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ISSN 1688-1672

 



PRÓTESIS - CUERPO - ESCRITURA -

Prótesis*

Sandino Núñez
 

El problema no es destruir prótesis y máquinas ni integrarnos pasivamente a un mundo alucinatorio sin pensamiento: el problema es cómo reintroducir esa heterogeneidad pensante llamada escritura en un mundo de prótesis.


Mucho antes de que se soñara con las TIC, el mítico Marshall McLuhan hablaba (entiendo que inspirado, en parte, en Marx) de algo que otros criticaron después como "determinismo tecnológico": el libro (la imprenta, la escritura fonológica) es una prolongación del ojo; la vestimenta es una prolongación de la piel; el auto (o la bicicleta o el avión) es una prolongación del sistema motor (los pies o las piernas); el circuito eléctrico es una prolongación del sistema nervioso central. Toda herramienta puede ser considerada una prótesis: algo que prolonga, amplifica o potencia alguna cualidad física o psíquica del cuerpo o la máquina humana. Las armas (desde un garrote a misiles teledirigidos) son también, obviamente, prótesis. También, podemos agregar, que, por su finalidad, hay prótesis correctivas, como las médicas (mecánicas, quirúrgicas, farmacológicas). Y por su naturaleza, que hay prótesis que no son físico-mecánicas sino conductuales (reforzadores, dicen los conductistas, la disciplina, los hábitos, los rituales, etcétera). En cualquier caso, las prótesis son siempre, inequívocamente, una prolongación del cuerpo: algo que hace máquina con la máquina del cuerpo. La droga es una prótesis, cualquier estímulo es una prótesis. Una figura maquínica estrictamente contemporánea de la aldea global: las luces audiorrítmicas en una disco, los cuerpos saltando sincronizadamente, la música tribal de golpes fuertes y frases melódicas elementales que se repiten en loops incesantes.

Finalmente, tenemos un gran campo de inmanencia cuerpos-máquina, prótesis, megamáquinas. Es obvio que la línea integrada de McLuhan parte de la escritura como mera prolongación del ojo (que separa y aísla, segmenta y mide) y culmina en el envolvente circuito eléctrico como prolongación de todo el sistema nervioso llevado a escala global o planetaria. El problema es doble: McLuhan erró feamente en lo de la escritura pero acertó brillantemente en lo de la nueva era electrónica como continuación y exponenciación de la era mecánico-instrumental. Resulta claro que la escritura (tomemos así, un poco irresponsablemente, esa noción), en tanto tecnología social, es una prótesis, pero al mismo tiempo, y en ciertas condiciones, es una antiprótesis, en tanto permite una teoría sobre las prótesis: permite pensar y conceptualizar al cuerpo y a las prótesis, introduce un corte entre las prótesis-prolongaciones y los conceptos y los relatos que nos permiten decirlas y simbolizarlas. Y resulta más claro todavía que, en ciertas condiciones, la escritura no es, en absoluto, una prolongación del ojo (como lo es el telescopio, el panóptico, los mapas, el registro naturalista), sino, por el contrario, una brecha que se abre entre el ojo, la mirada y el concepto. Por tanto no habría una evolución tecnológica desde la escritura y el mundo libresco a los medios electrónicos audiovisuales. Habría más bien algo del orden del pensamiento y el razonamiento que se pierde en la nueva era tecnoelectrónica, una pérdida cuyo germen estaba ya en la era clásica mecánico-naturalista que ahora alcanza rangos de espectacularidad adictiva. No es menos obvio entonces que hoy vivimos en un mundo global inmanente de cuerpos, prótesis y máquinas. Y el problema no es destruir prótesis y máquinas ni integrarnos pasivamente a un mundo alucinatorio sin pensamiento: el problema es cómo reintroducir esa heterogeneidad pensante llamada escritura en un mundo de prótesis.

 




* Publicado originalmente en Tiempo de Crítica. Año I, N° 44, publicación semanal de la revista Caras y Caretas.

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