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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


 


ZONE - ÉNARD, MATHIAS - CIELO 1/2 - HAMED, AMIR -

Zone de Mathias Énard y Cielo ½ de Amir Hamed: el espacio de la fábula*

Alma Bolón
 

El espacio de la fábula: así descritas, el paralelismo entre ambas novelas es llamativo, sobre todo en lo que incumbe a su compartida creación de un territorio espesado por los relatos superpuestos, solapados, acumulados. (...) Aunque con diferente intensidad, la cuestión del nombre propio, la cuestión de la posibilidad del nombre propio, se hace presente en nuestros dos autores.

En las líneas que siguen intentaré mostrar algunos puntos de contacto entre dos novelas cuyos autores, hasta donde sé, no se conocen ni conocen sus respectivas obras. Se trata de Zone, novela de Mathias Énard publicada en Arles (Francia) en 2008 y Cielo ½, de Amir Hamed, publicada en Montevideo en 2013. En ese sentido, el paralelismo pretende sugerir, y esa será mi hipótesis de lectura, menos una semejanza tributaria de “identidades” arraigadas en territorios que un encuentro propiciado por la propia literatura, entendida, justamente, como un espacio en que se encuentran quienes no estaban llamados a encontrarse, un espacio hecho de una pluralidad de narraciones, de idiomas, de traducciones y de reescrituras. Esto supone que ambas novelas dispensan al mythos, y en consecuencia al tiempo y al espacio, un tratamiento comparable. En lo que sigue, procuraré entonces considerar estos puntos; como siempre, pero más que nunca, esta intervención mía querría ser una invitación a la lectura de ambos textos: con sus respectivas calidades de escritura, con la legítima e inteligente emoción que sus páginas suscitan, estas novelas nos acercan a un mundo cuya imagen asidua en los medios de comunicación tiende a presentárnoslo como ajeno, distante, simplemente exótico o redomadamente inextricable.
 

1) Zone

            La novela Zone de Mathias Énard se extiende luego de dos epígrafes: el primero, en inglés, retoma unos versos de Ezra Pound, el poeta estadounidense afincado primero en Londres y  en París, luego en Italia; el segundo epígrafe son unos versos en francés de Yehuda Amichaï, el poeta judío alemán que, instalado en Israel, cambió de nombre y de lengua y compuso su obra en hebreo. La novela de Mathias Énard se presenta articulada en XXIV unidades, y cada lector sabrá si corresponde llamarlas “capítulos” o “cantos”, que se desarrollan a lo largo de quinientas páginas que ignoran la mayúscula inicial y el punto final, dado que esta larga narración está constituida por una larguísima oración, comenzada antes del comienzo del texto y finalizada luego de su fin. El índice, por su parte, no lista los XXIV capítulos, sino que bajo el encabezado “bornes” (“límite” pero también “kilómetro”, en francés familiar), se lista una serie de topónimos italianos -Milan, Lodi, Parme, Reggio d’Emilie, Modène, Bologne, Prato, Florence, Rome- correlacionados con números de páginas que predominantemente no coinciden con inicios o fines de capítulos. Entonces, de entrada, el lector oye la voz de dos poetas cuyos nombres -Pound y Amichaï- quedaron asociados a los nombres de las dos ciudades que ellos eligieron para morir -Venecia y Jerusalén-, encuentra una larga oración ya empezada y todavía inconclusa, encuentra un número rotundamente homérico de cantos y encuentra un índice que es un itinerario de ferrocarril, del trayecto Milán-Roma.

Estas particularidades se entienden puesto que Zone es el monólogo que un personaje, uno de cuyos nombres es Francis Servain Mirkovic, va desenvolviendo a lo largo de las cinco horas y los quinientos kilómetros del recorrido en tren de Milán a Roma. A lo largo de ese monólogo, el viajero irá contando y comentando su historia individual que, plásticamente, se inserta en la historia trivial y sangrienta del siglo XX: el personaje es un treintañero o quizás cuarentón francés, nieto de francés resistente e hijo de francés que peleó, es decir, torturó, en Argelia[1] y de madre croata, monárquica y papista, que le ha infundido algún sentimiento de patria lo bastante fuerte como para que el hijo haya ido a pelear, como voluntario, en la guerra de los Balcanes, en los años 1990. Vuelto de la guerra, el ex soldado trabajará para el Estado francés como agente de inteligencia, como espía, aunque la palabra con que gusta designarse es “mouchard international” (“batidor” o “delator internacional”). El tren a Roma lo conduce a su tercera vida bajo una nueva identidad, puesto que se apresta a traicionar, vendiendo informaciones que, con tal fin, fue juntando. El texto comienza entonces en la Estación Central de Milán y se concluye en la Estación Termini de Roma; entre tanto, el protagonista  habrá hilvanado episodios y personajes de su guerra personal, la de los años 1990 en los Balcanes, en donde se había alistado como voluntario, así como habrá hilvanado episodios y personajes de las guerras a las que asistió en su condición de espía, de agente de inteligencia empleado del Estado francés, en particular, la guerra civil en Argelia, desarrollada también en los años 1990, aunque no exclusivamente hablará sobre ésta, ya que el protagonista también había cumplido misiones de inteligencia en otros países del Maghreb, en Egipto, en el Líbano, en Turquía, en Siria, en Israel.

Intercalados en la narración que hace Francis Servain Mirkovic de su peripecia vital, signada por la guerra y por la soledad, aparecen tres relatos del autor libanés apócrifo Rafaël Kahla, que componen un libro que el protagonista había comprado en la librería de su barrio en París y que ahora lo acompaña en el viaje. Esos tres relatos intercalados interrumpen la sintaxis corrida del resto, al estar provistos de oraciones contenidas entre una mayúscula y un punto y organizadas en párrafos. Sin embargo, hay perfecta continuidad con la totalidad de la novela, porque este supuesto escritor libanés Rafaël Kahla cuenta tres historias protagonizadas por Intissar, una muchacha palestina que combate en la guerra civil del Líbano, a comienzos de los años 1980, y combate hasta la derrota final, actual.         

Igualmente, existe un tercer conjunto de intercalaciones, que se suma a las evocaciones personales y a las lecturas del apócrifo escritor libanés, que suscitan en el protagonista numerosas reflexiones a propósito de la historia de los palestinos, “término bíblico resucitado por los ingleses”.

En ese tercer grupo se intrincan los cientos de relatos, anécdotas, evocaciones, comentarios, reflexiones, peripecias, acontecimientos, mitos e historias que van surgiendo a lo largo del viaje ferroviario y que se anclan en un espacio cuyo límite occidental es Tánger y que hacia el este se extiende hasta el Tigris y la Mesopotamia, con líneas de fuga que pueden llegar hasta Hungría, Austria, Alemania o Bolivia y Argentina, pero que predominantemente se concentra en la gran cuenca del Mediterráneo, en su rosario de ciudades, de historias guerreras, de idiomas, de escritores. En ese tercer conjunto de relatos, se ubican las historias de la madre croata del protagonista, niña prodigio que toca el piano para Millán Astray y su círculo de amigos franquistas y ustachis, las historias del padre del protagonista en la guerra de Argelia y, sobre todo, las historias de guerras de otrora en los Balcanes o en el Mediterráneo, historias de otras invasiones, conquistas, combates, asesinatos, saqueos o raptos, incluyendo, claro que sí, el de Helena.   

Estos tres conjuntos de relatos delimitan, se habrá adivinado, un teatro de operaciones -la Zona- que, de entrada en el texto, es caracterizada como el nombre empleado por los “hombres de negocios egipcios, libaneses, saudíes, todos educados en los mejores colegios británicos y estadounidenses, discretamente elegantes, lejos de los clichés de los levantinos coloridos y bochincheros, no eran ni obesos ni estaban disfrazados de beduinos, hablaban con calma de la seguridad de sus futuras inversiones, como las llamaban, hablaban de nuestros tráficos, de la región que llamaban the area “la Zone” y de su seguridad, sin jamás emplear la palabra “arma” o la palabra “petróleo” o cualquier otra palabra excepto investment y safety” (pág. 28).        
Pero, si para los hombres de negocios egipcios, libaneses o saudíes, “la zone” es la región en que las palabras “petróleo” y “arma” se silencian y se sustituyen por “investment” y “safety”, para el narrador, “la zone” es el territorio en que el tiempo se espesa gracias a las capas y capas de historias y de relatos, que se engendran unos a otros, que se reproducen y proliferan según la ley de la digresión, de la asociación, de la contigüidad. El territorio es soporte y portador de historias superpuestas, que permiten desanclarlo y acercarlo a lo lejano, de manera no necesariamente previsible. Así por ejemplo, la curiosa reflexión que realiza el protagonista, al inicio de la historia, cuando se apresta a tomar el tren en la Estación Central de Milán. Luego de referirse a ésta como “ese templo de Akhenaton para locomotoras” y de haber reparado en “las inmensas columnas egipcias que sostienen el techo”, el viajero espera la partida en un bar de la estación, pensando en “ese santuario del progreso que es la estación de Milano Centrale perdida en el tiempo”. Sin embargo, esperando, el protagonista piensa sobre todo en el nombre “Milán”, “ciudad con nombre de ave rapaz y de militar español” (p.13). Esta observación no solo pone en juego tres idiomas, el italiano “Milano” homónimo del español “milano” (nombre de ave rapaz) y el francés “Milan” homófono del apellido español Millán Astray, pronunciado a la francesa; sino que, sobre todo, el juego entre el nombre de la ciudad, el nombre del ave rapaz y el nombre del militar fascista español hace que la historia -mínima pero medular parte de la historia, claro- de este general franquista que, “como buen profeta militar” declaró “Viva la muerte”, venga a la novela y traiga consigo su controversia con Unamuno. De este modo, a través de una digresión suscitada por el nombre propio “Milán/Milan/Milano”, digresión que toma la forma de una incursión en la historia de España en la primera mitad del siglo XX, el territorio -el espacio- se espesa en historias venidas de otro lado.

Porque, como decía antes, si para los hombres de negocios “la zona” es el lugar de la sustitución del par “arma” y “petróleo” por “investment” y “safety”, para el narrador y protagonista, “la zona” es el lugar del despliegue de una multitud de nombres propios, incluidos los nombres de sus compañeros de armas, incluidos los nombres de los héroes griegos y romanos que poblaron esos parajes, incluidos los nombres de reyes, sultanes, califas, príncipes, primeros ministros, sheiks, presidentes, pachás, emperadores, generales y soldados rasos, e incluidos, sobre todo, los nombres de los hombres de letras que agregaron a esa zona un caudal de historias imaginadas y vividas. Entre estos últimos, en primer lugar, claro está, “San Juan el Evangelista, el Águila de Patmos, primer novelista del fin del mundo”, en segundo lugar, Cervantes, el Cervantes envuelto en la guerra, soldado en Lepanto y cautivo en Argel, y luego Stratis Tsirkas, escritor griego del Cairo y amigo de Cavafy, griego de Alejandría, y luego Mohamed Choukri, tangerino nacido en el Rif, y luego George Orwell, Brasillach, Maurice Bardèche, Jean Genet, Allen Ginsberg, Tennessee Williams, Curzio Malaparte, William Burroughs, Malcom Lowry, Paul Bowles, Céline y otros muchos cuyos nombres son portadores de historias que dan sentidos -absurdos, inquietantes, oscuros o exaltantes e iluminadores- a esa porción del mundo que es también nuestra.
 

2) Cielo ½

            Cielo ½, la novela de Amir Hamed, se compone de seis unidades, denominadas “álbumes” y de un índice onomástico. Extenso y abigarrado, el relato conjuga una mentida autobiografía con la flor y nata de una mitología que, arrancando en Mesopotamia, fue avanzando, a fuerza de traducciones y de tergiversaciones, en ancas de la escritura, a través de los milenios y de la cuenca del Mediterráneo. En ese extenso terreno, Amir Hamed crea un espacio regido por un principio que incumbe las almas -la metempsicosis- y que opera a través de su correlato textual: la traducción irrestricta. Almas transmigradas e historias traducidas constituyen un par tentadoramente reversible -almas traducidas e historias transmigradas- que asegura la transmisión del sentido, su entrega siempre alterada.        

Por otra parte, en esta novela de Amir Hamed, resulta fundamental el género “álbum”, ya sea entendido como relato familiar que se va formateando a costa de la blancura perdida por el ensamblado de fotos e imágenes asentadas en sus respectivas “leyendas”, ya sea entendido como muestrario de un tiempo -enciclopedia mínima del pobre- que se realiza al ser completado con figuritas e imágenes suministradas por un proveedor inaccesible que las dispensa según un orden menos aleatorio de lo que dice serlo. “Llenar” el álbum de figuritas tiene como premio hacerse de una imagen del tiempo -inclusive si el álbum trata de fauna y de flora, sometidas como también están éstas a la moda- y de una experiencia, a menudo frustrada, de la completud; en cuanto al álbum familiar, la experiencia de la incompletud le es inherente, por lo ajeno -lo propiamente irrepresentable- que tendrán siempre el comienzo y el fin propios. En Cielo ½, el género “álbum” permite un particular engarce entre fragmentos de una historia individual montevideana iniciada a orillas del Nilo -más precisamente en El Cairo- y la historia, hecha mitos y fábulas, de las tierras en donde la historia pudo iniciarse, gracias a la escritura.   

Así, de un río a otro: del Nilo natal al Olimar fraternal; de una tierra a otra: de la Mesopotamia de acadios y de sumerios al Iraq destruido; de una guerra a otra: de Troya o de Cartago en llamas a Beirut o Gaza o Homs bombardeadas; de un héroe a otro: de Héctor masacrado por Aquiles a Roque Dalton asesinado por sus hermanos de armas.

Cielo ½ se constituye entonces como el álbum que relata una historia familiar, pero de una familia sometida a la metempsicosis, con su férrea ley de traducción/transmigración. Relato de álbum, relato fragmentario, estático, inconexo, discreto, siempre de su tiempo que es otro y nuestro.
 

3) El espacio de la fábula

            Así descritas, el paralelismo entre ambas novelas es llamativo, sobre todo en lo que incumbe a su compartida creación de un territorio espesado por los relatos superpuestos, solapados, acumulados. Sin embargo, antes de volver sobre esta compartida perspectiva, me detendré en algunos detalles, también llamativamente presentes en ambos textos.

Aunque con diferente intensidad, la cuestión del nombre propio, la cuestión de la posibilidad del nombre propio, se hace presente en nuestros dos autores. En Zone, el narrador dice  “J’ai tellement porté de noms différents ces dernières années», y la afirmación puede entenderse llanamente, puesto que quien lo dice ha tenido actividades (soldado voluntario en una guerra ajena, espía) propicias para el cambio de nombre. Sin embargo, la afirmación admite una interpretación de otro orden, habilitada por la propia rareza del nombre que el protagonista dice tener: Francis Servain Mirkovic, en donde si, por un lado, resuena “lo francés” (en “Francis”) inmediatamente suena “Servain”, algo entre “Serbe”, “servio”, “sirve (en) vano”, ecos estos bastantes molestos para quien voluntariamente peleó con los croatas y estuvo al servicio de la patria, como espía; finalmente aparece el apellido materno, según un protocolo que si bien es totalmente común y corriente en el ámbito hispánico, es ajeno en la tradición francesa, que elimina el segundo apellido. Así, el nombre propio del personaje parece estar negando lo que declara: tanto su condición de “francés” como de serbio o de croata. Entonces, de acuerdo con esto, ¿cuál es la posibilidad del nombre propio? 

Por su parte, Cielo ½ emplea un complejo sistema de equivalencias de nombres; apoyándose en el glosario, el lector puede transitar de Troya, a Troia, Ilión, Wilusa y Truva o de Toth, a Dyehuty, Thot, Tot, Hermes y Mercurio, poniendo así en entredicho la posibilidad del nombre propio, su origen siempre ajeno, foráneo. Ni qué decir de los múltiples nombres que recibe un amigo sucesivamente llamado “Espinosa”, “Gustavo”, “Baruch”, “Allien”, etc..

Otro aspecto también compartido, aunque también con desigual intensidad, consiste en la atención prestada por ambos autores a Alejandría/Alejandro. La reflexión en torno al nombre Alaksandu-Alexander-Alejandro-Alejandría-(Ale)Sandra atraviesa todo el texto de Amir Hamed; en Zone, se lo encuentra en la importancia que el narrador otorga a una estadía en la ciudad de Alejandría (Egipto) y al juego al que se entrega, al imaginar un tren que uniera todas las Alejandrías del mundo (Alejandría del Piamonte, Alejandrette de Turquía, Alejandría de Egipto, Alejandría de Arachosie, hoy Kandahar en Afganistán y Alejandría Eskhalé, la última, en Tadjikistan (pág. 24), o al imaginar un itinerario que le permitiera ir en tren de Venecia a Alejandría (Egipto), vía Trieste, Zagreb, Belgrado, Tesalónica, Estambul, Antiochía, Alepo, Beirut, Acre y Port-Saïd  (pág. 24).

Finalmente, ambos textos comparten un detalle, aunque detalle estructurador, valga la contradicción, en la común referencia “al fin del mundo”. Por su parte, Cielo 1/2 menciona el asunto en relación con un álbum de figuritas que el protagonista había juntado en su infancia y que incluía una figurita que figuraba “el Fin del Mundo” y era “un meteoro” (pág. 93). El “meteoro” que figura “el Fin del Mundo” formó parte del único álbum, hoy perdido, que el protagonista logró completar, finalizar, por así decirlo, dando quizás fin a cierto mundo; pero ese “meteoro” también figura en un álbum que su amigo Quico conserva, aunque nunca llegó a completarlo. Naturalmente, perdido o conservado, el “meteoro” que era “el Fin del Mundo” estuvo repetido, fue figurita repetida, pasible de integrar inclusive los álbumes incompletos.

En Zone, el tema de “la fin du monde” abre el relato, se encuentra en su inicio. En la escena antes evocada en que el personaje se encuentra en la Estación Central de Milán esperando la partida de su tren a Roma, se le acerca un “loco” que le tiende la mano diciéndole “camarada, un último apretón de manos antes del fin del mundo”. El protagonista queda paralizado, temiendo que si acepta la mano tendida, el loco empezara a tener razón, y finalmente le dice “non merci”, como si el loco le “vendiera el diario o le ofreciera un cigarrillo” (pág. 12). Supuestamente cinco horas más tarde y quinientos kilómetros después en la vida del personaje -y efectivamente quinientas páginas después para el lector-, vuelve en las últimas palabras del texto la referencia al fin del mundo y al cigarrillo evocado en el inicio, en la expresión “un último cigarrillo antes del fin del mundo”.  Esta circularidad no solo pone en duda la efectiva existencia del viaje Milán-Roma que el lector acaba de leer, sino que más radicalmente pone en tela de juicio la posibilidad de cualquier viaje y, en consecuencia, de cualquier traslado, cambio, progreso, historia.

Dicho de otro modo, el tiempo, lejos de extenderse recto hacia adelante, se enrosca sobre sí mismo, espesándose en mitos y fábulas y confundiéndose con el territorio. De ahí que “el Fin del Mundo” vuelva como figurita repetida o como expresión que abre y cierra una novela; de ahí que “los policías montados en patines eléctricos de dos ruedas a la manera de Aquiles o de Héctor sin caballo persiguieran a un muchacho negro” en la Estación Central de Milán; de ahí la gran noria de la traducción y de la metempsicosis irrestrictas, de ahí la cuenca o el cuenco mediterráneo, en que el tiempo se espesa y no fluye.   


Nota:
 

[1] Así lo caracteriza el narrador: “-mon père fils de résistant participa activement à la résolution du problème algérien, la mitraillette à la main, et repose aujourd’hui dans le cimetière d’Ivry, aux côtés des fusillés du mont Valérien, tortionnaire malgré lui, violeur sans doute malgré lui, exécuteur malgré lui, bien sûr rien à voir avec Höss, Stangl et les autres, mon père né en 1934 près de Marseille croyait en Dieu en la technique au progrès à l’homme à l’éducation à la morale, le train s’élance à nouveau, quitte doucement Reggio d’Emilie» (p. 181)


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* Publicado originalmente en Revista literaria de la Asociación de Profesores de Literatura del Uruguay Año III - #7 | Diciembre de 2013; Primer Coloquio de Literatura Francófona Contemporánea - Biblioteca Nacional (21/IX/2013).

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