"Una
animada polémica nueva se desarrolla en el país en el frente de la
filosofía, en relación a los conceptos "uno se divide en dos" y "dos
se fusionan en uno". Este debate es una lucha entre los que están
por y los que están contra la dialéctica materialista, una lucha
entre dos concepciones del mundo: la concepción proletaria y la
concepción burguesa. Los que sostienen que "uno se divide en dos" es
la ley fundamental de las cosas, se sitúan del lado de la dialéctica
materialista: los que sostienen que la ley fundamental de las cosas
es que "dos se fusionan en uno" están contra la dialéctica
materialista.
Ambos lados han dibujado una nítida línea de demarcación entre ellos
y sus argumentos son diametralmente opuestos. Esta polémica refleja
en el plano ideológico la aguda y compleja lucha de clases
que se desarrolla en China y en el mundo."
Bandera Roja de Pekín, 21 septiembre 1964.
CAPÍTULO III
Unidad y división en la apariencia
54 El espectáculo, como la
sociedad moderna, está a la vez unido y dividido. Como la sociedad
moderna, el espectáculo edifica su unidad sobre el desgarramiento.
Pero la contradicción, cuando emerge en el espectáculo, es a su vez
contradicha por una inversión de su sentido; de forma que la
división mostrada es unitaria, mientras que la unidad mostrada está
dividida.
55 Es la lucha de los poderes que se han constituido para la gestión
del propio sistema socioeconómico la que se despliega como
contradicción oficial, cuando corresponde de hecho a la unidad real;
esto ocurre tanto a escala mundial como en el interior de cada
nación.
56 Las falsas luchas espectaculares entre formas rivales de poder
separado son al mismo tiempo reales en cuanto expresan el desarrollo
desigual y conflictivo del sistema, los intereses relativamente
contradictorios de las clases o de las subdivisiones de clases que
aceptan el sistema y definen su propia participación en su poder.
Del mismo modo que el desarrollo de la economía más avanzada lo
constituye el enfrentamiento de ciertas prioridades contra otras, la
gestión totalitaria de la economía por una burocracia de
Estado y la condición de los países
que se han encontrado ubicados en la esfera de la colonización o
semicolonización están definidas por considerables particularidades
en las modalidades de producción y de poder. Estas diversas
oposiciones pueden darse en el espectáculo según criterios
totalmente diferentes, como formas de sociedad absolutamente
distintas. Pero según su realidad efectiva de sectores particulares
la verdad de su particularidad reside en el sistema universal que
las contiene: en el movimiento único que ha hecho del planeta su
campo, el capitalismo.
57 La sociedad portadora del espectáculo no domina las regiones
subdesarrolladas solamente por su hegemonía económica. Las domina
en tanto sociedad del espectáculo. Donde la base material
todavía está ausente, la sociedad moderna ya ha invadido
espectacularmente la superficie social de cada
continente. Define el programa de una clase dirigente y preside su
constitución. Así como presenta los seudobienes a codiciar, ofrece a
los revolucionarios locales los falsos modelos de la revolución. El
espectáculo propio del poder burocrático que detentan algunos países
industriales forma parte precisamente del espectáculo total, como su
seudonegación general y como su sostén. Si el espectáculo,
contemplado en sus diversas localizaciones, pone en evidencia las
especializaciones totalitarias de la
palabra y de
la administración social, éstas llegan a fundirse, al nivel del
funcionamiento global del sistema, en una división mundial de
tareas espectaculares.
58 La división de las tareas espectaculares que
conserva la generalidad del orden existente conserva principalmente
el polo dominante de su desarrollo. La raíz del espectáculo está en
el terreno de la economía que se ha vuelto de abundancia, y es de
allí de donde proceden los frutos que tienden finalmente a dominar
el mercado espectacular, a pesar de las barreras proteccionistas
ideológico-policiales de no importa qué espectáculo local que
pretenda ser autárquico.
59 El movimiento de
banalización que bajo las diversiones cambiantes del espectáculo
domina mundialmente la sociedad moderna, la domina también en cada
uno de los puntos donde el consumo desarrollado de mercancías ha
multiplicado aparentemente los roles y los objetos a elegir. La
supervivencia de la religión y de la familia -que sigue siendo la
forma principal de herencia del poder de clase-, y por lo tanto de
la represión moral que aseguran, puede combinarse como una misma
cosa con la afirmación redundante del disfrute de este mundo,
que precisamente se ha producido como seudodisfrute que esconde la
represión. A la aceptación beata de lo que existe también puede
unirse como una misma cosa la revuelta puramente espectacular: esto
expresa el simple hecho de que la insatisfacción misma se ha
convertido en una mercancía desde que la abundancia económica se ha
sentido capaz de extender su producción hasta llegar a tratar una
tal materia prima.
60 Concentrando en ella la imagen de un rol posible, la vedette,
representación espectacular del ser humano viviente, concentra
entonces esta banalidad. La condición de vedette es la
especialización de lo vivido aparente, el objeto de la
identificación en la vida aparente sin profundidad que debe
compensar el desmenuzamiento de las especializaciones productivas
efectivamente vividas. Las vedettes existen para representar
diferentes estilos de vida y de comprensión de la sociedad, libres
de ejercerse globalmente. Encarnan el resultado inaccesible del
trabajo social, remedando subproductos de este trabajo que son
mágicamente transferidos por encima de él como su finalidad: el
poder y las vacaciones, la decisión y el consumo que
están al principio y al final de un proceso indiscutido. Allí, es el
poder gubernamental quien se personaliza en seudo-vedette; aquí es
la vedette del consumo quien se hace plebiscitar como seudo-poder
sobre lo vivido. Pero así como las actividades de la vedette no son
realmente globales, tampoco son variadas.
61 El agente del espectáculo puesto en escena como vedette es lo
contrario al individuo, el enemigo del individuo en sí mismo tan
claramente como en los otros. Desfilando en el espectáculo como
modelo de identificación, ha renunciado a toda cualidad autónoma
para identificarse con la ley general de la obediencia al curso de
las cosas. La vedette del consumo, aun siendo exteriormente la
representación de diferentes tipos de personalidad, muestra a cada
uno de estos tipos teniendo igualmente acceso a la totalidad del
consumo y encontrando una felicidad semejante. La vedette de la
decisión debe poseer el
stock completo de lo que ha sido admitido como cualidades
humanas. Así las divergencias oficiales se anulan entre sí por el
parecido oficial, que es la presuposición de su excelencia en todo.
Khruchtchev se convirtió en general para decidir sobre la batalla de
Kursch no sobre el terreno, sino en el vigésimo
aniversario, cuando se encontraba de jefe de Estado. Kennedy siguió
siendo orador hasta pronunciar su elogio sobre su propia tumba,
puesto que Theodore Sorensen continuó hasta ese momento redactando
los discursos para el sucesor en ese estilo que tanto había servido
para hacer reconocer la personalidad del desaparecido. Las
personalidades admirables en quienes se personifica el sistema son
bien conocidas por no ser lo que son; han llegado a ser grandes
hombres descendiendo por debajo de
la más mínima vida individual, y todos lo saben.
62 La falsa elección en la abundancia espectacular, elección que
reside tanto en la yuxtaposición de espectáculos concurrentes y
solidarios como en la yuxtaposición de roles (significados y
contenidos principalmente en los objetos) que son exclusivos y están
a la vez imbricados, se desarrolla como lucha de cualidades
fantasmagóricas destinadas a apasionar la adhesión a la trivialidad
cuantitativa. Así renacen falsas oposiciones arcaicas, regionalismos
o racismos encargados de transfigurar en
superioridad ontológica fantástica la vulgaridad de los lugares
jerárquicos en el consumo. Así se recompone la interminable serie de
enfrentamientos ridículos que movilizan un interés sublúdico, desde
el deporte de
competición hasta las elecciones. Donde se ha instalado el consumo
abundante, una oposición espectacular principal entre jóvenes y
adultos proyecta en primer plano los falsos roles; puesto que en
ninguna parte existe el adulto, dueño de su vida, y la juventud, el
cambio de lo existente, no es en modo alguno propiedad de quienes
son ahora jóvenes, sino del sistema económico, el dinamismo del
capitalismo. Son las cosas las que reinan y son jóvenes; las que se
desplazan y se reemplazan a sí mismas.
63 Es la unidad de la miseria
lo que se oculta bajo las oposiciones espectaculares. Si las
distintas formas de la misma alienación se combaten con el pretexto
de la elección total es porque todas ellas se edifican sobre las
contradicciones reales reprimidas. Según las necesidades del estadio
particular de
miseria que desmiente y mantiene, el espectáculo existe bajo una
forma concentrada o bajo una forma difusa. En ambos
casos, no es más que una imagen de unificación dichosa, rodeada de
desolación y espanto, en el centro tranquilo de la desdicha.
64 El espectáculo concentrado pertenece esencialmente al capitalismo
burocrático, aunque pueda ser importando como técnica del poder
estatal en economías mixtas más atrasadas o en ciertos momentos de
crisis del capitalismo avanzado. La propiedad burocrática está en
efecto ella misma concentrada en
el sentido de que el burócrata individual no se relaciona con la
posesión de la economía global más que como intermediario de la
comunidad burocrática, en tanto miembro de esta comunidad. Por otro
lado la producción de mercancías, menos desarrollada, se presenta
también bajo una forma concentrada: la mercancía que la burocracia
retiene es el trabajo social total, y lo que revende a la sociedad
es su subsistencia en bloque. La dictadura de la economía
burocrática no puede dejar a las
masas explotadas ningún margen notable de elección, puesto que ha
debido elegir todo por sí misma, y cualquier otra elección exterior,
ya se refiera a la alimentación o a la música, es ya por
consiguiente la elección de su destrucción total. Debe acompañarse
de una violencia permanente. La imagen compuesta de bien, en su
espectáculo, acoge la totalidad de lo que existe oficialmente y se
concentra normalmente en un solo ser humano, que es el garante de su
cohesión totalitaria. Cada uno debe identificarse mágicamente con
esta vedette absoluta o desaparecer. Porque se trata del amo de su
no-consumo y de la imagen heroica de un sentido aceptable para la
explotación absoluta que es, de hecho, la acumulación primitiva
acelerada por el
terror. Si cada chino debe aprender a Mao, y ser así
Mao, es porque no puede ser otra cosa. Allí donde domina lo
espectacular concentrado domina también la policía.
65 Lo espectacular difuso acompaña a la abundancia de mercancías, al
desarrollo no perturbado del capitalismo moderno. Aquí cada
mercancía se justifica por separado en nombre de la grandeza de la
producción total de objetos, de la que el espectáculo es el catálogo
apologético. Afirmaciones
inconciliables disputan sobre la escena del espectáculo unificado de
la economía abundante, igual que las diferentes mercancías-vedettes
sostienen simultáneamente sus proyectos contradictorios de
organización de la sociedad; donde el espectáculo de los automóviles
requiere una circulación
perfecta que destruye las viejas ciudades, el espectáculo de la
ciudad misma necesita a su vez
barrios-museos. En
consecuencia, la satisfacción ya de por sí problemática que se
atribuye al consumo del conjunto queda inmediatamente
falsificada puesto que el consumidor real no puede tocar
directamente más que una sucesión de fragmentos de esta felicidad
mercantil, fragmentos en los que la calidad atribuida al conjunto
está siempre evidentemente ausente.
66 Cada mercancía determinada lucha por sí misma, no puede reconocer
a las otras, pretende imponerse en todas partes como si fuera la
única. El espectáculo es entonces el canto épico de esta
confrontación, que ninguna desilusión podría concluir. El
espectáculo no canta a los hombres y sus armas, sino a las
mercancías y sus pasiones. En esta lucha ciega cada mercancía, en la
medida de su pasión, realiza de hecho en la inconciencia algo más
elevado: el devenir mundo de
la mercancía que es también el devenir mercancía del mundo. Así, por
una astucia de la razón mercantil, lo particular de la
mercancía se desgasta combatiendo, mientras que la forma-mercancía
va hacia su realización absoluta.
67 La satisfacción que la mercancía abundante ya no puede brindar, a
través de su uso, pasa a ser buscada en el reconocimiento de su
valor en tanto mercancía: es el uso de la mercancía que se
basta a sí mismo; y para el consumidor, la efusión religiosa hacia
la libertad soberana de la mercancía. Olas de entusiasmo por un
determinado producto, apoyado y difundido por todos los
medios de información,
se propagan así con gran intensidad. Un estilo de ropa sacado de una
película; una revista lanza clubs, que a su vez lanzan diversas
panoplias. El gadget expresa el hecho de que, en el momento
en que la
masa de mercancías se desliza hacia la aberración, lo aberrante
mismo deviene una mercancía especial. En los llaveros publicitarios,
por ejemplo, que no son ya productos sino regalos
suplementarios que acompañan prestigiosos objetos vendidos o que se
producen para el intercambio en su propia esfera, se reconoce la
manifestación de un abandono místico a la trascendencia de la
mercancía. Quien colecciona los llaveros que han sido fabricados
para ser coleccionados acumula las
indulgencias de la mercancía, un signo glorioso de su
presencia real entre sus fieles. El hombre reificado exhibe con
ostentación la prueba de su intimidad con la mercancía. Como en los
éxtasis de las convulsiones o los milagros del viejo fetichismo
religioso, el fetichismo de la mercancía alcanza momentos de
excitación ferviente. El único uso que se expresa aquí también es el
uso fundamental de la sumisión.
68 Sin duda, la seudo-necesidad impuesta en el consumo moderno no
puede contrastarse con ninguna necesidad o deseo auténtico que no
esté él mismo conformado por la sociedad y su historia. Pero la
mercancía abundante está allí como la ruptura absoluta de un
desarrollo orgánico de las necesidades sociales. Su acumulación
mecánica libera un artificial ilimitado, ante el que el
deseo viviente
queda desarmado. La potencia acumulativa de un artificial
independiente lleva consigo por todas partes la falsificación de la vida social.
69 En la imagen de la unificación dichosa de la sociedad por medio
del consumo, la división real está solamente suspendida hasta
el próximo no-cumplimiento en lo consumible. Cada producto
particular que debe representar la esperanza de un atajo fulgurante
para acceder por fin a la tierra prometida del
consumo total es presentado ceremoniosamente a su vez como la
singularidad decisiva. Pero como en el caso de la moda instantánea
de nombres de pila aparentemente aristocráticos que terminan
llevando casi todos los individuos de la misma edad, el objeto al
que se supone un poder singular solo pudo ser propuesto a la
devoción de las masas porque había sido difundido en un número lo
bastante grande de ejemplares para hacerlo consumible masivamente.
El carácter prestigioso de este producto cualquiera procede de haber
ocupado durante un momento el centro de la vida social, como el
misterio revelado
de la finalidad última de la producción. El objeto que era
prestigioso en el espectáculo se vuelve vulgar desde el momento en
que entra en casa de este consumidor, al tiempo que en la de todos
los demás. Revela demasiado tarde su pobreza esencial, que asimila
naturalmente de la miseria de su producción. Pero ya es otro objeto
el que lleva la justificación del sistema y exige ser reconocido.
70 La impostura de la satisfacción debe denunciarse a sí misma
reemplazándose, siguiendo el cambio de los productos y de las
condiciones generales de la producción. Lo que afirmó con la más
perfecta imprudencia su excelencia definitiva cambia sin embargo en
el espectáculo difuso, aunque también en el concentrado, y es
únicamente el sistema el que debe continuar: tanto Stalin como la
mercancía pasada de moda son denunciados por los mismos que los
impusieron. Cada nueva mentira de la publicidad es también la
confesión de su mentira precedente. Cada desplome de una
figura del poder totalitario revela la comunidad ilusoria que
la apoyaba unánimemente, y que no era más que un aglomerado de
soledades sin ilusión.
71 Lo que el espectáculo ofrece como perpetuo se funda sobre el
cambio y debe cambiar con su base. El espectáculo es absolutamente
dogmático y al mismo tiempo no puede desembocar realmente en ningún
dogma sólido. Nada se detiene para él; éste es su estado natural y a
la vez lo más contrario a su
inclinación.
72 La unidad irreal que proclama el espectáculo enmascara la
división de clases sobre la que reposa la unidad real del modo de
producción capitalista. Lo que obliga a los productores a participar
en la edificación del mundo es también lo que los separa. Lo que
pone en relación a los seres humanos liberados
de sus limitaciones, locales y nacionales, es también lo que los
aleja. Lo que obliga a profundizar en lo racional es también lo que
da pábulo a lo irracional de la explotación jerárquica y de la
represión. Lo que hace al poder abstracto de la sociedad hace a su
no-libertad concreta.
(sigue)
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