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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



MEGAPROYECTOS -

Megaproyectos, I: cráteres de lo simbólico. Cartografías del no-lugar[1]*

Nicolás Pereira

En este modelo-telón se puede ver el avance del cultivo de soja, la extracción de hidrocarburos, los proyectos mega-mineros, la explotación forestal etc., que exponen como consecuencia dos macro-fenómenos cada vez más intensivos y extensivos: la desestatización del territorio y la desterritorialización del Estado.

"Generalmente recluido en el pasado por el mundo de los sentidos hegemónicos, cuesta verlo como principio de organización de las prácticas presentes (...) El colonialismo se constituye en un objeto esquivo para la episteme moderna, precisamente porque se trata de uno de sus efectos y condiciones de verdad."[2]


Hay en múltiples territorios latinoamericanos proyectos extractivistas primario-exportadores en curso o en proceso de aprobación. Algunas consecuencias ya pueden constatarse, otras sin embargo todavía no son claras, y muchas son ignoradas desde el discurso técnico científico legitimador. Al mismo tiempo, las voces disidentes parten también desde múltiples lugares. Personas autoconvocadas, colectivos ambientalistas, organizaciones sociales, actores públicos, intelectuales pertenecientes a la academia y por fuera de ésta, buscan hacerse oír en medio de la fantasmática realidad neocolonial. Las estrategias comienzan a notarse: videos que circulan en internet y en redes sociales, encuentros internacionales de activistas y trabajadores, estudios de impacto por fuera de los que realizan las empresas y los Estados, manifestaciones y marchas con consecuencias y reacciones silenciadas. No obstante, dichas voces parecen ser subsumidas por la lógica dominante, acalladas, uniformizadas e invisibilizadas en el juego de la circulación. Problematizar los mecanismos que subyacen a estos proyectos, analizar sus formas y cuestionar sus intereses no es parte del discurso hegemónico, que fagocita posiciones críticas bajo motes despectivos o incluso -bajo la consigna del “progreso para todos”-  mediante el ejercicio concreto del carácter totalitario de la biopolítica.  La actitud crítica es sustituida por la llamada “opinión pública” que al pretenderse democrática integra y afirma, digiere y reproduce. Por el contrario, el debate, no entendido como celebración de la opinión sino como confrontación de ideas que pongan de manifiesto las representaciones de poder, es siempre una forma de creación y cambio, es reivindicar el sentido y el significado en una sociedad espectacularizada y encandilada bajo el fetiche del progreso y del desarrollo.

Los megaproyectos transnacionales son parte de un modelo que ha adquirido actualmente un nuevo impulso. Estos megaproyectos están siendo una pieza importante de la lógica económica desarrollista imperante en buena parte de América Latina. Uruguay no es la excepción.  El presente texto se estructura en tres partes, una primera que busca dar cuenta  del rol que ocupan dichos emprendimientos en el  modelo político–económico actual. Una segunda parte, centrada específicamente en Uruguay, que a partir de acontecimientos puntuales y de sus repercusiones en la prensa buscará examinar  los discursos hegemónicos como mediatizaciones del biopoder.  Por último, a partir del esbozo de algunas implicancias pragmáticas que provocarán los megaproyectos, buscaremos abrir líneas de debate respecto a las consecuencias no “previstas” desde el discurso tecnopolítico.
 

Una nueva (¿vieja?) América Latina
 

El colonizador, que en vez de establecerse en los campos se estableció en las minas, tenía la psicología del buscador de oro. No era, por consiguiente, un creador de riqueza. Una economía, una sociedad, son la obra de los que colonizan y vivifican la tierra; no de los que precariamente extraen los tesoros de su subsuelo. La historia del florecimiento y decadencia de no pocas poblaciones coloniales de la sierra, determinados por el descubrimiento y el abandono de minas prontamente agotadas o relegadas, demuestra ampliamente entre nosotros esta ley histórica.[3]
 

En la actualidad de América Latina se puede ver claramente la aplicación transversal de un modelo económico hegemónico en los diferentes países integrantes de la región. El componente estrella de este modelo económico es el extractivismo o modelo extractivista. Este modelo (re) edita los inicios de América Latina como pieza fundamental de aquella acumulación originaria que tenía como correlato la famosa frase “el capitalismo viene al mundo chorreando lodo y sangre”, en el marco de una nueva fase global del capitalismo que podemos llamar “acumulación por desposesión”[4]. Esta nueva etapa constituye la base que sustenta los nuevos mecanismos de dominación en torno a la apropiación y explotación de la naturaleza (en la forma de recursos naturales), que, aunque no es algo nuevo en el subcontinente, ha crecido exponencialmente en los últimos años.
La fase descrita genera una perfecta simbiosis con el neodesarrollismo liberal donde el término “desarrollo” vuelve a brillar con sus mejores luces resurgiendo del ostracismo. Se vincula así al progreso, al crecimiento, a la productividad y la modernización, pero no asociado a una ideología industrializadora sino al desarrollo de mega-emprendimientos extractivos. El neodesarrollismo liberal hace máquina con el neodesarrollismo progresista propulsado en la región por la mayoría de los gobiernos  de turno,  que aunque establece algunas diferencias sobre todo con el rol del Estado, comparten intereses, marcos y estrategias comunes. En estos últimos años se ha podido apreciar, bajo los gobiernos de izquierda, el pasaje desde el Consenso de Washington, asentado sobre la valorización financiera y una política generalizada de las privatizaciones, al Consenso de las Commodities, basado en la extracción y exportación de bienes primarios a gran escala, sin mayor valor agregado, hacia los países más poderosos
[5].  

En este modelo-telón se puede ver el avance del cultivo de soja, la extracción de hidrocarburos, los proyectos mega-mineros, la explotación forestal etc., que exponen como consecuencia dos macro-fenómenos cada vez más intensivos y extensivos: la desestatización del territorio y la desterritorialización del Estado. Esto conlleva al despliegue de diferentes estrategias por los dispositivos hegemónicos en pos de la legitimación del modelo, con consecuencias sobre las subjetividades y los cuerpos en particular por el extractivismo mega-minero, lo que Mirta Antonelli llama el vivir en la corteza[6].  Aparejados a esta relocalización espacio-temporal del enfoque y fomentando en un discurso hegemónico las bondades y necesidades del desarrollo, surgen conceptos, (re) valorizaciones, (re) significantes, (re) significados cuya función es cumplir el rol de abanderados del discurso abarcativo y asimétrico de los inversores en complicidad con el Estado. Desde esta perspectiva el progresismo latinoamericano, que abreva en la tradición desarrollista, hoy comparte una plataforma común con el discurso neoliberal, acerca de los beneficios del Consenso de los Commodities, el cual, para los casos más extremos, retoma y promueve la productiva tríada de “Desarrollo Sustentable/RSE (Responsabilidad Social Empresarial)/gobernanza” como ejes dinámicos del discurso neodesarrollista[7].
 

La improvisación no forma parte del logos inversionista


La expropiación y extracción de los recursos naturales de la región es el primer paso. Si el fruto de la explotación no puede ser desplazado a bajo costo para los inversionistas la inversión pierde sentido e interés. Por eso es necesaria una infraestructura que permita la fácil movilidad de los bienes extraídos hacia los destinos esperados. Carreteras, puertos de aguas profundas, corredores bio-oceánicos, matrices energéticas son necesarios para llevar a cabo el segundo paso de la extracción, la movilización. Como la improvisación no es parte de las lógicas pragmáticas del capitalismo, hay un plan para lograr dicho cometido. Este plan se llama
IIRSA (Iniciativa para la Infraestructura de la Región Suramericana) y la definición extraída de la página oficial es la siguiente: La Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA) es un foro de diálogo entre las autoridades responsables de la infraestructura de transporte, energía y comunicaciones en los doce países suramericanos. IIRSA tiene por objeto promover el desarrollo de la infraestructura bajo una visión regional, procurando la integración física de los países de Suramérica y el logro de un patrón de desarrollo territorial equitativo y sustentable[8].

Lo que subyace a esta iniciativa es el armado de un circuito sobre la región para fácilmente extraer los bienes naturales de forma dinámica y a costos relativamente bajos. No se busca la integración de los pueblos sino la integración de las economías regionales a una economía mundial globalizada.

Estos proyectos no vienen solos, sino que se asocian con otros tipos de siglas-proyectos como el Proyecto Mesoamérica  que incluye el Sistema de Interconexión Eléctrica para América Central (SIEPAC); el brasileño Plan de Aceleración del Crecimiento (PAC), y tratados comerciales como el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) o el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA por sus siglas en inglés), que se pueden resumir en lo siguiente “la explotación total de los bienes naturales de América Latina”. Planes para la extracción continua de los bienes naturales, con base en la obtención de energía (oleoductos, gasoductos, represas)  pero sobre todo con base en la obtención de los recursos para la exportación al primer mundo y a las potencias asiáticas (China, India), con financiación de organismos monetarios (BID, BM, BNDES). Estos megaproyectos bajo la bandera del desarrollo y el crecimiento económico explotan impunemente la tierra y sus recursos, desplazando poblaciones indígenas, dejando campesinos sin tierra, devastando bosques naturales, desequilibrando ecosistemas y, sobre todo, generando profundos impactos sociales.

Para llevar a cabo estas iniciativas regionales es necesaria la articulación con los diferentes gobiernos de los países en cuestión. En un trabajo conjunto, las empresas y los Estados, confraternizan hacia la aprobación de dichas iniciativas donde bajo los preceptos característicos, antes mencionados, que podemos englobar en el concepto “interés público”, se procede sistemáticamente a la legitimación mediante la manipulación de los medios, las leyes, la opinión pública, los aparatos represivos etc..  En el binomio Inversión-Estado podemos notar la irrupción de una ideología que Gudynas llama “capitalismo benévolo”, en sus propias palabras: … a pesar de la crisis, persiste el énfasis en estilos de desarrollo convencionales y no sustentables desde el punto de vista ecológico, incluso bajo gobiernos “progresistas” o de la nueva izquierda. Esto desemboca en un “capitalismo benévolo”, dentro del cual se aceptan algunas cuestiones ambientales, pero se las maneja manteniendo la fe en el crecimiento económico y en la apropiación de la naturaleza. Por lo tanto, persiste una postura antropocéntrica sobre la naturaleza, postura enfocada en la idea de progreso. Se concluye que las contradicciones ecológicas del capitalismo contemporáneo exigen cambios que van más allá de reformas o reparaciones económicas, y que residen en el terreno de los valores, donde es indispensable una transición desde el antropocentrismo al biocentrismo[9]. Dentro de este marco, los gobiernos de la región buscan paliar los impactos sociales con los excedentes de este tipo de emprendimientos extractivos, pero caen en la contradicción o en un ciclo recursivo al hacerse visible que este tipo de modelos son los que generan esos impactos sociales que se pretenden superar.
 

Modelo mega-minero
 

Dentro de este contexto extractivista la minería a cielo abierto aparece como uno de los megaproyectos más extensivos y problemáticos en la región. Este modelo capital-intensivo con consecuencias devastadoras para el medioambiente, y sobre todo generador de una profunda fragmentación del tejido social, está actualmente en el proceso de legitimación por parte del aparato biopolítico desplegado por el Estado. Dicha legitimación opera bajo los rasgos propios del biopoder: hacer circular el discurso hegemónico a partir de mecanismos asimétricos y acríticos que logran su naturalización. En ese sentido el “interés público” se mimetiza con la “opinión pública”; control sobre los territorios, control sobre los sujetos-cuerpos-lenguajes.

Aratirí es el nombre de franquicia elegido por la multinacional Zamin Ferrous para estas regiones, y su implantación es uno de los objetivos principales del actual gobierno uruguayo.

De esta manera queda presentado el contexto que estimula y prefigura el topos para la segunda parte de este trabajo que ha sido detallada en la introducción.


Notas:
 

[1] Publicado originalmente en el encartado de la revista Caras & Caretas Tiempo de Crítica, Año 1, N°29, 5 de octubre de 2012.

[2] Horacio Machado Aráoz "Minería transnacional y neocolonialismo." en Resistencias populares a la recolonización del continente. Pg 307-308.

[3] José Carlos Mariátegui “7 Ensayos de la interpretación de la realidad peruana: III – El problema de la tierra” en La realidad peruana. Buenos Aires. Tecnibook Ediciones. 2010.

[4] David Harvey “El nuevo imperialismo: acumulación por desposesión” en http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/social/harvey.pdf

[5] Maristella Svampa “Consenso de los commodities y megaminería” en http://www.cetri.be/IMG/pdf/alai.pdf Pg. 1.

[6] Mirta Alejandra Antonelli  “Vivir en la corteza: Notas en torno a la intersubjetividad y mega-minería como modelo de ocupación territorial” en Resistencias populares a la recolonización del continente. Pg. 107. CIFMSL. Coord. Claudia Korol.

[7] Maristella Svampa “Pensar el desarrollo desde América Latina” en Renunciar al bien común: Extractivismo y (pos)desarrollo en América Latina. Pg. 37. Buenos Aires. Mardulce. 2012.

[9] Eduardo Gudynas “La ecología política de la crisis global y los límites del capitalismo benévolo” en http://www.flacso.org.ec/docs/i36gudynas.pdf

 

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