El Profesor A.S. Tarantoga, de la
Universidad de Fomalhaut, sostiene que LEM es la abreviatura
de Lunar Excursion Module, aparato utilizado por las naves Apollo
de la NASA para orbitar el satélite y alunizar. Aunque
posee un cerebro electrónico, hay que desestimar enérgicamente
las versiones que lo relacionan con la literatura: en efecto,
se trata de una computadora pequeña, apta sólo
para los fines de la navegación, que no hubiera podido
escribir ni una sola frase sensata.
Sin embargo, informantes que prefirieron permanecer en el anonimato
insisten en otorgar crédito a la noticia de que Lem, Stanislaw,
es un organismo albuminoideo, que vio la luz en Lvov el 12 de
setiembre de 1921, cuya profesión es la de médico,
cuya afición es la cibernética, cuyo trabajo es
dar clases de literatura polaca en la Universidad de Cracovia,
y cuya vocación es escribir incansablemente para delicia
de miles de congéneres.
Los extranjeros conocemos a Lem a través de sus escritos
dentro del género bárbaramente llamado "ciencia
ficción". Basta esta noticia para que la mitad de
los eruditos decreten su banalidad, y la otra mitad lo coloque
en la vitrina de los candidatos a escritor "de culto".
Si bien es cierto que la mayoría de los libros y las películas
de ciencia ficción llaman la atención por su mediocridad,
falta de imaginación y pobreza expresiva, no es menos
cierto que esas características las comparten con casi
todo el resto de la literatura y el cine.
El caso es que Lem realizó toda su obra dentro de un régimen
político en el que la censura jugó un papel fundamental.
Como el soviético Andrei Tarkovskii, Lem tuvo que ingeniárselas
para decir lo que quería sin que lo entendieran los gorilas.
Su novela Solaris (1961) fue llevada al cine por Tarkovskii,
y ni la censura polaca ni la soviética percibieron la
esencia del contenido de ambas obras: unos seres humanos incapaces
de comunicarse con Otro (Solaris, una especie de planeta viviente),
por causa de su insistencia en mirarse en el espejo de una memoria
deformada por el deseo de haber vivido una vida diferente.
Los primeros libros de Lem pueden ser definidos como piezas típicas
de fantasía científica. Retorno de las estrellas
(1961) relata la vuelta a la Tierra de una expedición
luego de casi un siglo de viaje por el espacio, que, debido a
la relatividad einsteniana, para los astronautas ha sido de tan
sólo unos años. Se encuentran allí con que
la humanidad ha abandonado los viajes siderales, porque la diferencia
de tiempos entre los viajeros y los que permanecen en la Tierra
hace imposible aprovechar la experiencia. El proceso del personaje,
que vuelve creyéndose un héroe
para descubrir que su aventura ha sido inútil, se convirtió,
con el tiempo, en el origen de una idea recurrente del escritor.
La evolución política de su país lo empujó
al desengaño, y el desengaño a la ironía.
En Nébula Magallánica (1955) describía un mundo perfecto,
espejo de su visión
de un socialismo posible. Pero sus primeros textos satíricos
datan de sólo dos años más tarde (Diarios
de las estrellas, donde hace aparición su héroe
rabelesiano Ijon Tichy).
Hay una distancia enorme entre lo mejor y lo peor de Lem. Escribió
mucho y publicó demasiado. En los años que van
desde su primera novela (Hospital de la transfiguración,
1948, no traducido al español, relato de siniestros planes
nazis para un hospital siquiátrico en la Polonia ocupada),
hasta sus dos novelas centradas en el desencuentro y la frustración
(Solaris y Retorno de las estrellas) publicó
algunos libros que no se merecen a un escritor de su talla. Pero
lo que vale de Lem compensa con creces algunos desaciertos, y
conviene, si uno tropieza con alguno de sus libros menos logrados,
no sacar conclusiones apresuradas.
Locura de Lem
Trurl y Clapaucio son
dos robots cuyas aventuras en los más alejados rincones
del cosmos llenan las páginas de Ciberíada
(1967), una epopeya de la cibernética aplicada.
Atrás en la evolución
han quedado los seres vivíparos, blandos y llenos de humores.
Pero las máquinas -una fase superior de la Evolución-
parecen tan llenas como sus antepasados humanos de pasiones, egoísmos
y ambiciones mezquinas. Ya en esa época planteaba Lem,
de forma sofisticada, complejamente dispuesta para servir de excusa
a la anécdota, los problemas informáticos que hoy
nos llaman la atención: inteligencia artificial, filosofía
cibernética, arte informático, generación
de máquinas
por máquinas, cuestiones de mercado y hasta la completa
inutilidad de la mayor parte de todas esas discusiones.
Esa visión temprana de los problemas que hoy se comienza
a discutir a partir de la irrupción de Internet,
no obedece tanto al amor de Lem por el "género menor"
que eligió como vía, como de sus cuestionamientos
morales y éticos. Como un budista que elige el té
como camino para la comprensión de lo esencial, Lem eligió
la fantasía científica, pero sus interrogantes
no se refieren tanto a la ciencia o a la fantasía como
al hombre capaz de pensar en términos científicos
o fantásticos.
La vía de Lem esquiva la censura disfrazándose de
género de evasión. La carcajada brota incontenible,
aunque a veces se trate de una risa
nerviosa.
Ijon Tichy, sucesor legítimo de Gulliver, nació
en la década de los cincuenta pero se afirmó en
los veinte años posteriores, con una secuela de Diarios
en los que el humor requiere un lector familiarizado con los
temas clásicos del género. El viaje vigésimoctavo
está escrito como bitácora del capitán,
donde se describen las deformaciones temporales por efecto de
la relatividad:
"Después
de comer vino a verme el suegro de Ambrosio, Amfotérico,
y me confesó que se convirtió en su propio padre,
porque su tiempo se enredó en forma de bucle. Me fijé
que las barbillas y frentes de algunos hombres y mujeres retroceden.
¿Efecto de una recesión giroscópica, acortamiento
de Lorentz-Ritzgeral, o resultado de perder dientes y darse frecuentes
golpes en la frente contra los dinteles cuando suena la campana
llamando a la mesa? Nos estamos acercando a la velocidad de la
luz. Multitud de fenómenos desconocidos. Apareció
un nuevo tipo de partículas elementales: los chicharrones.
No muy grandes, un poco quemados. A mi cabeza le pasa algo raro.
Recuerdo que mi padre se llamaba Bernabé, pero tenía
también otro, con el nombre de nombre Batalón.
¿O tal vez era un lago de Hungría? A lo mejor me
llamo Jeremías. Hemos dejado muy atrás el principio
de Pauli, según el cual una persona puede ser habitada
por una individualidad a la vez."
En otro de sus viajes,
Tichy narra los resultados desastrosos de la manipulación
genética:
"Me encontraba en el borde de un campo, al parecer cultivado,
pero lo que en él crecía no tenía nada que
ver ni con coles ni con girasoles: no eran plantas, sino mesitas
de noche. Al cabo de un rato de pensar, llegué a la conclusión
de que eran productos de la civilización biótica.
Ya me había encontrado antes con algo por el estilo (...)
Así, pues, no fue el campo de vitrinas y mesitas de noche
en sí lo que me causó extrañeza, sino el
hecho de que todos esos muebles mostraban una degeneración
completa. La mesita más cercana, mientras intentaba abrirla,
casi me seccionó la mano con un cajón erizado de
dientes; otra, al lado, se mecía en la suave brisa como
si estuviera hecha de jalea, y un taburete a cuyo lado pasaba
me puso una zancadilla tirándome al suelo cuan largo era.
No cabe duda de que los muebles no deben comportarse así;
algo iba mal en aquel cultivo."
El soborno que el consumismo
impone a los compradores también tiene su lugar en las
Memorias de Ijon Tichy, cuando describe la competencia
de dos marcas de lavarropas automáticos:
"Creo que fue Nuddlegg
el primero en introducir en el mercado unas lavadoras tan automatizadas
que separaban solas la ropa blanca de la de color, lavaban, escurrían,
planchaban, zurcían, hacían dobladillos, marcaban
con las iniciales del propietario primorosamente bordadas y adornaban
las toallas con frases didácticas y edificantes, del estilo
de esta: "Vamos a la cama sin patalear, para que el robot
pueda descansar", etc. Snodgrass reaccionó, saturando
el comercio con lavadoras que componían cuartetos para
bordar, adaptados al nivel cultural y exigencias estéticas
del cliente. El modelo sucesivo
de Nuddlegg bordaba ya sonetos: Snodgrass replicó con las
lavadoras que animaban la conversación en el seno de la
familia durante los intervalos del programa televisivo."
Borgesianamente, Lem escribió
un libro de prólogos (Un valor imaginario) y uno
de críticas (Vacío perfecto), ambos de libros
inexistentes. Este amor por las paradojas, la falta de necesidad
y el azar lo llevó
a escribir dos de sus libros más singulares, donde la risa
deja paso a la inquietud y el misterio.
Investigaciones
En La Investigación
(1979), un teniente solitario y muy preocupado
por el aspecto de su ropa recibe la orden de investigar ciertos
hechos acaecidos en morgues y depósitos de cementerios
de Gran Bretaña. Al parecer, algunos cadáveres
han sido tocados o movidos durante la noche. Los primeros pasos
de la investigación parecen indicar que los cadáveres
se han movido solos. La tensión se polariza entre la mentalidad
racional del policía y la racionalidad alternativa de
un científico que sostiene que si bien los hechos son
improbables, no son imposibles.
El guiño de Lem radica
en que trabaja con los formatos del policial
y el terror, con cadáveres que parecen moverse en la noche
brumosa de la campiña inglesa, pero la materia de su extrañamiento
es la idea de un mundo gobernado por una causalidad que la ciencia
no puede aprehender. El lector es llevado a la contemplación
del patetismo de dos mentalidades racionalistas que se empeñan
en hacer un modelo aceptable del mundo, sin éxito.
La Investigación tiene una novela especular en
La fiebre del heno (1975), en la que un policía
debe recorrer los mismos pasos que varias víctimas de
muertes misteriosas, para intentar descubrir la regla que rigió
sus tragedias. La muerte lo cerca, pero nunca lo alcanza, tal
vez porque no logra hacer el recorrido exacto que dieron los
muertos. Otra vez la ley de probabilidades aparece como la única
ciencia capaz de dar una idea de las leyes que gobiernan el mundo.
El ciclo de Ijon Tichy tiene varias irrupciones menos cargadas
de humor que los Viajes.
En Congreso de Futurología
(1974) Tichy se ve envuelto en unas protestas
callejeras en las que la policía utiliza gases alucinógenos
para aplacar a la multitud. Comienza un periplo por un mundo
cambiado por el efecto de los gases, en el que se descubre que
en realidad la humanidad vive en unas condiciones de miseria
extremas, con un planeta agotado por la explotación de
los ecosistemas, de lo cual nadie se había percatado porque
todos fueron sometidos a tratamientos con drogas que enmascaran
la realidad. Una rigurosa estructura de capas de cebolla se muestra
capaz de un desarrollo infinito, que recuerda la novela dieciochesca
jamás terminada (por interminable) Manuscrito encontrado
en Zaragoza, del polaco Jan Potocki, que escribía
en francés en una clave irónica e inquietante llamativamente
similar a la de su compatriota.
La narración circular, envolvente, con numerosos regresos
al punto de partida parece ser un gusto particular de Lem. Sus
primeros relatos de ciencia ficción ("Sésamo",
1955) tenían
como tema los viajes en el tiempo, que son también el
núcleo de los mejores momentos de Tichy. En Memorias
encontradas en una bañera (1971), unos arqueólogos del
siglo 32 descubren un manuscrito en una bañera del Pentágono
II, que data de la guerra fría. Se cuenta allí
la historia de un espía que recibe instrucciones para
realizar cierta misión que nadie sabe bien cuál
es. Espías dobles, triples y cuádruples se amontonan
en círculos, de tal modo que se pierde la noción
de realidad. Auténtica novela de la paranoia, en la que
se produce la destrucción sardónica por aniquilación
de la idea de guerra fría.
Lem escribió bastantes ensayos, no solamente acerca de
libros inexistentes, sino también sobre algunos escritores
que considera importantes. Entre los especialistas en fantasía
científica, rescata a Philip K. Dick (en Un visionario
entre charlatanes, reseña publicada en Micromundos,
1984). En ese mismo libro analiza a Borges,
que no le resulta en exceso simpático, aunque lo unen con
él numerosos temas y modos de enfrentarlos. Los hermanos
Strugatsky (autores de Picnic al borde del camino, adaptada
al cine por Tarkovskii como Stalker, o La Zona)
merecen otro de sus artículos críticos. Por más
que dedicó bastantes páginas al análisis
del género, lo considera "un caso sin esperanza, aunque
con excepciones".
Sus reflexiones sobre la ciencia y la literatura comenzaron en
los años cincuenta, con la publicación de sus Diálogos,
donde Filonus e Hylas discuten, al modo socrático, sobre
las posibilidades de construir una máquina capaz de resucitar
a los muertos. Era una época de gran optimismo y confianza
en las posibilidades de la cibernética. En una entrevista
reciente, Lem dice:
"La comparación
de las opiniones de aquellos años con la situación
actual es un problema interesante para la historia de la ciencia.
Ella muestra la ingenuidad exacerbada que las revoluciones científicas
provocan en el seno de la ciencia; las perspectivas de progreso
de la ciencia se presentan a sus contemporáneos de una
forma demasiado simple, como si de aquel complicado proceso de
conocimiento, lleno de desvíos y vueltas que llevó
a aquella revolución científica, tuviera que detenerse,
dejando lugar a una multiplicación espontánea de
la ciencia, sin retrocesos ni obstáculos. Así ocurre
también habitualmente después del desencuentro
entre las esperanzas demasiado optimistas y la realidad, fenómeno
comprobado también en la cibernética."
Lem escribe una columna
en el diario polaco Tygodnik Powszechny y otra en la revista
PC Magazine. Aún no tiene computadora, porque en
su barrio hay frecuentes apagones, y después de todo escribió
unos sesenta años con una máquina que le regaló
su padre en la época del liceo. Sin embargo, sus ideas
bastante radicales acerca de la informática (en 1996 un
artículo suyo en la revista alemana Spiegel, con
opiniones negativas sobre el modo en que se estaba desarrollando
Internet, generó
amplias polémicas) provienen de un hombre que viene reflexionando
sobre el tema desde el inicio mismo de la era de las computadoras.
En un reciente artículo de Tygodnik, escribe:
"En nuestro
tiempo fracasó la visión optimista, diría
hasta paradisíaca, de la que la Shoah era apenas una excepción
pavorosa que transgrede la Historia y nunca más se repetirá.
Toda la serie de acontecimientos que desde entonces ha tenido
lugar en el mundo puso en evidencia una regla: cuanto más
desgracia, cuantos más cadáveres, cuanta más
miseria se provocan unos a los otros los hombres, tanto más
impunes permanecen los culpables (...) Otra cuestión ardiente,
que perturba, y mucho, nuestra moralidad -si es que aun tenemos
una- es la aceptación silenciosa y pasiva de la represión
por parte de amplios sectores de la sociedad. Si la represión
ocurre y si ella no toma formas tan terribles y genocidas como
en los tiempos del hitlerismo, la mayoría consiente, y
hasta consigue luego tener nostalgia de los tiempos en que cada
uno se movía como si estuviera sobre rieles, guiándose
por las prohibiciones y las órdenes. En una palabra, una
fuga universal de la libertad."
En un artículo
inédito de Henryk Siewerski, traductor polaco y profesor
de teoría literaria de la Universidad Nacional de Brasilia,
resume de este modo el trabajo de Lem:
"Uno de los
temas más importantes de la obra de ficción de
Lem es la construcción de sociedades perfectas con métodos
científicos, un tema tradicional del género. La
experiencia del estalinismo hizo que Lem perdiera la fe en la
ciencia como medio de organización del mundo capaz de
hacer felices a los hombres. La convención de la science
fiction le permite hacer una severa crítica del totalitarismo,
engañando a la censura (Diarios de las estrellas,
Ciberíada). Pero él sabe también que
la voluntad de construir una utopía es parte de la naturaleza
humana, y a pesar de los sufrimientos que eso ha causado, la
humanidad continúa soñando con un estado de felicidad
universal.
El hombre desarrolla la razón, pero en el fondo es un
ser irracional: busca cosas que en realidad no necesita (inmortalidad,
poder absoluto), tiene placer en atormentar a otros (y hasta
a sí mismo), desea el poder pero no sabe usarlo. Por tanto
es posible que la humanidad no sea el mejor lugar para la Razón,
y que tal vez sea mejor que ésta se mude para una máquina
y parta luego al Cosmos y más allá, dejando a los
hombres atrás en el proceso de evolución.
La imperfección del mundo, el sufrimiento de los habitantes
de la Tierra, el horror de las guerras, hacen problemática
la fe en un Dios bueno y todopoderoso, y llevan a la concepción
de un Dios imperfecto, que interviene en el mundo pero sin tener
poder absoluto sobre el ser humano (Solaris, La voz
del Señor). Así, el Cosmos estaría gobernado
por seres de otro plano ontológico, imposible de demostrar
su existencia en nuestro mundo, a no ser de una forma indirecta,
por ejemplo en el espacio abstracto de la informática.
En un mundo así, desprovisto del principio de determinismo,
es posible relacionar todo con todo -biología, física,
historia, teoría de la literatura, etc. - hecho del que
Lem extrae conclusiones prácticas en su Fiebre del heno"
La visión del futuro de Lem es bastante pesimista, porque
según él, el hombre tiene pocas posibilidades de
evitar la catástrofe de la autodestrucción. Las
probabilidades son pocas debido al enorme arsenal nuclear y a
la destrucción de la naturaleza. Pero la transformación
del medio ambiente, que trae grandes peligros, representa
también la única posibilidad de sobrevivencia de
nuestra especie.
Buscando seres en otras galaxias, probando las más osadas
hipótesis científicas y sus consecuencias prácticas,
contando las historias del futuro, Lem nunca dejó de mantener
los pies sobre la tierra y de estar presente en su tiempo histórico.
Su obra emerge de la curiosidad sin límites y de la necesidad
de viajar más allá de los horizontes y de contar
sobre esos viajes,
pero sobre todo proviene de la profunda convicción de la
necesidad de la preservación de las normas éticas,
sin la cual la continuidad de nuestra especie puede pasar a ser
un tema de science fiction.
De alguna manera, los
libros de Lem ocupan el incómodo lugar del desclasado.
La relativa marginalidad de la lengua polaca dificulta el juicio
desde la centralidad que construye los paradigmas críticos
en boga. El hecho de que escriba sistemáticamente desde
un "género menor" empeora su visibilidad. No
debe extrañar, entonces, el relativo desconocimiento de
su obra aún entre los más letrados. No vale la
pena intentar desentrañar los motivos por los que permanece
apenas visible detrás de la bruma viscosa del ninguneo.
Habiendo tantos libros suyos para leer, es preferible no perder
el tiempo.
* Publicado
originalmente en Insomnia Nº94
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