Resumen:
Este texto intenta indagar en la relación de
pensamiento y accionar provocado por la
lectura de algunos mitos de
comunidades de paramo y selva del sur de Colombia, las lecturas de
realidad generadas por éstos y evidenciadas en los procesos de
reafirmación de una basta y amplia pluralidad de lenguas
filosóficas (Mazzoldi). Estos otros modos de
lectura y
comprensión de lo mítico a través de la celebración de fiestas
tradicionales y del encuentro con lo Huaka de la vivencia andina,
evidencian la resistencia desde el accionar comunitario ante los aun
vigentes procesos de colonización ideológica, establecidos en el
intento de hacer evidente las realidades de las comunidades andinas
a la luz de una cierta filosofía nacionalista.
Algunas historias en palabras de líderes
indígenas, relatos de mayores, lecturas de territorio, revisión de
documentos y escritos inéditos de escritores regionales, permitirán
crear las tangentes y divergencias epistemológicas y hermenéuticas
de lo que se ha querido llamar:
el pensamiento huaka en las
regiones andinas.
1- el inkarri
“Inkarri fue
apresado por el rey español; fue martirizado y decapitado. La cabeza
del dios fue llevada al cuzco. La cabeza de inkarri está viva y el
cuerpo del dios se está reconstituyendo hacia debajo de la tierra.
Pero como ya no tiene su poder, sus leyes no se cumplen ni su
voluntad se acata. Cuando el cuerpo del inkarri esté completo, el
volverá,
y ese día se cumplirá el pachacuti”
El mito del inkarri
José María
Arguedas.
invocación a la
Justicia Dionisiaca...Siete Plumas, Siete Vientos, Siete Fuegos,
Siete Rayos, Siete Truenos..., Invoco la límpida sobriedad
Dionisiaca, este día y los porvenir... Ante la dificultad, la Danza
abra el paso y el Ritmos desborde el camino, ante la injuria, la
Risa celebre la libertad del no ser, ante el desprecio, el Don
desborde las manos y la mesa, ante la sentencia, la Poesía abra el
canto y la música aligere los pies del Mensajero, ante el imperativo
y el mandato, la Paciencia sobria de la desobediencia y la
revolución, ante el miedo, la Alegría de una vida digna de los
acontecimientos...
Mario Madroñero
Traje rojo y un
espejo desdoblando el tiempo del antes y de lo por venir; baitas de
colores cruzando las orillas del territorio, coronas verdes,
amarillas y rojas con azul se mueven por el espacio; la oración en
lengua a terminado, la lengua materna los lanza hacia las calles y
entre cantos, ortigas y sonidos de cuernos se inicia el cruce de
mundos, el carnaval crece adentro de los corazones.
La
tierra tiembla, y es sutil ese temblor que trae la memoria de los
que descansan bajo tierra; el sonido del tambor es también
movimiento de amarun, latido de amarun, camino del antes y del
después, el sonido del tambor es amarun volviendo, llegando en el
umbral del día y de la noche, en el brillo oscuro de las estrellas
que van cayendo en la embriagues de los que danzan. (diario de
campo).
Del otro lado
de la imagen carnavalera, la memoria es también espejo de sombras,
camino de voces inmemoriales regresando en el latido inasible de la
noche, “himnos de ultramemoria”
(jabes) y encuentro de caminos que se
cruzan para dar paso a la
palabra, al sutil encanto de las regiones
que nos caminan, no olvido esa frase de Yupanqui “el hombre es un
pedazo de tierra que se ha echado a andar, el hombre es tierra que
anda”.
Para dar paso
a esta escena, trataré de hacer confluir tres momentos de
escritura,
uno, los fantasmas de la memoria que en esta región se mueven por
extraños pasillos de la razón y lo inconsciente, o la ultraconsciencia (jabes) de las “inestabilidades generadas por la
dislocación de la razón”; otro, la posibilidad de hablar de una
historia de nuestros fantasmas, los propios y los que vienen desde
el otro lado de la memoria, una suerte de fantasmanimalidad del
trazo en el cual levantamos el gesto telúrico de asombro ante lo
desconocido de estas regiones andinas; y un tercer momento la
celebración, el encuentro, el tinku de mundos que desde el carnaval
de lo huaka nos permite comprender y a la vez quedar atónitos ante
el silencioso movimiento de las palabras que por tradición oral se
comunica, los mitos que las envuelven y las particularidades de
éstos, en una región tejida por la magia, el sentir poético, y
por
qué no decir también que por acá se maneja una cierta poética brujeril, la desmesura de la
escritura y la simplicidad de la voz
que viene desde el fondo de la tierra y de la historia.
Aquí, pensar el
fantasma
desde la filosofía es también pensar lo que cierto lado de la
filosofía y su ciencia ya no da cabida en los últimos tiempos,
pensar esos fantasmas que van de boca en boca, que se hablan entre
susurros y quejas, entre calles y caminos de a pie, en los surcos de
una región habitada por el andar de duendes y queches, de cabezas
fantasmas y pensamientos fantasmas, de runas y extranjeros, pensar
en el fantasma de lo ancestral andino es también atreverse
desmontar los hilos teóricos de un pensamiento servil al peso de la
razón, esa manera de pensar y pensarse desde el arbitraje emanado al
acercarse al lado del conocimiento que excede la velocidad misma del
pensamiento latente en una o más regiones y comunidades andinas.
Lo fantasmal es también “neblina de la razón
ante el porvenir de la ciencia”, una suerte de velo que se niega y
se ve al negarse lo que en él acontece; digamos, y en este caso, el
fantasma de una historia que es la historia del fantasma de lo
andino, de aquellas tradiciones entendidas como supercherías, de
aquellos modos de curación y tratamiento del espíritu que desde lo hampi o lo laija mueven pensamiento y materia, de la comunicación
con la selva en la lengua de la selva, donde en las altas horas de
la noche encontramos esos espectros y apariciones, entre callejones
y quebradas, en soberados y sanjas, todo esto puesto a la luz de esa
historia que aún ve a los runas como “gentes cuyo espíritu
está aún
alejado de la fe y la religión, que han de recibir la verdad bajo
la sombra de la razón y la ciencia”.
Aquí viene a mi memoria el primero de los
relatos para entrar en esa zona de la memoria y sus fantasmas:
“era de dos cabezas, el hombre tenia dos
cabezas, la una era el hijo que había matado por borracho, la otra
era la de él – me comenta taita Francisco; anduvo por la tierra como
un fantasma, cargando el peso de sus errores, por borracho, él estaba
condenado a llevar esa cabeza hasta el fin de sus días; pero un día
encontró el conjuro para descansar de su peso, y, escuchando el amarun que le hablaba desde el fondo de la tierra, pudo llenar sus
manos de ceniza, coger el ají y el guanto y escupir la cabeza que
tenia en su espalda; así él descansó de su tormento, así, el volvió
a curar con su medicina.”
Esta historia –un poco más extensa– la escuché
en el alto putumayo hace no más de tres meses, cuando se quería
relacionar las historias de tradición oral con el ordenamiento
territorial y su incidencia en los modos de dinamizar la educación
del pueblo Inga. Y de la cual surgió una pregunta que ahora y en
esta escena de la escucha movería los hilos de la memoria en la
región: ¿cómo abordar el conocimiento de los mayores más allá de los
presupuestos ontoteológicos que sostienen su palabra? ¿cómo
escuchar esas historias y a la vez volverlas momentos del
aprehendizaje de los chicos de la comunidad? ¿será necesaria una
espectrología, una teoría de los fantasmas para adentrarse en el
pensamiento de las comunidades que hacen de sus fantasmas el caminar
de su historia?
Cada uno con el peso de una herencia que le
hace desestabilizar los fundamentos en los cuales sopesan los modos
y maneras de estar en el mundo, digamos, en este caso cada uno con
su palabra para conjurar el espanto, para espantar lo conjurado,
para abrir brechas en el tiempo y dejar pasar esos otros momentos de
la historia en los cuales podemos escuchar que:
“nuestra palabra es palabra de ambiwaska,
ahí vemos lo que viene y lo que vamos caminando, el ambiwaska es
conocimiento que viene con la memoria de la tierra, de las piedras,
de las montañas y ríos en donde nuestro espíritu se comunica; somos
herederos de un saber que es de todos y a la vez, somos quizás,
palabra para este momento de la historia”
“cuando el amarun danza, se mueve el
espíritu del agua en la
liquidés
de las manos, cuando el amarun
danza, se mueve el pensamiento, se desenvuelven los tiempos, se
renueva la memoria y se escribe con la palabra de los que vienen
delante de nosotros. Cuando el amarun nos trajo a esta tierra,
fuimos los que se irían de un lugar a otro, danzando como el amarun,
conociendo como el amarun, escuchando la vida con los oídos del
amarun que esta naciendo en el corazón de todos los que la
escribimos”
Estos fantasmas de la historia, espantos y
espectros de una comunidad que vive y pervive por el latido sensible
de sus tradiciones, se convierten en palabra viva, son nombrados y
llamados en ésta, escuchados y enseñados a su vez desde la potencia
del mito y su continua transformación, en la oralidad y por la
tradición; estas historias que se cuentan alrededor de la tulpa o en
los caminos de a pie, han permitido el surgimiento de movimientos
comunitarios cuya visión política desarticula los presupuestos de un
estado-nación que ordena el todo y sus partes, puesto que desde ahí
se propone como cada uno se lanza a desatar el saber que
lo
sobrepasa y le activa su singularidad beligerante, cada uno una
comunidad acéfala pensando lo por
venir y estando atento a los
nacimientos de procesos de insurgencia ante visiones del mundo,
cosmovisiones ejemplarizantes y políticas dominantes en el
territorio; aquí se dan cita entonces quienes desde la potencia de
lo mítico –más allá de su lance fundacional–, desde los seres que
encarnan y regresan en la palabra de los otros, se vuelven una
posición, se hacen posicionamiento de acciones y decisiones
comunitarias en el porvenir de la palabra.
En el caso de las comunidades aquí citadas,
Ingas, Pastos, cuyas latitudes y territorios son cercanos y
distantes a la vez, de quienes he podido escuchar de otro modo el
mito y su movimiento en el tiempo y en el espacio, la palabra que
viene desde el fondo de la historia es también la vida de los que en
ella hacen latir el otro lado de lo que suele llamarse superstición,
artes encantatorias, chamanismo, “creencias de viejas” en las cuales
la medicina y el accionar del saber confluyen;
cada palabra contada
alrededor del fuego de la tulpa, en el fondo insondable de un saparu
o en el tejido de un estera es memoria viva y conocimiento para
enseñarse y a la vez para mantener el encuentro y la diferencia con
los otros, una palabra nacida en el ardor del fuego es también
apertura de lo Huaka en el caminar de los tiempos. Porque lo huaka
es también el misterio de lo que llevamos y comunicamos, lo huaka
es el secreto y
lo desnudo del secreto mismo, lo huaka es a la ves
lo "insólito/hermoso/sagrado", la "caverna",
el "entierro", el "sepulcro" y la "monstruosidad", el "ladrón, el
"loco". Donde aparece el
huakaki, el filosofo, el amigo de lo
indomable, el amigo de lo incontenible, quien desde el extrañamiento
de sí en la provocación de la diferencia, del encuentro con la
diferencia, permite comprender el conocimiento en la amistad, lo que
en palabras de Derrida implicaría “amar la amistad de los que aman
alejarse”.
Y es esa lejanía, ese encuentro de lo Otro
(Levinas)
aquello que nos permite entender que en los andes no existe una
filosofía, sino pluralidad de lenguas filosóficas (Mazzoldi),
no una filosofía para todos y en nombre de todos, sino conocimientos
que se comparten de manera distinta y con distintos nombres en cada
una de las regiones, excediendo esas fronteras dadas en los
nacionalismos para darle paso a conocimientos al margen de la
historia y de la memoria de los pueblos de esta América. Esa lejanía
de lo que se piensa y lo que se hace ha generado grandes tensiones
en las maneras de organizar, ordenar y cuidar el pensamiento que es
territorio y el territorio que se vuelve pensamiento al andar, de
ahí que se haga necesaria una búsqueda incesante de historias y
relatos en donde la palabra aún activa el canto y la medicina del
espíritu andino.
Sigo caminado
por los páramos andinos y el pie del monte amazónico, entre el canto
de aves de paramo y el graznido metalizado de las chicharras que
invaden el silencio del sueño en la noche; escuchando la palabra y
la memoria de los que andan en los tiempos por venir de lianas y
bejucos que desintegran el complejo origen onírico de la magia, va
creciendo una sutil pregunta mientras entreveo los territorios que
van alejándose de la memoria:
¿cómo desatar la letra en este
territorio que nos anda?
Ahí vienen a
mi cabeza nuevamente esos fantasmas de la palabra en donde el andar
por estas regiones se vuelve alteridad con lo siempre desconocido de
la tierra:
“cuando
uno entra al monte, entra a lo que en él vive –me dice la voz de un
mayor, no hay planta que no tenga espíritu, ni hay persona que no
logre sentir en un momento de su vida el espíritu sensible de la
tierra que nos rodea; todo nos habla, todo nos comunica el saber de
la tierra, venimos de ella, la caminamos la saboreamos pero también
regresamos a ella para irnos un poco más lejos de la región en la
que andamos.”
Aquí un
segundo fantasma entonces, aquel que invisibiliza la herencia y
tradición de saberes que son de una región, en una región y que a la
vez se tejen por lo que desde afuera va llegando; quizás el
encuentro con aquellas “eras imaginarias”(Lezama) nos lancen a
sucesos que van más allá o acá de nuestro pervivir en la historia de
la región, ya que de por sí, lo que se cuenta en algunas de las
regiones andinas excede el anclaje de la memoria a una escritura
nemotécnica, funcional o a secas, hace latir la letra en el tiempo
y espacio de lo innombrable, y, por el peso de la negrura del
instante, como si fuera una constelación que es visible por la
negrura en donde se ve la luz de cada astro, va trazando signos, kipus, sendas que nos dejan en el umbral límbico de lo que conocemos
y lo que siempre se va a volver desconocido, por más cercano a
nuestra posible acogida en las fronteras de la razón.
La
hostipitalidad, palabra que retomo en una charla con Bruno
Mazzoldi en su
apartamento hace algunos años, esa manera de estar en la región
hostil del encuentro y la hospitalidad beligerante del andar, nos
convoca a escuchar entonces, y de otro modo, aquella historia del inkarri, del decapitado que perdiendo la cabeza se sumerge en el
profundo sueño donde microguerrillas onírico corporales asaltan para
dejarse ir en el otro lado de la historia, aquella que es poco
visible a los ojos y los oídos de los que la narran, o que es
distinta a esa extraña historia que al decir de Certeau es “la
historia, en tanto disciplina, y se constituye en el mismo momento
en que construye el mito, la superstición y la idolatría como el
revés de la historia. O simplemente la historia como 'la
domesticación del pensamiento salvaje'”
(Ortega. 2010).
Es desde ese
otro modo de contar y escuchar la tradición que podemos irnos
acercando poco a poco a narraciones que se crean en una temporalidad
y una espacialidad distintas, y que por la fuerza de lo que se
narra, se van en el tiempo, moviendo pensamiento, moviendo el
accionar de las comunidades y dan a la vez un horizonte de espera
que es siempre un “ir más allá”, un estar atento en el acontecer de
la palabra.
Quizás aquí
nos podemos acercar un poco a la cabeza fantasma del inkarri, a ese
“movimiento de la tierra en el latido de los que por ella caminan,
porque de eso es de lo que se trata, de latir con la palabra y el
cuerpo en el momento histórico que nos convoca, no más allá o más
acá, ni antes ni después, es en el ahí de lo que nos convoca a estar
fuera de sí pero a la vez en el contacto con lo otro y los otros que
nos rodean, no se trata de una búsqueda de autobiografía o auto
representación de sí, es quizás exceder el instante mismo que nos da
a la historia, para subvertirla, subjectarla, “extraer las
quintaescencias”
(Rimbaud) que hacen de la palabra un
posicionamiento y a la vez el más extraño gesto de vulnerabilidad
para andar en el mundo.”
Venía en la
senda del inkarri, recordando que para algunas comunidades “La
cabeza de inkarri está viva y el cuerpo del dios se esta
reconstituyendo hacia debajo de la tierra…”
recordando el mito y renovando la memoria desde esos tejidos de la
palabra que unen quizás de manera secreta, o quizás de manera
demasiado evidente a las comunidades de este lado sur, comunidades
que recuerdan el tiempo de una cabeza fantasma que vuela por
nuestras cabezas, en la diferencia infinita que las mueve, una
cabeza acéfala, que vuela, sobrevuela por encima de nuestras
cabezas, como cóndor que abre sus alas en la luz solar que le topa
el pecho, wamani hecho montaña celeste y hoja de tabaco para entrar
en la memoria, palabra de tabaco “que limpia la lengua y mueve la
tierra cuando se la llama”, palabra de coca y rape, de ambiwaska y
wilka, palabra de agua y fuego, despertando otros tiempos en el
fulgor del rayo, venida en el andar de cada runa, movidas en el
accionar de la memoria, lanzada en el tiempo infinito de lo
atemporal, para que, entre los que de ella hacen y tejen memoria,
sepan topar el latido de los tiempos y sus cambios.
Ahora bien,
¿cómo esta palabra pasa de un mito a otro, se disuelve y envuelve de
otro modo?¿cómo se va de una región a otra y vuelve en historias que
se cuentan para mantener la fuerza y el latido aguerrido de los que
creen en la importancia de estas tradiciones, de estos saberes que
accionan y dan vida a las comunidades de éstas y otras regiones?
Retomo una
historia que escuche en palabras de Aldemar Ruano en Colimba, hace
algunos años, cuando entrábamos por la senda de Juan
Chiles buscando
viejos historias que evoquen o convoquen a escuchar de algún otro
modo la fuerza del inkarri en estas regiones; cuenta
Aldemar:
“éstas
dos perdices están aquí quietas, se mueven silenciosas en este
territorio, son este territorio, la una está arriba y la otra abajo,
cuando la de abajo decida volver al arriba, todo ésto va a cambiar,
todo ésto será nuevamente el kuti de los tiempos.”
El mito de las
perdices mueve otros hilos de la palabra que se vuelven evidentes en
la formulación del proyecto de educación para el pueblo de los
Pastos, en donde el pensamiento del abajo y del arriba se
encuentran, donde se busca fortalecer aspectos importantes de la
cultura Pasto, pero a la vez la protección y cuido del territorio,
la conservación de conocimientos desde la shagra para la autonomía
alimentaria y el posicionamiento político de las autoridades
tradicionales, claro está, con todas las dificultades que
actualmente les aqueja. Escuchar el mito de las perdices es también
mover la fuerza de un pensamiento que evoca y convoca a un andar en
el canto de una comunidad con el canto que se hace más fuerte en el
paso de los tiempos.
No estaría por demás recordar
como en los años setenta y en compañía de los solidarios
–quizás aquí el profesor Dumer Mamian nos pueda llevar
con su palabra a la lejana cercanía de esos tiempos– los comuneros
y líderes del pueblo de los Pastos, iniciaron el proceso de
recuperación y toma de las tierras en las cuales ancestralmente
ellos habían permanecido. La consigna fue sencilla, tomada del
legado ancestral de Juan Chiles y que implicaba posicionarse en un
momento de la historia con la convicción de que el hacer comunitario
desataría el poder de la palabra quechua: “Recuperar la tierra es
recuperarlo todo”, y desde esa consigna se logró, en principio, la
reivindicación de derechos indígenas, posicionamiento político,
renovación de la memoria y recuperación de territorios para su
preservación y cuidado según lo expone en la palabra taita Efrén
Tarapuez y Ramiro Estacio; sin embargo 30 años después de la
recuperación de este territorio, el agenciamiento de la memoria en
procesos diferentes al conocimiento dado por la palabra de los
mayores, se versa y tergiversa en lo que Nancy llamaría
“estetizaciones políticas” y ”politización de las estéticas propias”
desde algunos de los líderes y conocedores del legado ancestral de
la comunidad. Esta división política, del pensamiento y de la
memoria, genera tensiones y distancias entre lo que en un principio
se entendió como: “un movimiento indígena, el movimiento del
pensamiento indígena y no como la institucionalización de
pensamientos y conocimientos para la conformación de entidades que
velan por el hacer de ciertos sectores al interior de las
comunidades y que a su vez excluyen otros modos de acercarse al
conocimiento de estas regiones”.
Al margen de
estas dificultades al interior de las comunidades, permeadas por ese
extraño fantasmilla del poder y la soberanía, viene nuevamente la
pregunta:
¿cómo caminar
el territorio para caminar con y en la memoria?.
Escuchar la
palabra que viene desde antes “desde el fondo de la tierra y de la
historia” (Marcos) y se mueve en la voz de los iachais y taitas de
estas regiones, acercarse a esa infinita posibilidad de traducir un
territorio que a su vez es intraducible por la “pluralidad de
lenguas filosóficas” (Mazzoldi) que en
él se hablan, se convierte
en una exquisita y apasionada labor para quien gusta “volverse
tierra” como diría uno de los abuelos del alto paramo; volverse
tierra en estas regiones es cambiar la noción de tiempo y espacio,
de temporalidad y ciclicidad en la inmanencia de sí, es volcarse
hacia adentro de la palabra, hacer kuti, cambios, moverse en el
tiempo y dislocarlo, es ir más allá de
la lectura de sí y para sí
que encierra y domestica los devaneos de la razón. Volverse tierra
es también volverse a ella, latir dos veces en el limite de la
razón, sumergirse en un oleaje incesante de sonidos y formas que van
mutando y moviéndose en el paso de otros tiempos. Volverse tierra
-en éstas regiones agrícolas y selváticas- es también exceder el
cuerpo, llevarlo a los límites, traspasar el espacio y su
representación para quizás, y algún día, poder nombrarlo con la
fuerza de wamanis y totoras, de yakus o cerros en donde la palabra
toma otro sentido, anima otros sentidos que emergen al momento de
volcar el cuerpo, de volver el cuerpo en el andar de los
territorios, de hacer del territorio una manera de nombrar la
historia de los pueblos andinos, ya que, como dicen algunos mayores
de estas regiones,
no hay territorio sin un mito que lo contenga,
no hay palabra que no se mueva en la espiral de los tiempos y
renueve la memoria de lo que se está hablando, no hay tradición que
no corra el riesgo de excederse en lo que nombra y también dejar ir
el canto de los seres singulares que en y por ella transitan.
Caminar con la
palabra para desatar el conocimiento que en el territorio habita es
algo que implica una remoción de los principios fundacionales dados
por un pensamiento de Estado, de
Nación, de comunidad, y moverse
entre estas dimensiones de pensamiento que en ocasiones
invisibilizan el hacer de las comunidades desde lo que éstas viven,
para dar paso a lo que en ellas se vuelve un extraño fantasma
llamado idilio ancestral.
La comprensión
de lo kuti en las regiones andinas permite dislocar, de algún modo,
esta extraña presencia fantasmal, ya que lo kuti implica la relación
de un tiempo y un espacio diferente, tiempo huaka, misterioso y
cuya ciclicidad en espiral se renueva en las fiestas y celebraciones
que año tras año convocan a las comunidades, fiestas en donde el
paso de la noche es el aparecer de los dueños, espíritus que cuidan y
acompañan el caminar de cada danzante, paso de aquí y más allá, paso
entre dos regiones y más regiones comunicándose en el latido de otra
historia que es la que va más allá de lo idílico, porque es memoria
viva, es provocación y desmesura del sueño, del sentir que “aquí
estamos, somos la dignidad rebelde, el corazón olvidado de la
patria”
(Marcos), dignidad en el paso sutil dado en cada raimi o
celebración en las cuatro latitudes de estas regiones, caminar en el
tiempo de lo por venir y en la compañía de esos fantasmas, seres
míticos, que son a la vez ausentes presencias vivas de una memoria
que vive y se comunica y que se presentan y representan en vasijas y
telares donde otro tiempo y otras distancias se acercan, el tiempo
de la voz excediendo la presencia del que nombra, el tiempo de la
montaña moviendo la tierra y volcando el adentro y lo de abajo,
hacia el arriba y lo de afuera, porque en cada raimi:
“nuestro
cuerpo se vuelca afuera de lo que llevamos como memoria de nuestra
piel, nuestro cuerpo es tierra sembrada con el pensamiento pero
también abonada por el latido de cada uno de nuestros pasos, cada
uno un cuerpo escribiendo una historia distinta, una distancia que
nos hace volver en el tiempo y en la memoria hacia lo que nos ha
sido contado como nuestra historia y lo que ahora cantamos como el
resurgir de nuestra memoria, que es también el camino de nuestros
ancestros”
Las fiesta
convoca espíritus y apariciones, fantasmas del tiempo en la memoria
de aquellos que sutilmente embriagan memoria y cuerpo para entrar en
aquella región de canto y desmesura del tacto. Región donde tocarse
es a la vez excedencia de la
piel, región donde el tacto hace
confluir éste y otros mundos; es el paso, la danza, el caminar en dibchidu o en una lengua cuyo cuerpo es el temblor de la tierra
removiendo los pasos de cada caminante. Cuando llega la noche los
espíritus se comunican en el paso de los danzantes, se va de casa en
casa, se mueve el espíritu de casa en casa, se hace giros, se vuelca
la memoria en el sorbo de la chicha, se lee el cuerpo de la tierra
en el camino de la noche; la selva calla y se hace canto, la selva
se hace extensa en el caminar de casa en casa, la selva llega a la
casa y es en el canto de las mujeres en donde el sonido de la selva
se diluye para provocar una embriaguez distinta que el cuerpo logra
resistir.
La fiesta es
celebración y cruce de mundos, la ceremonia es secreta en algunas
lagunas y cascadas del territorio, la bebida que comunica los mundos
es también cruce de conocimientos en el andar de cada danzante; no
siempre se danza, no siempre se levanta el brillo de la tierra en el
caminar de los runas, no siempre la danza es expiación o conjura de
los tiempos.
Aquí y hasta aquí el sutil encanto de lo huaka, una manera de estar
entre regiones, de escuchar ese canto que está bajo la tierra, canto
que se reconstruye, que vuelve, se levanta y en el sueño mueve otros
hilos de visión y escucha, canto de memorias vivas que atraviesan
las nociones de tiempo y espacio en el devenir de la palabra, en el
movimiento de los tiempos. Canto que en el acompañar a las
comunidades de estas regiones mueven otras distancias, crean otros
caminos que se vuelven el adentro y el fuera de casa, el salir y
entrar en el cuerpo, el estar acompañado en la palabra de los
mayores y a la vez ir en la senda de otras voces y otros fantasmas
que van trenzando una espiral infinita de tradiciones y relatos que
se hacen palpables en cada una de las regiones andinas.
Acercarnos en
las regiones andinas a pensamientos y caminos que posibilitan la
cercanía con el espíritu sensible de los saberes y tradiciones de
algunas comunidades de esta región, es también arriesgarse a
dislocar el tiempo y el espacio de una filosofía que desata y
desenvuelve los hilos de un saber latente y emergente, el cual se
abre ante los velos y fantasmas de una historia legada y heredada
desde un lado de la historia. Es ahí entre herencias y legados de
pensamientos que se encuentran y desencuentran, donde se hacen
visibles aquellas poeliticas de la memoria y las tradiciones,
espacios de fiesta y celebración en las cuales se ritualizan los
encuentros con lo otro, la desmesura del instante ante lo novedoso y
la apertura a lo que muy sencillamente se ha querido llamar
pensamiento huaka del andar andino.
San Juan de los
Pastos, mayo 16 del 2012.
Al pie del galeras.
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1a ed. - Buenos
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Notas:
Entonces
entraríamos en esa zona espectral, sin destino ni
destinatario posible porque su evanescencia deja flotando
letras y vísceras en medio del asunto, “…el fantasma y su
capacidad perturbadora”, “una evanescencia fascinante”.
(Francisco Ortega M.)
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