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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ANDERSON, ENRIQUE - HISTORIA DE LA LITERATURA HISPANOAMERICANA -

Un crítico infeccioso*

Amir Hamed

Si envejecen la narrativa o la lírica, poco hay que decir del revenimiento de la crítica literaria, una actividad que se esmera en marcar el gusto de su tiempo y que casi siempre claudica con los años: una vez desaparecidos los patrones que la han hecho arbitrar, ve evaporarse su vigencia

Si hay algo falso es que los buenos libros no envejecen. En general, pasada la primera gloria, cuando conquistan su publico (sea este contemporáneo o póstumo), la misma influencia que ejercen los hace caducar. Infinidad de discípulos llegan para apropiarse y mejorar las líneas trazadas por el maestro, avejentándolo de este modo. Y es así que, por ejemplo, un mamotreto que llegó a ser fundamental para la literatura de su siglo, como el Ulyses de Joyce, ahora, sencillamente, es ilegible. Todo lo que en Ulyses fuera novedad ha quedado en desuso, lo mismo que en el cine sucede con los efectos especiales. Lo que ayer deslumbraba hoy resulta pasado de moda, poco realista y largamente menos espectacular. Pero eso no implica la muerte sin fin de Ulyses; sólo quiere decir que todavía, como sucede con los buenos vinos, no se ha asentado y que es aún demasiado temprano para que sea disfrutado como se hace con los libros 'viejos', que nos llegan desde la nostalgia de una época remota y perdida.

Si envejecen la narrativa o la lírica, poco hay que decir del revenimiento de la crítica literaria, una actividad que se esmera en marcar el gusto de su tiempo y que casi siempre claudica con los años: una vez desaparecidos los patrones que la han hecho arbitrar, ve evaporarse su vigencia. Es que la crítica literaria, incluso más que la literatura creativa, responde a modas, a gustos, a fetiches de estación. Un estudiante no puede leer a Dámaso Alonso o a Menéndez y Pelayo sin vociferar que estos preclaros eruditos se pasaron escribiendo gilipolleces. Poco hay más engorroso que revisar los esquemas implacables y la jerga adiposa con la que los estructuralistas franceses fueran aclamados como quintaesencia de la ciencia literaria. Si algo salva a esta crítica es menos la clarividencia que el amor por lo literario, un fervor que debe saber contagiar. En letras castellanas, sin duda, el caso mas notable, porque se trata además de un libro único, es el de los dos tomos de la Historia de la literatura hispanoamericana del argentino Enrique Anderson Imbert.

Con su Historia, Anderson, docente y narrador, logró el nada despreciable prodigio de derramar miles de nombres y fechas sin obstaculizar una lectura dichosa. Esto, sin embargo, no le ha ganado la justicia que merece; obra tan singular fue pronto reducida a la categoría de manual (también lo es). Desde hace ya varias décadas, y sin injusticia, los hispanistas han venido denunciando que los tomos de Anderson no están 'actualizados' y que de poco sirven para quien pretenda realizar un estudio 'serio' de los distintos temas y autores. Incluso el lector mas distraído encontrará por lo menos irritantes la mitad de sus afirmaciones. Y eso, claro está, porque su autor ha sido meramente humano y en la mayoría de sus lecturas pesan sus prejuicios. Pero el punto muchas veces olvidado es que, por sobre todo, en su Historia Anderson fue un inusitado prosista, que hace cómplice al lector de sus idolatrías y enconos, que avanza con tanta sobriedad como gracia por décadas y centurias de historia literaria, sorprendiendo con giros de todo calibre, con adjetivos y comparaciones deslumbrantes o con una ironía sin tregua que, en todo caso, jamás lo hace perder el tono expositivo.

No hay libro semejante en su género porque, entre otras cosas, comulga de verdad con la literatura. A pesar del empaque critico, en esta gran feria literaria se vive con Anderson la aventura de codearse entre amigos y no tan amigos, ya tratando de escurrirse frente a autores que embellece y otros que no quiere o no puede entender, ya esmerado por guardarse un nidito de narrador entre sus contemporáneos. Pero más que nada se puede palpar el amor de Anderson por su tarea, y es ahí cuando su Historia se vuelve lo que hay que pedirle a un libro. Que irradie esa misma pasión, que la inocule, que sea infeccioso.


* Publicado originalmente en Insomnia

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