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ISSN 1688-1672

 



MARILYN MANSON - BODY ART - ANTICRISTO - DOBLE

Anticristo [camuflaje, body art]

Mario Maciel
Este cuerpo-pancarta, que sólo se siente logrado a través de la fotografía, de la cinta de video, de todas las formas mediáticas que remiten a la repetición, se muestra como deshumanizado, o más bien, como vaciado de su humanidad

 

La pose vamp salta a los ojos desde la carátula del CD. Marilyn Manson (el nombre es una combinación de dos iconos indiscutiblemente pop, que se presume oximorónica) exhibe una imagen desarticulada, de homúnculo, de humanoide imperfecto esculpido en greda. Cuerpo invertebrado, sustancia blanduzca que evoca una mezcla de hellraiser, travestismo y decrepitud. Es la puesta en escena más de una estrategia de simulación que de una estética, cuya eficacia radica seguramente, en el vínculo conflictivo de los medios y una cultura protestante reacia a las incorrecciones, a los desajustes agresivos, que repudia menos el gesto sacrílego, que su excibición pública.

La verosimilitud requerida para ser objeto de repudio no está, demás está decirlo, en que alguien se autoidentifique como el anticristo, sino que lo publicite, lo divulgue como grifa. Marilyn Manson es un compendio de urban legend, un transplante desde la pantalla chica al escenario público, a la escenografía del show business, compendio que a su vez se acrecienta vertiginosamente, en la medida en que el propio backstage salta a un primer plano para reforzar ese perfil: cuando "la vida privada" es la esencia irreductible del backstage -que a su vez ya no es sino una parte fundamental de la producción de una imagen pública, de la "personalidad" artística, el lado oscuro que cierra, que completa un nombre como totalidad.

El cuerpo es el soporte de un gesto, y el gesto la representación de esa pulsión de agitación, residuo imperecedero de la mitología del rock en su fase extrema, terminal: hipertélica. Una afectación, un manierismo dark que se apropia del cuerpo, que lo manipula mediante el camuflaje, no para retocarlo como en la cirugía plástica
(ver doble), sino para disimularlo, esconderlo detrás de aquello que verdaderamente quiere ser: una pancarta.

Este cuerpo-pancarta, que sólo se siente logrado a través de la fotografía, de la cinta de video, de todas las formas mediáticas que remiten a la repetición, se muestra como deshumanizado, o más bien, como vaciado de su humanidad (los ojos congelados, parecidos a los de un carnero, muertos, disímiles, el rostro embozado, distorsionado por un trapo que le tapa y le comprime la mitad de la cara: una foto trucada o retocada, que es un manifiesto, una proclama, un slogan).

La impostura y la intimidación: la voz que posa de ultraterrena, las líneas melódicas, el porte, se enlazan a ese compilado de escatologías, sellan esa dramaturgia del esoterismo para dar eficacia a esa estrategia que quiere ser pública, que quiere ser legitimada, que quiere ser consumida, que quiere, en suma, ser arte. Un arte que no le importa ser más que una acumulación de gestos, una proclama gestual de sus propios preceptos.

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