"El entusiasmo es una grosería.
La expresión del entusiasmo es, más que cualquier
cosa, una violación de los derechos de nuestra insinceridad.
Nunca sabemos cuándo somos sinceros. Tal vez nunca lo
seamos. Y aun cuando seamos sinceros hoy, mañana podremos
llegar a serlo por una razón contraria.
Personalmente yo no tuve convicciones. Lo que tuve siempre fueron
impresiones. Nunca podría odiar una tierra en la que hubiera
visto un atardecer escandaloso.
Exteriorizar impresiones es más bien convencernos de que
las tenemos, antes que tenerlas efectivamente".
(fragmento 211, Libro
del desasosiego"
Quien escribió esto no fue
Fernando Pessoa, el poeta portugués
a quien corrientemente se identifica con ese hombrecito que camina
para siempre en las calles de la Baixa de Lisboa, creador desdoblado
en muchos autores ficticios a quien inventó obra y biografía,
y a quienes bautizó como "heterónimos".
Quien escribió esto fue Bernardo Soares, auxiliar de tenedor
de libros y fino sentidor de la Rua dos Douradores, en un libro
que es el Libro del desasosiego, del que este dossier intenta
ocuparse. Lo que el lector encontrará a continuación
nace de un grosero entusiasmo en forma de provocación:
invitamos a algunos de los coolaboradores habituales de Insomnia
a registrar alguna impresión -que no convicción-
sugerida por el libro, por un fragmento o una idea del mismo.
El resultado es este indiscreto y asimétrico acopio de
lecturas, que como se advertirá,
asumen estilo y forma
muy distinta. También el Libro del desasosiego es
un fragmentario acopio de impresiones. Una "autobiografía
sin hechos" o una "autobiografía de un hombre
que nunca tuvo vida", como define Fernando Pessoa. Y "un
cuaderno de esbozos e indicios que contienen al artista esencial
en toda su diversidad heteronímica", según
sentencia Richard Zenith en la introducción a la presente
edición (*).
Se sabe que el libro nació
por los menos un año antes que el trío Caeiro, Campos
y Reis, con la publicación, en 1913, de "En la floresta
de la enajenación", firmado por Fernando Pessoa, con
la siguiente aclaración: "Del Libro del desasosiego,
en preparación". Y aunque finalmente atribuído
a Bernardo Soares, muchos otros heterónimos coolaboraron
en él: algunos fragmentos de Fernando Pessoa, algo de Vicente
Guedes, e incluso del Barón de Teive. El Libro del desasosiego
es un proyecto esencialmente indefinido e inacabable, un libro
que fue varios libros de varios autores, y la parte estrictamente
soriana debe limitarse al período 1929-1935.
En vida, Pessoa publicó apenas doce fragmentos de él,
y dejó, en muy diversos estados de elaboración,
aproximadamente cuatrocientos cincuenta y cuatro párrafos
adicionales señalados con un "L. del. D." Fueron
éstos los que dieron lugar a la primera edición,
publicada por la editorial Ática, en 1982. Otras ediciones
llegarían mas tarde, remedando esa versión original,
a medida que los manuscritos "L. del. D" se empecinaban
en llamar la atención desde ese baúl legendario
que dejó Pessoa y que todavía cuenta con materiales
inéditos. Hasta el momento, la única edición
castellana disponible (Seix Barral, Barcelona, 1984) fue la
organizada, traducida y anotada por el crítico y poeta
español Ángel Crespo. La presente, amplía
el libro para el castellano, en más de cien fragmentos.
(*) Libro del
Desasosiego - Fernando Pessoa como Bernanrdo Soares - Edición
de Richard Zenith y traducción de Santiago Kovadloff -
Emecé - Buenos Aires, 2000 - 511 págs - Distribuye
Emecé.
*****
La mayoría de
la gente enferma por no saber decir lo que ve y lo que piensa.
Así dice la primera línea del fragmento 117 que
copié y que tal vez elegí, incluso elegí
y me dije que todas estas líneas enfermas, de aquí
para abajo estas líneas que ya estaban enfermas de temor
de tener que existir, enfermarán cada vez más y
con justicia y con esta levedad triste de temporal de Santa Rosa,
enfermarán posiblemente mucho cada vez y me pondré
mala como antes se decía.
Copié esa línea y comencé cuando comencé
en ese momento y en
no otro, y ahí empecé a enfermar sin interrupción
y cada vez que esta línea sigue, enferma cada vez más
de la enfermedad esencial que hay en traicionar la promesa de
no sé que cosa más razonablemente justa y humildemente
bella que yo podría haber dicho sobre este venerable libro
que reposa conmoviendo todo lo que hay exactamente entre mí
y mi idea de este libro.
Y aunque también me gustaba el fragmento 70, cuando el
de la Rua dos Douradores observa la espalda de un transeúnte
ocasional y experimenta una rara clase de ternura abstracta por
todo los detalles impertinentes y conmovedores de la humanidad,
como esa espalda sola, vestida de un traje modesto de no se qué
clase de franela o tejido, una clase de franela y no otra, de
forma conmovedora una franela sí y otra no, en una calle
cuyo nombre es Rua Nova, en unos minutos del mundo. Y aunque
también, prosigo en enfermar, podría haber sido
posible copiar ese fragmento 70, copié sólo ésta
primera línea del fragmento 117, que dice que todos enferman
por no saber decir. Y me pregunto mientras avanzo si el fragmento
117 era el fragmento, y ahora la palabra es "representativo",
de este libro del desasosiego y sus ideas que vuelven una y otra
vez.
Si era fiel a ese recurrente sentimiento de hastío abstracto
que cada tanto domina al sentidor crónico de la Rua dos
Douradores cuando en la espalda de un hombre con esta clase de
franela y no otra clase de franela, dibuja las preguntas agnósticas
de su fé única. Y no sé si sería el
fragmento 117 el fragmento mas fiel a esa idea de que así
como hay una erudición del conocimiento y una erudición
del entendimiento hay también una erudición de la
sensibilidad, y que es esa precisamente la erudición de
quien firma este libro que entre todos los libros es el que mejor
dice esa idea. Tampoco dice el fragmento 117 sobre el camino de
la negociación con el no, con el claudicar budista del
deseo, tampoco dice sobre
eso que Bernardo Soares ha dicho diáfana e inauguralmente
para este occidente todo tartamudo de orientalidad.
Pero hay algo que sí dice el fragmento 117 cuando dice
que la gente enferma por no saber decir y que no hay nada mas
difícil que definir en palabras que una espiral. Y entonces
no enferma y dice: "Toda la literatura
consiste en un esfuerzo por volver la vida real. Como todos saben,
aun cuando actúen sin saber, la vida es absolutamente irreal,
en su realidad directa; los campos, las ciudades, las ideas, son
cosas absolutamente ficticias, hijas de nuestra compleja sensación
de nosotros mismos. Son intrasmisibles todas las impresiones,
salvo si las convertimos en literarias. Los niños son muy
literarios porque dicen las cosas del modo que las sienten y no
como debe sentir quien siente según la opinión de
otro.
Una vez oí no estúpidamente como lo haría
un adulto, 'Tengo ganas de llorar', sino que dijo: '¡Tengo
ganas de lágrimas!'. Y esta frase, absolutamente literaria,
al punto que resultaría afectada en un poeta consumado,
suponiendo que fuera capaz de decirla, se refiere resueltamente
a la presencia ardiente de las lágrimas, irrumpiendo en
los párpados que saben de la pena a punto de derramarse.
'¡Tengo ganas de lágrimas!' Sí, aquel niñito
supo definir su espiral. ¡Decir! ¡Saber decir! ¡Saber
existir por la voz escrita y la imagen intelectual!
No hay nada que valga más en la vida: lo demás son
hombres y mujeres,
supuestos amores y vanidades ficticias, subterfugios de la digestión
y el olvido, gente revolviéndose, como bichos cuando se
alza una piedra, bajo el gran empedrado abstracto del cielo azul
sin sentido."
* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 137
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