, el Cosmos estaría gobernado por seres de otro plano ontológico, imposible de demostrar su existencia en nuestro mundo, a no ser de una forma indirecta, por ejemplo en el espacio abstracto de la informática. En un mundo así, desprovisto del principio de determinismo, es posible relacionar todo con todo -biología, física, historia, teoría de la literatura, etc. - hecho del que Lem extrae conclusiones prácticas en su Fiebre del heno"


La visión del futuro de Lem es bastante pesimista, porque según él, el hombre tiene pocas posibilidades de evitar la catástrofe de la autodestrucción. Las probabilidades son pocas debido al enorme arsenal nuclear y a la destrucción de la naturaleza. Pero la transformación del medio ambiente, que trae grandes peligros, representa también la única posibilidad de sobrevivencia de nuestra especie.

Buscando seres en otras galaxias, probando las más osadas hipótesis científicas y sus consecuencias prácticas, contando las historias del futuro, Lem nunca dejó de mantener los pies sobre la tierra y de estar presente en su tiempo histórico. Su obra emerge de la curiosidad sin límites y de la necesidad de viajar más allá de los horizontes y de contar sobre esos viajes, pero sobre todo proviene de la profunda convicción de la necesidad de la preservación de las normas éticas, sin la cual la continuidad de nuestra especie puede pasar a ser un tema de science fiction.

De alguna manera, los libros de Lem ocupan el incómodo lugar del desclasado. La relativa marginalidad de la lengua polaca dificulta el juicio desde la centralidad que construye los paradigmas críticos en boga. El hecho de que escriba sistemáticamente desde un "género menor" empeora su visibilidad. No debe extrañar, entonces, el relativo desconocimiento de su obra aún entre los más letrados. No vale la pena intentar desentrañar los motivos por los que permanece apenas visible detrás de la bruma viscosa del ninguneo. Habiendo tantos libros suyos para leer, es preferible no perder el tiempo.

* Publicado originalmente en Insomnia Nº94

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