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ARTE - LO
"POÉTICO" -
El
arte del ensueño (III)*
Roberto Appratto
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Si lo "poético" aspira a la universalidad
por un gesto metafórico que desplaza lo cotidiano a lo
esencial, también aspira al dogmatismo que desplaza lo
cotidiano a lo esencial |
A todo esto: cuando se habla de lo "poético", ¿de
qué se habla? ¿Es todo lo que hay? ¿Está
en todo? ¿Es la cursilería neta, indudable, con que
se adorna un discurso de fin de año? ¿Es la música
sacra que privilegia la aparición de un personaje? ¿Es
la cámara lenta porque sí? ¿Es la lágrima
en el ojo del niño? ¿Un adjetivo que remite al Hombre,
a la Vida, a la Libertad o al Amor? ¿Varía
con las modas, y puede verse
mejor cuando han pasado treinta años?
En todo caso, algunos puntos parecen claros: por ejemplo, que en
esa elevación, como instrumento siempre a mano, están
la metáfora y el símbolo. Lo que se dice no es lo
que se dice, sino lo que se quiere decir, siempre y más allá
de cualquier moda. Eso que se quiere decir, a su vez, pertenece
a la vasta cantera de los contenidos prestigiosos: la extraña
paradoja es que lo "poético" es pragmático;
en esa búsqueda de belleza por
vuelo, por liberación, por magia, nada se deja librado a
ningún azar. Todo "significa" por vía automática,
de lo cual emergen otras certezas: la primera, que esos contenidos
que extraen las metáforas son abstracciones intercambiables,
sumidas en su condición de eternidad mítica por su
uso permanente e incuestionado; son el panteón de los significados
universales, sobre los que todo ser humano puede estar de acuerdo
(clave de los best-sellers y los éxitos de taquilla, pero
no sólo);
la segunda certeza es que, de ser así, el texto es un soporte
inmóvil, la delgadísima tela por donde patinan las
verdades filosóficas o las revelaciones espectaculares de
lo que ya se sabía.
Una defensa de lo "poético" es que eso no importa:
desde el centro mismo de sus contradicciones aparece, para todos
nosotros, la verdad de la sencillez, la ingenuidad, la claridad
deseable para la experiencia estética. Si lo "poético"
aspira a la universalidad por un gesto metafórico que desplaza
lo cotidiano a lo esencial, también aspira al dogmatismo
que desplaza lo cotidiano a lo esencial, también aspira al
dogmatismo de una forma de concebir el arte, la del loco lindo,
o inspirado, o niño sabio, que produce una única lectura: la de la ensoñación.
El texto desaparece, no existe cuando se lo mira por segunda vez;
sólo queda ese monólogo de la aparente inversión
de jerarquías, la aparente rebelión contra lo establecido,
que se impone de manera solemne. Lo poético se mezcla con
lo culto, es la cultura que se puede obtener en una sola frase.
Así, cuando se lo mira por segunda vez, el texto "poético"
lleva en sí los sellos de lo bello, más o menos ostentoso,
más o menos fino, pero "oficial". La lengua que
habla y da órdenes en lo "poético", la que
potencia sólo contenidos "de peso", se edulcora
con todo eso que desde afuera del arte se ve como arte: lo metafórico,
claro, pero también cualquier alusión vaga e indirecta
a entidades absolutas, cualquier juego con las palabras respaldado
por la ironía.
Cualquier delicadeza expresiva en la que puede encontrarse, como
respaldo, la sensibilidad de la voz enunciante. Y desde adentro,
desde lo profesional, la buena letra que acompaña un buen
pensamiento, merced a una buena cita de un buen artista. Todo de consenso,
pero "elevado". De ahí que pueda decirse que esto
hace daño. Las trampas y falsificaciones en nombre de la
belleza fácil, blanda, veloz, automática, acrítica,
modelan la percepción estética, dan razones para gustos
aberrantes y rechazos salvajes. Lo "poético", así,
es enemigo mortal de lo poético, porque nunca permitirá
verlo. Son como dos zonas, a idéntica distancia de lo realista,
que muchas veces se confunden. Última conclusión:
la cultura y la búsqueda de la belleza, a veces, no son buena
compañía.
*Publicado
originalmente en Insomnia |
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