El
centro, la periferia
La sensación
que ha dominado la redacción de este texto es la de caer
una y otra vez en informaciones tan inútiles como obvias.
Es decir, Valéry dijo que siempre
se negaría a escribir "La marquesa salió a
las cinco".
Del
mismo modo, uno puede sentir que no puede escribir que algo tiene
su centro y su periferia sin sentir una extraña sensación
que sin más, podría denominarse "pero, que
estúpido". Pero como desgraciadamente uno no es Paul
Valéry todo el tiempo y a veces es André Bretón
-quien dudaba que Valéry hubiera cumplido su palabra-,
ahí va: la Feria tiene su centro y su periferia, frase
un poco más meritoria desde que ese "algo" que
tiene su centro y su periferia es, justamente, la feria, aportando
por lo menos cierto valor eufónico a la estúpida
frase.
La
columna vertebral es la calle Tristán Narvaja, en sí,
es un circuito triple: el asfalto y sus dos veredas. Allí
los olores van al asalto. Melones con olor a gas, gallinas con
olor a incienso, hamburguesas con olor a demonios, demonios con
olor a gente.
Si confiamos en que se pueda medir el grado de civilización
de un país por el tipo de animales que se venden en sus
ferias, en Tristán Narvaja predominan los bípedos
plumes, debidamente enjaulados y un montón de bípedos
implumes mirando fascinados desde el otro lado del encierro.
Es quizá su zona más exitosa, donde el tránsito
se hace difícil pues los embobecidos transeúntes
se plantan por decenas a señalar uno u otro espécimen,
mientras quienes no soportan pensar que el aire que llena sus
pulmones ha pasado por los de todas esas aves huye despavorido,
sospechando una sitacosis incipiente o una toxoplasmosis fulminante
proveniente de los inocentes gatitos siameses (quienes deben estar más sanos
que la ostia, pero quien convence a este alma atormentada, que
si acierta a pasar por las cercanías de Villa Dolores
ya se siente tuberculosa).
La periferia es el miembro mutante de la Feria. Crece, se encoge,
se echa a perder hacia los extremos y alli aumenta tambien su
peligrosidad. Los márgenes se solazan en su propia marginalidad.
Imperio de la mosqueta, el arrebato, la estafa, pero también
del hallazgo valioso. No se encontrarán tesoros en el centro.
Los tesoros, verdaderos y falsos están en los márgenes,
si también entendemos como tesoro el filtro de la aspiradora
vieja o el aspa del ventilador ha tantos años roto.
Pero
no faltan quienes piensan que todavía se puede encontrar
un Barradas o un Torres García arrumbado en un rincón.
Ciertamente, se los puede encontrar, ajados, algo rotos o manchados
y sospechosamente mezclados con horribles dibujos de aficionado.
El vendedor simula desinterés, desconocimiento. Si se
le pregunta por esa horrible naturaleza muerta, de ignoto autor,
pues vale trescientos pesos. ¿Y este tan esquemático,
con pescaditos de colores y hombres de cabeza cuadrada? Pues
seiscientos pesos. Claro. No hay que decepcionar a los turistas.
Pero aquel Arregui es auténtico. Y, por allá Matisse
esperaba a un argentino. ¿Es verdad que alguna vez se
encontró un Stradivarius? Nadie lo sabe y el rumor se
repite, pertinaz. "Si gano a la mosqueta me compro el Torres
García." Solo en el marco de la feria es posible
que tal pensamiento sea una construcción perfectamente
válida. Aunque catastrófica por donde se la mire.
(Un hombre joven
camina descalzo. Despreocupado. Le miro los pies un largo rato.
Pisa sin mirar. Miro sin pisar. Mi mirada se adelanta al camino.
¿Pisará ese charco de jugo de uva podrida al sol?
Lo pisa. Algún gorrión terminará borracho
hoy. Sus pies se expanden sobre las baldosas. Es raro encontrar
a un descalzo. Un cajon de ciruelas podridas brilla en el sol
del mediodía. Estan perfectamente apiladas, enteras. Las
tonalidades van cambiando a lo largo de la mañana. El
conjunto continúa intacto, las ciruelas no se deshacen.
El amarillo se amarrona, parecen a punto de estallar y las esferas
continúan perfectas. Siento compulsión por aplastarlas,
un leve contacto y todo será una masa informe. Pasta de
ciruelas podridas. Miro nuevamente hacia delante. El hombre descalzo
ya se ha ido. Las ciruelas siguen intactas.)
Guiados
por una pasión (Intermezzo)
"Coleccionar expresa un deseo que vuela libremente
y se acopla siempre a algo distinto, es una sucesión de
deseos. El auténtico coleccionista no está
atado a lo que colecciona sino al hecho de coleccionar" (Susan Sontag)
"Tienen aspecto de no apegarse a nada, de no preocuparse
por nada; no prestan atención ni a las mujeres ni a los
gastos. Andan como en un sueño, sus bolsillos están
vacíos, su mirada como vacía de pensamientos, y
uno se pregunta a que especie de parisinos pertenecen. Estas
gentes son millonarios. Son coleccionistas; los hombres más
apasionados que hay en el mundo" (Balzac)
"En pocas palabras, es visible por doquier una relación
con la circunstancia sexual; la colección se nos manifiesta
como una compensación poderosa en ocasión de las
fases críticas de la evolución sexual. Constituye
(...) una regresión a la etapa anal, que se traduce en
conducta de acumulación, de orden, de retensión
regresiva, etc. (...) El objeto cobra aquí, por completo,
el sentido del objeto amado." (Jean Baudrillard)
"Coleccionar es rescatar cosas, cosas valiosas, del descuido,
del olvido, o sencillamente del innoble destino de estar en la
colección de otro en lugar de en la propia. Pero comprar
una colección entera en vez de perseguir pieza a pieza
la presa deseada...era un gesto poco elegante. Coleccionar también
es un deporte, y su dificultad es lo que le confiere honor y
deleite. Un auténtico coleccionista prefiere no adquirir
en cantidad (como los cazadores no quieren que la presa, simplemente,
desfile ante ellos), no se siente satisfecho poseyendo la colección
de otro: el mero hecho de adquirir y acumular no es coleccionar."
(Susan Sontag)
"La pasión del objeto nos lleva a considerarlo
como una cosa creada por Dios: un coleccionista de huevos de
porcelana considera que Dios no creó jamás forma
más bella ni más singular, y que la imaginó
para dar gusto a los coleccionistas." (Maurice Rheims)
"'Estoy loco por este objeto', declaran y, sin excepción,
incluso cuando no interviene en esto la perversión fetichista,
mantienen en torno a su colección un ambiente de clandestinidad,
de secuestro, de secreto y de mentira que tiene todas las características
de una relación pecaminosa. Este juego apasionado es lo
que hace sublime esta conducta regresiva y justifica la opinión
según la cual todo individuo que no colecciona nada no
es sino un cretino y un pobre despojo humano." (Jean
Baudrillard)
"Todo coleccionista llega muy pronto al punto en que
colecciona no sólo lo que quiere sino lo que de hecho
no quiere pero teme dejar pasar, por miedo a que pueda quererlo,
valorarlo, algún día." (Susan Sontag)
Donde Rabelais se hubiera divertido mucho
Si la
cultura uruguaya pudiera algún día generar su Rabelais,
éste sería un asiduo visitante de Tristán
Narvaja. Tal vez las ferias de hoy estén más cerca
de los carnavales medievales que
el carnaval mismo. Alli es donde se encuentra el humor del pueblo,
por aquí la burla y el escarnio al projimo, más
allá, el habla popular, el cuerpo y sus bajezas, acullá. No
estamos diciendo de ninguna manera que las ferias de hoy sean
el equivalente moderno al carnaval medieval, sino que hay aspectos
importantes de éste que pueden vivirse, en grado limitado,
mucho más en el ambiente de las ferias que en del carnaval
moderno.
El carnaval
medieval ignoraba la distinción entre actores y espectadores,
de la misma manera que ignoraba la escena. Los espectadores no
asistían al carnaval sino que lo vivían. Este espacio
ha quedado precariamente ocupado por las ferias, en donde todo
se encuentra rebajado (desde las mercaderías hasta la autoridad),
donde el lenguaje se desborda en lo grotesco y soez, donde los
cuerpos se chocan, donde la realidad es tamizada por el humor
espontáneo del hombre ordinario.
Quienes participan de la feria salen del mundo cotidiano y entran
temporalmente en un ámbito de libertad, igualdad y abundancia,
una especie de liberación transitoria donde
son abolidas, por medio del humor, del pregón y el grito,
las jerarquías.
Según Mijail Bajtin, "Los elementos del lenguaje
popular, como los juramentos y las groserías, perfectamente
autorizados en las plazas públicas, se infiltraron fácilmente
en todos los géneros festivos asociados a esos lugares
(incluso en el drama religioso). La plaza pública era
el punto de convergencia de lo extraoficial, y gozaba de un cierto
derecho de "extraoficialidad" dentro del orden y la
ideología "oficiales"; en este sitio, el pueblo
llevaba la voz cantante. Aclaremos sin embargo que estos aspectos
sólo se expresaban íntegramente en los días
de fiesta. (...) De este modo, la cultura popular extraoficial
tenía un territorio propio en la Edad Media y en el Renacimiento:
la plaza pública; y disponía también de
fechas precisas: los días de fiesta y de feria."
(La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento,
Madrid, Alianza, 1990)
En la feria se vive entre el bullicio del pregón, del chiste,
del insulto, la imprecación o el piropo obsceno. El transeunte
pasa, se rie o ignora la referencia velada. Lo escatológico
está a la orden del día. Allí están
también las grotescas figuras del carnaval medieval: el
bobo, el loco, el deforme. Todos mezclados, todo rebajado. El
predicador con su biblia. Los tamboriles. Los zancos. La estatua
viviente. El saxofonista. Los gritos de la feria. La risa.
Desde
hace casi un siglo, domingo a domingo, la feria se regenera. La
mer, la mer, toujours recommencée. Una mujer pregunta a
otra si piensa que ella tiene una vista cinemascope, lo que quiera
que eso signifique. Sostengo en mis manos un comic de Batman dibujado por David
Mazzucchelli, lo que me recuerda que tengo que terminar esta nota.
Vuelvo a casa.
* Publicado
originalmente en Insomnia Nº 113
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