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			Where 
			hunger is ugly, where souls are forgotten 
			Where black is the color, where none is the number. 
			A hard rain's a-gonna fall 
			Bob Dylan 
			 
			Estas palabras hay que oírlas, no leerlas. 
			La trama, Borges 
  
			
			
			El comienzo de la 
			lectura-escucha de Ballad of Hollis Brown, segundo tema 
			de The times they are a-changing (1964), desata de inmediato 
			un particular efecto de in crescendo coadyuvado por la 
			tenacidad y la dureza con que el propio
			Dylan toca las cuerdas de la 
			guitarra. Truffaut aseveraba, en su entrevista a Hitchcock, que el 
			espectador de cine 
			siempre intenta adelantarse al director (o al
			guión, si se prefiere), 
			tratando consciente o inconscientemente de anticiparse a la escena o 
			a la acción próxima. En lo que concierne al filme Los pájaros 
			(The Birds, 1963) admite que lo único que puede llegar a 
			vaticinarse es que el ataque de los animales se tornará cada vez más 
			calamitoso y destructivo.
			 
			
			
			Es este mismo efecto (de lecto-escucha, en nuestro caso) el que se 
			advierte en Ballad of Hollis Brown. La introducción de una 
			atmósfera algo inquietante y angustiosa, se debe, en principio, no a 
			la escritura 
			ni al canto per se, sino a una instancia previa, el riff que 
			sirve de preludio para dar pie a lo que será el centro del relato: 
			la desesperación de Hollis Brown al contemplar los síntomas que la 
			falta de comida –es decir, la pobreza– produce en su familia. Dylan, 
			desde el inicio, cimienta una atmósfera musical (una forma) 
			que, lejos de articularse como contrapunto, enmarca a la perfección 
			el contenido o el fondo trágico de la historia.
			 
			
			
			La primera de las once estrofas ofrece, a la manera 
			blusera –en tanto reiteración de versos–, una significativa cantidad 
			de información. Si la economía retórico-discursiva lo es todo para 
			el blues, Ballad… no es una excepción en ese aspecto al 
			menos:  
			
			Hollis Brown 
			He lived on the outside of town 
			Hollis Brown 
			He lived on the outside of town 
			With his wife and five children 
			And his cabin fallin’ down 
  
			
			
			El último de los versos resemantiza el resto de la 
			estrofa y reconstruye el imaginario que el
			lector había erigido 
			en torno a la figura de Hollis y su familia. En efecto, la mención a 
			la “cabin fallin`down” (“broking down” de acuerdo a la grabación 
			original, aunque no así a la 
			letra oficial), confiere un nuevo sentido tanto al padre y a las 
			interrelaciones familiares como a las condiciones de vida que dicha 
			cabaña alberga. La atmósfera que suscitaba ese riff tensionado y 
			angustioso del comienzo (que abarca, en realidad, prácticamente la 
			totalidad del relato, razón por la cual no puede pensárselo solo 
			como preludio o preámbulo, sino como centro o médula musical de la 
			historia), encuentra, a cuenta gotas en la primera estrofa, su 
			correlato semántico-poético. Con mucha ligereza, Dylan da un primer 
			paso en la construcción de un mundo escritural que se irá tiñendo de 
			tímidos guiños tremendistas 
			y que el lector-oyente, gracias ahora a la comunión del sonido de la 
			guitarra, la voz y la letra, presiente que irá, poco a poco –al 
			igual que el ataque de los pájaros en The birds– empeorando. 
			
			
			El último verso proyecta una nueva resemantización 
			que se relaciona con la anterior debido a la pobreza: la mención a 
			la particular condición del hogar de los Brown (su precariedad) 
			obliga a considerar la periferia como topografía marginal (“He 
			lived on the outside of town”) estableciendo, así, otro lazo con un 
			elemento del ya citado tremendismo que, de acuerdo a Sanz 
			Villanueva, La familia de Pascual Duarte viene a ser 
			iniciador, al menos en lo que respecta al género novela: el 
			ruralismo.  
			
			
			La segunda estrofa traza un desplazamiento 
			insoslayable. Si en la primera el objeto poético se limitaba a la 
			narración de una historia de una no persona 
			–en el sentido que Benveniste le da al uso gramatical de lo que, 
			tradicionalmente, se entiende como tercera persona (en la canción, 
			Hollis Brown), ahora el eje se centra en la interpelación directa al 
			lector-oyente, lo que produce cierto extrañamiento y, al mismo 
			tiempo, una homologación entre Brown y el receptor: 
			
			You looked for work and money 
			And you walked a rugged mile 
			Your children are so hungry 
			That they don’t know how to smile 
  
			
			
			Con 
			
			
			el deslizamiento del él al tú/vos (del “he” al “you”) 
			sobreviene otro: el del tiempo verbal en los últimos dos versos: la 
			presentación general amerita lo que podría traducirse como un 
			pretérito perfecto simple del indicativo (Hollis Brown vivió…) 
			o, tal vez, como un pretérito imperfecto (vivía). Cualquiera 
			sea la opción elegida, el efecto de suspenso queda instalado: ¿Qué 
			es lo que ha ocurrido para que la familia ya no viva allí? De aquí 
			surge el interés, la intriga que obliga a continuar la 
			lectura-escucha que este pseudo narrador (por antonomasia, categoría 
			impertinente para utilizar en poesía), se ocupa de relatar con suma 
			paciencia. 
			
			
			La estrofa recién citada explicita, sin rodeos, el 
			problema matriz que es, en última instancia, la justificación misma 
			del relato-poema: la falta de trabajo y de
			dinero. La consecuencia 
			primera de esta privación se exhibe en la conducta de los hijos, 
			alterando lo que debería ser un funcionamiento o un comportamiento 
			natural, instintivo y, sobre todo, saludable: sonreír. Como Truffaut 
			vaticinaba el in crescendo de los ataques de los pájaros, 
			nosotros, como lectores-oyentes, intuimos que el dramatismo va a ir 
			intensificándose. 
			
			De hecho, llega un extremo alarmante, verdaderamente 
			perturbador: 
			
			Your baby’s eyes look crazy 
			They’re a-tuggin’ at your sleeve 
			You walk the floor and wonder why 
			With every breath you breathe 
  
			
			
			Si la salubridad de los hijos era puesta en tela de 
			juicio en la estrofa anterior, la demencia en los ojos de los hijos 
			(nótese que Dylan reemplaza el sustantivo “children” por “babies”, 
			enfatizando una debilidad y una inocencia mayor; es decir, 
			enfatizando el carácter trágico), despierta el primer síntoma de 
			impotencia y el comienzo de enajenación por parte de Hollis (“You 
			walk the floor and wonder why / With every breath you breathe”). La 
			genialidad de estos versos reside en una aparente paradoja: parten 
			de una literalidad radical que, sin embargo, no puede encorsetarse 
			en el aspecto semántico-explícito del enunciado. Por esta razón son 
			útiles para ver detrás de ellos la incipiente fermentación del 
			introspectivo y angustioso mundo de Brown. La preocupación es la
			
			
			ousía
			del protagonista, lo que le 
			da existencia y entidad; su vida entera –coyuntural– queda cifrada 
			en ese ir y venir, en la errancia y la respiración atormentada.
			 
			
			
			Lo desgarrador yace en la impotencia: los niños, 
			idiotizados por el hambre, de una manera automática y maquinal, 
			solicitan la ayuda del progenitor: “They`re a-tuggin` at your sleeve”. 
			La imposibilidad de saciar, de responder a ese pedido implica el 
			comienzo del fin para Hollis.  
			
			
			Otro de los elementos que contribuyen a la 
			desestabilización psíquica del protagonista es la soledad. Cual 
			sujeto arrojado, 
			duda seriamente del compromiso (en el sentido sartreano) 
			del hombre para consigo mismo, y por lo tanto, para con el resto de 
			sus semejantes: 
			
			If there’s anyone that 
			knows 
			Is there anyone that cares? 
  
			
			
			Frente al desamparo y a la indiferencia de sus 
			coetáneos, la pobreza lo lleva a jugar la última de sus cartas 
			legitimada convencional, socialmente –a pesar de su irracionalidad–: 
			la búsqueda (el pedido) del milagro, la solicitud de la intervención 
			divina (en su vertiente cristiana, el término “Lord” así lo 
			denuncia): 
			
			You prayed to the Lord 
			above 
			Oh please send you a friend 
			Your empty pockets tell yuh    
			That you ain’t a-got no friend 
  
			
			
			No solo la humanidad, también Dios ha muerto para 
			Brown. No hay respuesta a la plegaria, no hay auxilio material. La 
			ausencia de dinero es la marca de dos tipos de traiciones (de dos 
			tipos de desconexiones): la de Dios y la del prójimo. Ambos quedan 
			circunscriptos en un sintagma –otra vez, literal-metafórico– que los 
			denigra y rebaja considerablemente: “empty pockets”. El guiño 
			existencialista (otro punto de contacto en relación con el 
			tremendismo), se disemina en la absoluta soledad del individuo, en 
			la ausencia de Dios y en la resolutiva locura temporal (forma 
			diferente de nombrar la náusea), que sufre el sujeto arrojado 
			como producto de las condiciones de vida que le han tocado. 
			 
			
			
			Ahora bien, la pobreza, como una suerte de plaga, 
			termina contaminando y esparciéndose a los alrededores del hogar, 
			consumiendo cualquier tipo de signo vital en lo que refiere, 
			también, a la naturaleza, eliminando recursos básicos de 
			supervivencia:  
			
			Your grass it is 
			turning black 
			There’s no water in your well 
			
			 
			
			
			Sin olvidar que el único medio de transporte (la 
			única propiedad, junto con la frágil cabaña) ha sido, del mismo 
			modo, arrebatada por no poder afrontar los costos de su enfermedad; 
			en la estrofa quinta leemos-escuchamos: “Bad blood it got your 
			mare”.  
			
			
			Ya no hay salida ni vuelta atrás; el determinismo 
			económico se ha propagado en todos los niveles posibles. Ha afectado 
			el hogar físico –la cabaña–, las interrelaciones familiares, la 
			salud de los hijos, el comportamiento de la esposa (“Your wife`s 
			screams are stabbin` you”) y de forma indirecta a la naturaleza 
			misma, para conducir a la decisión final de Hollis que se anticipa 
			en los versos:     
			
			You spent your last lone 
			dollar 
			On seven shotgun shells 
  
			
			
			El in crescendo dramático llega a su clímax. 
			Los males, la carencia, la angustia, las enfermedades, la soledad, 
			en fin, las vicisitudes atroces que se acumulan a lo largo de la 
			canción, permiten anticipar o sugerir la resolución que se insinúa 
			en los versos recién citados. Se intuye, desde la primera estrofa, 
			que las situaciones y los personajes involucrados en ellas irán (de 
			nuevo, como el efecto que distinguía Truffaut en Los pájaros), 
			de mal en peor.  
			
			
			La especie humana (y una de sus creaciones por 
			excelencia, el concepto de Dios) ha abandonado a Brown y a su 
			familia. Solo una parte del reino animal (el coyote) y del natural 
			captan su angustia; solo la selva, solo la tierra natural o 
			no cultivada, es decir, autónoma respecto del hombre (la “wilderness”, 
			a pesar de la distancia: “Way out”), percibe y preanuncia el 
			dramático desenlace:  
			
			Way out in the 
			wilderness 
			A cold coyote calls 
			Your eyes fix on the shotgun 
			That’s hangin’ on the wall 
  
			
			
			
			En la inminente locura temporal, lo que vemos es una suerte 
			de proceso involutivo o de regresión: de aquí el contacto con la 
			lejana “wilderness” y el vínculo con el lenguaje del 
			coyote. Desde esta perspectiva, y desde una licencia poética que en 
			el caso de Dylan, por supuesto, excluye el rigor 
			científico-estructuralista, se refutaría uno de los principios que 
			señalara el genial Lévi-Strauss: la imposibilidad, en lo que atañe 
			al mundo humano, de hallar ejemplos o especímenes de carácter 
			precultural.
			 
			
			Your brain is a-bleedin’ 
			And your legs can’t seem to stand 
			Your eyes fix on the shotgun 
			That you’re holdin’ in your hand 
			
			
			  
			
			
			La angustia, la presión, es tal, que abarca la 
			totalidad del cuerpo de Hollis: 
			el cerebro en primer lugar, es 
			decir el órgano más elevado, cuya inabarcable complejidad 
			define y distancia, por excelencia, al hombre de cualquier otro 
			animal mamífero, pierde consistencia, vitalidad, “sangra”, si 
			pensamos dentro del plano literal; las piernas, en segundo término,
			–la parte más baja– que comienzan a fallar en relación 
			con una de sus cualidades naturales, propias de la especie, su 
			funcionalidad, (independientemente del  medio todo ser humano 
			aprende a caminar), parecieran secundar la
			lectura de la involución. El 
			deterioro producido por la pobreza lleva al automatismo; en otras 
			palabras, a la menor y más conservadora utilización de los recursos 
			complejos (psíquico-cerebrales), y al resquebrajamiento de las 
			funciones corporales elementales, inherentes, heredadas: el 
			mantenerse en pie, en la situación de Brown. Esta economía tiene su 
			correlato en el discurso: la repetición de los versos y la 
			utilización del mismo encabalgamiento (el pronombre “that” que 
			introduce las dos subordinadas adjetivas: 
			
			That’s 
			hangin’ on the wall 
			/ 
			
			That 
			you’re holdin’ in your hand)  
			
			
			Al mismo tiempo, se produce un ligero desplazamiento. 
			Dylan dosifica la información y se centra en la perspectiva del 
			personaje (otra categoría impertinente, dicho sea de paso); vemos lo 
			que Brown ve y es aquí mismo donde quedan evidenciadas la economía y 
			el automatismo en su máximo punto. Sóoo dos imágenes visuales: la 
			escopeta colgada en la pared, la escopeta que sostiene con sus 
			propias manos. ¿Cómo sucedió esta acción? ¿Cuándo y de qué manera? 
			Lo omitido es, en apariencia, irrelevante, pero en el fondo (algo 
			semejante ocurre con la condensación por omisión en la que 
			pensaba Freud a la hora del trabajo del sueño) 
			denuncia las consecuencias de la pobreza y de la supuesta 
			regresión: el narrador no brinda más detalles para dejar 
			en claro las condiciones mentales del padre de familia. Al parecer, 
			éste ha tomado una decisión irrefrenable, pero la sorpresa y la 
			falta de explicación respecto de cómo la escopeta termina en sus 
			manos, lejos de ser una acción de la que se prescinde por 
			considerársela superflua para la historia, condensa la idea 
			central. Hollis no sabe cómo ha terminado el arma en sus 
			manos. No ha tomado la decisión, la decisión lo ha tomado a él.
			 
			
			
			En esa omisión, y en ese accionar automático y 
			maquinal (como el de sus hijos al tirarle de la muñeca, 
			estupidizados por el hambre), en esa incapacidad que tiene Brown 
			para explicarse o, mejor, para problematizar el suceso, se contempla 
			el apogeo de la pobreza, de su determinismo.    
			
			
			Bastan una imagen auditiva y una comparación con la 
			naturaleza para dar cuenta del hecho: “Seven 
			shots ring out / Like the ocean’s pounding roar”. En la última 
			estrofa, un discurso de tipo descriptivo anula todo aparente juicio 
			de valor por parte del sujeto de la enunciación, quien se esconde 
			detrás de un supuesto discurso objetivo: 
			
			There’s seven people 
			dead 
			On a South Dakota farm 
			Somewhere in the distance 
			There’s seven new people born 
			
			 
			
			
			El final de la canción se relaciona con el principio 
			en la medida en que el interpelado deja de ser el lector–Brown y el 
			objeto poético se transforma en una descripción. Como si utilizara 
			el método inductivo, Dylan va de lo particular a lo general. De la 
			singularidad de la familia, del nombre Brown, a la generalidad 
			del “seven people dead”. Ya no son pensados como parte de una 
			familia, como individuos con interrelaciones particulares, sino como 
			partes indistinguibles de un sistema que, si bien puede alienar y 
			llevar a la destrucción a sus propios elementos constituyentes, los 
			reemplaza con engranajes que cumplen la misma función.   
			
			
			En la intrascendencia y la indiferencia tanto de Dios como del 
			hombre y del mundo se construye otro lazo con parte del 
			existencialismo. El narrador pone sobre la mesa únicamente 
			una situación y un escenario en particular, tratando de que sea el 
			lector-oyente el que reflexione 
			sobre aquello que es, en definitiva, el objeto poético de Ballad 
			of Hollis Brown: la pobreza, la desvinculación humana y las 
			consecuencias que pueden traer sobre la conciencia de un padre de 
			familia. La crítica o juicio de valor termina enmascarada en la 
			supuesta descripción objetiva de lo que alguna vez fue la vida de un 
			pobre hombre.  
			 
  
			
				Notas 
 
					 
				
					 
				
					
					
					
					
					
					Tomo prestada una categoría propia de la narrativa española 
					que, de acuerdo a Sanz Villanueva, tiene su auge en la 
					España de 1940, con la publicación de la novela de Camilo 
					José Cela, La familia de Pascual Duarte. “(…) la 
					notación tremendista ponía de relieve la existencia de una 
					realidad mísera, amarga, que no ocultaba lacras; (…) 
					descubre aspectos poco 
					
					halagüeños 
					de la realidad. (…) Es una literatura  de la persona que 
					hace hincapié en los aspectos más negativos de la vida.” S. 
					Sanz Villanueva, Historia de la novela social española 
					(1942-1975), Tomo I, Madrid, Alhambra, 1986, pp. 44-45.
					Bajo ningún punto de vista sugiero que Ballad of 
					Hollis Brown pueda considerarse como una canción 
					tremendista, dado que uno de los rasgos fundamentalmente 
					inherentes a esta estética –el feísmo o el naturalismo más 
					crudo– se encuentra ausente en la composición. Sí me 
					interesa apreciar, no obstante, algunos puntos de contacto 
					que creo enriquecedores.   
				
					
					
					
					
					
					“La forma llamada de 3era persona trae consigo por ciento 
					una indicación de enunciado sobre alguien o algo, mas no 
					referido a una “persona” específica. El elemento variable y 
					propiamente “personal” de semejantes denominaciones falta 
					aquí. (…) La consecuencia debe ser formulada netamente: la 
					“3era persona” no es una “persona”; es incluso la forma 
					verbal que tiene por función expresar la no-persona.” 
					E. Benveniste, “Relaciones de persona en el verbo”, en 
					Problemas de lingüística general, Tomo I, México, Siglo 
					XXI, 1997 (1966), p. 164.  
				
					
					
					 
					“El Dasein es arrastrado por el movimiento del estar 
					arrojado; es decir, en cuanto arrojado en el mundo se pierde 
					en el “mundo”, en su fáctico estar consignado a aquello de 
					lo que hay que ocuparse. El presente, que constituye el 
					sentido existencial de ese “ser llevado”, no gana nunca por 
					sí mismo un horizonte extático diferente, a menos que en el 
					acto resolutorio sea traído de vuelta de su estado de 
					pérdida, para abrir, como instante retenido, la respectiva 
					situación y, junto con ella, la originaria “situación 
					límite” del estar vuelto hacia la muerte.” M. Heidegger, 
					“La temporeidad de la caída”, en El ser y el 
					tiempo, Santiago de Chile, Universitaria, 1997 (1927), 
					pp. 348-349.  
					   
				
					 
				
					 
				
					 
			 
			
			
	
			
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