Mucho antes de que se soñara con las TIC, el mítico Marshall
McLuhan hablaba (entiendo que inspirado, en parte, en Marx) de algo que otros
criticaron después como "determinismo tecnológico": el
libro (la imprenta, la escritura
fonológica) es una prolongación del ojo; la vestimenta es una prolongación de la
piel; el auto (o la bicicleta o el avión) es una prolongación del sistema motor
(los pies o las piernas); el circuito eléctrico es una prolongación del sistema
nervioso central. Toda herramienta puede ser considerada una prótesis: algo que
prolonga, amplifica o potencia alguna cualidad física o psíquica del cuerpo o la
máquina humana. Las armas (desde un garrote a misiles teledirigidos) son
también, obviamente, prótesis. También, podemos agregar, que, por su finalidad,
hay prótesis correctivas, como las médicas (mecánicas, quirúrgicas,
farmacológicas). Y por su naturaleza, que hay prótesis que no son
físico-mecánicas sino conductuales (reforzadores, dicen los conductistas, la
disciplina, los hábitos, los rituales, etcétera). En cualquier caso, las
prótesis son siempre, inequívocamente, una prolongación del
cuerpo: algo que hace máquina con
la máquina del cuerpo. La droga es una
prótesis, cualquier estímulo es una prótesis. Una figura maquínica estrictamente
contemporánea de la aldea global: las luces audiorrítmicas en una disco, los
cuerpos saltando sincronizadamente, la música tribal de golpes fuertes y frases
melódicas elementales que se repiten en loops incesantes.
Finalmente, tenemos un gran campo de inmanencia cuerpos-máquina,
prótesis, megamáquinas. Es obvio que la línea integrada de McLuhan parte de la
escritura como mera prolongación del
ojo (que separa y aísla,
segmenta y mide) y culmina en el envolvente circuito eléctrico como prolongación
de todo el sistema nervioso llevado a escala global o planetaria. El problema es
doble: McLuhan erró feamente en lo de la
escritura pero acertó brillantemente en lo de la nueva era electrónica como
continuación y exponenciación de la era mecánico-instrumental. Resulta claro que
la escritura (tomemos así, un poco
irresponsablemente, esa noción), en tanto tecnología social, es una prótesis,
pero al mismo tiempo, y en ciertas condiciones, es una antiprótesis, en tanto
permite una teoría sobre las prótesis: permite pensar y conceptualizar al cuerpo
y a las prótesis, introduce un corte entre las prótesis-prolongaciones y los
conceptos y los relatos que nos permiten decirlas y simbolizarlas. Y resulta más
claro todavía que, en ciertas condiciones, la
escritura no es, en absoluto, una
prolongación del ojo (como lo es el telescopio, el panóptico, los mapas, el
registro naturalista), sino, por el contrario, una brecha que se abre entre el
ojo, la mirada y el concepto. Por tanto no habría una evolución tecnológica
desde la escritura y el mundo libresco
a los medios electrónicos audiovisuales. Habría más bien algo del orden del
pensamiento y el razonamiento que se pierde en la nueva era tecnoelectrónica,
una pérdida cuyo germen estaba ya en la era clásica mecánico-naturalista que
ahora alcanza rangos de espectacularidad adictiva. No es menos obvio entonces
que hoy vivimos en un mundo global inmanente de cuerpos, prótesis y máquinas. Y
el problema no es destruir prótesis y máquinas ni integrarnos pasivamente a un
mundo alucinatorio sin pensamiento: el problema es cómo reintroducir esa
heterogeneidad pensante llamada escritura
en un mundo de prótesis.