La vida sobre nuestro planeta surgió hace unos 3.800 millones
de años. Surgió solo una vez y su continuidad porfiada,
pese a los episodios de extinción, resistió con
diversos y periódicos momentos de gran diversidad. Hoy
estamos en uno de esos momentos.
El linaje de los homínidos al que pertenecemos como una
especie más, remonta sus orígenes probablemente
a poco más de 8 millones de años atrás.
Si contrastamos esa cifra con la del parrafo anterior, caemos
en la cuenta de que somos unos recién llegados.
Nuestra especie, Homo sapiens, apareció hace unos 200.000
años y recién hace 10.000 empezamos a abandonar
el nomadeo, la recolección y la caza. Lo que llamamos "civilización",
es decir construcción de ciudades,
comercio, escritura, guerra,
escalafón social, explosión demográfica y
sistemática destrucción de los ecosistemas,
lo iniciamos hace unos 5.500 años. Poco tiempo para semejante
impacto.
A pesar de todo, seguimos hoy perteneciendo al orden de los primates,
al suborden de los antropoides, al infraorden de los catarrinos,
a la superfamilia de los hominoides, a la familia de los homínidos,
a la subfamilia de los homininos, al género
Homo y a la especie sapiens. Desde que tenemos consciencia
de lo que somos, observamos, estudiamos, investigamos y medimos
todo lo que tenemos a nuestro alrededor en función de nosotros
mismos.
El antropocentrismo es inevitable y lo hemos expresado con tremenda
autocomplacencia llamándonos a nosotros mismos "el
rey de la creación", "el animal más perfecto
y superior", "la cumbre de la evolución",
"sapiens". Sin embargo, los procesos biológico-evolutivos
por los que hemos llegado a ser lo que somos, no son únicos
ni exclusivos de nosotros. Son los mismos que han operado en
la generación de todos los seres vivos que componen la
biosfera: bacterias, hongos, plantas y animales. Un proceso ciego,
impersonal, resultado de un cúmulo de factores biológicos
y ambientales.
Nuestro físico actual es el resultado evolutivo de la
selección y no difiere del de nuestros antepasados cazadores
y nómadas. Pero la vida en un ecosistema artificial urbano,
sedentario y con un acusado trabajo intelectual que hemos elaborado,
no detiene la evolución, que para nada está bajo
nuestro control. Seguramente las nuevas condiciones creadas,
que no van más allá de 10.000 años atrás,
están forzando una adaptación a esas circunstancias.
Sin entrar ni caer en la ciencia ficción, lo que es seguro
es que ignoramos por completo que va a resultar de nuestra evolución.
Efectivamente, no podemos prever el futuro en ese sentido, pero
sí tenemos la posibilidad de estudiar nuestro pasado.
Lo que sabemos hoy del linaje de los homínidos, tal vez
por lo reciente, es una de las más contundentes pruebas
paleontológicas del hecho de la evolución. El registro
fósil de nuestros antepasados y de sus diversas líneas,
muchas paralelas, muchas contemporáneas, representa una
evidencia de primer orden.
Eso nos lleva a considerar que la EVOLUCIÓN de nuestro linaje, en un sentido
holístico, teniendo en cuenta las cadenas hacia atrás
del árbol filogenético, que nos desprende de troncos
comunes con los demás mamíferos, con los reptiles,
con los anfibios y los peces y así sucesivamente hasta
los unicelulares procariotas, nos hace concebir una evolución
de creciente complejidad, impredecible en sus diversos momentos,
que se caracteriza por contener procesos químicos, biológicos
y culturales.
El proceso cultural es un derivado del proceso biológico
y la discusión de si la cultura humana llegará
a dominar y controlar a los demás componentes de la evolución,
está servida.
Lo interesante de los actuales planteamientos en torno a la evolución,
es que es justamente la cultura, el elemento que más se
utiliza como argumento para proclamar nuestra diferencia fundamental
con el resto de los seres vivos, la que día a día
nos demuestra con mayor contundencia nuestra naturaleza animal.
La biología molecular, posiblemente uno de los puntales
actuales de la inteligencia humana y de sus capacidades de investigación,
es la rama científica que apoyando a la paleontología,
no sólo ha demostrado el hecho de la evolución,
sino las similitudes y divergencias genéticas existentes
entre los diversos organismos que muestran relaciones entre linajes
y convergen en antepasados comunes.
Un ejemplo que nos atañe directamente en este aspecto,
es la comprobada similitud entre grupos sanguíneos, proteínas
y grandes segmentos del ADN de hombres y chimpancés. Es
prácticamente idéntica, y demuestra que genéticamente
y por lo tanto molecularmente, es decir evolutivamente, las poblaciones
de chimpancés y bonobos están más cerca
de sus primos humanos que de sus primos gorilas.
Combinando los datos moleculares con los datos derivados del
estudio de los fósiles, podemos conocer el ritmo de los
cambios evolutivos acumulados en las especies relacionadas, lo
cual significa que podemos usar esos datos como "reloj molecular"
y medir la distancia genética entre esas especies. Gracias
a ello hoy sabemos con mucha certeza que el tronco de los homínidos
se fue diversificando con la rama de los gorilas por un lado,
hace aproximadamente 8 millones de años, y la de los chimpancés
y bonobos hace unos 5 millones.
Posteriormente varias líneas paralelas y más o menos
contemporaneas algunas, se expandieron por las sabanas orientales
y sureñas de Africa. Una de ellas, desembocaría
en el género
Homo primero y en la especie sapiens después.
La vida es terca, perseverante, tenaz y persistente y su historia
sobre este planeta ha ido demostrando que la evolución
como la imaginaron los clásicos y muchos todavía
en nuestros días, no es una progresión desde lo
imperfecto a lo perfecto, ni de lo malo hacia lo bueno, ni de
lo inferior a lo superior.
La evolución no trabaja con calificativos y menos con
conceptos antropocéntricos, porque no avanza en ninguna
dirección, no es un proceso lógico con intenciones
ni conduce inevitablemente a algun lado concreto. No busca, no
tiene "culminación".
Simplemente sucede, impredecible, con ritmos diferentes, es supervivencia
en sentido lato; se produce de acuerdo a los cambios del medio
fisico y su consecuencia es la diversidad biológica. La
tierra sería eso, medio físico y medio biológico,
aunados y cambiantes, formando un gigantesco ecosistema planetario
autorregulable.
*Publicado
originalmente en Insomnia
|
|