Hace 150 años,
el francés Eugène -Emmanuel Viollet-le-Duc reconstruyó
muchos de los grandes edificios góticos de su país,
carcomidos por el tiempo, violados por la Revolución burguesa,
enterrados bajo el ninguneo de la Academia.
Su visión de la recuperación
de lo que hoy llamamos "patrimonio
histórico" fue (y
sigue siendo) el
punto de partida de casi todos los discursos elaborados acerca
de la cuestión.
La discusión acerca de la conservación de los rastros
del pasado adquiere en el campo de la arquitectura un grado de
confrontación inexistente en otras áreas. El caso
es que los viejos edificios ocupan varias clases de espacio:
espacio físico (y por
lo tanto, influyen seriamente en la renta de la tierra); espacio simbólico (en
cuanto monumentos, los edificios otorgan señas de identidad
cultural); espacio
profesional (las nuevas tendencias
se imponen desplazando las anteriores).
Después de la Segunda Guerra Mundial, las tendencias vanguardistas
de principios de siglo se coronaron triunfadoras: el Movimiento
Moderno, el Estilo Internacional, vieron masivamente aplicados
sus postulados en la reconstrucción de Europa y buena
parte del mundo. Brasilia, Chandigarh, Malvín Norte y
el Barrio Sur son ejemplos de ese triunfo de una idea urbanística
y arquitectónica.
Mientras tanto, había que construir un discurso severo
sobre el pasado arquitectónico que permitiera liberar tierras
y mentes para que fueran ocupadas por la nueva arquitectura.
Cesare Brandi fue el principal ideólogo de una corriente
de eruditos que protegió, con su discurso a menudo ambiguo,
las acciones de las nuevas corrientes. Su posición puede
reducirse a la siguiente idea: si el edificio está en ruinas,
es mejor dejarlo así, pues nunca sabremos cómo fue
en realidad; y aunque lo supiéramos, sólo estaríamos
fetichizando la ciudad,
creando un culto de la Edad de Oro. Más vale, decía,
dejar aflorar la identidad de la actualidad.
Sólo admitía reparaciones menores, consolidaciones
de viejas estructuras sin el menor agregado moderno de sectores
desaparecidos, a no ser que eso se hiciera según las tendencias
contemporáneas.
Viollet fue el principal blanco de Brandi y sus secuaces. Aquel
francés enamorado del gótico había emprendido
obras de reconstrucción ciclópeas,
que fueron severamente cuestionadas en el período de mayor
efervescencia de las vanguardias del siglo XX. En 1934, Pol Abrams
publicó un libro que intentaba demostrar que Viollet estaba
equivocado en su concepción estructural del edificio gótico;
otros estudiosos cuestionaron desde otros puntos de vista sus
obras de restauración y reconstrucción. La visión
cientificista de Abrams fue una contribución que se pretendió
objetiva a la discusión (al
intento de fusilamiento)
de las realizaciones de Viollet. Sin embargo, el moderno análisis
de los elementos finitos y de análisis límite de
las estructuras de mampostería, o los estudios fotoeléctricos
de sus realizaciones, emprendidos sólo en los últimos
quince o veinte años, está demostrando que Viollet
tenía razón en sus ideas sobre el funcionamiento
estructural del gótico.
Todo el operativo discursivo tendía a eliminar la posibilidad
de la reconstrucción arqueológica. El interés
por volver a estudiar las estrcuturas góticas reparadas
por el francés pudo surgir cuando Brasilia, Chandigarh,
Malvín Norte y todo el Movimiento Moderno pudieron ser
cuestionados ante la evidencia de su fracaso universal.
Viollet fue usado para personificar un demonio que supuestamente
estaba engañando a la humanidad. Un siglo y medio después,
comienza a rehabilitarse. No se crea que se trata de un acto
de justicia histórica: es que los dueños del discurso
sobre el patrimonio han encontrado otra veta para vender nuevas
tendencias, para ejercer otras praxis, para inyectar otros símbolos.
* Publicado
originalmente en Insomnia
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