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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



VIUDAS - ONO, YOKO - KODAMA, MARÍA - NIETZSCHE, ELIZABETH - "EL ILUSTRE AMOR"-

Elogio de la viuda*

Amir Hamed
Viudas estridentes como Yoko Ono o María Kodama son oficiantes -además de más o menos japonesas- implacables


Imposible conjeturar el arte o la cultura sin ciertos seres conocidos como viudas. Recogen un legado, que podría quedar interfecto y soterrado, e insisten en activarlo. Se casaron con el arte, o con la cultura, y no dejan que las abandonen. Viudas estridentes como Yoko Ono o María Kodama son oficiantes -además de más o menos japonesas- implacables. Reciclarán fragmentos del ilustre occiso o, como una plataforma para misiles reivindicatorios, erigirán una fundación.

De todos modos, no hay que confundir a la viuda con un estiramiento de la esposa. La viuda no necesita el matrimonio. En sus últimas obras, Nietzsche se sabía muerto y viviendo póstumo en su madre; su más perfecta viuda, no obstante él y lo que escribió, fue su hermana, que con décadas de saña y devoción convenció al mismo Hitler de que el nazismo estaba prefigurado en Zarathustra.

Pero el hecho de que Elizabeth Nietzsche hubiera introducido a su hermano en las palpitaciones del incesto no debe confundir, tampoco, a la viuda con el sexo. Anna Freud recibió sobre sus espaldas de hija el abrumador legado del padre, confrontó a decenas de varones díscolos y logró disciplinarlos bajo las reglas de esa institución aspada y absorbente llamada psicoanálisis.

Hija, esposa, madre o hermana hacen una categoría, que podría etiquetarse viuda por parentesco. Pero hay otras, aquellas que se suicidan porque ya no viven Rodolfo Valentino o Elvis. Éstas, probablemente, sean las viudas en estado puro; ni siquiera necesitan que el amado esté muerto: son viudas porque aman, porque se bastan para erigir un club de fans de un miembro solo.

Manuel Mujica Láinez acaso haya dado con la verdadera soberanía de esta figura. En "El ilustre amor" contaba cómo una solterona, unánimemente menospreciada, alcanza el respeto de la ciudad toda cuando en mitad del cortejo fúnebre se arroja sobre el féretro de un virrey al que nunca había visto siquiera de cerca. Le basta con que proyecten sobre ella un pretérito, un amorío que nunca fue. En ésta es dable percibir que la viuda es autosuficiente y no requiere, siquiera, de una biografía.

Este itinerario evidencia que, lejos de un estado civil, la viudez es un temple. Arroja, por otra parte, ciertas conclusiones. Una de ellas: que no es improbable que cualquiera de nosotros, sin saberlo, ya esté provocando el duelo de alguna viuda. Otra: que el futuro es una viuda. Y: que todos, sin excepción, porque reivindicamos aquel arte o saber que nos ha mordido, somos viudas.

* Publicado originalmente en Insomnia

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