El
«País de lo oculto» es muy extenso y accidentado,
y se halla dividido en regiones que no necesariamente están
vinculadas directamente entre sí. Detractores, charlatanes,
escépticos -entre los que se encuentran esos curiosos
personajes que, aun no creyendo en absoluto, nunca permitirían
la entrada de investigadores psicofónicos en su casa,
por si acaso-, e incluso los propios expertos y estudiosos del
tema, no han colaborado mucho en el esclarecimiento de los términos
que designan las diferentes ínsulas del «País
de lo oculto» contribuyendo, por esta razón, a un
juego de confusiones que sólo beneficia a los confusionistas.
Ya sabemos que «en río revuelto...»
Para empezar,
enunciemos las tres grandes categorías temáticas
que engloban, a grandes rasgos, la totalidad de volúmenes
dispuestos en las estanterías de una de esas librerías
de libros raros: el esoterismo,
el ocultismo, y la parapsicología. Estas tres palabras, a pesar de lo
que opinen muchos ciudadanos de a pie, no se refieren ni mucho
menos a lo mismo. Vayamos por pasos.
El
esoterismo -del griego: dirigido hacia el interior- hace alusión
a la transmisión de un conocimiento antiguo y secreto
a un limitado círculo de iniciados, mediante símbolos(1). A lo largo
de esta breve descripción ya han desfilado los conceptos
más importantes del esoterismo: Tradición, Simbología,
Iniciación. El estudioso René Guénon concedía
una importancia decisiva al primero de ellos: la Tradición.
Negaba, así, la condición de esotéricas
a todas aquellas agrupaciones que, aun autodenominándose
de tal forma, no cumpliesen el requisito de garantizar, mediante
una estricta jerarquía y un proceso de instrucción
de maestro a iniciado, la enseñanza de una Tradición
antiquísima que, según él, era -es- en esencia
común a todas las sub-tradiciones esotéricas.
La práctica del esoterismo conlleva, pues, la iniciación
del interesado en ese claustro del conocimiento -vedado a los
profanos- y el firme compromiso de no revelar al exterior nada
de lo comunicado allí dentro. El fin de esta participación
es la consecución de un conocimiento simbólico
que descubra los arcanos de la existencia y, consecuentemente,
nos autorrealice y perfeccione. Dentro del esoterismo podemos
englobar tradiciones como la Cábala, el Sufismo, el Gnosticismo,
la Masonería o la Alquímia, algunas de ellas íntimamente
ligadas a las grandes religiones monoteístas, constituyendo
por lo tanto el reverso de la moneda exotérica, la doctrina
accesible al gran público.
El ocultismo
engloba todas aquellas prácticas que pretenden conducir
a la aprehensión de la realidad mediante procedimientos
de tipo mágico o sobrenatural, esto es, desligados de la
causalidad física y entroncados en la pura analogía:
aquí nos encontramos con la Magia propiamente dicha, la
Santería, la Astrología, el Satanismo,
las diversas mancias y la comunicación con el espíritu
de los muertos, o Espiritismo -aunque no falte quien proponga
hacer categoría aparte con esta última-. El ocultismo
no se alimenta de la gran y primigenia Tradición de la
que hablaba Guénon, y no busca una autorrealización(2).
La parapsicología
es una rama del conocimiento que estudia, con aplicación
del -imperfecto pero útil- método científico,
todos aquellos fenómenos inexplicables para la ciencia oficial. Su área
de estudio abarca dos grandes materias: los fenómenos psi-gamma,
o de índole subjetiva, y los fenómenos psi-kappa,
o de índole objetiva. Los fenómenos psi-gamma son
aquellos que no interactúan con el medio físico,
y que tan sólo tienen lugar en la mente de un individuo
o varios, tales como la precognición, la telepatía
o la clarividencia. Los fenómenos psi-kappa sí ejercen
una transformación del entorno físico. Podemos entender
como tales: las teleplastias, la psicocinesis, el poltergeist,
las psicofonías o el curanderismo.
A mi entender,
el término «parapsicología» es inadecuado,
al sugerir, y por tanto, inducir a la creencia en el origen psicológico
o mental de estos fenómenos. Además, al quedar excluidos
de su campo de investigación -por lo menos nominalmente-
otros enigmas dejados de la mano de la ciencia oficial, tales
como los que estudia la ufología o la criptozoología,
surge la necesidad, para englobarlo todo, de acudir al uso, nuevamente,
de términos difusos. Esto es lo que ocurre con «paraciencia»
que, etimológicamente, no tiene el significado que habitualmente
se le da: «estudio de lo que está al lado de lo
estudiado por la ciencia», sino que significa «estudio
que está al lado del estudio propiamente científico».
No científico a su vez, por tanto.
Por otro
lado, el uso del término paranormal conduce a necedades
lógicas del tipo de este enunciado: «el origen
paranormal del fenómeno es muy probable»(3). Veamos: un fenómeno
puede parecer normal o paranormal, pero no lo es o no probablemente.
Si la parapsicología quiere fundamentar su estudio en el
método científico, como presume hacer, no puede
pretender determinar la paranormalidad de un fenómeno.
De ser así, nos veríamos abocados a una simple y
llana tautología: estudiaremos la paranormalidad para certificar
su paranormalidad. Es como si alguien nos señalara un fenómeno
raro y nos dijera: mire qué raro es. Inmediatamente nos
veríamos impelidos a responderle: ya vemos que es raro,
no estamos ciegos, pero díganos algo más acerca
de su naturaleza. Estoy seguro de que éste y no otro es
el motivo de que, carentes de una hipótesis razonable hacia
la que enfocar sus pesquisas, muchos de los llamados «investigadores»
de lo paranormal sean en realidad «coleccionistas» de fenómenos
paranormales. La acumulación de datos es, desde luego,
un trabajo previo imprescindible, y alguien tiene que hacerlo.
Pero nunca se llegará a nada si el método de investigación
se limita a la catalogación y el análisis.
Se necesita, como se necesitó para explicar la caída
de una manzana, una hipótesis falseable que dé sentido
a la acumulación de datos(4). Y la certificación de paranormalidad
no es una hipótesis falseable. Con ella tan sólo
se establece un bucle de realimentación -y de autosatisfacción-
que no conduce a nada. Seamos tajantes: una ciencia -y la parapsicología,
en principio, lo es-, ante el estudio de un hecho comprobado,
sólo puede pretender clasificarlo de dos maneras: como
«normal» -aunque «atípico»-, esto
es, a fin de cuentas explicable dentro del marco de las leyes
físicas conocidas o por conocer; o como «sobrenatural»,
esto es, inexplicable a la luz de las leyes físicas -un
milagro, por ejemplo-. ¿Qué es entonces, lo paranormal?...
Su uso como concepto intermedio es inaceptable. La fuerza gravitatoria, tan
desconocida aún -todavía no se ha detectado el famoso
gravitón- debería ser entonces, también,
un fenómeno paranormal. Los físicos no la califican
así, únicamente se limitan a elaborar hipótesis
e intentar demostrarlas. A lo mejor los parapsicólogos
deberían hacer lo mismo, y desterrar definitivamente la
palabra «paranormal», por acientífica.
La
propia denominación «parapsicología»
debería sustituirse por otra. Sobre todo en el caso de
los fenómenos psi-kappa, de naturaleza física,
es evidentemente inadecuada: que la explicación del fenómeno
poltergeist, por ejemplo, sea de índole psicológica
no deja de ser una elucubración. Y una elucubración
no puede dar nombre a una ciencia, sólo el fenómeno
en el que se basa esa elucubración. Sólo las ideologías,
y no las ciencias, toman su nombre de elucubraciones. De no ser
así, la cosmología, actualmente, debería
denominarse universoenexpansionología, porque la hipótesis
cosmológica dominante en estos momentos es la de que el
universo de halla en expansión imparable.
Finalizaré
estos comentarios con una propuesta: englobar el estudio de los
fenómenos psi-gamma, psi-kappa, la ufología, la
criptozoología, etc., bajo la etiqueta -imperfecta pero
razonable- de Xenología, del griego «evoç»,
que significa «extraño, insólito, raro
sorprendente»(5), y que hasta ahora se ha venido utilizando
para hacer referencia al estudio de una hipotética vida
extraterrestre. Ampliemos el término, ya que la acepción
vinculada a lo extraterrestre aún no está demasiado
extendida, y todavía estamos a tiempo de apropiárnosla(6). Xenología:
estudio de fenómenos extraños, pues -siempre nos
quedaría Xenofenomenología, pero es un poco largo,
¿no les parece?-. Es sólo una propuesta, discutible
y mejorable. Quizás alguien la haya alumbrado antes con
este fin, lo desconozco.
En cualquier caso, es una propuesta que enmarco dentro de un
llamamiento más general: invoco a los estudiosos de esta
temática, a todos aquellos que no sólo han constatado
la existencia de fenómenos extraños, sino que además
anhelan un mayor rigor en su estudio, que dediquen algunos minutos
a replantearse el uso que hacen de ciertos términos y
contribuyan, en sus escritos, coloquios y declaraciones, al esclarecimiento
de este mejunje ininteligible de equívocos y contradicciones
en el que se debate el «País de lo oculto».
Si no, seguiremos asistiendo durante mucho tiempo al lamentable
espectáculo de esos charlatanes y farsantes que aparecen
en televisión dándoselas
impúnemente de «brujitos, parapsicólogos
y expertos en mecánica cuántica», todo
por el mismo tubo. Pongamos un poco de orden en este lío,
que supone un verdero peligro y agresión constante contra
la dignidad de los que ostentan una pretensión legítima
de conocimiento.
APÉNDICE:
Propongo la celebración -aunque sea en la virtualidad de un foro en internet, de momento en
el ámbito hispanohablante-, de un encuentro abierto a periodistas
e investigadores de «lo oculto», miembros de sociedades
parapsicológicas e interesados en general donde se debatan
los pros y los contras de antiguas y nuevas nomenclaturas, ya
que el idioma, como todos sabemos, sirve para comunicarse, y por
lo tanto se alimenta del consenso entre las partes.
Barcelona, septiembre de 2003
Notas:
(1) Definición que del término «esotérico»
propone el diccionario ideológico Julio Casares: «Oculto,
enigmático, incomprensible. Dícese de la doctrina
que los filósofos de la Antigüedad no comunicaban
sino a corto número de sus discípulos.»
(2) Definición que del término «ocultismo»
propone el diccionario ideológico Julio Casares: «Ciencia
que pretende investigar y utilizar las fuerzas ocultas de la
naturaleza, y especialmente las de carácter misterioso
o sobrenatural.»
(3) Comentario del profesor Hans Bender acerca de las psicofonías
publicado en Parapsichology Review.
(4) El afamado Dr. J.B. Rhine, de la Universidad Duke, representa
un modélico ejemplo de científico que justifica
la masiva recogida de muestras bajo estrictas condiciones de
control -a principios de los años 30 del pasado siglo
efectuó 85.000 pruebas- en la demostración estadística
de una hipótesis: en su caso, se trataba, simple y llanamente,
de certificar la existencia o no de las facultades telepáticas.
Aun siendo de otro color su pelaje, el millonario James Randi
demostraría un rigor equiparable en su cacería
de fraudes. Por lo que a mí respecta, la condición
de «escéptico» de este último no menoscaba
en absoluto su condición de «investigador de lo
extraño» ya que pienso que el primer objetivo, y
el más apremiante de todo «parapsicólogo»
es desmontar la posible farsa oculta entre las bambalinas de
un fenómeno aparentemente paranormal.
(5) Y también, en honor a la verdad: «extranjero,
forastero, peregrino»...
(6) Además, en ese caso vuelve a bautizarse un área
de estudio en base a una hipótesis no demostrada -existencia
de vida extratarrestre- en vez de en una fenomenología
comprobada, que sea objeto de estudio. Dado que parte de los
fenómenos calificados hasta ahora como de «paranormales»
sí conforman un corpus de estudio, están en su
derecho de llevarse el gato xenológico al agua.
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