En el año 1593, el arzobispo James
Usher en colaboración con el doctor John Lightfoot, de
la Universidad de Cambridge, a través de una serie de
sesudos y complicados cálculos basados en datos del Antiguo
Testamento, llegó a la conclusión de que el mundo
fue creado a las 9 de la mañana del domingo 23 de octubre
del año 4.004 antes de Cristo.
Las afirmaciones del buen arzobispo irlandés, junto con
el carácter sacrosanto de los libros del Génesis
y su narración de la creación única de todas
las criaturas vivientes, además de la creación del
hombre a imagen y semejanza del propio creador, no dejaban posibilidad
alguna de mirar a la naturaleza y a nosotros mismos desde otra
óptica. El poder del dogma llegaría incluso hasta
nuestros días. En estas páginas, un breve punteo
sobre el impacto pasado y actual de la teoría de la evolución
tal cual la presentó sir Charles Darwin hace casi ciento
cuarenta años.
El concepto de "evolución
biológica", al que la mayoría asociamos con
el nombre de Charles Darwin
y con la revolución científica en las ciencias naturales
comenzada el pasado siglo es, sin embargo, muy antiguo. Las más
tempranas especulaciones sobre el tema las podemos encontrar en
los escritos de algunos de los filósofos griegos: como
Thales de Mileto (624-548
a.C.), Anaximandro
(588-524 a.C.), Empédocles (9495-435 a.C.), Epicuro (341-270
a.C.), incluso el
gran biólogo filósofo Aristóteles (384-322 a.C.). Algo mas tarde, el poeta romano Titus Lucretius
Carus (99-25 a.C.) daba una explicación evolutiva
para el orígen de plantas y animales en su poema 'De Rerum
Naturae'.
Pero el espíritu de las ideas que griegos y romanos esbozaban,
estaba impregnado de pensamiento metafísico en el sentido
de que la gradual evolución desde organismos simples hacia
otros más complejos equivalía a una progresiva
gradación de lo imperfecto hacia lo perfecto.
Con la caída del Imperio Romano y el posterior auge del
cristianismo, el progresivo dogmatismo religioso bloqueó
todo intento de investigación racional de la naturaleza,
dejando solamente posibilidades a quienes sintieran pías
inquietudes, similares a las del arzobispo Usher.
Por supuesto, siempre dentro del marco de los escritos bíblicos
y en lo posible bajo un estrecho control de las autoridades eclesiásticas.
Es de justicia, no obstante, agregar que esas limitaciones al
pensamiento y a la libre investigación, no han sido exclusividad
del cristianismo. Se puede decir que todos los grandes textos
religiosos, hindúes, judíos o musulmanes, plantean
para los seres vivos y el hombre, unos orígenes divinos
que imponen a sus creyentes y que obviamente chocan frontalmente
con una visión científica del mundo.
Sin embargo, el bloque dogmático no fue siempre monolítico
e impenetrable, al menos en Occidente. Leonardo
da Vinci (1452-1519), el gran Leonardo, es considerado
por muchos como el padre de la Paleontología, ya que entre
sus múltiples talentos y habilidades figura la de haber
sido aficionado a coleccionar fósiles y además ser
el primero en interpretarlos como lo que son: restos de organismos
desaparecidos del pasado.
Pero ese, fue un pequeño chispazo de inquietud que no
encontró respuestas estimulantes a la investigación
evolutiva hasta pasado el siglo XVII e incluso buena parte del
XVIII. Aún cuando Nicolas Copérnico (1473-1543),
Ticho Brahe (1546-1601), Galileo Galilei (1564-1642)
y Johan Kepler (1571-1630), reviviendo la antigua teoría
del griego Aristarco (230
a.C.) provocaron
la primera revolución científica renacentista al
destronar al geocentrismo, que junto con el antropocentrismo,
era uno de los puntales del pensamiento más vanidoso y
arrogante de la humanidad.
En realidad la corriente investigadora que llevaría a
recuperar y elaborar científicamente el concepto de evolución
biológica arrancaría en 1735 con la publicación
de la obra Systema naturae, de Carl von Linné (1707-1778).
Linneo, botánico sueco, creó un sistema de clasificación
de los seres vivos con categorías jerárquicas según
sus semejanzas o diferencias.
Así, con una nomenclatura binaria y latina, desde las
especies y los géneros, su sistema se vio enriquecido
por un escalafón que comprende familias, órdenes,
clases y reinos a los que se han agregado categorías intermedias
en las que se agrupan los diversos tipos de plantas y animales.
Lo importante de la sistemática de Linneo, no solo radica
en darle al objeto de las ciencias naturales un lenguaje universal,
sino que además, al ordenar a los organismos en escalas
de complejidad, abría la posibilidad de establecer deducciones
transformistas o evolucionistas; de concebir o sospechar antepasados
comunes para grupos diversos de organismos vivos. Linneo nunca
se declaró evolucionista, posiblemente en razon de sus
creencias religiosas, pero fue el primero en incluír al
hombre entre los animales, de clasificarlo dentro del órden
de los primates antropomorfos y de llamarlo, de acuerdo con su
sistema, "Homo sapiens". Lo más curioso de ello,
es que incluso consideró la existencia de un "Homo
silvestris" que sería una especie intermedia entre
el hombre y los simios.
En la cocina de la evolución
La segunda mitad del
siglo XVIII fue progresiva e irremediablemente precipitando la
idea evolucionista que obviamente estaba en el aire. Desde 1749
a 1767 se fueron publicando los 36 volumenes de la monumental
Historia Natural, General y Concreta de George Louis Leclerc,
conde de Buffon (1707-1788). Buffon, religioso como Linneo, seguramente
se vio asaltado por dudas y contradicciones morales derivadas
de sus observaciones. Pero dio un paso más adelante y
aceptó un cierto proceso evolutivo en algunas especies;
sólo que la evolución de Buffon tenía un
sentido distinto, el de la degeneración.
En su óptica, los monos eran degeneraciones del hombre
y los burros lo eran del caballo.
A todo ésto, en todo el mundo seguían apareciendo
fósiles, fortuita o intencionalmente, que pedían
a gritos ser incluídos en alguna rama de las ciencias
naturales. La tarea iba a recaer en el fundador de la Paleontología
moderna; el barón George Leopold Cuvier (1769-1832), naturalista
francés de enorme talento y profusa producción
científica. Cuvier, como Buffon y Linneo, tampoco fue
evolucionista, pero también sin quererlo, contribuyó
a la gestación de la idea.
Sus trabajos de anatomía comparada entre animales extinguidos
y vivientes, daban muchas pautas de la transición entre
peces y anfibios y anfibios y reptiles. Pero, el no lo quiso
aceptar, o no lo vio, y así fue como elaboró su
famosa teoría catastrofista, asociada al diluvialismo
de la iglesia, con la cual proclamaba no una continuidad entre
faunas extintas, sino sucesivas creaciones independientes.
Irónicamente, el mayor adversario de Cuvier fue un paisano
suyo, de humilde orígen y naturalista autodidacta brillante
llamado Jean Baptiste Lamarck (1744-1829), quien a través de
su más importante obra Phylosophie Zoologique,
publicada en 1809, el año del nacimiento de Charles Darwin,
se convirtió en el auténtico precursor de la teoría
de la evolución biólogica. Lamarck postuló
su teoría con tres premisas principales:
1) El ambiente modifica la estructura de plantas y animales.
2) Los cambios anatómico-funcionales se producen por el
uso o el desuso. 3) Las nuevas características adquiridas
se transmiten por herencia a la descendencia.
La hipótesis de Lamarck fue rechazada casi por unanimidad,
por una parte debido a la imposibilidad de que los caracteres
adquiridos pudieran transmitirse por herencia, pero también
por lo difícil que era todavía en su tiempo, derribar
las barreras del prejuicio religioso.
Sin embargo, pese a las limitaciones de su teoría, Lamarck
fue un destacado científico que además de sus contribuciones
botánicas y zoológicas, tuvo la valentía
de no dejarse avasallar por antiguos dogmatismos y plantear sus
ideas abiertamente, lo cual lo convirtió en el adelantado
de la moderna concepción de la evolución biológica.
A partir de la teoría lamarckiana, la idea evolucionista
se generalizó por todo el mundo científico, dejando
la puerta abierta a nuevas propuestas y estimulando las inquietudes
sobre el orígen de la vida, de los seres vivos y del hombre
mismo.
Y vino Darwin
Charles Darwin nació en 1809 y murió en 1882 a
los 73 años de edad, después de una fecunda vida
científica. Desde niño sintió una fuerte
inclinación por las cosas de la naturaleza y aún
cuando intentó seguir la tradición familiar estudiando
medicina primero y la carrera eclesiástica después
(sin llegar a terminar ninguna de las dos), le surgió
de pronto, a los 22 años, la oportunidad de volver a su
verdadera vocación.
Durante 5 años, desde 1831 hasta 1836, viajó alrededor
del mundo a bordo del bergantín Beagle, como naturalista
oficial de una de las expediciones armadas por el almirantazgo
inglés. El viaje salió de Plymouth, y recorrió
básicamente el hemisfero sur por el Atlántico,
el Pacífico, y el Indico.
Posiblemente nadie que conozca, aunque sea muy superficialmente,
el famoso viaje de Darwin, ignore su paso y estancia en las islas
Galápagos; pero también es posible que pocos sepan
que previamente, durante las múltiples recorridas que
el Beagle realizó por el Atlántico sur durante
dos años y medio, el naturalista estuvo en el Uruguay
por lo menos seis veces: cuatro en Montevideo y alrededores y
dos en Maldonado, realizando además diversas excursiones
por Canelones, Mercedes y sierras de Maldonado y Minas.
Sin duda alguna, el del "H.M.S. Beagle" fue uno de
los viajes más fecundos desde el punto de vista científico
y ciertamente decisivo en lo que tiene que ver con la evolución
biológica.
Darwin volvió a Inglaterra con un impresionante cargamento
de fósiles, de especimenes de plantas y animales, de datos
y notas recopiladas en el mar y en tierra firme, de valiosas
experiencias sobre el comportamiento de plantas, animales y hombres
de distintas latitudes y de los más diversos ambientes.
Sus ideas acerca de la evolución, surgidas paulatinamente
durante años de observación, fueron tomando forma
en notas y apuntes que ya consideraba dentro del concepto de
teoría y que fue madurando mientras escribía y
publicaba diversos trabajos botánicos, zoológicos
y geológicos.
El 24 de noviembre de 1859, 23 años después de
haber finalizado su famoso periplo alrededor del mundo, Charles
Darwin publicaba la primera edición de su obra cumbre:
Del Orígen de las Especies por medio de la Selección
Natural, o la conservación de las Razas favorecidas en
la Lucha por la Vida. La obra mas importante relacionada
con las ciencias biológicas del siglo XIX.
Sin embargo y en honor a la verdad, es imprescindible mencionar
el hecho de que no fue Darwin el único autor de la teoría
de la evolución de
las especies. El 1858, un año antes de su famosa publicación,
Alfred Russell Wallace, un joven naturalista inglés que
llevaba ocho años trabajando en el archipiélago
malayo, concibió casi simultáneamente con Darwin
una idea sobre la evolución de las especies que coincidía
prácticamente en su totalidad con la de éste.
De ahí que, aunque la teoría se difundió
como obra exclusiva de Darwin, con justicia debe mencionarse
como la teoría "Darwin-Wallace".
En febrero de 1871, Darwin publicó La Descendencia
del Hombre y la Selección en relación al
Sexo, obra en dos tomos y cuyo propósito era el de
incluír a la especie humana dentro del proceso de la evolución
biológica.
En el Orígen de las especies apenas mencionaba
al hombre dentro de la problemática de la evolución,
pero dejaba abiertas las posibilidades al decir: "se arrojará
mucha luz sobre el orígen del hombre y de su historia".
Fue tal vez esta frase la que enardecía más a los
espíritus religiosos, al involucrar al hombre en el mismo
proceso, ya de por si considerado herético.
Era intolerable el sólo hecho de mencionar al hombre en
una obra que postulaba revolucionarios conceptos de naturaleza
puramente biológica. Significaba considerar al "rey
de la creación" como un animal más, y lo que
es peor, echaba por tierra el principio antropocéntrico.
La palabra de Darwin ofendió ciertamente a muchos de sus
contemporáneos y la oposición que experimentó
fue tenaz y persistente, pero a pesar de todas las vicisitudes
por las que pasó su teoría evolucionista, el naturalista
siempre contó como incondicionales defensores desde la
primera hora, a la plana mayor de la biología de su época:
Lyell, Henslow, Wallace, Hooker, Huxley y Gray, son algunos de
los más importantes.
En 1882, cuando muere Charles Darwin, la mayoría de los
biólogos se había convencido de la importancia
de las conclusiones del sabio, que habían sido también
aceptadas por amplios sectores de la opinión publica.
Sin embargo, quedaban grandes lagunas por resolver, que hicieron
surgir nuevas polémicas entre los investigadores.
Una teoría en apuros
La teoría de la evolución darwiniana se apoya sobre
cuatro argumentos principales: 1) Variación:
los organismos varían y derivan de unos a otros en forma
hereditaria. 2) Lucha por la existencia: en la naturaleza
nacen muchos más organismos de los que sobreviven. 3)
Selección Natural: las variaciones seleccionadas
por el medio, de acuerdo a su capacidad de adaptación
son las que favorecen la reproducción y la supervivencia.
4) Especiación: la Selección Natural acumula
variantes favorables produciendo subespecies o razas primero
y nuevas especies después.
El mayor problema de Darwin consistió en explicar los
mecanismos hereditarios. La genética aún no existía
y todo lo referente a la herencia se explicaba con la "teoría
de la sangre", que no se ajustaba convincentemente con el
argumento de la variación. El sacerdote austríaco
Gregor Mendel (1822-1884) había presentado en
1865 su trascendental trabajo Hibridación de Plantas,
pero su complicada disertación solo consiguió aburrir
al auditorio de la Sociedad de Brunn para el Estudio de las Ciencias
Naturales. Su trabajo de ocho años, sus famosas leyes
de la herencia, fueron ignoradas lamentablemente al no tener
la difusión que merecían.
A principios del siglo XX, en 1900, el holandés Hugo de
Vries (1848-1935), el alemán Carl Correns (1864-1933)
y el austríaco Erich von Tschermak (1871-1962), redescubrieron independientemente
las leyes de Mendel.
Con el reconocimiento de los cromosomas y de los genes, una nueva
revolución biológica llamada Genética se
ponía en marcha. La mayor parte de la primera mitad del
siglo la dedicaron los genetistas al estudio de la composición
de genes y cromosomas y al de las mutaciones o variaciones que
se producían en ellos.
En 1953, el norteamericano James Watson y el británico
Francis Crick publicaron su descubrimiento de la molécula
helicoidal de ácido desoxirribonucleico, ADN, contenida
en los cromosomas del núcleo celular. Los autores del
trascendental hallazgo recibieron el premio Nobel de 1962.
De acuerdo al nuevo conocimiento, un gen está compuesto
por una secuencia de las cuatro bases o nucleótidos que
se repiten a lo largo de la molécula de ADN contenida
en el cromosoma. Cualquier cambio que se produzca en la secuencia
de bases, constituye un error y por lo tanto una mutación
génica. De esta forma hemos llegado a conocer el mecanismo
de las variaciones, principio fundamental de la evolución.
Es así, cómo en la actualidad, el fenómeno
de la evolución biológica, dispone de toda una
serie de disciplinas de estudio e investigación, que concurren
en el como forma de ir conociendo cada vez más el proceso,
y como pruebas de su importancia rectora de la vida sobre el
planeta.
Desde la taxonomía de Linneo, los estudios de embriología
de Haeckel, los permanentes descubrimientos de la paleontología
en todo el mundo y la observación de la distribución
bio-geográfica a los constantes e imparables avances de
la genética de poblaciones y la invetigación actual
del genoma humano y en general de la biología molecular,
el panorama lleva a la conclusión de que la EVOLUCIÓN
ha alcanzado su madurez.
La idea fundamental de Darwin esta hoy ampliamente aceptada por
el mundo científico porque es un proceso plenamente comprobado.
La moderna biología evolucionista es una síntesis
de los conocimientos de la teoría de la selección
natural y de la genética y los hallazgos de la biología
molecular enlazan con gran exactitud con los razonamientos de
Darwin.
En la naturaleza sobreviven y se reproducen los organismos mejor
dotados, los mejor adaptados a las condiciones del medio. La
mayor parte de ellos son eliminados desde el principio porque
la selección natural opera básicamente por "reproducción
diferencial"; es decir que los individuos con mayor capacidad
de adaptación al medio, los más eficientes, los
de mayor capacidad reproductiva para dejar descendencia, son
en consecuencia los que producen "eficiencia biológica",
esto es mejores combinaciones de genes de la población.
Ese es el verdadero sentido de la selección natural y
de la lucha por la existencia, muchas veces falsamente confundido
como resultado de competiciones regidas por comportamientos innatos
de agresividad y violencia.
Generalmente la supremacía del más fuerte equivale
a la supremacía del mejor adaptado, del más sano,
del que se ha salvado de la predación, del más
hábil y del más "seductor" para reproducirse
en una nueva generación. Por eso la reproducción
es crucial en el proceso de evolución; junto con la tasa
de natalidad, define el éxito de una especie, siempre
y cuando el equilibrio demográfico impuesto por el medio
no sea alterado o no se altere el medio en si.
La selección natural se pone en marcha, cambia su ritmo
o se acelera como consecuencia de los cambioa ambientales, por
eso el éxito de cualquier especie siempre va a ser temporal;
cada grupo de organismos tiene su tiempo y por eso la extinción,
que es lo contrario de la adaptación, es una parte alternativa
de la evolución.
Cuando miramos hacia el registro fósil de organismos del
pasado, pese a las dificultades que normalmente presenta su hallazgo
y a las aún más raras condiciones que ha exigido
el proceso de fosilización, y vemos que el número
de especies desaparecidas que hemos logrado identificar y calcular,
es infinitamente superior al del que suponemos que hay hoy en
día en nuestro planeta, nos damos cuenta de cómo
ha trabajado la evolución durante miles de millones de
años.
Y tomamos consciencia de que la evolución no mantiene
las especies, pero si conserva y promueve la vida.
Richard Leakey, célebre paleoantropólogo kenyata
explica en uno de sus libros que la vida en el planeta Tierra
ha pasado por cinco grandes extinciones masivas y que muy probablemente
estemos en el inicio de la sexta.
La "ecología" esta hoy de moda, y mucha gente
se preocupa por el deterioro ambiental que todos sufrimos. La
filosofía subyacente a los movimientos conservacionistas
puede y debe hacer mucho por mejorar la situación, pero
no puede ir contra las pautas naturales.
El respeto que le debemos a la naturaleza debe ir contra los
factores culturales degradantes que aceleran los procesos de
cambio ambiental; al menos los mas abordables por ser solucionables
práctica, económica y tecnológicamente.
Otros son irreversibles y son hechos que debemos asumir, como
la superpoblacion y sus consecuencias. Gaia seguirá funcionando
con o sin nosotros mientras el sol la siga iluminando.
*Publicado
originalmente en Insomnia
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