Algunas
personas creen que la
globalización actual es el fruto de la revolución
tecnológica, pero otros mantienen que la misma es el resultado
de otra revolución, no sólo tecnológica, sino institucional,
ideológica y organizacional. La
globalización
tecnológica es también conocida como la Tercera Revolución
Industrial.
La actual
globalización
es, para muchos, el fruto de la revolución tecnológica, aunque
también están los que afirman que la globalización es, a su
vez, el resultado de otras revoluciones, institucional,
ideológica y organizacional; todas ellas apoyadas en lo que
han llamado la "santa trinidad" del mundo moderno:
liberalización,
desregulación y privatización. Es claro que sin estos tres
elementos nunca se hubiese producido la revolución
tecnológica. De la misma manera que sin la revolución de las
Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs), los
fenómenos de liberalización, desregulación y privatización no
habrían ocurrido.
Tecnología se define como
“el uso del conocimiento científico para especificar modos
de hacer cosas de una manera reproducible”. El término
incluye todas las tecnologías de la información, la
microelectrónica, la informática, las telecomunicaciones, la
optoelectrónica (fibras ópticas y transmisión por
láser), incluso la ingeniería genética. Ha sido
en cuestión de dos décadas (1970-1990) que las tecnologías han
sufrido una gran revolución. Todos estos avances técnicos o
esta llamada "revolución tecnológica" se ha logrado gracias a
una madurez epistemológica, institucional, industrial; una
nueva mentalidad económica y sobretodo, la presencia de
agentes dispuestos a aprender a utilizar estos nuevos avances.
Estas circunstancias han provocado la elaboración de nuevos
materiales, el hallazgo de nuevas energías y la mejora en las
técnicas de fabricación. Este es el contexto necesario para
una revolución tecnológica.
El proceso de
liberalización, desregulación y privatización tomó impulso
cuando Estados Unidos comenzó
a utilizar la revolución tecnológica para aumentar la
rentabilidad del capital, cuyos beneficios habían comenzado a
bajar en los años 1960. A principio de los años 1970, Japón y
Europa Occidental prosiguieron esta lógica de innovación
tecnológica con el objetivo de aumentar la tasa de beneficios
del capital. Desde entonces, de estas armas de las se han
servido estos países para establecer la primacía de fuerzas
económicas bien definidas. Por esto es que algunos autores,
como el politólogo estadounidense Benjamin Barber, afirman que
la globalización actual es el
resultado de la demostración del poder imperialista de
Estados Unidos.
Según Peter Marcuse,
profesor de planeamiento urbano de la Universidad de Columbia,
el vínculo entre los avances tecnológicos y la concentración
del poder económico no es algo irremisible. La computarización,
la agilización de las comunicaciones, merced a los avances en
la tecnología de la información, la capacidad de ejercer e
irradiar el control desde un centro a los cinco continentes,
la creciente rapidez y eficacia del transporte (tanto
de bienes como de personas), las facilidades de
flexibilidad de la producción, y la automatización de las
tareas rutinarias son de facto esenciales para el aumento
sustancial de la concentración del poder económico del que hoy
somos testigos, afirma Marcuse.
Los avances en la
tecnología podrían traducirse en que la misma cantidad de
bienes útiles y servicios se pudieran producir con un menor
esfuerzo o que, con el mismo esfuerzo, se pudiera producir
más. En cualquiera de los casos, todos saldríamos ganando, ya
que o bien trabajaríamos menos, o tendríamos más. Pero la
tecnología está en manos de aquellos que detentan el poder y
la usan para incrementarlo. Según Marcuse, hay que prestar
atención al uso de la tecnología para trastocar el equilibrio
del poder entre las clases y no a la tecnología en sí,
despojada de su aplicación.
Muchos de los
descubrimientos de hoy no están destinados a mejorar las
condiciones de la producción, sino a apropiarse del avance
tecnológico. Las empresas prefieren el cambio tecnológico
generado en los laboratorios al proveniente del aprendizaje de
los trabajadores. La confrontación tecnológica deja sin piso
el principio de mano invisible, sustentado por Adam Smith; el
desplazamiento de los rivales de menor tamaño significa un
poder monopólico. Quien consiga avance queda en posición de
privilegio para sacar a los competidores y tomarse el mercado
para emplear prácticas monopólicas. Su prioridad no es
producir en la forma menos costosa sino dejar la tecnología en
sus casas matrices.
Los avances de la
aviación, Internet y la
farmacéutica, en cierta forma, han generado consumos que antes
no existían y que están dirigidos a los sectores de mayores
ingresos. Como las empresas prefieren profesionales altamente
capacitados, los individuos cada vez se esfuerzan más por
alcanzar títulos y así poder exigir mejores salarios. Los
avances realizados en las computadoras y la informática han
dado lugar a complejos procedimientos que no redundan en
mejores resultados; la ciencia ha dejado de ser neutral.
El gran avance tecnológico
ha traído una mayor innovación y creación de nuevos entes,
pero también ha significado mayor destrucción de empresas y
disminución de las posibilidades de empleo, lo que se ve
reflejado en las desigualdades que se han ampliado en forma
alarmante. El conocimiento, liderado por el lucro individual,
conduce a grandes distorsiones económicas y desigualdades.
Esto determinaría una ciencia al servicio de los poderosos. Al
igual de lo que sucedió en el pasado con las revoluciones de
la máquina de vapor y la electricidad, también ahora se
generaron expectativas superiores a la realidades; se supuso
que lo normal era que la productividad creciera cuatro puntos
porcentuales, es decir, el doble del promedio histórico. La
verdad es que las ficciones de la nueva revolución industrial
o globalización tecnológica sólo vinieron a percibirse cuando
la burbuja reventó y provocó la caída de la economía de los
Estados Unidos en
el año 2000.
Consecuencias
Una nueva sociedad se va
desarrollando globalmente. Esta nueva sociedad depende de las
estructuras incontrolables del capitalismo de la información.
El proceso de la globalización se puede caracterizar por un
proceso de retroalimentación donde todos los ámbitos que
configuran la cultura
son influidos y a su vez influyen en esta sociedad en
constante cambio y transformación. La fuerte emergencia de las
nuevas tecnologías ha hecho cambiar todas las estructuras de
la sociedad. Esta sociedad de la información se ha formado
gracias a la digitalización; los códigos se han unificado, y
esta unificación ha sido la gestora de una nueva manera de
entender el mundo a través de un nuevo concepto: el de
globalización.
Es decir, el capitalismo o lo que se entiende como mercado
nacional mezclado con el nacimiento de la digitalización ha
provocado un cambio
social y económico que hace tambalear las estructuras de
la sociedad.
*Publicado
en la Guía del Mundo
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