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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


 


ESTADO - TIEMPO - RANCIÈRE, JACQUES - LA NOCHE DE LOS PROLETARIOS - REPÚBLICA - CULTURA -


Tiempo robado*

Alma Bolón
 

La burguesía sentía el peligro de que los obreros escribieran versos y se dedicaran a “lo inútil”; porque trabajar, estar desconformes con las condiciones de trabajo, luchar y luego volver a trabajar formaba parte del papel que supuestamente debían desempeñar, formaba parte de su mundo y de su ciclo en ese mundo.

           Es ciertamente una loca vanidad querer cambiar las verdaderas fatigas del proletariado por las ilusorias languideces de los burgueses. ¿Pero si la más penosa de esas fatigas fuera justamente que ellas no dejan tiempo para esas languideces, si el dolor más verdadero consistiera en no poder gozar de los falsos?[1]


I) El dios que nos formó puso oro en la composición de quienes debían mandar,  plata en la de los soldados, y mezcló bronce y hierro en la de los campesinos y artesanos. Como cada ser pertenece al linaje que lo engendra, el oro dará oro y el bronce dará bronce. Sin embargo, podría suceder que un vástago de plata naciera del oro, o bien que la plata diera oro, o cualquier otra combinación similar. Por esta razón, ese dios hacendoso exhortó a los magistrados a que vigilaran a los niños y se fijaran en el metal que compone sus almas y, si llegado el caso, el alma de un hijo de magistrado tuviera alguna mezcla de bronce o de hierro, el dios indicó que no se tuviera piedad con este niño, sino que se le rindiera justicia a su naturaleza y se lo relegara entre los artesanos y campesinos. Para el caso de que estos últimos engendraran niños que dejaran ver el oro o la plata de su alma, el dios ordenó que se les reconociera ese valor y fueran elevados al rango de soldados y guardias.

Esta fábula aparece en la República (Libro III), en boca de Sócrates, quien luego de contarla pregunta de qué manera esta invención podría llegar a ser creída. Difícilmente la fábula podría ser creída por esta generación, pero se podría hacer que la creyeran sus hijos, sus descendientes y los hombres del futuro, responde Glauco su interlocutor al filósofo.

El relato fabuloso permite a Sócrates referir un modelo de Estado rigurosamente caracterizado por su tripartición estricta, es decir, por el respeto absoluto de los lugares que la naturaleza (oro, plata, hierro) atribuyó a sus miembros. Es más, según este modelo, la unidad y la indivisibilidad del Estado entiéndase su poderío resultan garantizadas por la dedicación exclusiva de cada uno de los individuos al empleo único que le es propio, y es tarea de los gobernantes velar para que esto se cumpla: “todos y cada uno de los ciudadanos deben dedicarse a una tarea igualmente única, la tarea a la que la naturaleza de cada uno lo predestina de modo que cada uno, cumpliendo con una tarea única la que le es propia no corra el riesgo de convertirse en varios hombres, sino que sea uno, y que de igual modo el Estado, en su conjunto, se desarrolle como un ser único, y no como varios.(Libro IV, 423-424)

(De paso y a modo de digresión: de esta postura podría entenderse que el reconocimiento de las “diversidades”, “pluralidades” y “multiculturalismos” no constituye una amenaza para el Estado, puesto que justamente estas naturalezas/identidades se basan en que cada uno ocupe un lugar y se mantenga en él, comportándose como se espera que se comporte quien ocupe ese lugar, sea el lugar del “afrouruguayo”, del “gay”, del “charrúa”, del “nini”, del “plancha”, del “intelectual”, del “guaraní”, del “pichi”, del “cheto”, etc..  La abundancia y variedad de puestos no subvierte el orden, sino que lo garantiza, en la medida en que cada uno queda atado a su lugar, sin salirse del libreto. En todo caso, de grupo a grupo pueden esperarse litigios, sustentados justamente en sus incompatibles “naturalezas” o, si se dice según su ayer antónimo y hoy sinónimo, en sus incompatibles “culturas”.)    

En la República en más de una oportunidad se reitera la idea de que cada individuo debe ejercer un único empleo en la sociedad, ese empleo al que su nacimiento su naturaleza lo destina. Inclusive, ese orden puede ser visto como una imagen de la justicia: “Era, lo veo ahora, una imagen de la justicia: encontrar correcto que el zapatero por naturaleza haga zapatos y no se ocupe de nada más, que el carpintero haga sillas y así unos y otros.(Libro IV-443)

En ese universo discursivo, es un lugar común afirmar que la diferencia decisiva entre las tres naturalezas posibles magistrado, soldado, artesano no radica en las riquezas materiales inherentes, aunque Sócrates observa la inconveniencia de que el oro del alma de los magistrados se junte con el oro material y concreto, cuya posesión y acumulación quedan reservadas a la rutina austera de artesanos y campesinos. Por el contrario, la diferencia decisiva sí radica en la posesión de un bien intangible y finito: tiempo.

En efecto, el tiempo del zapatero está destinado a la producción de zapatos, depositado e inmovilizado en su actividad que es solo rutina productiva; en cambio, el tiempo del gobernante se emplea en el ejercicio de la epimeleia heauton, por decirlo con la expresión que Michel Foucault traduce en francés como “le souci de soi”: el cuidado de sí mismo. Gracias a un conjunto de técnicas que operan sobre su alma y su cuerpo, el ciudadano se transforma y alcanza fuerza y sabiduría, de las que sacarán provecho él mismo y sus conciudadanos. Disponer de “scholé”, palabra de la cual derivará la actual palabra “escuela”, significa no estar destinado a la producción de objetos materiales, estar disponible para la edificación propia, para el cultivo de sí mismo, obligación y privilegio del buen gobernante.

Dicho de otro modo, dedicarse al ejercicio de la mente y del cuerpo, buscando alcanzar perfección y felicidad, es el destino de quienes están llamados a gobernar; en cambio, los artesanos y los campesinos no cuentan con tiempo libre puesto que su tiempo está empeñado en la producción y el descanso: la despreocupación por el tiempo permite el cuidado de sí mismo, indispensable para el cuidado de los otros, para la política. De manera complementaria, la preocupación por el tiempo la obligación de contarlo repartiéndolo entre producción y descanso anula la posibilidad de la preocupación de sí mismo y de la polis.  


II) Cuenta Jacques Rancière
[2] que, en los años que siguieron a 1968, comenzó a preguntarse en dónde había radicado el malentendido el desencuentro entre la ciencia marxista y el movimiento estudiantil-obrero: había habido un movimiento de masa y lo que, en principio, debería haber sido su teoría, se había cortado de ese movimiento. Era necesario hacer el balance del 68 y de lo que había venido después; en particular, el balance de la manera en que los grupúsculos volvían a seguir las ya recurridas lógicas de quienes saben por dónde va el movimiento y por dónde pasa la historia y que además saben por qué las personas se equivocan, y por consiguiente se proponen esclarecer a los equivocados sobre sus equivocaciones. Lógicas de vanguardia.

Rancière consideró entonces que, si Marx había empezado a escribir alrededor de 1840, valía la pena adentrarse en los archivos obreros de esa época, en los folletos, librillos, correspondencia privada, poemarios y revistas en que debía estar plasmado “el pensamiento obrero”, para así medir cómo y cuánto el marxismo se había alejado de éste. Rancière fue entonces en búsqueda del pensamiento verdaderamente obrero, de su historia, de sus transformaciones y de sus deformaciones en el seno de la teoría y de la práctica marxistas. Buscaba entonces algo que verdaderamente fuera “una emanación de la clase, de las prácticas en los talleres, de las culturas populares”. Sin embargo, encontró que justamente tal cosa no existía. En efecto. En lugar de encontrar un pensamiento que surgiera de un terruño, de una condición social, de un modo de vida, lo que Rancière descubrió leyendo los archivos obreros del siglo XIX fue una voluntad de ruptura. Encontró el poder de la ruptura: la construcción de la emancipación obrera como ruptura con una identidad.

De esta lectura da cuenta su libro La noche de los proletarios, obra que registra “la red de relaciones y de razones en cuyo seno cierto número de individuos obreros del siglo XIX habían buscado salir de su condición, habían pensado esa salida”. Notablemente, a esa salida no se accedía simplemente gracias a una teoría que fuera a liberarlos, sino construyendo “modos de vida, de percepción y de pensamiento que ya eran una ruptura con respecto a una identidad obrera impuesta”. Y, el propio título “La noche de los proletarios” da cuenta de la ruptura con un modo de vida y una percepción del tiempo que destina a los obreros al trabajo diurno y al descanso nocturno. Los archivos obreros leídos por Rancière revelan cómo los trabajadores que estaban destinados al descanso nocturno reparador de las fuerzas diurnas gastadas, rompen ese círculo, sacándole horas al sueño y dedicándolas a las actividades usualmente realizadas por quienes no estaban destinados a la producción: escribir poesía amorosa, sufrir
como sufrían los poetas románticos por el dolor de haber nacido, dolerse por el tedio vital, por no tener lugar en la sociedad  (“llegué demasiado tarde a un mundo demasiado viejo”, decía el poeta Alfred de Musset).

Justamente, los destinados a no tener tiempo, los destinados a la ocupación continua, sacaban horas al sueño para vivir la vida
con las palabras y sus cargas de afectos de quienes estaban destinados a paladear el sufrimiento del tiempo que poseían. En ese sentido, dice Rancière, no hubo mucha diferencia entre los obreros de 1830 y los estudiantes de 1968. Luego de la revolución de 1830, se plasmó la idea de que nada volvería a ser como antes, así como se instaló el deseo de cambiar la vida construyéndose otro cuerpo y otro pensamiento.

“Esos obreros que, en los años 1830, creaban periódicos, asociaciones, escribían poemas, se unían a los grupos utopistas, reivindicaban sin cortapisas su condición de seres hablantes y pensantes, querían, antes que nada, apropiarse del idioma y de la cultura del otro, de la noche de los poetas y de los pensadores. Ellos mismos eran esa población de seres anfibios denunciados por Platón y por Marx, una población de viajeros entre los mundos y las culturas, viajeros que entreveraban el reparto de las identidades, las fronteras de las clases y de los saberes”[3].

Y la burguesía sentía el peligro de que los obreros escribieran versos y se dedicaran a “lo inútil”; porque trabajar, estar desconformes con las condiciones de trabajo, luchar y luego volver a trabajar formaba parte del papel que supuestamente debían desempeñar, formaba parte de su mundo y de su ciclo en ese mundo. Pero cuando los obreros quisieron ser escritores o filósofos se produjo un desplazamiento, una desidentificación, una subversión.


III) La publicación de La noche de los proletarios ocurrió en 1981, por lo que coincidió con la victoria electoral de la coalición de izquierda que se instaló en el gobierno de Francia. La inicial euforia por esa victoria no duró mucho (a los dos años los comunistas se retiraron, en desacuerdo con la política de rigor presupuestal y de privatizaciones que impulsaban sus ex aliados socialistas) y el desencanto se abatió con fuerza. Sus efectos devastadores se extendieron durante varios decenios, en que solo se hizo oír una política que decía que la política no existía más, desplazada por la economía y sus mecanismos “naturales”, inevitables, inmodificables. Durante aquellos años, el libro de Rancière no pudo ser oído por una subjetividad que se imaginaba impotente, sometida a las determinaciones del mercado, regida por la instrumentalidad económica, atada a un futuro que solo había de ser una réplica de ese presente de impotencia. ¿Cómo prestar oídos a una obra que insiste en el poder transformador que siempre está inscripto en el tiempo presente?

Hoy, unos cuantos años más tarde, cuando se vuelve a pensar en lo que se puede y en lo que se quiere, La noche de los proletarios ilumina otra manera de vivir el tiempo. No ya el tiempo como determinación que el presente imprime al futuro, sino el tiempo como posibilidad de emancipación ofrecida por el aquí y ahora. Hoy quizás podamos pensar un tiempo que no es la pista por la que avanza la evolución; quizás podamos pensar un tiempo despojado de su sentido predeterminado, de sus cometidos y de sus propósitos, despojado de sus fines, etapas, avances, acumulaciones y retrocesos.

“El arte de la emancipación consiste justamente en salir de la relación entre los medios y los fines, lo que en la tradición de la izquierda se representa con la idea de que se crean las armas del futuro, las condiciones de un porvenir mejor”, dice Rancière en una entrevista en 2009.

Contrariamente a algunos clichés descalificadores, si la gente se compromete con la política
si le dedica sus energías vitales es para hacerse una vida más intensa, con más comunidad. Y esta intensificación de la vida, este espesor alcanzado, sucede en presente. “El futuro comunista siempre fue un presente”, dice Rancière. Porque la lectura de los archivos obreros puso de manifiesto un ejercicio de la emancipación en presente, en el aquí y ahora; en ese sentido, la revolución no es pensada como lo que traerá un tiempo por venir, no es lo que quedará determinado por la acumulación de tiempo, sino que es pensada como la posibilidad siempre presente del aquí y ahora. Esto no supone que haya que dejarse tragar por la cotidianeidad, advierte Rancière, sino que implica rechazar el tiempo como forma de coacción, como excusa para la prohibición: “ustedes podrán tener esto en el futuro, ahora no”.  

Experimentar placer en la pena y en el dolor es propio de la experiencia estética: en Atenas, las personas acudían al teatro a disfrutar de la puesta en escena de los dolores de Prometeo, de Edipo, de Antígona. Luego, en la época clásica, solo las personas de condición privilegiada, las personas con scholé
con tiempo disponible podían disfrutar con la representación de esos sufrimientos de seres falsos. Y fue en un tiempo nocturno, sustraído al tiempo del descanso, que obreros del siglo XIX crearon una alternativa a su destino robador de tiempo para gozar con los sufrimientos de la ficción.  

Desde hace varios decenios, una corriente pedagógica de inspiración sociológica defiende las virtudes de adaptar la enseñanza a lo que “son” los alumnos, a los contextos a los que pertenecen, a sus supuestos destinos laborales, a sus limitaciones, a sus intereses. Se espera así evitarles la violencia de someterlos a conocimientos ajenos, lejanos, supuestamente solo aprovechables por las elites. De manera patente, esta corriente está reñida con las prácticas observadas por Rancière en los archivos obreros del siglo XIX, en la que vivirse como otro en la noche de los poetas era una ficción fundadora de la experiencia emancipadora.  
 

Notas:
 

[1] Jacques Rancière, La noche de los proletarios [1981], Buenos Aires: Tinta Limón, 2010, pág. 44-45. (Traduc.: Enrique Biondini, Emilio Bernini, Alejandrina Falcón, Phil de Fer) Edición disponible en la red en scribd.com.

[2] Buena parte de este trabajo retoma y refiere pasajes de varias entrevistas a Jacques Rancière, realizadas entre 1976 y 2009, y recopiladas en el libro Et tant pis pour les gens fatigués, París: Éditions Amsterdam, 2009.

[3] Jacques Rancière, Le philosophe et ses pauvres [1983], París: Flammarion, 2007.

 

* Publicado originalmente en Cuadernos de la Base Compañera, Cuaderno Temático Nº 2, diciembre de 2012.
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