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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ARTE - LO "POÉTICO" -


El arte del ensueño (III)*


Roberto Appratto

Si lo "poético" aspira a la universalidad por un gesto metafórico que desplaza lo cotidiano a lo esencial, también aspira al dogmatismo que desplaza lo cotidiano a lo esencial

A todo esto: cuando se habla de lo "poético", ¿de qué se habla? ¿Es todo lo que hay? ¿Está en todo? ¿Es la cursilería neta, indudable, con que se adorna un discurso de fin de año? ¿Es la música sacra que privilegia la aparición de un personaje? ¿Es la cámara lenta porque sí? ¿Es la lágrima en el ojo del niño? ¿Un adjetivo que remite al Hombre, a la Vida, a la Libertad o al
Amor? ¿Varía con las modas, y puede verse mejor cuando han pasado treinta años?

En todo caso, algunos puntos parecen claros: por ejemplo, que en esa elevación, como instrumento siempre a mano, están la metáfora y el símbolo. Lo que se dice no es lo que se dice, sino lo que se quiere decir, siempre y más allá de cualquier moda. Eso que se quiere decir, a su vez, pertenece a la vasta cantera de los contenidos prestigiosos: la extraña paradoja es que lo "poético" es pragmático; en esa
búsqueda de belleza por vuelo, por liberación, por magia, nada se deja librado a ningún azar. Todo "significa" por vía automática, de lo cual emergen otras certezas: la primera, que esos contenidos que extraen las metáforas son abstracciones intercambiables, sumidas en su condición de eternidad mítica por su uso permanente e incuestionado; son el panteón de los significados universales, sobre los que todo ser humano puede estar de acuerdo (clave de los best-sellers y los éxitos de taquilla, pero no sólo); la segunda certeza es que, de ser así, el texto es un soporte inmóvil, la delgadísima tela por donde patinan las verdades filosóficas o las revelaciones espectaculares de lo que ya se sabía.

Una defensa de lo "poético" es que eso no importa: desde el centro mismo de sus contradicciones aparece, para todos nosotros, la verdad de la sencillez, la ingenuidad, la claridad deseable para la experiencia estética. Si lo "poético" aspira a la universalidad por un gesto metafórico que desplaza lo cotidiano a lo esencial, también aspira al dogmatismo que desplaza lo cotidiano a lo esencial, también aspira al dogmatismo de una forma de concebir el
arte, la del loco lindo, o inspirado, o niño sabio, que produce una única lectura: la de la ensoñación.

El texto desaparece, no existe cuando se lo mira por segunda vez; sólo queda ese monólogo de la aparente inversión de jerarquías, la aparente rebelión contra lo establecido, que se impone de manera solemne. Lo poético se mezcla con lo culto, es la cultura que se puede obtener en una sola frase. Así, cuando se lo mira por segunda vez, el texto "poético" lleva en sí los sellos de lo bello, más o menos ostentoso, más o menos fino, pero "oficial". La lengua que habla y da órdenes en lo "poético", la que potencia sólo contenidos "de peso", se edulcora con todo eso que desde afuera del
arte se ve como arte: lo metafórico, claro, pero también cualquier alusión vaga e indirecta a entidades absolutas, cualquier juego con las palabras respaldado por la ironía.

Cualquier delicadeza expresiva en la que puede encontrarse, como respaldo, la sensibilidad de la voz enunciante. Y desde adentro, desde lo profesional, la buena letra que acompaña un buen pensamiento, merced a una buena cita de un buen
artista. Todo de consenso, pero "elevado". De ahí que pueda decirse que esto hace daño. Las trampas y falsificaciones en nombre de la belleza fácil, blanda, veloz, automática, acrítica, modelan la percepción estética, dan razones para gustos aberrantes y rechazos salvajes. Lo "poético", así, es enemigo mortal de lo poético, porque nunca permitirá verlo. Son como dos zonas, a idéntica distancia de lo realista, que muchas veces se confunden. Última conclusión: la cultura y la búsqueda de la belleza, a veces, no son buena compañía.


*Publicado originalmente en Insomnia
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